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El parte de guerra de aquel 10 de febrero decía:            

«EN EL DIA DE HOY NUESTRAS TROPAS HAN ALCANZADO TODOS LOS PASOS DE LA FRONTERA DESDE PUIGCERDÁ HASTA PORTBOU. LA GUERRA EN CATALUÑA HA TERMINADO»

 

Y así describió la tragedia la joven comunista Teresa Pamiés:

“De la huida de Barcelona el 26 de enero de 1939 no olvidaré nunca una cosa: los heridos que salían del hospital de Vallarca y, mutilados, vendados, casi desnudos a pesar del frío, bajaban a las carreteras pidiendo a gritos que no los dejásemos a merced de los vencedores. Todos los demás detalles de aquel día memorable se han borrado o atenuado por la visión de aquellos combatientes indefensos… La certeza de que los republicanos salimos de Barcelona dejando a aquellos hombres nos avergonzará siempre. Los que habían perdido una pierna se arrastraban por el suelo; los mancos alzaban su único puño; lloraban de miedo los más jóvenes, enloquecían de rabia los más viejos; se aferraban a los camiones cargados de muebles, de jaulas, de colchones, de mujeres de boca cerrada, de viejos indiferentes, de niños aterrorizados; gritaban, aullaban, renegaban, maldecían a los que huíamos y los abandonábamos.”

 

Desarrollo de las operaciones

Tras la batalla del Ebro (25 de julio-16 de noviembre de 1938), las tropas franquistas habían desgastado gravemente a los ejércitos republicanos acantonados en Cataluña, quienes vieron reducida su capacidad operativa por la pérdida de material de guerra, y por las bajas en combate de soldados veteranos. Si bien el estado mayor del Ejército Popular Republicano conservaba el denominado Grupo de Ejércitos de la Región Oriental con 300 000 hombres, al mando de los generales Juan Hernández Saravia y Vicente Rojo Lluch, la mayor parte de estas tropas eran reclutas inexpertos y carentes de armamento suficiente para estar equipados por completo. La aviación republicana tampoco se hallaba en buenas condiciones, al tener casi un tercio de sus aparatos en mal estado e incapaces de operar en combate.

La retirada de las Brigadas Internacionales en octubre de 1938 había privado a la República de un contingente de tropas, que si bien resultaban muy pequeñas en número sí eran experimentadas en la lucha. A este factor se unía la mala situación estratégica de Cataluña, rodeada por el Mediterráneo y por la zona bajo control franquista, aunque conservaba la frontera con Francia en su extremo norte, susceptible de ser atacada por los flancos sur y oeste y contando sólo con los ríos Ebro y Segre como «defensas naturales».

Tras postergar el ataque por mal tiempo, el 23 de diciembre de 1938 las tropas franquistas empezaron su ataque a lo largo del río Segre (límite entre los contendientes), rompiendo el frente republicano ese mismo día; para evitar una penetración masiva de atacantes el gobierno de la República envió al V Cuerpo de Ejército bajo el mando del teniente coronel Enrique Líster, quien contuvo la ofensiva durante doce días a costa de serias bajas, evitando que las tropas sublevadas penetrasen masivamente por el vértice de los ríos Ebro y Segre.

La crecida del caudal del Ebro como resultado de las lluvias de invierno, impidió que las tropas rebeldes del general Juan Yagüe atravesaran el río y atacaran el sector sur de las defensas republicanas, por lo cual la ofensiva de los sublevados tomó como base la orilla oeste del Segre.

El ataque de los sublevados se estancó, por lo que la aviación franquista no logró hacer valer su mayor poderío de fuego gracias al clima nublado y lluvioso, mientras las tropas republicanas lograron defenderse bien parapetadas en quebradas y bosques. No obstante, el 3 de enero de 1939 un ataque de carros de combate forzó una retirada republicana, mientras que ese mismo día las unidades franquistas de Yagüe lograron cruzar el Ebro y atacaron a los republicanos por el flanco sur, amenazándolos con un gran cerco. La mejoría en el clima permitió que la aviación sublevada operara con mayor libertad, cortando las frágiles líneas de abastecimiento republicanas y entorpeciendo los movimientos de sus tropas.

