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La Monarquía se suicida
Con la importante victoria de Alhucemas acabó prácticamente la Guerra con Marruecos que venían disputando unidas Francia y España desde hacía ya varios años… y fue en ese momento cuando el Rey pudo salvar la Monarquía poniéndole fin a la Dictadura de Primo de Rivera. Los españoles y especialmente la clase política, habrían acabado aceptando la Dictadura si por fin el ejército había puesto punto final a la sangría que vivía España.
Pero el Rey en lugar de despedir al General Primo de Rivera no sólo le concedió más Poder sino que le permitió formar un gobierno exclusivamente de militares. ¡Y eso ya no lo resistieron los políticos ni los intelectuales y todos se pasaron a la República!.
El primero de todos Miguel Maura, quien incluso llegó a despedirse del Rey y anunciarle que se pasaba al campo republicano. A continuación sería el cordobés Sánchez Guerra, varias veces Ministro, quien el 27 de febrero se “cambiara de chaqueta” y se declarara partidario de la República, con aquellos versos que incendiaron a los oyentes: “No más abrazar alma/ el sol que apagar se puede/ no más servir a señores/ que en gusanos se convierten.” Más tarde le tocó el turno al también exministro Niceto Alcalá Zamora, quien se inclinó por una “República viable”, en la que pudiese convivir obreros y empresarios, comunistas y obispos.
A continuación les tocó el turno a los centristas y fue Melquiades Álvarez quien se inclinó por unas “Cortes Constituyentes” que decidieran si seguía la Monarquía o se proclamaba la República. Luego Don Ángel Ossorio y Gallardo, abogado eminente y monárquico de toda la vida, quien se va hasta Zaragoza y se declara monárquico sin Rey (fue el primero de los “suicidios” que se producirían en el campo monárquico).
Y naturalmente las Izquierdas vieron llegado su momento. Julián Besteiro acusa a la Monarquía de ser “una ficción política”. Largo Caballero, a pesar de su “colaboración” con la Dictadura, defiende una República marxista. Lerroux, el viejo león republicano, acaba escribiendo el “Manifiesto al País” que firmado por todos los asistentes al Pacto de San Sebastián harían público al anunciar el Golpe de Estado de 1930: “¡Españoles! Surge de las entrañas sociales un profundo clamor popular que demanda justicia y un impulso que nos mueve a procurarla. Puestas sus esperanzas en la República, el pueblo está ya en medio de la calle. Para servirle hemos querido tramitar la demanda por los procedimientos de la ley y se nos ha cerrado el camino; cuando pedíamos justicia, se nos arrebató la libertad, cuando hemos pedido libertad se nos ha ofrecido como concesión unas Cortes amañadas como las que fueron barridas, resultante de un sufragio falsificado, convocadas por un Gobierno de dictadura, instrumento de un rey que ha violado la Constitución y realizadas con la colaboración de un caciquismo omnipotente. Hemos llegado por el despeñadero de esta degradación al pantano de la ignominia presente. Para salvarse y redimirse no le queda al país otro camino que el de la revolución. ¡Viva la República!”
Aunque fue el socialista Indalecio Prieto quien el 25 de abril en el Ateneo de Madrid lanzó el pistoletazo de la carrera: “Con el Rey o contra el Rey”: “Es una hora de definiciones. La mía no ofrece novedad. Vengo a requerir públicamente desde aquí a que se definan quienes no se hayan definido, y a que lo hagan con absoluta claridad. Que no están los tiempos para equívocos, palabras confusas y matices desvaídos. Nos hallamos en el momento político más crítico que ha podido vivir, en cuento respecta a España, la presente generación. Yo creo que es preciso desatar, cortar un nudo; este nudo es la monarquía. Para cortarlo vengo predicando la necesidad del agrupamiento de todos aquellos elementos que podamos coincidir en el afán concreto y circunstancial de acabar con el régimen monárquico y terminar con esta dinastía en España”.
Y claro está que en esta frenética carrera no podía faltar Don Manuel Azaña, quien el 11 de febrero lanza su “llamada al combate”: “Amigos y correligionarios, el grupo de Acción Republicana delega en mí para llevar su acto. He aceptado la delegación por lo mismo que el encargo es fácil y llano de cumplir, porque los sentimientos que nos animan y el propósito que nos reúnen son tan patentes y claros, estamos tan unánimes que se halla al alcance de cualquiera traducirlos en palabras todos cordialmente… La República no promete glorias; no vamos a comprometer a nuestro país, cuya modesta posición en el mundo conocemos, en aventuras grandiosas. Prometemos paz y libertad, justicia y buen gobierno. La libertad no hace felices a los hombres, los hace simplemente hombres… La República cobijará sin duda a todos los españoles; pero no será una monarquía sin rey: tendrá que ser una República republicana, pensada por los republicanos, gobernada y dirigida según la voluntad de los republicanos. A esta obra llamamos a todos los que piensan como nosotros, sean jóvenes o viejos. Es vana en política esa distinción. En política, las gentes no se clasifican por edades, sino por opiniones. Hay viejos que son militantes gloriosos del republicanismo. Hay jóvenes que a título de modernidad remedan el pensamiento fascista. Nosotros queremos trabajar con nuestros iguales en ideas. Todos juntos acertaremos a darnos lo que más falta nos hace: una España libre y unida… Seamos hombres decididos a conquistar el rango de ciudadanos o a perecer en el desempeño. Y un día os alzaréis a este grito que resumen mis pensamientos: Abajo los tiranos”.
A pesar de todo esto Alfonso XIII se mantuvo en el Palacio Real hasta que cayó la gota que colmaría el vaso, el famoso artículo “Delenda est Monarchia” de Ortega y Gasset.
