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Hoy día 27 de Febrero, el glorioso Cuerpo de Infantería de Marina, cumple el cuatro cientos ochenta y cuatro aniversario de su fundación. Hoy por tanto, a pesar de las restricciones del maldito virus chino, que asola a nuestra Patria, es un día grande para nuestros Infantes. Y como homenaje a su historia y valores y para dar algo de alegría a estos momentos inciertos y de zozobra rescato un artículo que tuve el honor de ver publicado en la revista del Tercio del Norte de Infantería de Marina en julio de 2018 y que decía así:
“A través de su dilatada historia de servicio y amor a España, la Infantería más antigua del mundo, se ha caracterizado por tener unas magníficas formaciones de música militar, pues cuenta con una larga tradición musical que se remonta a épocas pretéritas, extendiéndose desde mediados del siglo XVIII a nuestros días.
Sin embargo es desde su nacimiento en el siglo XVI, con ela creación del Tercio de la Mar Océano, que tuvo una brillantísima actuación en la batalla de Lepanto, la época de la datan sus primeras bandas de música, pues aparece en documentos la reseña del embarque de bandas de tambores y pífanos en aquella acción bélica, ”la más alta ocasión que vieron los siglos” en palabras de nuestro irrepetible Miguel de Cervantes, soldado por cierto de Infantería de marina.
Es el siglo XIX, sin duda, la época de mayor desarrollo de nuestra Infantería de Marina, dándole Felipe V, el primer rey de la casa de Borbón en la historia patria, un cambio radical a su estructura y cometidos organizativos y militares. Será el Rey Fernando Vi quien dote en 1748 a la Infantería de Marina de las primeras bandas formadas por cuatro trompas y otros tantos oboes. Tras el enorme impulso dado por Carlos III a la Infantería de Marina, ya en época de Carlos IV sus formaciones musicales se amplían de manera considerable. La incorporación en 1816, en tiempo ya del reinado de Fernando VII, de la Guardia Real de la Infantería de Marina, lo que va a llevar aparejada el nacimiento de numerosas bandas de música del cuerpo.
Pero donde verdaderamente van a alcanzar las músicas de la Infantería de Marina un gran nivel, es durante la regencia de la Reina María Cristina de Habsburgo y con la subida al trono del Alfonso XIII en cuyos periodos destacarán notables músicos militares como Narciso Mairnó, Alvaro Milpagher, Juan Benlloch, Jose Power Reta, Emilio Borrás, José Mateo, Eduardo López Juarranz o Aureliano San José, entre otros.
Ramón Roig Torné.
Uno de aquellos músicos fue Ramón Roig Torne, un leridano nacido el 3 de agosto de 1849 en la capital catalana bañada por el río Segre, Ramón Roig, como muchos jóvenes españoles de la época, encaminó sus pasos a través del Ejercito, ingresando como educando de banda en 1866 en el Regimiento Extremadura nº 15 con base en Zaragoza, Once años después, lograba ser músico de primera y director de banda, dirigiendo las bandas de música de los Regimientos de Infantería Lealtad nº 30 de guarnición de san Sebastián y de Ingenieros nº 2 en Zaragoza y Barcelona. Debido a la tercera guerra carlista es destinado a Madrid, Guadalajara y Cartagena, volviendo en 1884 a San Sebastián, de nuevo al regimiento Lealtad. A fin de concursar para obtener la plaza de director de la Música de la Infantería de Marina, Roig solicita la baja en el Ejército de Tierra, en 1889, presentándose a las oposiciones de la música de los valientes por Tierra y por Mar, obteniendo la plaza, el día 25 de septiembre de ese año, de director de la unidad de música del 3 regimiento de Infantería de Marina con sede en Cartagena, a cuya ciudad se desplaza Ramón, junto a su esposa Inocencia Chueca y su hija Pilar, quien lamentablemente fallecería en la ciudad departamental, a los once años de edad, cuando la familia Roig no llevaba ni un mes de estancia en la ciudad.
