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Más del 85% de los testigos propuestos por las Defensas no fueron aceptados y a los Capitanes Generales se les permitió contestar por escrito y no contestar a ninguna pregunta
En medio del Juicio de Campamento se supo que el General Ponente recibía instrucciones secretas del Ministerio de Defensa
Nunca se supo porqué cambió el interrogatorio del Comandante Cortina cuando mencionó por 3 veces, sin venir a cuento, al Almirante Carrero Blanco
Y con esta última “nota” termino el repaso que he pretendido darle a lo que fue “aquello” que pasó a la Historia como el Golpe del 23-F y en realidad solo fue un “Autogolpe” del Rey Don Juan Carlos I con la colaboración especial del General Armada y el socialista Enrique Múgica.
Ahora pasen y lean lo que fue la “farsa” de aquel Consejo de Guerra:
Corría el verano del año 64 de la era cristiana y Nerón, el emperador de Roma, disfrutaba ya de sus «vacaciones» en las playas de Anzio… cuando un día, concretamente entre la una y las dos de la mañana del día 19 de julio, le llegó un correo imperial con el anuncio de que el Gran Circo era pasto de las llamas y de que el fuego había alcanzado ya el palacio real… ¡Era el incendio de Roma! ¡Roma, que ardía por los cuatro costados!
«Para castigar al populacho -había dicho Nerón- que se ha atrevido a amenazar con el fuego a mis penates, imponer la ley a su príncipe, arrancar de mi lecho a mi casta esposa y ultrajada, no basta con la muerte… Que los techos de la ciudad se hundan en las llamas que yo encienda, que el fuego y la ruina suman al pueblo culpable en horrible miseria, en duelo, en hambre cruel…»
Tal vez por ello muy pronto corrió por entre las llamas y los gritos el rumor de que Nerón era el incendiario… o al menos la mano asesina que había pagado a los autores de aquella catástrofe. Pues no hay que olvidar que en aquella Roma existía una «profesión», incluso reconocida públicamente, de «incendiarios», que -como otras profesiones liberales- estaban al servicio de quienes pagaran.
El primer testimonio realmente histórico a favor de la «autoría» de Nerón fue el del tribuno de cohorte Subrio Flavo, quien al ser detenido más tarde como participante en la «conjuración de Pisón» y sabedor ya de que sería condenado a muerte, se atrevió a decirle al propio Nerón cuando éste le preguntó por qué había traicionado su juramento de soldado conspirando contra su emperador lo siguiente: «Mientras mereciste ser amado, nadie te fue más fiel que yo. Comencé a odiarte el día en que te convertiste en asesino de tu madre y de tu mujer, en carrero, histrión e incendiario.»
Igualmente se sabe que Nerón, al ver que el pueblo de Roma se volvía contra él por haber incendiado la capital del Imperio, hizo lanzar la especie de que los incendiarios habían sido los cristianos… Concretamente, al final del capítulo XLIV del libro decimoquinto de los Anales de Tácito se puede leer: «Para desvanecer el rumor infamante que decía que la catástrofe había sido ordenada por él, hizo aparecer como culpables, infligiéndoles refinados tormentos, a aquellos cuyas abominaciones les hacían detestables y que el pueblo llamaba cristianos…»
El hecho es que Roma ardió por los cuatro costados, que Nerón consiguió hacer creer a todos que los responsables habían sido los cristianos y que ése fue el arranque de una de las más grandes «persecuciones» que sufrió la Iglesia de Cristo: la que pasó a la historia, precisamente, con el nombre de Nerón.
Lo que es menos conocido, sin embargo, es el enfrentamiento que, motivado por el incendio de Roma, se produce entre Séneca y Nerón. Hasta el punto de que, según algunos autores, la caída en desgracia del «maestro» fue consecuencia de esa «crucial entrevista» y no de la «conjuración de Pisón», ya que en esta ocasión lo que hizo Nerón fue aprovecharse de ella para quitarse de en medio a Séneca.
Al parecer, Séneca echó en cara a Nerón la maldad de esa «acusación a los cristianos» de este modo:
SÉNECA. ¡Oh, César, sabes que te he servido fielmente y que por ti sería capaz de dar la vida!… Pero, mi lealtad sería «traición» si no te dijese lo que pienso en este momento del incendio de Roma…
NERÓN. ¡Oh, Séneca, mi amado maestro!… Dime… ¿qué te parece lo que el pueblo de Roma está haciendo con esos que dicen llamarse «cristianos»?
SÉNECA. De eso, precisamente, quería hablarte, César.
NERÓN. Pues, habla, Séneca… ¡Habla!