Ministro a regañadientes
Cuando llegó el nuevo año, 1931, la situación política no podía ser más rara y explosiva, ya que el Gobierno del general Berenguer, que todavía no llevaba ni un año, estaba ya fracasado al no conseguir llevar a la «normalidad constitucional» de antes de la Dictadura inducida por el Rey (tan mal estaba que dimitió el 13 de febrero). Pero, tampoco la oposición estaba para lanzar las campanas al vuelo, pues unos estaban presos en la cárcel Modelo (Alcalá Zamora, Miguel Maura, Casares Quiroga, Fernando de los Ríos, Largo Caballero y Álvaro de Albornoz); otros estaban huidos en Francia (Martínez Barrios, Indalecio Prieto, Marcelino Domingo y Nicolás d’Olwer) y Alejandro Lerroux y Azaña estaban escondidos (el primero en San Rafael, Segovia, y el segundo en casa de su cuñado Rivas Chérif), como consecuencia del fallido golpe que habían intentado el 12 de diciembre del año anterior y que produjo el fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández. Era el Comité Revolucionario que había salido del Pacto de San Sebastián… Y en la cárcel permanecieron hasta el 26 de marzo que se celebró el juicio y en el que, contra todo lo esperado, solo fueron condenados a seis meses, por lo que quedaban en libertad condicional, o sea libres para seguir su actividad política (curiosamente, el presidente del Tribunal, el general Burguete, solicitaría meses después su ingreso en el PSOE). Curioso también fue lo que sucedió tras el cese-dimisión del general Berenguer. En un primer momento, el Rey quiso nombrar presidente a un civil y le ofreció el cargo a Santiago Alba, después a Cambó, que también lo rechazó por enfermedad, luego a García Prieto y, por último, al cordobés Sánchez Guerra, que aceptó con la condición de incluir en su Gobierno algunos de los miembros que estaban presos en la cárcel Modelo, e inmediatamente allá se trasladó a ofrecerles varios ministerios a Alcalá Zamora y a los suyos, pero como estos no aceptaron ahí se acabó el posible Gobierno. Entonces, el Rey ya no tuvo más remedio que nombrar presidente al almirante Juan Bautista Aznar, que formaría un Gobierno de «concentración monárquica» y el que fijaría la agenda electoral: primero, elecciones municipales y, dos meses después, elecciones generales constituyentes.
CON SU CUÑADO/ Pero sigamos los pasos de Azaña. El 28 de septiembre de 1930 ya había dicho en la Plaza de Toros de Madrid: «Los republicanos venimos al encuentro del país no para comprometer el porvenir de la nación, sino como la última reserva de esperanza que le queda a España de verse bien gobernada y administrada, de hacer una política nacional». Cuando el general Mola, a la sazón director general de Seguridad, manda detener a los miembros del Comité Revolucionario el 16 de diciembre, al tímido y miedoso presidente del Ateneo, ante la posibilidad de ir a la cárcel, le entra el pánico y se esconde en casa de su cuñado Rivas Chérif (ni siquiera se atrevió a huir al extranjero como le aconsejaba su amigo Indalecio Prieto, por temor a ser detenido en la frontera) y allí permanece hasta el 14 de abril lleno de miedo. Se dice que ni siquiera los otros miembros del comité detenidos y encarcelados supieron nada de él en aquellos meses. Según su cuñado, Azaña no se atrevía ni a asomarse a ver la calle y solo se enteraba de lo que pasaba fuera por lo que le contaban su mujer, Dolores Rivas Chérif, que había permanecido en su casa para hacer creer que había huido de Madrid, y así permaneció hasta que en marzo el Tribunal que juzgó a los «golpistas» los condenó solo a seis meses y, por tanto, en libertad. Aquel mismo día, Miguel Maura se puso en contacto con él y le pidió que acudiera a su casa de la calle Príncipe de Vergara, donde se reunían los miembros excarcelados del comité. Ni eso.
Azaña no se creía lo que estaba pasando… ni siquiera cuando comenzó la campaña electoral para las elecciones municipales del 12 de abril. Hasta que la tarde del 14 de abril (cuando ya se sabía que las izquierdas, aunque habían sido derrotadas a nivel nacional, habían resultado victoriosas en 41 de las capitales más importantes, entre ellas Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Bilbao) cuando Maura le llama para decirle que van a tomar el poder al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, se resiste y tienen que pasarse por su casa de la calle Serrano para recogerle y con ellos, con Alcalá Zamora al frente y rodeados de una multitud vociferante que había llenado las calles del centro de la capital, se plantan en la Puerta del Sol y con atrevimiento Miguel Maura llama a las puertas y al preguntar los guardias que mantenían la entrada quién era respondió: «Somos el Gobierno de España». Y las puertas se abrieron de par en par y todos los miembros presentes (los huidos a Francia no regresarían hasta dos días después) suben hasta el despacho del subsecretario, que sin rechistar les entrega el poder.
Es el momento cumbre de la República, porque inmediatamente Alcalá Zamora, con Maura, Azaña, Albornoz y otros se asoman a los balcones y sin más preámbulos grita: «¡Viva la República!»… y ese grito coreado por miles de gargantas retumban en todo Madrid como el mayor trueno oído jamás. «Bien, señores, ha llegado la hora del BOE (Boletín Oficial del Estado), hay que redactar enseguida los decretos que hagan oficial la llegada de la República».
Y él mismo, como más experto en documentos oficiales, fue redactando los primeros decretos. El primero decía: «El Gobierno provisional de la República ha tomado el poder sin tramitación y sin resistencia ni oposición protocolaria alguna, es el pueblo quien le ha elevado a la posición en que se halla, y es él quien en toda España le rinde acatamiento e inviste de autoridad. En su virtud, el presidente del gobierno provisional de la República asume desde este momento la jefatura del Estado con el asentimiento expreso de las fuerzas políticas triunfantes y de la voluntad popular, conocedora, antes de emitir su voto en las urnas, de la composición del Gobierno provisional. Interpretando el deseo inequívoco de la nación, el Comité de las fuerzas políticas coaligadas para la instauración del nuevo régimen designa a don Niceto Alcalá Zamora y Torres para el cargo de presidente del gobierno provisional de la República. Madrid, 14 de abril de 1931. Por el Comité, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago Casares Quiroga, Miguel Maura, Álvaro de Albornoz, Francisco Largo Caballero».
