27/09/2024 12:20
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…Ven Espíritu Creador;

visita las almas de tus fieles.

Llena de la divina gracia

los corazones que Tú mismo has creado…

Tú derramas sobre nosotros los siete dones;

Tú el dedo de la mano de Dios,

Tú el prometido del Padre,

pones en nuestros labios

los tesoros de tu palabra…

Hace unas horas se invocaba al Espíritu Santo en la Iglesia de San Francisco de Borja de Madrid a través de ese himno ancestral, el Veni Creator Spiritus, cuyas estrofas certificaban solemnemente la apertura del proceso de beatificación del padre Fernando Huidobro Polanco, el padre Huidobro, ese héroe de nuestras almas en el cumplimiento de una ejemplar, arriesgada y temeraria labor apostólica como capellán legionario de la IV Bandera de la Legión «Cristo de Lepanto» durante la infausta Guerra Civil Española.

Como recordaba el padre jesuita Rafael Valdés, gran valedor de la causa del siervo de Dios hace décadas, «su muerte fue instantánea, el beso supremo y encendido de su Dios, encerrado en las entrañas de acero de un proyectil rojo del 12/40…». Y aquel certero obús puso fin a la heroicidad terrenal para trasladar al «curita», como le conocían sus curtidos «legías», al Olimpo de los Héroes, allí donde se respira amor, afecto y entrega por una causa, aunque el precio a pagar sea elevado, el de tu propia vida.
Ese particular «desprecio», la entrega total, el desinteresado servicio al prójimo y la ausencia de recompensas constituyen los elementos esenciales del héroe y esa impronta, su legado, es lo que la sociedad ha de buscar en tiempos como los que, desgraciadamente, padecemos. Lo de dignificar al villano, tan infamemente de moda por estos lares, es un insulto al honor, a la dignidad y al respeto que hemos de tributar a aquellos que, con sobradas muestras de ejemplaridad, hicieron de las gestas algo cotidiano. Pocos fueron los elegidos y, casi 84 años después, las campanas celestiales doblan de felicidad por ese ejercicio de justicia poética y legionaria de este seguro exponente de la santidad y ejemplaridad. 
Y si esa práctica no es nada fácil en nuestro devenir diario; en el frente, la complicación se multiplica por mil. Las carreras del padre Huidobro en vanguardia, que siempre es puesto de honor, fueron un alarde de heroicidad, el cumplimiento de los dictados de todos y cada uno de los espíritus del Credo Legionario, un desafío constante al peligro o las órdenes del oficial de marras y un guiño a esa Muerte que, coqueta e insinuante, flirteaba con los combatientes de ambos bandos.
Sin embargo, el padre Huidobro careció de preferencias en aquel campo de batalla, en aquellas trincheras cubiertas de sangre y miedo de las que, con celeridad, surgía su impetuosa y fogosa figura como portador de la paz, la concordia y la reconciliación

Ardua tarea la de aquel páter, invitado a múltiples y variados «fregaos», que bien supo ejecutar con ágiles y prestos movimientos, con acciones carentes de ese odio y rencor de los que, en los últimos años, han mancillado la verdad histórica con leyes ad hoc cuyo resultado ha sido la sobredosis de discordia y fracción social que se respira en España, la Patria que le vio nacer y por la que regresó de un exilio forzado con aquellas maletas cargadas de la filosofía de Heidegger y el premonitorio conocimiento y aceptación de que «el ser humano es el único que muere porque es el único ser que hace propia su muerte«.
Servir para servir pudo ser su lema, el camino de una corta vida en la que jamás faltaron arrestos para mostrar amor y afecto hacia los demás, independientemente de condiciones o bandos, o continuas y constantes muestras de entrega y presencia con los pobres o débiles y ante los más fuertes o poderosos.
Sus propuestas y respuestas no tuvieron miramientos ni distinciones, fueron un don otorgado per natura, su talento vital, una invitación a mostrarse ante los demás y, sin condiciones ni prebendas, demostrar que si llegaba la Muerte, como así fue, sería cuestión de amor.

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Emilio Domínguez Díaz