SÉNECA. César, hay testigos que pueden demostrar la inocencia de los cristianos…
NERÓN. ¿Testigos?… ¡Oh, Séneca, si todos los testigos han confirmado que fueron los cristianos!… ¿También a ti te han confundido?
SÉNECA. Perdona, César, lo que está ocurriendo es muy grave… Miles de inocentes están muriendo…
NERÓN. ¿Inocentes esos malvados cristianos? ¡Oh, Séneca, mi viejo maestro y amigo… los cristianos nunca son inocentes! Ellos incendiaron mi ciudad y ellos deben pagarlo.
SÉNECA. César, te digo que hay testigos que pueden hablar y esclarecer la verdad…
NERÓN. ¿La verdad, Séneca?… ¿Qué verdad?… ¿No es verdad, pues, lo que dice el emperador?
SÉNECA. Sí, César, el emperador siempre está en posesión de la verdad… Pero, la verdad en este caso no conduce a los cristianos… César, te digo que hay testigos que han hablado y que pueden demostrarte que los incendiarios fueron otros…
NERÓN (gritando). ¡No quiero testigos!… ¡Me sobran los testigos! El emperador ha dicho que fueron los cristianos y el emperador nunca se equivoca.
SÉNECA. César, ¡no se puede matar a tanta gente inocente!… Eso será un crimen para la Historia…
NERÓN. ¿Y qué me importa a mí la Historia?
SÉNECA. ¡Oh, César, como viejo maestro tuyo, al menos te pido que escuches a esos testigos!…’
NERÓN. ¡No quiero escuchar a ningún testigo!… Para mí sólo hay dos clases de testigos: los que no están y los que no hablan.
SÉNECA. Pero, César, la verdad…
NERÓN. ¡Al diablo la verdad!… ¡La verdad es lo que yo diga!
SÉNECA. No, César, te equivocas. Esos testigos están y hablarán.
NERÓN. ¡Oh, Séneca, quien se equivoca eres tú… mi viejo maestro!… Esos testigos ya no están, ni son, ni pueden hablar…
SÉNECA (asustado). ¿Qué has hecho, César?… Me das miedo, me da miedo tu osadía…
NERÓN. Muy sencillo, Séneca… Tus testigos ya no están ni pueden hablar… ¡Oh, Séneca, Séneca… tú lo has querido!
SÉNECA. ¿Que he querido yo, César?
NERÓN. Sí, Séneca… por ti los he mandado castigar: a unos, por su miedo, los he mandado al destierro… Córcega, Córcega… allí se olvidarán de lo que vieron… A otros, por su tozudez y su charlatanería, les he mandado cortar la lengua… ¡Ya no hablarán más!… te lo aseguro…
SÉNECA. ¡Oh, César, mi príncipe!… ¡Qué ingrata se me hace la vida después de haberte oído!… Creí que para ti la Verdad era algo más que la ambición de poder… Ahora, sí que lo entiendo…
NERÓN. ¿Qué entiendes, Séneca?… ¡Dímelo!
SÉNECA. Entiendo, ¡oh, César!, que Roma se haya incendiado y que los cristianos estén muriendo… Entiendo que mueran los que sí saben lo que es la Verdad…
NERÓN. Pero, Séneca, no seas pesimista… Los intereses del emperador se han salvado… ¡Roma será más grande todavía!
SÉNECA. …No, César… cuando la verdad es perseguida o desterrada… los dioses no pueden estar satisfechos…
NERÓN. Pues no te hubieras empeñado en tener testigos. Los testigos me aburren y me molestan… Yo quería ver a Roma pasto de las llamas… ¡Lo viejo no me gusta!… ¡Quiero que Roma nazca de nuevo!… ¡Quiero que Roma vaya unida al nombre de Nerón!
SÉNECA. ¡Y por eso mandaste al exilio a unos hombres y cortaste la lengua a otros!… ¡Oh, César, está visto que ya estoy viejo! ¡Mándame retirarme y te obedeceré fielmente!… ¡Yo tampoco quiero hablar ya!… ¡Me sobran las palabras!… No quiero ser testigo de tu nueva grandeza… No quiero ver a la nueva Roma…
NERÓN. Muy bien, Séneca… Si así lo deseas, puedes retirarte… Pero, no lo olvides… ¡ya no hay testigos!… Los testigos están «ausentes» o «mudos»…
Naturalmente, después de esta «entrevista» que Séneca mantiene con Nerón avanzado el verano del año 64 la vida del estoico filósofo no se prolongaría mucho más. Lucio Anneo Séneca, según cuenta Tácito, murió al descubrirse la «conjuración de Pisón» por orden del césar Nerón… Fueron, según Tácito, diecisiete las penas impuestas…
En los procesos jurídicos sobre todo, en los procesos penales, los testigos, tanto de cargo como los de la defensa son elementos precisos. No podría ser una excepción en la Causa 2/81; el hecho desencadenante: los sucesos de Valencia, los de la Acorazada fueron oídos y vistos por muchos. Incluso actuaron muchos. El artículo 578 del Código Castrense impone la obligación de declarar a «todas las personas de cualquier clase o jerarquía que residan en el territorio español o en su protectorado y no estén físicamente impedidas».