A continuación, fue redactando los decretos, con los nombramientos de los nuevos ministros, que eran: presidente, Niceto Alcalá-Zamora y Torres; Estado, Alejandro Lerroux García; Justicia, Fernando de los Ríos Urruti; Guerra, Manuel Azaña Díaz; Marina, Santiago Casares Quiroga; Hacienda, Indalecio Prieto Tuero; Gobernación, Miguel Maura Gamazo; Instrucción Pública y Bellas Artes, Marcelino Domingo Sanjuán; Fomento, Álvaro de Albornoz y Liminiana; Trabajo, Francisco Largo Caballero; Economía Nacional, Lluis Nicolau d’Olwer y Comunicaciones, Diego Martínez Barrio. El cuarto decía: «Vengo en nombrar ministro de la Guerra, denominación que se restablece para el del Ejército, a don Manuel Azaña Díaz».
Los Decretos de la trituración
Desde el año 1917 que estuvo en París becado por el Gobierno español estudiando la situación del Ejército francés y las conferencias que fue pronunciada antes de pasarse al bando republicano, ya se sabía que si algún día se proclamaba la República Don Manuel Azaña sería el Ministro de la Guerra. Y así fue. La misma noche del 14 de abril fue publicado el Decreto por el que se le nombraba. Como puede comprobarse en los Decretos que esa misma noche firmó el presidente Alcalá Zamora.
1) Decreto de Alcalá Zamora nombrándose Presidente de la República.
El Gobierno provisional de la República ha tomado el Poder sin tramitación y sin resistencia ni oposición protocolaria alguna; es el pueblo quien le ha elevado a la posición en que se halla, y es él quien en toda España le rinde acatamiento e inviste de autoridad. En su virtud, el Presidente del Gobierno provisional de la República, asume desde este momento la jefatura del Estado con el asentimiento expreso de las fuerzas políticas triunfantes y de la voluntad popular conocedora, antes de emitir su voto en las urnas, de la composición del Gobierno provisional.
Interpretando el deseo inequívoco de la Nación, el Comité de las fuerzas políticas coaligadas para la instauración del nuevo régimen, designa a D. Niceto Alcalá-Zamora y Torres para el cargo de Presidente del Gobierno provisional de la República.
Madrid, catorce de abril de mil novecientos treinta y uno.
Por el Comité, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Santiago Casares Quiroga, Miguel Maura, Alvaro de Albornoz, Francisco Largo Caballero.
A continuación fue nombrando a los distintos Ministros del Gobierno, entre ellos a Azaña como Ministro de la Guerra.
2) Decreto nombrando Ministro de la Guerra a Don Manuel Azaña.
Vengo en nombrar Ministro de la Guerra, denominación que se restablece para el del Ejército, a don Manuel Azaña Díaz.
Dado en Madrid, a catorce de Abril de mil novecientos treinta y uno.
El Presidente del Gobierno provisional de la República. Niceto Alcalá-Zamora y Torres.
Pero esa misma noche acompañado por el Capitán Menéndez se fue a tomar posesión del cargo al Palacio de Buenavista, sede del ministerio. Y el día 25 sacaba su primer Decreto, el que comenzaba la Trituración, ya que el Decreto exigía Juramento de fidelidad a la República.
DECRETO de 22 de abril de 1931, relativo a promesa de fidelidad a la República por el Ejército.
La Revolución de Abril, que por voluntad del pueblo ha instaurado la República en España, extingue el juramento de obediencia y fidelidad que las fuerzas armadas de la Nación habían prestado a las instituciones hoy desaparecidas. No se entiende, en modo alguno, que las fuerzas de mar y tierra del país estaban ligadas en virtud de aquel juramento por un vínculo de adhesión a una dinastía o una persona. La misión del Ejército, dice el artículo 2º de la Ley constitutiva, es sostener la independencia de la Patria.
Esta doctrina, tan sencilla y tan clara, sobre la cual fundará la República su política militar, va a tener ahora un desarrollo completo y su perfección. El Ejército es nacional, así como la Nación no es patrimonio de una familia. La República es la Nación que se gobierna así misma. El Ejército es la Nación organizada para su propia defensa. Resulta, pues, evidente que tan sólo en la República pueden llegar el Estado y sus servidores en armas a la identidad de propósitos, de estímulos y de disciplina, en que se sustenta la paz interior y en caso de agresión, la defensa eficaz de nuestro suelo. Al tender hoy la República a los Generales, Jefes y Oficiales de su Ejército, la fórmula de una promesa de fidelidad, de obediencia a sus Leyes, y de empeñar su honor en defenderla con las armas, les brinda la ocasión de manifestar libre y solemnemente los sentimientos.
Fue una bomba porque ello supuso la salida de todos los generales, jefes y oficiales que no simpatizaban con la República. Lo que a la larga sería un filón de anti-azañistas.
Era el comienzo de lo que años más tarde José María Gil Robles llamaría Decretos de la Trituración del Ejército porque a continuación vinieron los Decretos de Azaña ya como Ministro de la Guerra. Un ejército que estaba compuesto por 800 generales y para una tropa de 118.000 soldados había 21.000 jefes y oficiales. En la primera criba sólo quedaron 80 generales.
Decreto del 25 de mayo por el que se reorganiza la situación del ejército español, que eliminaba las Capitanías Generales y formaba 8 regiones.
La democratización.
Azaña quería un ejército más moderno, profesional, eficaz y cívico, más republicano también. Por eso uno de sus primeros decretos, de 22 de abril, obligó a los jefes y oficiales a prometer fidelidad a la República, con la fórmula: “prometo por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas”. Asimismo, en consonancia con la definición aconfesional del Estado, Azaña suprimió el Cuerpo Eclesiástico del Ejército constituido por los capellanes castrenses.
