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Uno de los primeros trabajos que tuvieron los propietarios, cuando volvieron a Barcelona una vez finalizada la guerra civil, fue recuperar las casas que les habían confiscado. En la mayoría de los casos no estaban en condiciones para ser habitadas. Habían sufrido grandes desperfectos. Esto si tenían suerte, porque muchos se encontraron las propiedades en ruinas, como consecuencia de los bombardeos o incendios. Era muy complicado rehabilitarlas y sacar los escombros, pues los medios de transporte eran escasos. La mayoría decidió dejarlos en medio de la calle. Esto supuso otro impedimento. Los residuos amontonados en la aceras impedían la circulación de los viandantes y de los escasos coches que circulaban. Además de ofrecer un paisaje mucho más escalofriante de lo que era en realidad.

Para poder reparar las casas, la Cámara de la Propiedad Urbana ofreció créditos. Las reparaciones de las casas particulares estuvieron controladas por la Delegación Provincial de Servicios de Regiones Devastadas y Representación, que dependía de la Diputación de Barcelona. El 9 de septiembre de 1939 se aprobó una ley por la que se obligaba a los propietarios a hacer las reparaciones necesarias en los edificios en un término máximo de tres años. Esta ley prometía indemnizaciones y beneficios fiscales a los propietarios de edificios derrumbados que comenzaran a repararlas antes de tres meses. La falta de materiales para la construcción hizo imposible ponerla en práctica.

A estas dificultades se unieron otras. No todas las casa, cuando volvieron sus propietarios, estaban vacías. Así, el gobierno central, en el mes de mayo de 1939, dio a conocer la siguiente nota:

Todo propietario de fincas urbanas en el término municipal de esta plaza que tenga algún piso ocupado sin que medie contrato de alquiler o requisa oficial, dará cuenta a la Jefatura de la Cuarta Región, especificando la clase y procedencia de los inquilinos que la ocupan.

La inmensa mayoría de las personas que ahí vivían era porque no tenían otro lugar donde ir. Muchos de ellos perdieron sus casas durante los bombardeos y se habían refugiado ahí para no malvivir en las calles. No todos los propietarios actuaron de la misma manera pero, un número elevado de ciudadanos se encontraron, de la noche a la mañana, en la calle. Consecuencia de ello fue la nota de prensa, publicada el 6 de octubre de 1939, por parte del Gobierno civil, en la que se decía:

Abundan propietarios que han llevado a efecto lanzamientos inhumanos, unas veces con sujeción al orden personal y otras tomándose violentamente por su mano lo que ellos creerán justicia. Estos propietarios inmisericordes han motivado espectáculos bochornosos de violencia que, por generalidad, por afectar directa o indirectamente al orden público deparan a este Gobierno Civil la oportunidad de intervenir de modo radical y decisivo. No ha sido para tal abuso para lo que nuestro Glorioso Ejército ha devuelto sus cosas a estos propietarios sin conciencia.

La multiplicidad de estos casos, en que a la más ciega y sórdida codicia se sacrifica fríamente la vida de centenares de personas desvalidas, débiles mujeres y niños, arrojándolos con sus pobres enseres a la calle, se producen cuando el invierno se avecina.

Los propietarios que no desahuciaron a los nuevos inquilinos, les reclamaron el alquiler desde el 19 de julio de 1936. Era una medida desmesurada. Por eso en el mes de junio de 1939 se aprobó una ley reglamentando el sistema de alquileres, por la que sólo se podía exigir a los nuevos inquilinos el alquiler desde el mes que la paz tuvo efecto. Asimismo se establecía que el alquiler sería el vigente el 17 de julio de 1936 y no se podía aumentar. Las casas que no estaban en condiciones para ser habitadas, los propietarios no podían exigir el alquiler hasta que estuvieran reparadas.

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La historia que explicaremos ocurrió en el barrio de El Carmelo de Barcelona el 19 de julio de 1936. Está en la parte alta de Barcelona, en Horta-Guinardó. Entre finales del siglo XIX y XX fue un lugar de segundas residencias para la burguesía de, en esa época, Vila de gracia, que s agregó a Barcelona en el 1897.

También se habla de Can Baró el barrio limítrofe a El Carmelo. En estos dos barrios está el Turó de la Rovira. Durante la guerra civil se instalaron cuatro baterías antiaéreas Vickers de 105mm., que entraron en funcionamiento el 3 de marzo de 1938. Desde 2011 esta rehabilitada la zona y puede visitarse y forma parte de la memoria histórica. El barrio de Can Baró debe su nombre a una masía propiedad de José Manuel de Pascali y Santpere, barón de San Luis, concedido en el 1794 por Carlos IV.

La protagonista es esta historia es la casa, pero tenía un propietario. ¿Quién era? Se llamaba Francisco Aizcorbe Oriol, nacido en Cervera el 21 de julio de 1898. Desde muy joven se afilió al Carlismo. Entre 1905 a 1915 colaboró en el semanario carlista Ausetania, editado en Vic, con el seudónimo de Ben-Hur y Espigoter. Redactor de El Correo Catalán, con el seudónimo de amador de España, publicó en 1915 crónicas de la I Guerra Mundial, en este diario. En 1917 participó en el Congreso de Jóvenes tradicionalistas. En 1919 fue uno de los fundadores de los sindicatos Libres, redactando los estatutos, al haber estudiado derecho en la Universidad de Barcelona. De 1921 a 1922 trabajó en el Diario de Barcelona como redactor.