Ahora bien, el artículo 580 exceptúa a doce casos especiales de concurrir al llamamiento judicial, pero no declarar. Por eso en la causa existen muchas declaraciones por certificación, que el testigo hace en su casa, corrige y remite. Aquellos testigos que lo hicieron así les llamamos aquí testigos ausentes.
Declararon, sí, pero sin las repreguntas de rigor de las defensas, sin la presencia del Tribunal, fueron efectivamente unos testigos ausentes. Contemplaron el proceso desde cómodas posturas y sus nombres, precisamente, fueron desconocidos.
Por certificación, sin comparecencia en la sala de vistas de la causa declararon los siguientes testigos:
Presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor (folio 237 de la causa): teniente general don Ignacio Alfaro Arregui.
Jefe de Estado Mayor del Ejército (folio 34 de la causa): teniente general Gabeiras Montero.
(El general Gabeiras sí fue citado a juicio y a esta declaración se remitía continuamente. Por eso le consideramos como «ausente».)
Jefe de Estado Mayor de la Armada (folio 297 de la causa): almirante Arévalo Pelluz.
Jefe del Estado Mayor del Aire (folio 2373 de la causa): teniente general don Emiliano Alfaro Arregui.
Capitanes generales:
I Región: teniente general Quintana Lacaci (folios 136 y 3824 de la causa).
II Región: teniente general Merry Gordon (folio 353 de la causa).
IV Región: teniente general Pascual Galmés (folio 334 de la causa).
V Región: teniente general Elicegui Prieto (folio 318 de la causa).
VI Región: teniente general Polanco ‘Mejorada (folio 676 de la causa).
VII Región: teniente general Campano López (folio 451 de la causa).
VIII Región: teniente general Fernández Posse (folio 284 de la causa).
IX Región: teniente general Delgado Álvarez (folio 450 de la causa).
Baleares: teniente general De la Torre Pascual (folio 330 de la causa).
Canarias: teniente general González del Yerro (folio 425 de la causa).
Más el capitán general de la Zona Marítima del Mediterráneo y los gobernadores militares de Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Burgos, Valladolid, Granada, Mallorca, Tenerife. El director general de la Seguridad del Estado, señor Laína (folio 97 de la causa). Secretario de Estado para Asuntos Exteriores, señor Robles Piquer (folio 3217 de la causa). Subsecretario del Interior, señor Sánchez Harguinday (folio 5505 de la causa). Presidente del Consejo de Estado, señor Jiménez Blanco (folio 3554 de la causa) y los gobernadores civiles de Madrid, Sevilla, Valencia, Barcelona, Zaragoza, Burgos, Valladolid, La Coruña, Granada, Baleares y Tenerife. Como se ve demasiados testigos ausentes. A ninguno pudimos interrogar desde el estrado de los abogados actuantes. Era una causa nacional e histórica, pero en la vista fueron esa relación larga de testigos ausentes. ¿Qué nos hubieran dicho?
Porque, la contradicción es necesaria en los procesos y entre esos nombres había personajes de importancia decisiva en la tarde del «23-F» y en la mañana del 24. (Por ejemplo, el general Sabino Fernández Campos y el general Caruana.) Un frío certificado no especifica al Tribunal lo que pasó en las Regiones Militares, en los gobiernos, en aquel pequeño gobierno de subsecretarios que presidió el señor Laína.
Y allí están sus declaraciones como espectros fríos, calculados, sin repreguntas de las defensas y del fiscal, sin el calor de la vida, en papel que irá amarilleando con el tiempo en el archivo judicial y muriendo…
Pero, existen otra clase de testigos: los testigos mudos. Testigos que a mi juicio debieron declarar en el proceso de la vista oral y que no declararon. ¿Por qué?
Tengo las notas de un consejero militar miembro del Tribunal y en ellas leo:
– El presidente, sin estar De Diego, no hace nada.
– El presidente, Rey y CESID nada, intocables.
– Mucho ha costado que venga Aramburu.
– Lo que cuesta traer a Juste. ¿Por qué?