El cierre de la Academia de Zaragoza
¡Ay!, pero con el triunfo llegó el resentimiento y no hay hombre más antipático que un resentido. Porque en cuanto Azaña se vio en el poder sacó a relucir todo lo que llevaba dentro, se volvió un hombre frío, soberbio, engreído, huraño, que miraba a todos por encima del hombro y sólo veía en los demás sus defectos y vicios. La mejor prueba es que desde la noche del 14 de abril hasta el mes de septiembre sacó 32 Decretos, creyendo que la República era suya, que España era suya, que el Ejército era suyo, que las Cortes eran suyas. Y como tal resentido empezó su política de “trituración”. Durante esos meses no dejó títere con cabeza y fue el azote de los generales, de los políticos, de los partidos y hasta del propio Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora.
Pero como por sus obras lo conoceréis, sigamos con los Decretos de aquellos meses. El primero fue la eliminación de los ascensos por méritos de guerra de los generales, coroneles y oficiales en Marruecos.
Sin embargo, de aquellos Decretos destacó el del 1 de julio de 1931, por el que se cerraba la Academia General Militar de Zaragoza, la “niña bonita” de aquel Ejército. Fue el primer choque serio de Franco y Azaña, ya que el General se resistió a arriar la bandera e izar la nueva bandera republicana (eso irritó al señor Ministro de la Guerra que automáticamente lo cesó y lo mandó a Galicia en situación de reserva, lo que tenía una agravante, y es que los generales que estuviesen en esa situación si antes de los seis meses no le daban mando en plaza perdían su rango y su grado). Curiosamente Franco se despidió de los cadetes de la Academia General el día 14 de julio, el mismo día que se reunían las Cortes Constituyentes de la República… pero tampoco Franco recibió su cese con normalidad y aquel mismo día al despedirse de los cadetes pronunció un discurso que retumbaría en toda la España republicana e irritaría aún más al Ministro de la Guerra.
La Academia era una creación de la Dictadura de Primo de Rivera de 1928, como repuesta al conflicto entre el dictador y el Arma de Artillería a causa del sistema de ascensos (la antigüedad que defendían los artilleros frente a los «méritos de guerra» que defendían los militares «africanistas», a los que ahora apoyaba el dictador). Primo de Rivera intentó acabar con la oposición de los artilleros disolviendo su cuerpo de oficiales y poniendo fin a la formación técnica que proporcionaba la academia de Segovia, donde, al cabo de cinco cursos, recibían los cadetes un título de teniente de Artillería y otro de ingeniero industrial. Por el contrario en las academias de Infantería y de Caballería sitas en Toledo los cadetes solo estudiaban tres años y no recibían ningún título civil. Así pues para acabar con el “espíritu artillero”, la dictadura estableció un nuevo plan de estudios militares que consistía en que los cadetes del Ejército cursarían dos años en una nueva academia general y otros dos en la propia de su cuerpo. Al terminar los cuatro años, serían promovidos a tenientes, sin títulos ni graduaciones civiles. Para dirigir la nueva institución el general Primo de Rivera pensó en un militar que tuviera una mentalidad radicalmente opuesta a la del “espíritu artillero” (que él consideraba ilustrado, elitista y burocrático) y para ello pensó primero en el general Millán Astray, fundador de la Legión y un furibundo “africanista”, pero le desaconsejaron su nombramiento porque era un personaje conflictivo, con enemigos en el Ejército. Entonces se decidió por el general Franco, que había sido su segundo en la Legión. Azaña cuando cerró la Academia de Zaragoza repartió sus alumnos entre las academias de las armas respectivas (Toledo: Infantería, Caballería e Intendencia; Segovia: Artillería e Ingenieros; Madrid: Sanidad Militar). Además se estableció que los cadetes de las academias también realizaran estudios en las universidades como complemento a su formación militar.
El cierre de la Academia General Militar resultó una de las medidas más polémicas de la reforma militar de Azaña, pero este consideraba que la Academia bajo la dirección del general Franco se había convertido en un centro difusor de las ideas militaristas propias de los militares «africanistas» y por tanto constituía un obstáculo para su proyecto de neutralizar políticamente al Ejército y ponerlo bajo el control de las Cortes y del Gobierno.
Entre otras cosas Franco diría estas palabras:
“Caballeros cadetes:
Nuestro Decálogo del Cadete recogió de nuestras sabias Ordenanzas lo más puro y florido, para ofrecéroslo como credo indispensable que prendiese vuestra vida, y en estos tiempos en que la caballerosidad y la hidalguía sufren constantes eclipses, hemos procurado afianzar nuestra fe de caballeros manteniendo entre vosotros una elevada espiritualidad.
Por ello, en estos momentos, cuando las reformas y nuevas orientaciones militares cierran las puertas de este centro, hemos de elevarnos y sobreponernos, acallando el interno dolor por la desaparición de nuestra obra, pensando con altruismo: se deshace la máquina, pero la obra queda; nuestra obra sois vosotros, los 720 oficiales que mañana vais a estar en contacto con el soldado, los que los vais a cuidar y a dirigir, los que, constituyendo un gran núcleo del Ejército profesional, habéis de ser, sin duda, paladines de la lealtad, la caballerosidad, la disciplina, el cumplimiento del deber y el espíritu de sacrificio por la Patria, cualidades todas inherentes al verdadero soldado, entre las que destaca como puesto principal la disciplina, esa excelsa virtud indispensable a la vida de los ejércitos y que estáis obligados a cuidar como la más preciada de vuestras prendas.
¡Disciplina!…, nunca buen definida y comprendida. ¡Disciplina!…, que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!…, que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el ejemplo que os ofrecemos.
Sin embargo, Azaña no se atrevió a expulsar a Franco y cuando ya sólo le faltaba un mes para perder el generalato, por el famoso Decreto del 25 de abril, lo nombró Comandante General de Baleares.
España ya no es católica
Aunque se hayan publicado mil veces las palabras de Miguel Maura, el que fuera Primer Ministro de la Gobernación de la II República, sobre Manuel Azaña creo conveniente reproducirlas otra vez, porque definen el personaje y sus distintas etapas mejor, incluso, que ninguno de sus biógrafos.