Al día siguiente los rebeldes atacaron la población de Borjas Blancas, rompiendo de nuevo el frente y causando una retirada transformada en fuga. El 5 de enero cayó Borjas Blancas y Artesa de Segre en poder de los rebeldes y la retirada republicana dejó expuesto un gran sector del frente, desprovisto de defensas.

Las tropas republicanas que aún defendían este vértice entre el Ebro y el Segre, mayormente veteranos de la lucha en el Ebro el verano anterior, huyeron rápidamente ante la amenaza de quedar cercadas por el norte y el sur, mientras sus enemigos cruzaban definitivamente el Ebro y fijaban una cabeza de puente en la localidad de Ascó para lanzar desde allí ataques gracias a su mayor fuerza logística.

El mando republicano en Cataluña, dirigido por el general Vicente Rojo, formó entonces sucesivas líneas de defensa con las tropas aún en condiciones de luchar (líneas llamadas L-1, L-2, L-3, y L-4), pero tales líneas estaban poco guarnecidas y sus defensores fueron cercados o rebasados por las tropas franquistas en pocos días. De hecho, a la inferioridad numérica del bando republicano cabía agregar la inferioridad material, en tanto tras la sangría de la batalla del Ebro, la URSS parecía convencida de la derrota final de la República y no había repuesto el armamento perdido, mientras que el bando sublevado continuaba recibiendo pertrechos de Alemania e Italia.

La resistencia republicana se hunde

El 9 de enero la República movilizó los reclutas de reemplazo de 1922 y 1924 para superar la aguda escasez de tropas, pero esta medida extrema era difícil de implementar por la falta de tiempo, además de que el problema real de la grave falta de armamento hacía inútil la acumulación de reclutas en la zona republicana. Pese a esto, el 8 de enero los franquistas reanudaron su ataque y tomaron Montblanch el día 12. El 14 de enero Valls cayó en poder de los rebeldes, con lo que estos ya pudieron concentrar sus fuerzas sobre Tarragona. Las líneas de defensa formadas por Rojo fueron prontamente batidas, mientras que alrededor de Barcelona ni siquiera había posiciones defensivas en condiciones de operar.

El general franquista Juan Yagüe dirigió sus divisiones marroquíes por la costa mediterránea sin hallar gran resistencia, en tanto la mayor parte de las tropas republicanas estaban absortas en la defensa del flanco occidental. El ataque franquista desde el sur no pudo ser detenido por los pocos batallones republicanos adscritos a Tarragona y las tropas de Yagüe acaban entrando en Tarragona el 14 de enero, presionando así por el sur a la propia Barcelona que sufría ya los frecuentes bombardeos de la aviación rebelde al igual que Madrid en 1936.

El día 16 el gobierno de la República ordenó la movilización general de ciudadanos de ambos sexos entre 17 y 55 años de edad, así como la militarización de todas las industrias, pero esta medida llegaba demasiado tarde para ser implementada eficazmente. En efecto, a la urgencia de movilizar tropas hacia un frente cada día más cercano a Barcelona, el gobierno republicano se enfrentaba a la crisis causada por miles de refugiados republicanos que se dirigían en masa hacia Barcelona, agravada por los bombardeos que desde el 17 de enero eran ejecutados diariamente por la aviación rebelde sobre la capital catalana.

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El día 18 de enero, Negrín y el consejo de ministros acordaron declarar el «estado de guerra» y asignar al Ejército Popular Republicano la autoridad civil en retaguardia así como la subordinación de las autoridades políticas a las militares, pero esta medida carecía de utilidad práctica en tanto la línea del frente ya estaba a 25 kilómetros del centro de Barcelona y los jefes militares estaban más urgidos de evitar la mayor desmoralización de sus tropas que en hacerse cargo de la autoridad civil, sobre todo cuando el gobierno de la República ordenaba «estado de guerra» recién tras treinta meses de combates. En paralelo, las divisiones políticas dentro del bando republicano entre socialistas, anarquistas, y comunistas no desaparecieron ante la perspectiva de un gran desastre bélico para la República en Cataluña.

