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Transcurría el año 1812, cuando ESPAÑA ardía en llamas, inmersa en una guerra popular contra el invasor francés, que había encontrado en gran parte de la clase dirigente española comprensión e incluso aquiescencia en la usurpación de la soberanía nacional.
No tardó Inglaterra en ofrecerse para combatir en suelo hispánico a las tropas napoleónicas, no por simpatía hacia lo español, ni tampoco por desinteresado altruismo, sino para impedir el dominio francés sobre el Continente europeo y, por tanto, sobre ese gran mercado que es Europa, fuente de negocios y riqueza.
Las tropas inglesas desembarcaron en Portugal y pronto fue liberada la ciudad fronteriza de Ciudad Rodrigo, dedicándose la soldadesca inglesa a tres días de saqueo, asesinatos y violaciones , que la oficialidad no quiso o no pudo impedir.
Unos días después sucedía lo mismo en Badajoz, pero esta vez a mayor escala si cabe, lo que le llevó a escribir en sus memorias a uno de los oficiales presentes: “Las atrocidades cometidas por nuestros soldados contra los pobres habitantes inocentes e indefensos de la ciudad, no hay palabras que basten para describirlas”.
En aquellas dramáticas circunstancias, dos jóvenes hermanas que habían perdido a sus familiares, se acercan hacia un grupo de oficiales ingleses que descansaban delante de varias tiendas de campaña en las afueras de la ciudad y solicitan su protección. Aún les gotea la sangre sobre los hombros por los desgarros sufridos al arrancarles la soldadesca los pendientes que habían colgado de sus pabellones auriculares.
Pertenecientes a una familia de recio abolengo, los Ponce de León, lo habían perdido todo. La mayor de las hermanas era la esposa de un oficial español, que se encontraba en un lugar lejano del país, tal vez vivo o quizás no. Y la menor, de 14 años, había terminado poco tiempo atrás las enseñanzas conventuales que se impartían en aquella época. Su nombre: Juana María de los Dolores León.
El teniente Harry Smith, de 25 años, se enamoró al instante de aquella adolescente angelical, cuyo rostro, si no estrictamente bello, poseía un atractivo irresistible, junto a una figura esbelta y grácil, un enamoramiento tan intenso y apasionado como el que sintió la joven Juana María hacia aquel oficial inglés, de quien no se separaría ya durante el resto de su vida. Pocos días después contrajeron matrimonio.
Ascendido a capitán, “Enrique”, así llamado cariñosamente por la señora Smith, enseñó a cabalgar a su joven esposa, que pronto se convirtió en una experta amazona.
El 22 de julio de 1812, tras la aplastante victoria anglo-luso-española en la Batalla de Arapiles, al sur de Salamanca, Juana María desfiló a caballo junto a los soldados, a quienes inspiraba ya un profundo respeto y admiración. Y el 13 de agosto entró en Madrid con el Ejército inglés, a cuyo frente desfilaba el general Wellington.
Acompañando a la Intendencia, los carros, el avituallamiento y diversos heridos, Juana María de León-Smith se había ganado el aprecio y el afecto de cuantos la conocían, con un comportamiento ejemplar de participación y entrega, vibrando junto a los demás en el inevitable ambiente dramático de la guerra.
Así, en persecución de los franceses, llegaron las tropas inglesas a Francia, donde, por fin, cuando Juana María contaba 16 años y vivía con su Enrique en Toulouse, se firmó la paz.
Pero poco duró aquel periodo de asueto y relax, pues el prestigio alcanzado por Harry Smith como oficial, hizo que fuera llamado para la guerra contra los yanquis que se habían emancipado en el norte de América. Se despidieron en Burdeos; él partió hacia el Nuevo Continente, ella hacia Inglaterra.
Siete interminables meses de guerra separaron a los dos enamorados, al término de los cuales, Enrique, ascendido a comandante, había vuelto a Londres para reencontrarse con su adorada esposa.
La integración de Juana María con su familia política fue total, ganándose el afecto y el aprecio de todos, hasta hacerse inseparable de su suegro, tan buen jinete como ella.
Un nuevo llamamiento de guerra reclamó la presencia de Harry Smith, pero ahora en el Continente europeo. Wellington estaba formando un gran ejército en Bruselas ante la inminente batalla de Waterloo, aunque en esta ocasión Enrique no iría solo: Juana María no deseaba separarse nuevamente de él e insistió en acompañarle.
Tras la batalla y las primeras noticias del triunfo sobre Napoleón, nuestra heroína cabalgó hasta el campo de batalla en busca de su marido, creyendo enloquecer ante tanta tragedia y la idea de que su Enrique se encontrara entre aquellos miles de cuerpos inertes. ¿Cómo pudo resistir en aquella situación, tras escuchar decir a unos oficiales que su marido tal vez estuviera muerto, sintiéndose extranjera en tierra extraña, despojada de todo y hundida en la tristeza?
—Os lo diré: educada en un convento, me enseñaron a apelar a Dios por Jesucristo. En aquella aflicción es lo que hice.
Afortunadamente, su Enrique así como el resto de sus hermanos, ni siquiera habían sufrido rasguño alguno.
Tras la firma de la paz, durante el último año del periodo de la ocupación inglesa de Francia, en 1818, en una revista de tropas realizada por el zar de Rusia, el rey de Prusia y varios grandes duques, el duque de Wellington presentó a Juana María al zar con estas palabras:
–He aquí, sire, una pequeña guerrillera española que hace la guerra con su marido como la heroína de Zaragoza.
Con 34 años, encontramos a Lady Smith con su marido en plena campaña bélica en las guerras de los bóeres, en Sudáfrica, rodeada de las mujeres de los jefes negros, a quienes enseñaba y educaba, tras haber acompañado a su Enrique, cabalgando junto a él, por todos los continentes del Imperio Británico, tanto en la India oriental como en África donde se encontraba ahora y donde Harry Smith, ya procónsul en El Cabo, ganaba batallas y fundaba ciudades.
Una de ellas, la ciudad que lleva el nombre de nuestra heroína, LADYSMITH, en la actualidad de 225.000 habitantes, tuvo que resistir, como Badajoz, uno de los asedios más espantosos que ha conocido la historia.
Tras regresar a Inglaterra, la pareja anglo-española se instaló en Manchester en servicio de guarnición militar, él ya con el grado de general. Trasladados a Londres, el 12 de octubre de 1860 fallece Enrique a consecuencia de una crisis cardiaca. Su mujer, Lady Smith, le sobrevive 12 años, en un invierno de la vida envuelto en los más entrañables y bellos recuerdos, sin padecer penurias económicas, tras una pensión especial concedida por el Parlamento Británico. No tuvieron descendencia.
Formidable, Juana María de los Dolores León-Smith, mujer que supo amar, luchar, sufrir, gozar y soñar, como la VIDA misma, junto a su marido, antes del feminismo. Española, de Badajoz, para más señas.
Por POR JOAQUÍN SAMA, dedicado a la inmensa mayoría de las mujeres que viven, crean, luchan, trabajan, sufren, gozan y sueñan junto a los hombres.
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