– Santa María parece que hay interés de arriba de que no venga ningún teniente general. ¿Por qué?
– Esto va cada día más de prisa.
– Cotoner, marqués de Mondéjar y Sabino no, mayoría.
– Se fue tan de prisa que no había tiempo de estudiar y debatir los asuntos.
– Había por el presidente y (su equipo) ánimo decidido de negar todo y dar carpetazo al asunto. (Documentos de mi archivo.)
Estas últimas palabras manuscritas están en una carpetilla que al frente titula: «Escritos de los defensores contestando a la denegación de pruebas, por el juez en auto de 22 de octubre de 81.»[1]
Nosotros lo presentíamos, pero cuando he tenido estas pruebas en mi poder me he quedado estupefacto. Se negó la declaración de dos ayudantes de Milans en aquella noche: al teniente coronel de Infantería don Francisco Lázaro Galindo y al comandante de Caballería don Agustín Bermejo Fabregas. Estos jefes como dijo la defensa:
por razón de sus cargos permanecieron junto a los teléfonos los días 23 y 24 de febrero de los hechos de autos para recoger de inicio las llamadas que el capitán general recibió. (Escrito de Escandell de 25 de octubre de 1981.)
Se negó la asistencia al juicio oral del excelentísimo señor teniente general Caruana, con quien se pretendía probar que las órdenes que recibió de Milans antes de trasladarse al Gobierno Civil (donde se trasladó y se hizo cargo del mismo) fueron de que no se realizase nada cruento, ni que fuese contra la Constitución. Él presenció cómo el capitán general cumplió las órdenes del Rey y no consideró oportuno detenerle. (Véase declaración del general Caruana.)
También se intentaba probar que sobre las 19 horas del día 23 se le presentó en el Gobierno Civil en Valencia el secretario de Comisiones Obreras de Valencia, amenazando con sacar a las masas a la calle.
QUE S. M. EL REY LLAMÓ AL TENIENTE GENERAL MILANS DEL BOSCH POR PRIMERA VEZ SOBRE LA 1 HORA DEL DÍA 24, DANDO ORDEN DE RETIRAR LAS UNIDADES Y ESTA ORDEN SE CUMPLIÓ «SEGUIDAMENTE».
También se pretendió su declaración para demostrar que llamó al teniente general Gabeiras explicándole lo sucedido. Fue por tanto, un testigo ausente, y mudo, aunque era nada menos que el gobernador militar de Valencia.
El Consejo no consideró necesaria su declaración, pero como nosotros no somos el Consejo Supremo de Justicia Militar lo exponemos claramente ante el Tribunal de la última instancia: la opinión pública.
También se pretendió que compareciera el excelentísimo señor don Sabino Fernández Campos, secretario general de Su Majestad el Rey. Quizá porque no sabíamos aquello de: «Cotoner y Sabino, no.» (De documento en mi poder.)
Era y es el secretario eficiente de Su Majestad, a quien todos hubiésemos querido oír de su propia voz que a la primera llamada de Su Majestad a la 1 del día 24 dando orden de retirar las tropas, el capitán general de Valencia cumplió seguidamente y que en el palacio de la Zarzuela y en aquellos momentos no se consideraba a Milans del Bosch como un rebelde y sublevado. No en vano la despedida con el Rey fue: «A las órdenes de Vuestra Majestad, Señor, mi lealtad hasta el fin.» (Resumen del instructor, folio 6111 de la causa.) Aunque también al despedirse Su Majestad y enviarle un fuerte abrazo, Milans respondió: «Otro muy fuerte para Vos, señor.»
Una extraña manera de despedirse del jefe del Estado, el jefe de una rebelión militar. Pero, así consta y así fue juzgado.
También fue un testigo mudo el general de brigada don Carlos Lázaro, que fue el jefe de la Agrupación Táctica para «Alerta Roja». Nos hubiera podido decir la hora exacta de la contraseña MIGUELETE, que no se alcanzaron las primeras zonas de la ciudad hasta pasadas las 22.00 horas y que el despliegue dentro de Valencia no finalizó hasta las 23, que recibió del puesto de mando sede de la División número 3 por la red Radio de Mando la orden de finalizar el ejercicio y regresar las unidades a sus cuarteles a la 1.25 horas del día 24 y que esa orden se cumplió rápidamente. Pero, por lo visto esos temas no se consideraron necesarios por el Consejo Supremo de Justicia Militar, ni después por el Tribunal Supremo.