Roig. como todos los músicos de aquella época, cultivó de forma admirable un nuevo estilo musical que causó furor en España, a partir de fínales de los años setenta del siglo XIX, el pasodoble y que en su gran diccionario musical escrito por Higinio Anglés y Joaquín Peña definen textualmente como “Tocata-baile español muy típico en compás de dos por cuatro, con movimiento algo airoso y marcial pero no muy precipitado de variados estilos que abarcan desde el pasodoble regional, al taurino, pasando por el militar y de concierto”.
En 1889, concretamente en el mes de mayo, con motivo de la exposición Universal celebrada en París, el compositor madrileño, director de la Banda de música del Tercer Regimiento de Ingenieros de Sevilla, destacado en Cádiz, una de las agrupaciones musicales que gozaban en aquellos momentos de mayor prestigio en nuestra Nación, Eduardo López Juarranz, da a conocer su inmortal pasodoble “La Giralda”, una marcha andaluza que iba a servir de fondo a los organizadores de la exposición parisina que quisieron que los miles de visitantes conocieran de primera mano el más universal de los espectáculos españoles: las corridas de toros. Para ello contrataron a tres famosos espadas de la época con sus correspondientes cuadrillas de picadores y banderilleros; alguacilillos, monosabios, areneros y a la banda del Regimiento de Ingenieros de Sevilla dirigida por el propio López Juarranz, que era en aquellos momentos junto a la Banda del 1º Regimiento de Ingenieros de guarnición en Madrid, las dos mejores formaciones musicales del panorama bandistico español y que interpretó de forma magistral el sublime pasodoble en el cual López Juarranz había trabajado arduo para dar con una pieza de una gracia y españolía insuperables que llenó los Campos Elíseos de aires profundamente hispanos.
Eduardo López Juarranz.
Una feliz consecuencia tendría el estreno de aquel pasodoble “La Giralda” y como principal protagonista al maestro Ramón Roig, gran amigo de López Juarranz. A pesar de la leal e insoldable amistad entre ambos, existía también entre ellos una gran rivalidad musical. Por ello el maestro Eduardo López Juarranz lleno de orgullo y satisfacción por el rotundo triunfo alcanzado en París con “La Giralda” remitió a su buen amigo Ramón Roig la partitura de la obra con la siguiente dedicatoria: “Para Ramón Roig, con la completa seguridad de que se dará perfecta cuenta de cómo se escribe un pasodoble”.
Ramón Roig recogió la nota graciosa pero envenenada de su buen amigo y a los pocos días de recibirla, le envió a Juarranz otra misiva junto a una partitura salida de su inspiración titulada “La Gracia de Dios” que había compuesto en 1880 y que decía: “A Eduardito López Juarranz, para que compruebe, al leer la presente partitura de La Gracia de Dios, que se trata de un auténtico pasodoble. Desde luego, mucho mejor que el suyo.” Sin lugar a dudas aquel pequeño pique entre dos grandes amigos dio lugar a dos soberbios pasodobles que desde aquellas fechas han alegrado tardes y tardes de resonantes triunfos taurinos en incontables plazas de toros a lo largo y ancho de nuestra querida España y han sido interpretados en numerosas ocasiones por las unidades de música de Infantería de Marina del Tercio Norte, de Levante, Sur, Agrupación de Canarias y Agrupación de Madrid.
En su destino militar de Cartagena, Ramón Roig tuvo el placer de conocer y forjar con él una gran amistad a Antonio Álvarez Alonso, un joven treintañero, natural de Martos (Jaén) y que había llegado a Cartagena en 1897 dirigiendo una compañía de zarzuelas que representaba sus propias obras y de la que él era, a la vez, director de orquesta y empresario. El destino quiso que su compañía tuviese problemas económicos y se disolviera, quedándose Antonio a vivir en Cartagena donde daba clases de música y actuaba animando con el piano las noches en los cafés cartageneros Central y de la Palma Valenciana.
Antonio Álvarez Alonso.
