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Hicisteis cientos de reuniones para hablar de mi pobreza. Publicasteis miles de informes sobre mi enfermedad. Discutisteis una y otra vez sobre mi falta de vivienda y yo sigo pobre, enfermo y sin techo”

Charles Dickens se vio obligado a trabajar a los doce años en una fábrica de betún al ser encarcelado su padre por las deudas contraídas. Más de doce horas diarias durante los siete días de la semana en una fábrica sucia, insalubre y tomada por las ratas marcan a cualquiera, mucho más a un niño. Aquel periodo de su vida le siguió para siempre y queda bien reflejado en sus obras. En ellas habla de la sociedad victoriana inglesa, época gloriosa para Inglaterra, pero en contraste, época a rebosar de injusticias sociales, represiones, cinismo oficial, hipocresía y una miseria moral que superaba a la miseria física. Valga como ejemplo que una ley rebajó las horas de trabajo para los niños de 9 a 12 años hasta un máximo de 6,5 horas diarias y para los adultos hasta 12 horas diarias ¡siete días a la semana! ¿Cuántas horas trabajan antes de la aprobación de esa ley? Las condiciones en las fábricas permanecieron igual: insalubres, sucias, tóxicas, peligrosas, irrespirables, frías y, en muchos casos, mortales.

Charles Dickens nació el 7 de febrero de 1812 y murió el 9 de junio de 1870. De su nacimiento se cumplen 208 años, de su muerte se cumplen 150…y todo sigue igual. La sociedad victoriana miraba hacia otro lado para no ver el estado de esclavitud en el que se encontraba la mayoría de la población de Inglaterra. Mientras tomaban el té, los poderosos hablaban de justicia social, solidaridad, derechos, igualdad y toda esa jerga a la que echan manos las sociedades podridas de hipocresía para tapar de alguna forma lo que está sucediendo ante sus ojos. Todo sigue igual, nada ha cambiado, salvo el barniz de las tecnologías que hacen brillar a esta sociedad del siglo XXI frente a la oscuridad victoriana. Hoy la esclavitud viene impresa en las nóminas de quienes trabajan en condiciones pésimas, por sueldos pésimos y jornadas de trabajo interminables. El espíritu de Charles Dickens sobrevuela las ciudades de “progreso” de esta nueva sociedad metalizada y reluciente, pero igual de mísera e hipócrita. La sociedad victoriana tomaba el té plácidamente al tiempo que pergeñaba las leyes que mantendrían sus privilegios, hoy, esta sociedad de progreso hasta la náusea se reúne en Davos en condiciones de comodidad y lujo inalcanzables par los corrientes mortales, mientras planifican el próximo año para seguir con sus privilegios, si no aumentarlos. Millones de hombres, mujeres y niños mueren de hambre, sed y enfermedades fácilmente curables, mientras los poderosos llenan de dinero pútrido y maloliente los sótanos de los bancos en los paraísos fiscales con el consentimiento de los políticos que gobiernan los Estados…que también los esconden allí.

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Si Charles Dickens viviera hoy, estoy seguro de que escribiría obras como las que escribió hace 200 años; es decir, obras en las que denunciaría la hipocresía moral, la injusticia social, la codicia insaciable, las ansias de poder, la falta de amor al prójimo… Doscientos ocho años han pasado desde el nacimiento de Charles Dickens, tiempo más que suficiente para que, con la llegada de lo que se ha dado en llamar “derechos humanos”, el hombre hubiera dejado de ser un lobo para el hombre. No ha sido así porque para que este mundo cambie, primero se ha que cambiar al que hace que este mundo sea asiente de pobreza, injusticia y miseria: Se ha de cambiar al ser humano.

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