Mudo como testigo, aunque habló como defensor, precisamente antes que yo en la vista, fue el general de brigada de Caballería, don Felicísimo Aguado Trigueros. Hubiese demostrado que en la noche del 16 de febrero, en el domicilio particular del general Armada hubo una reunión a la que asistieron: el marqués de Mondéjar; el general, jefe del Estado Mayor del Ejército; el capitán general de Cataluña, excelentísimo señor Pascual Galmés y un destacado político en la oposición entonces. Él lo sabe muy bien, porque vive en la misma casa de Armada y los vio en la escalera. Pero, fue otro testigo mudo.
Tampoco pudo declarar, ya que el Tribunal no lo consideró necesario, el coronel de Artillería, señor Pardo de Santallana: este testigo mudo pudo haber aclarado cómo el general Armada en Getafe le encargó que hiciese llegar al teniente general Milans del Bosch un mensaje con el ruego de que silenciase todo lo anterior al «23-F», incluso existe una carta en poder del coronel Escandell, defensor en instancia del teniente general, que lo dice. La carta fue remitida desde Bonn y se leyó en la sala. Pero, también se le silenció.
La postura de Milans fue clara, recordé lo que me dijo el día que le conocí en Fuencarral: «Segura, yo no miento nunca.»
Comprendo perfectamente la inquietud de uno de los miembros del Consejo que en la sesión del reunido sala de justicia de 2 de abril de 1981, dijo:
Si se me permite quiero hacer una aclaración relacionada con lo tratado en la sesión del pasado día 31, recurso del procesamiento del general Armada. Seré muy breve.
.Es obvio la enorme responsabilidad o preocupación que para ante el C.R. en relación con la Causa F/23 (permiso en favor de la brevedad por esta denominación periodística) para mí particularmente que en mis casi cincuenta años de servicio, no había tenido contacto ni relación con la Justicia, es altamente preocupante.
Confieso que estoy algo hipersensible y que cualquier comentario que oigo o leo me da por pensar.
Entro directamente en el meollo de esta interferencia, me permito recordar a los señores consejeros de en relación con el asunto antes dicho y tratado en la anterior sesión mi postura era: Conforme. Sí, procesar al general Armada.
No conforme en el posible delito cometido estuviere tipificado en el artículo 286 ni en el 288. Ampliamente he explicado las razones.
La rebelión militar comprende tres artículos en tres figuras totalmente distintas de delito y con penas también distintas.
Con posterioridad a la votación el señor presidente dijo:
DUDA DUDA
obligación colaborar
TENEMOS de al juez
deber apoyar de esta
causa
Estas palabras que he considerado y meditado mucho me llevan a la duda y consiguiente preocupación.
He disentido del juez. No colaboro a la acción judicial. Dificulto la acción judicial.
Quiero dejar claro que mi deseo, intención y mi obligación es hacer justicia, impartir justicia y que cumplo lo que dicta mi conciencia. Exponiendo criterio, diciendo SÍ o NO.
Si se lleva a votación. Puesto que somos un órgano colegiado, en el que cada consejero tiene voz y voto, en el que consumidos los tres turnos en pro y en contra en un asunto, el señor presidente ordena votación como así viene haciendo.
Es natural que los criterios y opiniones de los señores consejeros no sean coincidentes y por ello en muchas ocasiones vamos a votación.
Si todos aborregadamente diéramos nuestra conformidad a lo que leen los relatores, este consejo sería ineficaz, inoperante e inútil.
Termino. Señores consejeros, el pluralismo de opiniones es la verdadera eficacia y garantía, el valor y la rectitud e independencia en el obrar de este Organismo Supremo de Justicia Militar.
Muchas gracias y perdón por el tiempo.
(Documentos en mi poder.)
¿Qué pasaba en las deliberaciones secretas de los reunidos en sala de justicia para que un consejero se viese en la necesidad de explicar la libertad de su conciencia en el voto? ¿No era eso no sólo un derecho sino un deber?
Puede que él mismo tomase nota de lo sucedido porque también ha llegado a mis manos otra de aquellos días.
CADA DÍA HAY MÁS PRESIÓN DEL PRESIDENTE ÁLVAREZ (QUE YA ESTÁ CERDEANDO), QUIERE COLGAR A ARMADA.
TUVE QUE INTERVENIR, PUES NOS QUIERE LLEVAR COMO BORREGOS.
SE ENFADÓ ÁLVAREZ MUCHÍSIMO. YO EN MI INTERVENCIÓN DIJE PRECISAMENTE «ABORREGADAMENTE».
(Documentos en mi poder.)