Será precisamente en La Palma Valenciana, cuando en una noche de actuación de Antonio, en uno de los descansos del músico, se suscitó una polémica y encendida discusión entre varios clientes y el propio Álvarez. Uno de los contertulios llegó a decir que ningún compositor podía crear una obra en el tiempo y lugar que él designara; concretamente, en el citado café y antes de que el establecimiento cerrase aquella noche. El maestro Álvarez se dio por aludido y se comprometió a escribir y estrenar aquella misma noche una obra musical. Solamente necesitaría dos intermedios en su actuación de quince minutos cada uno. Sentado ante un velador empezó a escribir notas y más notas ajeno a todo cuanto pasaba a su alrededor, operación que repetiría durante su segundo y último intermedio. Cuando se levantó para dar comienzo a la tercera parte del concierto, al pasar por delante de sus amigos, levantó un papel pautado, diciéndoles en alta voz: “Señores, tengo la satisfacción de enseñarles el pasodoble prometido, totalmente terminado, pasodoble que me complaceré en interpretar al final de mi actuación.” Surgió así una pieza antológica que iba a pasar a la historia de la música española y universal.
Una vez finalizada su actuación, en la cual Álvarez interpretó varias veces la nueva pieza entre el entusiasmo de amigos y del público que llenaba el café, ya camino de su casa, acompañado por sus atónitos amigos, entre ellos Ramón Roig, alguien cayó en la cuenta de que aquella maravillosa melodía no tenía título. Enfrente del café se hallaba situada la pastelería España que en sus escaparates presentaba unas surtidas y apetitosas bandejas de una especie de canutillos rellenos de avellanas caramelizadas y crema, especialidad de la casa que se anunciaban con el sugerente y rimbombante título de “Suspiros de España”. El maestro Álvarez Alonso, dando prueba una vez más de su ingenio y espontaneidad, dijo resueltamente a sus amigos: “¡Ya está…!; ¡Ya lo tengo!… El pasodoble lo titularé así “Suspiros de España.”
Meses después Ramón Roig y Torné, pidió a sus amigo Antonio permiso para estrenar el día del Corpus Christi de 1902 en la plaza de San Sebastián de Cartagena tal joya musical y solicitó de los mandos del 3º Regimiento de Infantería de Marina el correspondiente permiso para que Antonio Álvarez pudiese dirigir a la unidad de música en la interpretación de Suspiros de España. Sin embargo las ordenanzas militares impidieron que el Maestro Roig cediera su batuta en la dirección musical para el estreno del pasodoble a Antonio Álvarez Alonso, su buen amigo y autor de la obra, dada la condición civil de éste.
Desde ese momento, -a pesar de que investigaciones posteriores como la del abogado Antonio Navarro, que conoció que antepasados familiares de su esposa, que regentaban en 1901 el elegantísimo “Café-Restaurant España” sito en la calle Mayor de Cartagena, en la llamada “Casa de Cervantes”, anunciaron en un programa musical de su establecimiento la interpretación de Suspiros de España el 22 de octubre de 1901-,Suspiros de España se convirtió primero en una pieza musical de inexcusable cumplimiento para toda banda de música que se preciase de ello, y a partir de 1938, cuando el sobrino de Antonio Álvarez, Juan Antonio Álvarez Cantos, escribió una letra para el propio pasodoble, a fin de que fuese interpretado por la gran Estrellita Castro, en 1939, en una cinta cinematográfica dirigida por Benito Perojo titulada Suspiros de España, convirtiendo el pasodoble de Álvarez Alonso en una de las páginas más famosas de la memoria musical universal con la cual han suspirado, suspiran y suspiraran miles y miles de españoles que tengan la fortuna de escucharlo en España o lejos de la patria. Posteriormente, el pasodoble ha sido interpretado y versionado por grandes estrellas de la canción como Concha Piquer, Paquita Rico, Roció Jurado, Pastora Soler, Diana Navarro, Dyango o el universal Placido Domingo.
Concha Piquer.
En la Nochebuena de 192, un grupo de españoles, entre los que se encontraban, el maestro Manuel Penella y la joven actriz Conchita Piquer, reunidos en el apartamento neoyorquino de la gran cantante valenciana, decidieron celebrar fiesta tan señalada, a fin de mitigar la gran nostalgia que les embargaba, a modo y manera de España. Compraron numerosas viandas. Pero a la hora de adquirir unas botellas de vino –eran tiempos de la implacable ley seca en Estados Unidos y solamente se despachaba vino a los que padecían alguna dolencia-, encontraron enormes dificultades para hacerse con ellas. Al final recurrirían a un Drugstore o farmacia de una de las calles de la ciudad que nunca duerme, donde el boticario, cobrándola a precio de oro, le preparó una receta de vino español, mezclado con algo de zarzaparrilla y con cuyos tragos, aquellos compatriotas, “entre vivas y entre oles, por España se brindó”.
