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II

El día 8 del mes de julio de 1873, después de haber estado cinco días descansando, determinó Savalls atacar el fuerte pueblo de San Quirze de Besora, punto estratégico por tener un puente sobre el río Ter y ser a la vez los vecinos muy carlistas, que nos servían mucho para nuestros movimientos.

 

A las tres de la madrugada empezó el ataque, entrando a la población sin disparar; únicamente se hicieron tres disparos de cañón, al cabo de los cuales se rindió la guarnición a discreción.

 

Además de dos compañías de soldados había otra de voluntarios republicanos (cipayos) los cuales temiendo el peligro en que estaban de caer en nuestro poder, huyeron a tiempo, tomando las de Villadiego con dirección a Vic y dejaron solos a las dos compañías de soldados que no se podían retirar sin orden superior. Esto fue el principal motivo por el que no hicieron resistencia, toda vez que los más llamados a defender la república no lo hacían.

 

Inmediatamente se les extendió la licencia, marchando todos muy contentos de nuestro proceder, mientras nuestras fuerzas tomaban posesión de la plaza.

 

A eso de las doce de la mañana se recibe un telegrama de que el gobernador de Vic había organizado una columna entre soldados y voluntarios republicanos que con dos piezas de artillería rodada y caballería, se dirigían hacia San Quirze, llegando la hora a la vista de la población, sin moverse, hasta que salimos nosotros de ella en dirección a Ripoll.

 

Entonces, en vez de atacarnos, se dirigió el enemigo al pueblo, robando cuanto encontraba y asesinando a toda persona que cogían; pegándole fuego por varios laso sin respetar la iglesia ni las imágenes, que arrojaron al suelo, y por último incendiaron las dos grandes fábricas que había, muriendo carbonizados el padre del dueño de una de ellas, un pobre anciano que no había podido huir, el cual era muy querido por todo el pueblo por sus públicas virtudes. No respetaron nada estos caribes. ¡Los que tienen a gala hacer las más horribles profanaciones, mal iban a respetar a las personas ni a la propiedad!

 

No contentos aún con tanta salvajada y para colmar sus rencores, situaron las dos piezas de artillería en un alto y desde él se divirtieron ametrallando al pueblo. ¡Digna hazaña de tales bandidos!

 

Aún íbamos a mitad de nuestro camino cuando recibe Savalls noticia de lo que estaba sucediendo en San Quirze y ordenando doble derecha se vuelven las tropas carlistas y dispone que nuestra caballería cargue contra la enemiga, que estaba en avanzada, y a la primera carga la hace huir dejando en el campo cinco soldados heridos y dos muertos. Llegamos nosotros y cogiéndoles en el paso del puente por donde iban huyendo, les hicimos muchas bajas; hasta once muertos los he visto yo. Y cosa rara, la mayor parte de éstos eran voluntarios, algunos de los cuales llevaban los vasos sagrados y objetos de culto que acababan de robar en la iglesia.

 

Se persiguió largo rato al enemigo que huía a la desbandada, dejando en nuestro poder muchos heridos y varios efectos.

 

Volvimos al pueblo, ayudando a los vecinos a sofocar el fuego y entregándoles los objetos encontrados, dirigiéndonos luego a Ripoll, en donde estuvimos todo el día nueve celebrando nuestro triunfo.

 

El diez salimos con dirección a Alpens y allí nos unimos a las tropas que mandaba el Infante D. Alfonso de Borbón con su Batallón de Zuavos.

 

 

III

 

A las tres de la tarde salimos en dirección a San Quirze y al llegar a unas masías distantes como unos cinco kilómetros de Alpens, hicimos alto. Al poco rato llega a Savalls la noticia de que Cabrinety salía de Prats de Lluçanès para Alpens y ordena a Auguet que con un Batallón se dirigiera a paso ligero sobre este pueblo para apoderarse de él antes que llegara el enemigo. Así lo hicimos al mismo tiempo que llegaba la vanguardia de la columna enemiga compuesta de voluntarios de Solsona y soldados, encerándose en las casas que había a la entrada del pueblo, rechazando nuestras tropas una carga que hizo a la bayoneta una columna de 250 hombres que llegó en apoyo de la vanguardia, abandonando en la calle mucha gente entre muertos y heridos.