Los testigos «ausentes» y los testigos «mudos» desfilaron uno a uno cuando leí esas notas que conseguí. ¿Cómo íbamos a preguntar al general Caruana y al secretario de Su Majestad y al general Aguado? ¿Cómo nos iba a explicar el general Lázaro la retirada inmediata de las fuerzas a su mando? ¿Cómo íbamos a conocer las subidas y bajadas en la casa del general Armada de políticos y militares de alta graduación? ¿Y cómo y cómo…? ¿No es esto una incongruencia del «23-F»?
Porque éstos que he puesto son simplemente un ejemplo de aquellos cuatrocientos testigos mudos y ausentes de los que sólo se admitió un once por ciento aproximadamente. Los demás por lo visto eran inútiles o innecesarios.
Hoy así lo hemos de admitir porque el Tribunal Supremo en su sentencia así lo considera. ¿Lo hará así también la Historia?
Los careos inútiles
Las diligencias de careo por contradicciones evidentes en sus declaraciones, comenzaron en el Consejo Supremo, el frío mes de noviembre de 1981. Nos convocaron a todos los defensores. Iba a ser el primer acto conjunto en el proceso y allí acudimos Escandell, Hermosilla, De Miguel, Quintana, López Silva, Lavernia, Martín Fernández, García Villalonga, Gómez García, Pedreira (todavía defendía al capitán Cid Fortea), Muñoz Perea, López Montero, Zugasti Tent, Pardos, León, Caballero, Liñán Lechuga, Sanz Arribas, Sanz López, Salvá, Ortiz, Hernández Griñó, Novalvos, Esquivel y yo. Algunos nos conocimos aquel día.
Asistió el fiscal togado don Manuel Claver Torrente, también lo conocimos entonces. Su uniforme azul marino destacó en esta fase del proceso. Los careos se celebraron en la sala de plenos del Consejo Supremo. Una gran sala en el piso entresuelo. En el centro, una gran mesa.
El instructor, general De Diego, presidió estas diligencias. Como siempre, serio y distante. Enfrente del instructor había cuatro sillones, donde se iban sentando los careados y sus defensores. Todos los demás letrados ocupamos nuestros sitios alrededor de la sala. Silencio, expectación en todos. Era uno de los grandes momentos del proceso.
Entra el teniente general Milans del Bosch, que va vestido de uniforme de paseo. En el lado izquierdo de su guerrera una fila de condecoraciones militares, y destacada la medalla militar individual, y en su manga izquierda cinco ángulos dorados de heridas de guerra.
El instructor le dice que se siente. Elige el puesto de la derecha, y a su lado se sienta el coronel Escandell. Junto a él en otro sillón igual toma asiento el general Armada, acompañado de su abogado, Ramón Hermosilla.
Milans del Bosch pregunta:
-¿Puedo fumar?
El general instructor:
-Sí, puede… -y añade-: Les invito a ponerse de acuerdo sobre las llamadas telefónicas.
Por el relator teniente coronel Valenciano se lee, entonces, en alta y clara voz la parte de la causa que contiene las declaraciones dispares de los dos careados. Varios folios de la causa.
Los careados discuten entre sí insistiendo el general Armada que el día 21 por la mañana hablaron sobre comandos y el teniente general Milans del Bosch dice que el general Armada está faltando a la verdad. (Folio 7458 vuelto de la causa.)
También se niega por el general Armada su llamada a Valencia el día 22 por la tarde al despacho del coronel Ibáñez: «La llamada pudo hacerla otra persona haciéndose pasar por él». (Folio 7458 vuelto de la causa.)
Recordé las primeras palabras del teniente general cuando le conocí: «SEGURA, YO NO MIENTO NUNCA.»
Sobre este tema habría de carearse luego con el coronel Ibáñez. Para mí la cosa estuvo clara. Todavía no nos había dicho el general Armada lo del color del cristal, pero ya lo debía de pensar.
También negó la conversación en que estuvo delante el comandante Pardo, aquel 22 de febrero. Las contradicciones seguían envolviendo al proceso, como esa niebla de las vaguadas los días de invierno que se pega al suelo y no deja ver nada.
Los folios de la causa 176 del general Armada y 121, 122 y 3055 del teniente general seguían oponiéndose. Ahora más que nunca, puesto que cada uno mantenía su declaración. Igual pasó con la visita a la casa de la calle Juan Gris en aquella reunión en que Tejero debió de ver a un espectro vestido de gris elegantemente y parecido al general Armada. La voz de Milans seguía firme:
MILANS. YO NO SÉ LO QUE QUIERES OCULTAR, ALFONSO, CONFIESA DE UNA VEZ QUE TE HAS INVENTADO LA CONVERSACIÓN CON SS. MM. (El teniente general Milans del Bosch precisa sobre este extremo que sus palabras exactas fueron: «…confiesa entonces que…», en lugar de: «…confiesa de una vez que…», como figura en la causa.)