En 1922 formó parte de los impulsores del Partido Social Popular en Cataluña. Esta formación política la integraron José María Gil-Robles, Ángel Ossorio Gallardo, Salvador Minguijón, Rafael Aizpún o Víctor Pradera. A este partido se integraron carlistas, mauristas y democratacristianos. Al finalizar la guerra civil perteneció al Cuerpo Jurídico Militar como oficial segundo honorífico. En el Juzgado Militar de Igualada elaboró expedientes contra desafectos al régimen. Entre ellos a Ramón de Abadal y de Vinyals (1888-1970), historiador y jurisconsulto, miembro del consejo privado de D. Juan de Borbón; Raimundo de Abadal Calderó (1862-1945), político y abogado; Mariano Rubió Tudurí (1896-1962), abogado y político. Sobre este último Aizcorbe explicó que había pagado 25.000 pesetas, en acciones de la empresa Hoteles Unidos SA, a ERC para conseguir el acta de diputado. Los dos primeros fueron miembros de la Lliga Regionalista de Francesc Cambó y diputados por este partido.

En 1950 solicitó el reconocimiento del título carlista de marqués de Zugarramurdi, concedido el 16 de julio de 1875 al general carlista Antonio Lizárraga Esquiroz. Francisco Aizcorbe fue accionista, desde 1952, de Fomento de la Prensa Tradicionalista SA, empresa que editaba El Correo Catalán. Hasta su muerte fue director de la revista Barcelona. Se casó con Benita Bausili y tuvieron a Benita, Inmaculada, Francisco, Atanasio y José María. Falleció en Barcelona el 11 de enero de 1967.

El escrito que podrán leer a continuación fue publicado en el boletín de la Cámara Oficial de la Propiedad Urbana de la Provincia de Barcelona, en su número 151, en el mes de abril de 1940. Y dice así:

“El espíritu de destrucción que fue el móvil principal que animó  la subversión roja, demolió los templos con sus obras de arte que tenían siglos de existencia, incendió lo locales de entidades particulares. Por todas partes sembró la igualdad de las ruinas.

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Recogiendo de entre los casos que pueden citarse de lo que sucedió en Barcelona conviene registrar en estas páginas la destrucción de un chalet de la barriada de La Salud.

Al producirse los sucesos del 19 de julio de 1936 y viéndose los izquierdistas de aquel sector dueño de la situación incendiaron la iglesias parroquial de Jesucristo Redentor y el Convento de los Carmelitas de la Avenida de Nuestra Señora de Montserrat. Los periodistas y vecinos de tendencias derechistas huyeron. No había enemigo pero, la canalla marxista se dedicó tres días seguidos con sus noches a correr la pólvora.

 

Vino rápidamente la requisa de chalets abandonados que fueron ocupados por la hez. Atemorizaron al barrio con registros, detenciones y ejecuciones sumarias. En un recodo de la carretera del Carmelo, durante semanas enteras, por las noches, se asesinaba a detenidos procedentes de las checas de la ciudad y los vecinos tuvieron que habituarse a oír los ayes de las víctima, los disparos y el paso de los autos de los sicarios y de las ambulancias que levantaban los cadáveres.

Cuando los rojos entraron al chalet del que era beneficiario don Francisco Aizcorbe Oriol, abogado, periodista, actualmente en funciones del Cuerpo Jurídico Militar, se indignaron al ver un cuadro de don Alfonso XIII y una bandera española, pateando una cosa y la otra. Prosiguieron la busca y dieron con un fichero correspondiente a un censo electoral de hacía cinco años y de una sección alejada de La Salud unos cuatro quilómetros. Ver el fichero y convenir que contenía los nombres de ellos para ser detenidos por los fascista fue instantáneo.

Fue decretado que la casa, por tamaño delito, tenía que ser quemada. Intervino un individuo que vivía por allí, el capitán Medrano, que había deshonrado el uniforme militar y a base de actuación de federal, invocada con insistencia, quedó aplazado el incendio. Entre tanto fueron movilizados los periodistas clasificados de izquierdas para que intercedieran cerca de sus compinches y se pusieron al habla con el Comité Antifascista de Casa Baró.

La petición de los periodistas rojillos era bien sencilla: no podía quemarse una casa que pertenecía a la Cooperativa porque el beneficiario hubiera cometido un hecho que no se veía claro. Invitaban a más al Comité a que se incautara del chalet, para destinarlo a sus fines aprovechando lo que hubiera dentro. Las negociaciones duraron algunas horas.

Todo fue en vano. El Comité no dio su brazo a torcer. Luego fueron sacados y robados los muebles y a no tardar ardió el edificio. Fue el primero de carácter particular que se quemó en Barcelona al fracasar el Movimiento Salvador en nuestra ciudad. La pérdida representó un buen puñado de miles de pesetas.

Así entendía el marxismo la protección al humilde. Así la despreocupación característica de los periodistas izquierdistas tuvo una vez más ocasión de ver cómo las gastaban sus alumnos ante los cuales eran impotentes. Todo junto con una gran vergüenza.

Hoy aún las paredes ennegrecidas y los techos derrumbados indican al paseante los rasgos de la destrucción perpetrada. De desear es u pronto pueda volver a levantarse la cubierta y que los jardines bien dispuestos señalen que ha vuelto a reír la Primavera tal como anunciaba el cántico prometedor”.

Autor

César Alcalá