Militarmente, el bando republicano carecía de pertrechos y munición para defender una ciudad tan extensa como Barcelona, además que la desmoralización de las tropas ya era extremadamente grave de acuerdo a las informaciones entregadas por el general Vicente Rojo al jefe de gobierno, Juan Negrín, los reclutas de la República (mayormente nativos de la región catalana) casi no creían en un triunfo y la población civil consideraba la guerra como perdida.

La caída de Barcelona

Al difundirse la noticia de la caída de Tarragona, quedó expuesto nuevamente el frente republicano, y la retirada se convirtió en una huida caótica de refugiados republicanos de toda clase: autoridades políticas, funcionarios, civiles comunes, e incluso soldados, que marcharon apresuradamente hacia la frontera francesa, a veces inclusive sin pasar antes por Barcelona.

Ante la amenaza de que llegaran a los Pirineos miles de refugiados republicanos, Francia decidió entonces abrir los pasos fronterizos el 20 de enero para dejar entrar en España el material de guerra destinado a la República, pero esta medida no sirvió para organizar defensa alguna. La mayor parte de las tropas republicanas estaban ya desmoralizadas por las sucesivas derrotas, por el desaliento que transmitía la enorme masa de refugiados, y en gran parte estaban formadas por conscriptos muy jóvenes (la llamada «Quinta del biberón») o muy mayores, quienes pese a las exhortaciones de sus oficiales y la insistencia de la propaganda gubernamental mostraban escasos deseos de combatir, y tras dos años y medio de guerra preferían la rendición rápida en vez de arriesgar la vida ante lo que parecía un triunfo inminente de los rebeldes.

En la mañana del 22 de enero, el general Rojo informó a Negrín y a su consejo de ministros de que el frente de combate nuevamente se había roto entre Manresa y Sitges, apenas a 20 kilómetros de Barcelona, por lo cual las tropas del Ejército Popular Republicano habían abandonado sus posiciones de campaña para salvarse dentro de la propia capital catalana. Tras la exposición de Rojo, Negrín ordenó la evacuación de todas las entidades gubernativas hacia Gerona y Figueras, mucho más cerca de la frontera francesa, lo cual fue conocido esa misma tarde por los civiles y refugiados que aún se hallaban en Barcelona. La noticia de la evacuación del gobierno, similar a lo vivido en Madrid en octubre de 1936, fue la señal para una nueva huida caótica de civiles, ahora desde la propia Barcelona.

A partir del 23 de enero miles de simpatizantes republicanos de toda clase huyeron de Barcelona, llevándose consigo a sus familias y enseres, y tomando por asalto los almacenes de alimentos para tener con qué sobrevivir durante la marcha hacia Francia. Republicanos de todo tipo abandonan desordenadamente la ciudad en automóviles, camiones, bicicletas o simplemente a pie, obstruyendo pronto la carretera hacia el norte.

Los funcionarios de la República evacuaron aceleradamente sus oficinas empacando archivos, mientras tanto militantes de los diversos partidos políticos de la zona republicana incendiaron documentación, archivos, y tarjetas de identidad en las calles barcelonesas. Los presos del bando sublevado aún recluidos en Barcelona fueron sacados de sus celdas para ser también trasladados en la masiva retirada republicana. Ese mismo día, el ejército franquista atacó Sabadell, Tarrasa, y Badalona, mientras cruzaban el Llobregat.

El 24 de enero de 1939 el general José Brandaris de la Cuesta fue nombrado comandante militar de Barcelona, con la misión de organizar la defensa militar de la ciudad condal. Brandaris de la Cuesta, sin embargo, rechazó asumir esta responsabilidad dado que durante toda la contienda permaneció virtualmente desconectado de la situación militar real en la península. Finalmente, el coronel Jesús Velasco Echave asumió el cargo de comandante militar.