“He conocido -diría Miguel Maura- tres Azañas diferentes en tres etapas sucesivas: el del periodo revolucionario y el Gobierno provisional; el de la Presidencia del Consejo y la máxima responsabilidad de Gobierno y el Azaña físicamente acabado, moribundo, pero con su cerebro privilegiado no sólo intacto, sino afinado por la enfermedad y la desgracia, un mes justamente antes de su muerte… pero el de entonces, el primero de la serie, era con mucho, el peor: despectivo, soberbio, incisivo sin piedad y sin gracia, reservado para cuantos no fuesen sus habituales contertulios, despiadado en los juicios sobre las personas y los actos ajenos; en una palabra: insoportable”.
Pues bien, este primer Azaña, el demagogo, el insoportable, el soberbio, el resentido, es el que una vez triturado el ejército se enfrenta a la Iglesia. No era misión suya, pero para aquel Azaña no hay límites y cuando el 1 de mayo de 1931 el Cardenal Segura, Arzobispo de Toledo y Primado de España, publica su famosa Pastoral sobre los deberes de los católicos con la República, se enfurece y en base a la Ley de Defensa no lo duda y tan solo unos días después lo expulsa de España, exiliado a Roma (donde permanecería hasta el final de la Guerra el año 1939).
Sin embargo, no se conforma y cuando en los debates constituyentes le toca el turno al Artículo 26 que se refiere a las relaciones Iglesia-Estado, se explaya y saca todo el resentimiento anticlerical que había ido almacenando desde “El jardín de los frailes”. Es cuando dice la famosa frase que pasaría a la Historia: “España ha dejado de ser católica”.
Pero oigamos sus palabras sacadas del “Diario de Sesiones” de las Cortes.
“Cada una de estas cuestiones, Sres. Diputados, tiene una premisa inexcusable, imborrable en la conciencia pública, y al venir aquí, al tomar hechura y contextura parlamentaria, es cuando surge el problema político. Yo no me refiero a las dos primeras, me refiero a esto que llaman problema religioso. La premisa de este problema, hoy político, la formulo yo de esta manera: España ha dejado de ser católica; el problema político consiguiente es organizar el Estado en forma tal que quede adecuado a esta fase nueva e histórica el pueblo español.
Yo no puedo admitir, Sres. Diputados, que a esto se le llame problema religioso. El auténtico problema religioso no puede exceder de los límites de la conciencia personal, porque es en la conciencia personal donde se formula y se responde la pregunta sobre el misterio de nuestro destino. Este es un problema político, de constitución del Estado, y es ahora precisamente cuando este problema pierde hasta las semejas de religión, de religiosidad, porque nuestro Estado, a diferencia del Estado antiguo, que tomaba sobre sí la curatela de las conciencias y daba medios de impulsar a las almas, incluso contra su voluntad, por el camino de su salvación, excluye toda preocupación ultraterrena y todo cuidado de la fidelidad, y quita a la Iglesia aquel famoso brazo secular que tantos y tan grandes servicios le prestó. Se trata simplemente de organizar el Estado español con sujeción a las premisas que acabo de establecer.
Para afirmar que España ha dejado de ser católica tenemos las mismas razones, quiero decir de la misma índole, que para afirmar que España era católica en los siglos XVI y XVII. Sería una disputa vana ponernos a examinar ahora qué debe España al catolicismo, que suele ser el tema favorito de los historiadores apologistas; yo creo más bien que es el catolicismo quien debe a España, porque una religión no vive en los textos escritos de los Concilios o en los infolios de sus teólogos, sino en el espíritu y en las obras de los pueblos que la abrazan, y el genio español se derramó por los ámbitos morales del catolicismo, como su genio político su derramó por el mundo en las empresas que todos conocemos. (Muy bien.)
Al final el artículo 26 quedó redactado así:
“Artículo 26.-Todas las confesiones religiosas serán consideradas como asociaciones sometidas a una ley especial.
El Estado, las regiones, las provincias y los municipios no mantendrán, favorecerán ni auxiliarán económicamente a las iglesias, asociaciones e instituciones religiosas.
Una ley especial regulará la total extinción en un plazo máximo de dos años del presupuesto del clero.
Quedan disueltas aquellas órdenes religiosas que estatuariamente imponen, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes.
Las demás órdenes religiosas se someterán a una ley especial votada por las Cortes Constituyentes y ajustadas a las siguientes bases:
Disolución de las que, por sus actividades, constituyen un peligro para la seguridad del Estado.
Inscripción de las que deban subsistir en un Registro especial dependiente del Ministro de Justicia.
Incapacidad de adquirir y conservar, por sí o por persona interpuesta, más bienes de los que, previa justificación, se destinen a su vivienda o al cumpliendo directo de sus fines privativos.
Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza.
Sumisión a todas las leyes tributarias del país.
Obligación de rendir anualmente cuentas al Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la Asociación.
Los bienes de las Órdenes religiosas podrán ser nacionalizados”.
Fue una victoria aplastante de Azaña ya que 178 diputados votaron a favor de las enmiendas presentadas por el Ministro de la Guerra contra 30 abstenciones y 19 noes.
Y como consecuencia de este triunfo del resentido y los republicano-socialistas de Largo Caballero se produjo la primera crisis del Gobierno, ya que Alcalá Zamora, Presidente del Gobierno Provisional, y Miguel Maura, Ministro de la Gobernación, dimitieron y le dejaron hasta la Presidencia del Gobierno.
Sin prisioneros: tiros a la barriga
Pero, la tragedia del prepotente, soberbio y resentido Jefe del Gobierno y Ministro de la Guerra durante el bienio republicano-socialista, no le llegó por donde hubiera sido más lógica: la reacción de un ejército “triturado” por los Decretos de los primeros meses. Es más, su mayor triunfo político fue el 10 de agosto de 1932, cuando sin despeinarse acabó con el “Golpe” del General Sanjurjo que pudo ser el fin de aquella República que ya se inclinaba descaradamente hacia la izquierda.