ARMADA. Sus Majestades los Reyes no me dijeron nada de una acción violenta. Ni autorizó nunca a nadie para que utilizase su nombre.
MILANS. Alfonso, eres flaco de memoria. A mí me dijiste lo que tengo declarado y mis colaboradores lo saben y me hablaste de una posible acción violenta y la necesidad de parar a sus organizadores.
ARMADA. Yo no tengo nada que ver con el golpe.
MILANS. Claro que sí, está en el ánimo de todos. (Folio 7459 de la causa.)
En este momento el letrado Hermosilla pide la venia:
HERMOSILLA. El careo debe de referirse a hechos no a juicios de valor.
CORONEL ESCANDELL (replica rápido). También con la venia. No hay juicios de valor, sino declaraciones. (Folio 7459 de la causa.)
HERMOSILLA. Pero lo que piensa todo el mundo es un juicio de valor. (Mismo folio.)
Volvió a caer la niebla en la sala y envolvió de nuevo a las declaraciones y careos. Las palabras no lograban agarrarse al proceso ni a la causa. Igual pasó con los viajes de Ibáñez Inglés y sobre el comandante Cortina. Al referirse a este comandante, absuelto después en el juicio, Milans contesta:
Haciendo patente el teniente general Milans del Bosch la contradicción que se pone de manifiesto entre la declaración anteriormente prestada por el general Armada en el sentido de que no había hablado con el comandante Cortina y esta diligencia en que reconoce no haber cambiado impresiones sobre el mismo.
El general Armada dijo:
En todo caso no estoy seguro. Tampoco hubo acuerdo sobre el gobierno Armada, es decir la propuesta de Armada de jefe de un gobierno.
Sí es cierto que para el general instructor, la firmeza del teniente general Milans es mayor, «Firmeza que aparece evidente respecto al otro careado» (folio 7460 de la causa).
Pero, aquel careo no fue único y todos giraron sobre los mismos temas. A continuación fue llamado el coronel Ibáñez Inglés.
Este coronel, al negar Armada la llamada a Valencia, de las cinco de la tarde, a un despacho comercial de su propiedad, rotundamente afirmó:
Yo conocí perfectamente la voz del general Armada y aunque tengo una grabadora en el despacho, no apreté el botón, por respeto a mi jefe, pero admito la prueba de reconocer por teléfono la voz del general entre veintidós personas de la misma o parecida voz.
Armada negó. Mantuvo la postura de que alguien había llamado por él. Reiteraron igualmente sus declaraciones sobre las horas de las llamadas y las visitas de Ibáñez. Pero, la niebla volvió a caer sobre el proceso. Nadie intentó aquella prueba que proponía el coronel Ibáñez.
Del careo del comandante Pardo, anoté que el comandante coincidía con Ibáñez y con el teniente general en su exposición comedida en las llamadas, en lo que oyó al teniente general en la conversación en el despacho particular de Ibáñez Inglés, en que en la conversación se «aludió al número uno a Su Majestad el Rey» (folio 7464 vuelto de la causa).
Armada siguió negando con ese sabor indefinido de la vida: y con la tristeza de ver la postura de un hombre contra las declaraciones de todos, acabó aquel día ya por sí muy lejano. ¿No era todo una incongruencia?
El 11 de noviembre de 1981 conocí al ayudante de campo del teniente general: el teniente coronel Mas Oliver. Al principio de su careo nos sobrecogió a todos. Es un hombre de carácter y voluntad firme. Cuando tiene conciencia de una cosa la defiende. Y así empezó:
Concedida la palabra al teniente coronel Mas expone que desea manifestar su repulsa y protesta con el mayor respeto por la decisión del instructor de no autorizarle a dar el último abrazo a su padre cuando éste falleció y en consecuencia no considera que el consejero instructor tenga autoridad para dirigir este proceso. (Folio 7470 de la causa.)
El aire se espesó en esos momentos y la emoción por el tono enérgico y la sinceridad de Mas nos impresionó a todos. El tema era importante, las palabras directas.
Mirábamos a De Diego. Estaba tenso. El acta recogió sus palabras:
El excelentísimo señor consejero instructor advierte al procesado que está profundamente y tristemente equivocado y no admite más comentarios al respecto. (Folio 7470 de la causa.)
No los hubo, tal vez el general De Diego que no permitió este acto de piedad filial recordara al coronel de carabineros De Diego muerto trágicamente por las turbas en El Escorial en los primeros días del movimiento nacional, de una manera cruel. ¿Quién sabe? Pero su actitud con un compañero, si fue él quien impidió la despedida de padre e hijo, muchos no la entendimos. ¡Ay los derechos humanos y otros derechos! ¡Qué lejanos quedaban y cómo dolían entonces!