En la tarde del 24 de enero el gobierno republicano huyó finalmente a Gerona, dejando tras de sí una ciudad dominada por el desorden de la huida. Algunos militantes comunistas intentaron defender la ciudad a ultranza instalando barricadas el día 25 y lanzando por las calles proclamas impresas a la población civil, pero sus esfuerzos chocaron contra el desánimo de los civiles y el incesante flujo de refugiados rurales en fuga hacia el norte, que no albergaban mayores esperanzas, a lo cual se sumó la fuga caótica de miles de simpatizantes republicanos de Barcelona hacia la frontera francesa. Un testimonio de estas horas lo dejó el magistrado Josep Andreu, presidente del Tribunal de Casación de Cataluña tras cenar con el líder Lluís Companys en Barcelona la noche del 25 de enero:

Fue una noche que nunca olvidaré. El silencio era total, un silencio terrible, como sólo se advierte en el punto culminante de una tragedia. Fuimos a la plaza de Sant Jaume y nos despedimos de la Generalitat y de la ciudad. Eran las dos de la madrugada. La vanguardia del ejército nacionalista ya estaba en el Tibidabo y cerca de Montjuic. No creíamos que volviésemos jamás.

A lo largo del 25 de enero las fuerzas de la 105.ª División del coronel Natalio López Bravo ocuparon el aeródromo del Prat.

Al amanecer del 26 de enero las tropas franquistas alcanzaban las cumbres del Tibidabo y de Montjuic, y al mediodía entraron al centro de Barcelona y ocuparon toda la urbe semidesierta, sin hallar resistencia.5​ En paralelo, la «quinta columna» franquista hizo su aparición en las calles barcelonesas tras dos años y medio de ocultamiento.

La carrera hacia la frontera francesa

Tras la caída de Barcelona, los refugiados siguieron su marcha hacia la frontera francesa a pie o en todo medio de transporte disponible, mientras las tropas republicanas oponían escasa resistencia al avance enemigo, desertando, capitulando sin combatir, o simplemente uniéndose a las columnas de refugiados. Las carreteras costeras catalanas aparecían colmadas de autobuses, camiones, automóviles y hasta simples carromatos rebosantes de colchones, maletas, enseres, baúles, y de refugiados civiles, a quienes se unían convoyes de soldados evacuando hacia el norte. El frío del invierno dificultaba el estado sanitario de los evacuados, mientras que la aparición de aviones sublevados ametrallando columnas de refugiados generaba escenas de pánico que desembocaban en desbandadas mortíferas.

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El día 25 el gobierno francés había pedido formar una «zona neutral» en territorio español donde pudiesen establecerse los refugiados republicanos bajo supervisión internacional, evitando abrir así los pasos fronterizos a varios miles de civiles españoles, pero Francisco Franco rechazó tal propuesta; ante ello Francia abrió la frontera a los refugiados españoles en la noche del 27 de enero; el 28 de enero 15 000 personas pasaron a suelo francés y en los días siguientes tal número aumentó.

Inicialmente el gobierno francés había evitado dar acogida a todos los refugiados españoles que llegaban a la frontera, pero en el curso de las horas se hizo evidente que resultaba inútil contener por la fuerza a varios miles de civiles dispuestos a esperar su entrada en Francia a campo abierto antes que volver a la zona dominada por los franquistas. De todos modos, tras el 28 de enero el gobierno francés se opuso a dejar pasar a los soldados republicanos o a personas en edad militar, esperando que las autoridades republicanas usaran el material de guerra recién ingresado en España para oponer alguna resistencia.

Los refugiados llegaban agotados y hambrientos tras una larga marcha a lo largo de Cataluña que incluyó cruzar parte de los Pirineos en el frío mes invernal de enero y casi de inmediato fueron establecidos por las autoridades francesas en improvisados campamentos a orillas del Mediterráneo, lugares cercados con alambre de púas y vigilados por la gendarmería francesa, desprovistos de suficiente alimento y agua, expuestos al viento y la lluvia al carecer de barracas o carpas, y en malas condiciones sanitarias; no obstante Francia explicó tales carencias en el hecho que no se esperaba recibir un flujo de varios miles de civiles españoles en cuestión de tan pocos días, pidiendo entonces ayuda internacional para remediar en parte las graves carencias de los refugiados. Empezaba así para muchos republicanos españoles un largo y difícil exilio.