No, la tragedia, lo que no podría ya borrar nunca de su biografía política, fue la “Masacre de Casa Viejas” (Cádiz), una sublevación anarquista que pretendía implantar en Andalucía el “comunismo libertario”. Sucedió los días 10-13 de enero de 1933. Pero centrémonos en los hechos:
“Una de las provincias donde se produjeron disturbios protagonizados por comités anarquistas locales fue la de Cádiz. El 10 de enero de 1933, el gobierno decidió enviar allí a una compañía de guardias de asalto al mando del capitán Manuel Rojas Feijespán. Cuando el día 11 llegaron a Jerez de la Frontera, fueron informados de que la línea telefónica había sido cortada en Casas Viejas, una población de unos 2000 habitantes cercana a Medina Sidonia y que actualmente es parte del municipio de Benalup-Casas Viejas.
En la noche del 10 de enero y en la madrugada del 11, un grupo de campesinos afiliados a la CNT habían iniciado una insurrección en Casas Viejas. Por la mañana rodearon, armados con escopetas y algunas pistolas, el cuartel de la Guardia Civil, donde se encontraban tres guardias y un sargento. Se produjo un intercambio de disparos y el sargento y un guardia resultaron gravemente heridos (el primero moriría al día siguiente; el segundo dos días después).
A las dos de la tarde del 11 de enero, un grupo de doce guardias civiles al mando del sargento Anarte llegaron a Casas Viejas, liberaron a los compañeros que quedaban en el cuartel y ocuparon el pueblo. Temiendo las represalias, muchos vecinos huyeron y otros se encerraron en sus casas. Tres horas después llegó un nuevo grupo de fuerzas de orden público al mando del teniente Gregorio Fernández Artal compuesto por cuatro guardias civiles y doce guardias de asalto. Inmediatamente comenzaron a detener a los presuntos responsables de ataque al cuartel de la Guardia Civil, dos de los cuales, después de ser golpeados, acusaron a dos hijos y al yerno de Francisco Cruz Gutiérrez, apodado “Seisdedos”, un carbonero de setenta y dos años que acudía de vez en cuando a la sede del sindicato de la CNT, y que se habían refugiado en su casa, una choza de barro y piedra. Al intentar forzar la puerta de la casa de “Seisdedos”, los de dentro empezaron a disparar y un guardia de asalto cayó muerto en la entrada (en algunas versiones se dijo que el guardia fue retenido como rehén y murió después) y otro resultó herido. A las diez de la noche, empezó el asalto a la choza sin éxito. Pasada la medianoche, llegó a Casas Viejas una unidad compuesta de cuarenta (o noventa según otras fuentes) guardias de asalto, al mando del capitán Rojas, que había recibido la orden del Director General de Seguridad en Madrid, Arturo Menéndez, para que se trasladara desde Jerez y acabara con la insurrección, abriendo fuego “sin piedad contra todos los que dispararan contra las tropas”.
El capitán Rojas dio orden de disparar con rifles y ametralladoras hacia la choza y después ordenó que la incendiaran. Dos de sus ocupantes, un hombre y una mujer, fueron acribillados cuando salieron huyendo del fuego. Seis personas quedaron calcinadas dentro de la choza (probablemente ya habían muerto acribilladas cuando se inició el incendio), entre ellos “Seisdedos”, sus dos hijos, su yerno y su nuera. La única superviviente fue la nieta de “Seisdedos”, María Silva Cruz, conocida como “la Libertaria”, que logró salvar la vida al salir con un niño en brazos.
Hacia las cuatro de la madrugada del día 12, Rojas y sus hombres se retiraron a la fonda donde habían instalado el cuartel general. Allí fue tomando cuerpo la idea de realizar un escarmiento. El capitán Rojas envió un telegrama al director general de Seguridad con el siguiente texto: “Dos muertos. El resto de los revolucionarios atrapados en las llamas”. Rojas ordenó a tres patrullas que detuvieran a los militantes más destacados, dándoles instrucciones para que dispararan ante cualquier mínima resistencia. Mataron al anciano Antonio Barberán Castellar, de setenta y cuatro años, cuando volvió a cerrar su puerta tras la llamada de los guardias y gritó “¡No disparéis! ¡Yo no soy anarquista!”. Detuvieron a doce personas y las condujeron esposadas a la choza calcinada de “Seisdedos”. Les mostraron el cadáver del guardia de asalto muerto y a continuación el capitán Rojas y los guardias los asesinaron a sangre fría.” (Wikipedia).
Sin embargo, aquella “Masacre de Casas Viejas” no se quedaría en un acto de represión de las fuerzas de seguridad del Estado, porque rápidamente la tragedia saltó a la Prensa nacional y al Parlamento, donde surgieron las órdenes que, al parecer, los mandos responsables de la represión habían recibido del propio Azaña, Presidente del Gobierno: “Ahora vaya y diga a sus hombres que rechacen los ataques y que nada de hacer prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga. Tiros a la barriga y nada más”. Y tal escándalo se produjo que hasta se orquestó una “Comisión de Investigación” para aclarar y definir la responsabilidad de los mandos que habían fusilados a los prisioneros y especialmente sí era cierto o no que el Presidente Azaña había dado la orden salvaje de los “tiros a la barriga”. También la “Masacre” llegó a los Tribunales y en 1934 se celebró el juicio en Cádiz. “La frase, la tan traída y llevada orden, la sacó a la luz en Cádiz, en el juicio a Rojas de 1934, el capitán de Estado Mayor Bartolomé Barba. A Barba lo llevó como testigo el defensor del capitán Rojas, Pardo Reina, para que contase algo muy concreto: que dos días antes de los Sucesos de Casas Viejas, en Madrid, Azaña, entonces jefe del Gobierno y también ministro de la Guerra, lo llamó a su despacho y le informó de que habían sido atacados cuarteles en Lérida y otras ciudades y que se esperaban asaltos en Madrid. Entonces, contó Barba, Azaña le ordenó: «Ahora vaya y diga a sus hombres que rechacen los ataques y que nada de hacer prisioneros ni heridos. Tiros a la barriga. Tiros a la barriga y nada más»…
Azaña no acudió a declarar a Cádiz como testigo al juicio de 1934 contra Rojas. El tribunal no lo consideró necesario y rechazó la petición de la defensa. Pero eso fue precisamente lo que hizo que el Tribunal Supremo ordenase repetir el juicio. Y entonces sí acudió a la capital gaditana Manuel Azaña, entonces ya exjefe del Gobierno, para declarar como testigo. También lo hizo el capitán Barba y hasta con un careo público con Azaña, en el que tampoco quedó claro si la famosa frase de los “tiros a la barriga” la dijo o no la dijo el prepotente Azaña.” (T. Ramos. Diario de Cádiz).