Por lo demás el careo resultó como los anteriores: humo, aire, nada.
Cada uno con su postura, sólo, sí, el dolor de aquel hijo que no pudo despedirse de su padre muerto porque no le dejaron.
También aquel día se efectuó el careo del general Armada con el teniente coronel Tejero. Fue por la tarde al filo de la anochecida.
Tejero: «Mi general, usted fue mi jefe en Madrid, era la autoridad militar que iba a venir a las dos horas de ocupación» (folio 7472 de la causa).
Y añadió: «Allí perdió el general Armada la ocasión de hacer otra cosa, como relevarlo y darle órdenes» (mismo folio). Él, más libremente, había obedecido.
Sigue diciendo que: «El general Armada le indicó que venía al Congreso a que se le nombrara jefe del gobierno» (mismo folio).
Armada: «Te va a llamar el Rey» (folio 7472 vuelto de la causa).
Pero Tejero dudó: «¿Quién me lo confirma?» (mismo folio)..
Armada: «Uno que no estaba mediatizado, es decir, el teniente general Milans del Bosch» (mismo folio).
En ese momento había teléfonos libres en el Congreso y Tejero comunicó con Valencia y le dijo a Milans que:
LE ESTABAN PROPONIENDO UNA CHAPUZA DE MUCHO cuidado puesto que los que habían entrado en el Congreso creyeron en mí porque en otro caso yo no hubiera entrado allí, ni llevado a efecto lo que yo consideraba un servicio a la Patria ordenado por el Mando Supremo. (Folio 7.472 vuelto de la causa.)
También llegó a la sesión de aquel día la entrevista de la calle Juan Gris: «El general Armada manifiesta que no se celebró dicha entrevista» (mismo folio).
El teniente coronel Tejero insiste:
Que existió la entrevista en la calle Juan Gris, pues el teniente general Milans del Bosch le llamó para saber que era el comandante Cortina, ya que Tejero no le conocía informando el general Armada que era de confianza.
Que el general Armada le puntualizó la hora de la acción insistiéndole que la había de llevar a efecto con rigor de horario. (Mismo folio.)
También puntualizó: «Que la consigna era Duque de Ahumada.»
Y que al invocarla, a él, Armada como jefe de la operación le fue a dar novedades (folio 7473).
En este careo la postura de Armada fue una sombra. Sin embargo, pensé que Tejero había identificado el estudio de Juan Gris y lo había hecho con decisión y mirando cara a cara al general Armada.
El último careo de aquel día fue Tejero/Cortina.
Creo recordar, ha pasado tiempo y no lo sé con certeza, que los ojos de los dos careados son azules pero con qué diferente expresión. Tejero definió la casa del comandante Cortina, su emplazamiento, su ornamentación, la habitación donde estuvo.
De Cortina recuerdo que le preguntó el instructor su destino «Y después de titubear, invocando secreto oficial, dijo que en la Agrupación Operativa de Misiones Especiales» (folio 7445 vuelto de la causa).
Sobre otras contradicciones existentes en los mismos folios a los que se da lectura, Tejero afirma que el comandante Cortina le dijo que había unos decretos preparados mientras el comandante Cortina afirma: «Que si no hubo tal entrevista como él afirma difícilmente pudiera decir esas cosas.»
«El teniente coronel Tejero dice que el comandante Cortina le habló de un staff a él que entre otros figuraba su hermano, que había sido concejal del Ayuntamiento y un Pardo de Santayana y el comandante Cortina replica con un no rotundo» (folio 7445).
También hubo otro careo con el capitán Gómez Iglesias.
Pero en definitiva como hemos dicho resultaban inútiles. Inútiles para la causa, pero entre las contradicciones alguien tiene en el fondo de su conciencia una voz que le tiene que decir que ha mentido. Alguien consigo mismo no puede estar tranquilo, pero no para los hombres. Sobre todo esto cayó la niebla y el humo y sólo vimos sombras que pasaban que no reconocimos aunque a algunas sí las presentimos. Hoy estos careos son nuevos recuerdos para unos y un remordimiento para otros. Porque alguien ha mentido, pero en la conciencia de los hombres no podemos entrar.
Santiago Segura y Julio Merino
Coautores de “Jaque al Rey”
[1] 22 de octubre de 1981, auto del juez De Diego (denegando las pruebas solicitadas por los defensores) (de cuatrocientos y pico que pidieron sólo se concedieron el 11 % aproximadamente).
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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