El avance del bando sublevado seguía su ritmo casi sin hallar resistencia, al punto que las avanzadas del general Yagüe (incluyendo italianos, marroquíes y requetés navarros) el 4 de febrero tomaron Gerona, forzando al gobierno republicano a huir esta vez a Figueras, en cuyo castillo el presidente de gobierno Juan Negrín celebró una reunión final del gabinete republicano y de las Cortes republicanas el 1 de febrero, pidiendo que no hubiera represalias políticas tras el fin de la guerra; acudieron apenas 64 parlamentarios de los casi 300 existentes tres años antes.

El 3 de febrero las tropas franquistas, que habían tomado días de descanso tras tomar Barcelona, se hallaban a 50 kilómetros de la frontera francesa, para entonces cerca de 200 000 españoles habían cruzado la frontera de Francia. Era cuestión de días que las fuerzas de Franco ocupasen toda Cataluña, y así el 5 de febrero el gobierno francés decidió abrir la frontera española de modo indiscriminado para que cualquier refugiado republicano la cruzara, lo cual permitía la entrada en Francia de los restos del Ejército Popular Republicano, los soldados republicanos debieron entregar sus armas a la gendarmería francesa como requisito previo para cruzar la frontera. Ese mismo día cruzaban la frontera el presidente de la República, Manuel Azaña, junto con el presidente de la Generalidad catalana Lluís Companys y el antiguo lehendakari José Antonio Aguirre.

El día 8 caía Figueras y el gobierno de la Segunda República Española, incluyendo al presidente del gobierno Juan Negrín, cruzaba también la frontera en esa fecha; el 10 de febrero las tropas franquistas ya habían alcanzado todos los pasos fronterizos y llegaban a los Pirineos. Para esa fecha cerca de 400 000 refugiados civiles y militares habían pasado de España a Francia. El 11 de ese mes se hicieron con el control de Llivia, un pequeño pueblo gerundense rodeado por completo por territorio francés, ocupando en ese momento toda Cataluña.

La ciudad de Gerona, que no había sufrido prácticamente ningún bombardeo importante desde la primavera de 1938, fue atacada prácticamente a diario desde el 27 de enero hasta su caída el 5 de febrero, causando 30 muertos, pero el número debió de ser muy superior debido a que había muchas personas de paso en la ciudad que no fueron registradas. Otras localidades gerundenses también fueron bombardeadas esos días: Ribas de Freser, San Quirico de Besora, Campdevánol (hubo 35 muertos), Sils, Massanet de la Selva, San Hilario Sacalm, La Bisbal del Ampurdán (atacada el 3 de febrero, causando más de 20 muertos y una gran destrucción; el pánico se apoderó de la gente y el casco urbano quedó desierto), Palamós (dos veces), Rosas, Puerto de la Selva (dos veces), Ripoll (cuatro veces, siendo el ataque más duro el del 5 de febrero, que causó más de 20 muertos, entre ellos tres mujeres y dos niños, además una docena de soldados en retirada). El aeródromo de Vilajuïga fue uno de los objetivos más atacados por la aviación franquista ya que en los momentos finales de la campaña de Cataluña era el más importante y prácticamente el único que quedaba en manos de la aviación republicana. Los bombardeos finalizaron cuando, según el parte de guerra del bando sublevado del 10 de febrero de 1939, «NUESTRAS FUERZAS HAN ALCANZADO VICTORIOSAMENTE, EN EL DÍA DE HOY, TODOS LOS PASOS DE LA FRONTERA DESDE PUIGCERDÁ HASTA PORTBOY. LA GUERRA EN CATALUÑA HA TERMINADO” (Textos: Rafa Rodrigo, Martínez Bande, Solé Sabater, Martínez Reverte y Wikipedia)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.