Autonomía, sí. Independencia, no.
Sería absurdo hablar de Don Manuel Azaña sin referirse al “problema catalán”. De entrada hay que decir que el “hombre de la República” que en 1932 apoyó el Estatuto de Cataluña años más tarde se opuso frontalmente a la proclamación de la República Independiente proclamada por el mismísimo President de la Generalitat, Lluis Companys. No hay más que leer los discursos que pronuncia en el Parlamento entre abril y junio de ese año para dejar claro su postura sobre las aspiraciones del catalanismo más radical.
“El patriotismo no es un código de doctrina –diría a los que atacaban el Estatuto desde las raíces más patrióticas-, el patriotismo es una disposición del ánimo que nos impulsa, como quien cumple un deber a sacrificarnos en aras del bien común, pero ningún problema político tiene escrita su solución en el código del patriotismo”.
Azaña, está claro, se erige en el gran defensor del Estatuto (aprobado en Cataluña en un referéndum con mayoría aplastante), pero como Jefe del Gobierno que es cuando comienzan a discutirse los 52 artículos que lo componen sin amilanarse saca las tijeras y va recortando sin contemplaciones hasta dejarlo en 18 artículos. Empezando por la base esencial en la que se sustentan las aspiraciones catalanistas. “El Poder de Cataluña emana del pueblo. Cataluña es un Estado autonómico de la República Española”, decía el texto llegado desde Barcelona. Azaña se opone y defiende lo que queda al final: “Cataluña se constituye en región autónoma dentro del Estado Español”. Autonomía sí, independencia, no.
También se dirige a los “moderados” que defienden medidas intermedias obtenidas tras largos regateos (diálogos) y forcejeos (negociaciones), les dice: “La política española, o la política de Madrid –como decían los catalanes- frente al catalanismo consistió en negar su existencia; no existía catalanismo ni problema catalán; y cuando ya el regionalismo, el nacionalismo y aun el separatismo hacían progresos, y progresos importantes, cada uno en su orden, en diversas zonas de la sociedad catalana, todavía la consigna de la política oficial y monárquica era que eso no tenía importancia, que eran cuatro gatos. Cuando fue indeclinable, inexcusable, incluso para combatirlo, reconocer la existencia y la importancia del catalanismo, en sus diversas formas y hechuras, y del problema catalán, entonces se adoptó una política de paliar, de sobresanar la herida con medidas intermedias sacadas con regateo y forcejeo, no siempre con pleno decoro del poder público. Esta política produjo los efectos más dañosos, porque no pudo contentar a nadie: a los catalanes, por la propia actitud de recelo, de desdén y de obligarles a esa posición del que pide, del que amenaza, del que no sabe hacerse oír; y al resto de la opinión española, señores diputados (y esto es más grave), porque se le dejó una impresión dañosa y perniciosa cuyos resultados estamos tocando ahora, a saber: que las Cortes y los Gobiernos no eran dueños de su libertad, ni de su acción, ni de su potestad, ante las aspiraciones o las pretensiones de los catalanistas, y que ningunas Cortes ni ningún Gobierno eran dueños de resistir a la coacción política de los partidos catalanes. Este fue el peor resultado de aquella política.”
Aunque a esas alturas Azaña ha comprobado ya que la cuestión se agrava por la “sistemática deslealtad de los políticos catalanes”. Azaña no tiene dudas: un Estatuto de autonomía no puede ir nunca contra la Constitución del Estado ni por encima de ella. “Es un concepto incompatible –dice- con la Constitución que Cataluña sea un Estado… Las regiones después que tengas la autonomía no son el extranjero, son España… Cataluña, con autonomía o sin autonomía, es una parte del Estado español”. Naturalmente a nadie se le ocurre hablar del “derecho de autodeterminación”. “Es pensando en España, de la que forma parte integrante, inseparable e ilustrísima Cataluña, como se propone y se vota la autonomía de Cataluña, no de otra manera”.
Con el Frente Popular, ya instalado en el Poder y Azaña Presidente de la República, escribiría en su obra “Cuaderno de la Pobleta” (1937) que había dado instrucciones para que el Gobierno recuperase los poderes que reservan al Estado la Constitución y las Leyes, “poniendo coto a los excesos y desmanes de los órganos autonómicos catalanes” y afirma haber asistido en Cataluña, “estupefacto, al desarrollo de la más desatinada aventura que se puede imaginar… No se han privado de ninguna trasgresión, ni de ninguna invasión de funciones” y como ejemplo de estas “extralimitaciones y abusos” de la Generalitat señala “LA CREACIÓN DE DELEGACIONES DE LA GENERALITAT EN EL EXTRANJERO”. Y más tarde, cuando ya ha pasado del optimismo a la impotencia y al sentimiento de culpabilidad “por no haber sabido evitar todo esto”, escribe, ya en el exilio, estas tristes palabras: “Nuestro pueblo está condenado a que, con Monarquía o con República, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario o bajo un régimen autonómico, la cuestión catalana perdure, como un manantial de perturbaciones de discordias apasionadas y de injusticias”.
El ilustre profesor García de Enterría terminaría su antología “Sobre la autonomía política de Cataluña”, en homenaje a Azaña, citando el punto 6 de la resolución número 1514 de la Asamblea General de la ONU que dice: “Todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas.”