El recuerdo de aquella velada neoyorkina, le serviría al gran compositor valenciano para crear una pieza inolvidable en la historia musical de España, con al que triunfaría de forma arrolladora, en su primer época, la gran Concha Piquer, titulada “En Tierra Extraña” y donde al final de la misma, Penella incluyó unos compases del más famoso de los pasodobles “Suspiros de España”, en homenaje a su autor, Antonio Álvarez Alonso, poniendo en la voz de Concha aquello ya inolvidable y tan conocido :“Más de pronto se escuchó un gramófono sonar. Callar todos, dije yo. Y un pasodoble se oyó que nos hizo suspirar. Cesó la alegría. Ya todos lloraban. Ya nadie reía, ya todos lloraban. Y oyendo esta música, allá en tierra extraña. Era nuestros Suspiros. Suspiros de España”.
Antonio Álvarez Alonso encontró la paz de Dios en la madrugada del día 21 de junio de 1903, a los 36 años, a consecuencia de una angina de pecho, cuando se encontraba en su casa de la calle del Carmen de Cartagena que tenía alquilada. Su entierro costó dos pesetas y su cuerpo fue depositado en una fosa de tierra. Seis años después y sin que nadie reclamase los restos del gran músico, estos fueron depositados en una fosa común.
Una vez fallecido, el compositor cayó en el olvido, a pesar del éxito creciente de su «Suspiros de España». En 1953, coincidiendo con el cincuenta aniversario del fallecimiento del gran músico, un grupo de amigos, entre los que se encontraba entre otros, Jesús Montalbán, director de la Unidad de Música del Tercio de Levante de Infantería de Marina, decidieron realizarle un homenaje póstumo, iniciándose una suscripción popular para erigirle un monumento. Éste, obra del escultor José Sánchez Lozano, se inauguró en la plaza del Rey de Cartagena, el 11 de diciembre de 1966, con la presencia de la Unidad de Música del Tercio de Levante.
Pero donde verdaderamente se refleja la unión de la Infantería de Marina con el pasodoble español es con motivo de un inaudito episodio, único en los ejércitos del todo el mundo y que tiene lugar en Cartagena, cada año que llega en el calendario el martes Santo, cuando un veteranísimo empleado de la Armada Española, de nombre Pedro Marina Cartagena, sale esa noche de las instalaciones que la Marina posee en la ciudad departamental mediterránea, con permiso, tras cumplir en el Arsenal Militar, un arresto de un año.
Infantería de Marina. Semana Santa de Cartagena.
El empleado en cuestión se detiene esa tarde en la Plaza de Armas, ante la residencia del Almirante Jefe del Arsenal de Cartagena, que es la autoridad que le va a otorgar el franco de localidad, que le permitirá salir a las calles de Cartagena fuera de la base, con la condición de que regrese a ella antes de la medianoche del Miércoles Santo. Pero Pedro Marina Cartagena llegará tarde, pues se saltará a la torera la condición impuesta por el Almirante y pasará la madrugada fuera, enseñoreándose, entre cornetas y tambores por toda la ciudad, siendo arrestado a la vuelta a otro año sin salir del Arsenal.
¿Y quién es este díscolo y desobediente empleado? Pues nada más y nada menos que San Pedro Apóstol, la piedra con la que Jesucristo edificó la iglesia Universal, el primer Papa y cuya imagen participa ese día en la Procesión de los Apóstoles de la Semana Santa cartagenera, organizada por la Cofradía California, cuyo Mayordomo Presidente de la Agrupación de San Pedro Apóstol, solicita al almirante, en nombre de San Pedro, el permiso de salida de la Procesión, en la que intervendrá la banda del Tercio de Levante de Infantería de Marina que realiza el acompañamiento musical y el piquete de infantería de Marina, que escolta la imagen del Santo, renovando así una tradición que arranca en 1755 y que rememora a aquellos empleados del arsenal Militar del siglo XVIII, que pidieron permiso para procesionar una imagen de San Pedro en la semana Santa de Cartagena. Debido a los saqueos llevados a cabo por milicianos marxistas del Frente Popular en la ciudad, con motivo del fracaso del Alzamiento Nacional en la base militar, el día 25 de julio de 1936, día de Santiago Apóstol, la iglesia de Santa María fue asaltada, siendo destrozadas todas sus capillas e imágenes, entre ellas la de San Pedro, obra del escultor Roque López, que será reemplazada por otra, la que procesiona en la actualidad, realizada en 1940 por el escultor Sánchez Lozano.
