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Subiendo la escalinata principal de la Biblioteca Nacional, tras las figuras sedentes de Alfonso X y San Isidoro, flanqueando las puertas de entrada, podemos ver las estatuas de otros cuatro grandes de las letras españolas: Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Luis Vives y Elio Antonio de Nebrija (Lebrija, Sevilla, 1441 – Alcalá de Henares, Madrid, 1522).

La estatua de Nebrija fue realizada en mármol blanco de Carrara por el escultor tarraconense Anselmo Nogués García (1864-1937), siendo inaugurada en 1895. Imponente figura en contraposto, se eleva a tres metros de altura sobre una base de piedra caliza. Con rostro firme y sereno, tocado a la manera renacentista y vistiendo un manto de armiño sobre la túnica, porta en la mano izquierda un libro apenas entreabierto por el dedo índice, mientras la derecha, en ademán explicativo, ilustra el perfil docente del sabio humanista.

Nacido en una familia de judíos conversos, Antonio de Cala y Jarana, que pasó a la Historia como Antonio de Nebrija, se educó con preceptores en su ciudad natal antes de ir a Salamanca. Inspirado en un nombre leído en una lápida romana, en su adolescencia antepuso el Elio al suyo de pila. Se orientó precozmente al vir trilingüis, el hombre políglota, conocedor del hebreo, lengua de lo sagrado; del griego, lengua de la filosofía; y del latín, madre de las lenguas romances. Becado por el Obispado de Córdoba, a los 19 marchó desde Salamanca al Real Colegio de España en la Universidad de Bolonia, donde permaneció diez años “aprendiendo nuevas cosas de los grandes maestros del Humanismo”.  

A su regreso fue llamado por Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, para que fuera preceptor de su sobrino. Pasó allí tres años estudiando latín antes de volver a la Universidad de Salamanca, donde logró la cátedra de prima de Gramática en 1476.

Nebrija observó que el latín en que se enseñaba el Derecho, la Filosofía, la Teología, la Historia o la Medicina, era una lengua deficiente. Porque a lo largo de los siglos aquella lengua había pasado desde la edad de oro de Virgilio a la de hierro de san Agustín o san Isidoro y finalmente a la de barro, “gastada” siglo a siglo por los godos y los hombres del medievo. Así, el mal latín era fuente de confusión y un lastre para el desarrollo de todas las materias: “[…] todos los libros en que están escritas las artes dignas de todo hombre libre yacen en tinieblas sepultadas”. Por tal motivo escribió Introductiones Latinae, obra capital que publicó con gran éxito en Salamanca en 1481, que le dio notoriedad y que, por indicación de la reina Isabel I, tradujo al castellano en 1485.

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Junto a su idea del latín culto como lengua perfecta y medio de transmisión de la cultura, Nebrija tuvo la genialidad de ver el idioma castellano como un elemento modernizador a la par que unificador de los territorios de los Reyes Católicos. Así, aplicando las normas del latín a una lengua aún rudimentaria, en el año crucial de 1492 en que terminaba la Reconquista y España descubría un nuevo mundo, publicó su Gramática de la Lengua Castellana junto con el Diccionario latino-español y el Vocabulario español-latino, obras que salieron de las prensas en la capital del Tormes.

Aquella fue la primera gramática en lengua romance que vio la luz en el mundo y, gracias a ella, el castellano o español se asentó como lengua culta.  Nebrija estructuró su Gramática sobre cuatro pilares: Etimología (origen de las palabras), Morfología (forma, clases y estructura de las palabras), Sintaxis (su ordenación y combinación para formar las oraciones que expresan ideas), Prosodia (pronunciación) y Ortografía (escritura siguiendo unas normas comunes facilitadoras de la comprensión y la comunicación). Rindiendo con aquel libro, un enorme servicio a nuestro idioma y a nuestra patria.

Como años más tarde él mismo escribió: “Cuando España se extienda por otras tierras tendrá necesidad de nuestra lengua […] Fijar el uso del español servirá a la unidad de nuestra España evitando posteriores cambios […] Siempre fue la lengua compañera del imperio […] La lengua será el modo fiel para transmitir a las próximas generaciones las hazañas y glorias del presente […]”.

Tras su matrimonio en 1486 y diversas vicisitudes universitarias, Nebrija fue procesado por la Inquisición por su idea de traducir la Biblia directamente del hebreo y no de la Vulgata, la versión en latín debida a san Jerónimo en el siglo V y considerada indiscutible por los teólogos. Lo mismo que también le ocasionaría problemas a Fray Luis de León. Gracias al apoyo del Cardenal Cisneros (c.1436-1517), confesor y consejero de la reina Isabel I hasta el fallecimiento de ésta en 1504, salió bien parado y aún pudo publicar en Salamanca Iuris civilis lexicon (Léxico de Derecho Civil), 1506; De litteris hebraicis (Sobre palabras hebreas), 1507; De litteris et declinatione Graeca (Sobre palabras y declinaciones griegas), 1508; De liberis educandis (Para educar en libertad), 1509; De mensuris (Sobre las medidas de longitud y capacidad), 1510; y De ponderibus (Sobre las medidas de peso), en 1511.

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En 1515, Nebrija marchó a Alcalá de Henares bajo la protección de Cisneros, incorporándose al grupo de traductores que editaría la Biblia políglota Complutense en 1517. Sin embargo, nuevamente por discrepancias sobre las fuentes a utilizar, renunció pronto a colaborar. No obstante, y en cualquier caso, merece ser recordada la fórmula que el cardenal utilizó para que Nebrija ocupara la cátedra de Retórica en la recién nacida Universidad de Alcalá: “[…] que Nebrija leyese lo que él quisiese, y si no quisiere leer, que no leyere; y que esto no lo mandaba porque trabajase, sino por pagarle lo mucho que España le debía”.

En Alcalá, Nebrija publicó en 1517 las Reglas de ortographía en la lengua castellana y la última edición de las Introductiones latinae, que salieron de la imprenta en 1523, un año después de su muerte en la ciudad complutense.

Por definición, Gramática, del latín grammatica, y a su vez del griego grammatiké es el arte de hablar y escribir correctamente una lengua. Su importancia trasciende lo estético, ya que implica algo tan esencial como la construcción de frases o discursos acordes con el pensamiento. Id est, permite ajustar la relación directa y bidireccional entre pensamiento y lenguaje. Como Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense, escribió en diálogo imaginado con Nebrija en Minerva sive de causis linguae latinae (Salamanca, 1587): “La gramática relaciona las palabras con  las ideas y es la base del desarrollo de todas las ciencias”. Es decir, no es posible un pensamiento rico o profundo con un léxico pobre y una mala gramática. Hoy, cuando vemos a tantos malvados, necios e ignaros abominar de nuestra historia; cuando oímos con vergüenza maltratar la prosodia y la sintaxis al hablar, o la ortografía al escribir, sirvan estas líneas de homenaje a aquel gran español que hace más de cinco siglos compuso nuestra primera gramática.

Autor

Santiago Prieto