Tampoco hay que olvidar como terminó aquel intento del Presidente Companys de 1934 cuando desde el balcón del Palacio de San Jaume proclamó el “Estát Catalá” de la República catalana y la independencia de España: “En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el ESTADO CATALÁN de la República Federal Española y al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña, el Gobierno provisional de la República, que hallará en nuestro pueblo catalán el más generoso impulso de fraternidad en el común anhelo de edificar una República Federal libre y magnífica.”
Lluis Companys y todo su Gobierno, y más de 3.000 personas, fueron detenidos y encarcelados en los buques “Uruguay” y “Cadiz”, que estaban anclados en el puerto de Barcelona, transformados en prisiones. Companys fue condenado a 30 años de prisión e inhabilitación… ¡Y allí, curiosamente, estaba Don Manuel Azaña!
Paz, piedad y perdón
Y con este artículo termino la “mini-serie” que he dedicado a Don Manuel Azaña, “el hombre de la República”. Ya sé que se quedan muchas cosas importantes de su vida y de su obra en el tintero, pero más o menos las páginas publicadas han podido ilustrar a las nuevas generaciones quién fue Manuel Azaña.
Azaña formó parte –como ya se ha dicho- del primer Gobierno de la Segunda República como Ministro de la Guerra, después sería Jefe del Gobierno y por último Presidente de la República. O sea que desde el 14 de abril de 1931 hasta el 5 de febrero de 1939 vivió intensamente los avatares de la República y de la Guerra Civil. Curiosamente durante esos años vivió momentos difíciles y comprometidos. Tuvo que hacer frente al Golpe Militar del general Sanjurjo, a la matanza de Casas-Viejas y al alzamiento militar de 1936 que sería el principio del fin de su vida política. Porque, siendo como era, un hombre tímido, según sus amigos incluso cobarde, pacífico, no pudo evitar los casi tres años de enfrentamiento a muerte de las Dos Españas.
Ya la matanza de la Cárcel Modelo de Madrid del mes de agosto, en la que pereció fusilado su primer jefe político y amigo, Melquiades Álvarez, le afectaron de tal modo que se planteó dimitir, hundido moralmente. Otro momento hubo también que quiso abandonar el barco. Fue a finales de marzo de 1938 cuando no pudo cargarse a Negrín, como Jefe del Gobierno, y de nuevo quiso dimitir. “Usted no puede dimitir –le dijo Indalecio Prieto al verle tan hundido- usted personifica la República que respetan los Países no aliados de Franco”.
Pero, por razones de espacio, quiero quedarme con algunas frases que pronunció entre abril de 1931 y febrero de 1939. Son estas:
“Los españoles están habituados a que se les pegue o a que se les corrompan desde el poder. Yo no pego trancazos ni corrompo a nadie. Tengo la pretensión de gobernar con razones, mis manos están llenas de razones, fundadas en mi propio derecho, en mi propia historia política. No somos ni verdugos ni títeres, no estamos a merced de una obcecación de la cólera ni a merced de la cólera de los demás. Gobernamos con razones y con leyes. El que se salga de la ley ha perdido la razón y no tengo que darle ninguna”.
“Te aseguro, amigo Osorio, que antes de aceptar la independencia de Cataluña que quieren Companys y los suyos prefiero entregársela a Franco. Con él seguro que podríamos llegar a la postre a un acuerdo. La Unidad de España es sagrada”.
Sin embargo el discurso más importante de su vida política fue el que pronunció el 18 de julio de 1938, con motivo del segundo aniversario del inicio de la Guerra Civil. Hay que tener en cuenta que en esos momentos Azaña era ya un hombre vencido y desmoralizado (lo que según Marañón suele sucederle a los resentidos cuando la vida no les da lo que ellos deseaban). Por su interés recojo algunos párrafos de ese emotivo discurso:
“Señores diputados presentes:
Cada vez que los gobiernos de la República han estimado conveniente que me dirija a la opinión general del país, lo he hecho desde un punto de vista intemporal, dejando a un lado las preocupaciones más urgentes y cotidianas, que no me incumben especialmente, para discurrir sobre los datos capitales de nuestros problemas, confrontados con los intereses permanentes de la nación.
A pesar de todo lo que se hace para destruirla, España subsiste. En mi propósito, y para fines mucho más importantes, España no está dividida en dos zonas delimitadas por la línea de fuego; donde haya un español o un puñado de españoles que se angustian pensando en la salvación del país, ahí hay un ánimo y una voluntad que entran en cuenta. Hablo para todos, incluso para los que no quieren oír lo que se les dice, incluso para los que, por distintos motivos contrapuestos, acá o allá, lo aborrecen. Es un deber estricto hacerlo así, un deber que no me es privativo, ciertamente, pero que domina y subyuga todos mis pensamientos. Añado que no me cuesta ningún esfuerzo cumplirlo; todo lo contrario. Al cabo de dos años, en que todos mis pensamientos políticos, como los vuestros; en que todos mis sentimientos de republicano, como los vuestros, y en que mis ilusiones de patriota, también como las vuestras, se han visto pisoteados y destrozados por una obra atroz, no voy a convertirme en lo que nunca he sido: en un banderizo obtuso, fanático y cerril…
Este fenómeno profundo, que se da en todas las guerras, me impide a mi hablar de España en el orden político y en el orden moral, porque es un profundo misterio, en este país de las sorpresas y de las reacciones inesperadas, lo que podrá resultar el día de mañana en que los españoles, en paz, se pongan a considerar lo que han hecho durante la guerra. Yo creo que si de esta acumulación de males ha de salir el mayor bien posible, será con ese espíritu, y desventurado el que no lo entienda así. No tengo el optimismo de un pangloss ni voy a aplicar a este drama español la simplísima doctrina del adagio, de que «no hay mal que por bien no venga». No es verdad, no es verdad. Pero es obligación moral, sobre todos los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, de sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que le hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: PAZ, PIEDAD y PERDÓN.”
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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