San Pedro o Pedro Marina Cartagena.
En esta Procesión de Martes Santo, figuran también las imágenes de San Juan, que procede del parque de Artillería y Santiago, del Gobierno Militar. La salida del Arsenal de la imagen de San Pedro y su bellísimo trono, se sufraga con el salario del operario Pedro Marina, como ayuda en forma de donativo de la Armada Española a la Semana Santa Cartagenera. La imagen de San Pedro fue puesta en la nómina del Arsenal de la Armada Española en 1941 y tras diversos y curiosos avatares administrativos, hasta el año de 2012, en que fruto de un convenio entre la Fundación del Museo Naval, Arsenal Militar y Cofradía de los Californios, no se solucionó de forma definitiva el pago de la nómina del operario Pedro Marina Cartagena, que pasó a cobrar su soldada a través de la Fundación del Museo Naval.
¿Y su relación con el pasodoble? Pues debido a otra inaudita y curiosa anécdota. En la semana Santa de 1933, cuando el trono de San Pedro regresaba por las calles de Cartagena al Arsenal Militar, acompañado por un enorme gentío de fieles y la banda de música, los portapasos comenzaron a hacer unos extraños movimientos que hicieron tambalear al gallo que la imagen de San Pedro lleva a sus pies. El grito de las gentes de ¡el gallo!, ¡el gallo!, aterrorizadas en la creencia de que la imagen del gallo se caía, hizo pensar al director de la banda de Infantería de Marina que pedían la interpretación del famoso pasodoble “Gallito”, todo un himno taurino, dedicado a Fernando Gómez “Gallito chico” hermano de los geniales Rafael y Joselito Gómez Ortega, compuesto en 1904 por el maestro Santiago Lope Gonzalo, a instancias de la asociación de la Prensa de Valencia, que había organizado un festejo a beneficio de los periodistas y donde actuarían los novilleros Fernando Gómez “Gallito Chico”, Agustín Dauder, Julio Pérez “Vito” y Ángel González “Angelillo”, lidiando reses de Félix Gómez. La asociación de la prensa valenciana, para hacer más atractivo el festejo, decidió estrenar cuatro pasodobles dedicados a los cuatro actuantes.
Santiago Lope y sus cuatro extraordinarios pasodobles.
Se encargó de tal cometido el maestro riojano Santiago Lope, director y fundador de la banda Municipal de Valencia y así, la tarde del 29 de Julio de 1904 se oyeron por primera vez los pasodobles «Gallito», «Dauder», «Angelillo» y «Vito». La tarde, inolvidable para la historia de la música taurina, contó con la presencia en la plaza de las Bandas de música del Regimiento de Mallorca, la Municipal de Valencia, la de la Beneficencia y la de Veteranos de Catarroja. Fernando Gómez “Gallito Chico” era el segundo de los hermanos “Gallo” y había nacido en Sevilla el día de Navidad de 1884, Su hermano Rafael era dos años mayor y el gran Joselito contaba, en aquel momento, nueve años de edad.
Desde aquel lejano 1933, se ha hecho tradición en Cartagena, que antes de llegar la Procesión de regreso al Arsenal, la banda de Infantería de Marina toque el pasodoble Gallito, con el consiguiente movimiento por parte de los portapasos de su cofradía, lo que hará que al Almirante del Arsenal no le quede otra recurso, que arrestar de nuevo y por otro año a Pedro Marina Cartagena, por llegar de nuevo tarde, en compañía de otros, a ritmo de pasodoble y encima…. ¡borracho!
Autor
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Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.
En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.
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