Entre tanto llegó el General Savalls con el grueso de las fuerzas y ordenó al Comandante de mí Batallón que con cinco compañías atacase por retaguardia y a mí compañía con la de guías que atravesásemos el pueblo para apoyar a Auguet, como lo hicimos, no sin sufrir una descarga desde las casas en donde se habían refugiado los soldados de la vanguardia enemiga, colocándonos en el ala derecha con tal acierto que obligamos al enemigo, que iba a atacar por aquella parte, a retirarse. Siguiendo el camino se introdujo en el pueblo la caballería y la brigada se refugió entre las pocas casas de la entrada, ocupadas anteriormente por su vanguardia, generalizándose el fuego.

 

Como el enemigo no avanzaba, ordenó Savalls atacar a la bayoneta, haciéndolo con tal empuje y rabia que cogimos prisioneros a dos compañías que se habían quedado a la retaguardia. Se dio orden de atacar a las casas ocupadas por el enemigo que había intentado salir por cuatro veces, cayendo en una de ellas el Brigadier Cabrinety atravesado por dos balazos, uno en el pecho y otro en el cuello y quedando muerto en el acto. Esto ocurría al declinar el día, avanzando la oscuridad de la noche que contribuía a hacer más impresionante el cuadro.

 

Se redobló el ataque y como se ordenará prender fuego a las casas ocupadas por las tropas enemigas, así se hizo, y en vista de las llamas que producía la primera de aquellas, se oyó la señal de alto el fuego, como se hizo, entregándose acto seguido el enemigo, a discreción. ¡Que gozo! ¡Qué alegría nos inundaba a todos los carlistas en aquellos momentos!

 

Fui uno de los primeros que vio el cadáver del hasta entonces aborrecido Brigadier. Confieso que me impresionó su vista. Era un tipo verdaderamente militar, revelando sus facciones el coraje que debió sufrir al verse acorralado por aquellos carlistas que momentos antes, arengando a sus tropas, nos presentaba como un puñado de cobardes y fanáticos sacristanes.

 

En la casa a donde fue llevado por sus soldados, se hallaban más de treinta heridos, y en las demás casas había muchísimos más. La calle estaba obstruida materialmente con los cadáveres de soldados y de caballos.

 

Cayeron en nuestro poder dos batallones, el de las Navas y Mérida, cuatro Compañías del de Madrid, cuarenta caballos, dos piezas de artillería con todo el tren y material correspondiente, más una brigada con veinticinco mulos, equipados, material sanitario y cuatro cajas con metálico que hacían ascender a setenta mil duros.

 

Una victoria completa. Hasta teníamos en nuestro poder al mismo Cabrinety, cosa que nos parecía mentira y sólo a la divina Providencia achacábamos un triunfo tan completo. Dábamos gracias a Dios por vernos libres de enemigo tan terrible e incansable. ¡Pobre Cabrinety! Él, que había jurado exterminarnos, caía muerto de manera bien triste. Rezamos unas oraciones por su alma así como por los demás muertos.

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Las bajas fueron terribles; se calculaban en más de noventa hombres muertos y pasaban de cien los heridos. Los prisioneros, después de dejar las armas, fueron formados en la plaza del pueblo. Quedé pasmado cuando los vi; eran más que todos nosotros, sumaban ochocientos veinticinco hombres.

 

Los periódicos liberales como no pudieron ocultar el desastre, quisieron atenuarlo quitando importancia, diciendo que Savalls había reunido de cinco a seis mil hombres del Somatén para destruir a Cabrinety. Éste y Savalls se odiaban a muerte, cosa de todos sabida. Pocos días antes dijo el mismo General carlista ante buen número de personas a la salida del pueblo de Ripoll, que uno de los dos había de quedar en Cataluña.

 

Cabrinety se preparó para una campaña decisiva, como lo prueba la brillante columna que organizó, compuesta de mil quinientos hombres, cincuenta caballos, dos piezas de artillería y una magnífica brigada sanitaria y municiones formada con veintiocho mulos y cerca de dos millones de reales. Por su parte Savalls ignoraba por completo el paradero fijo de su mortal enemigo. Sólo sabía que perseguía a los Infantes y salió de Ripoll el día de la batalla, sin dirección fija; únicamente cuando llegó cerca de Alpens, en donde se reunió con los Infantes, supo que Cabrinety estaba por la mañana en Súria, distante trece leguas de Alpens. Nadie suponía que hiciese tan larga jornada en aquel día, como lo prueba el hecho de que el Infante pensaba atacarle en Prats de Lluçanès cuando vio los batallones de Savalls y Auguet juntos, que sumaban unos mil hombres más sus ciento veinte zuavos que componían su escolta y unos doscientos hombres de una partida volante que llegó durante la acción. Todas estas fuerzas no llegaban a mil cuatrocientos hombres, sin artillería, mal armados, pues los voluntarios lo estaban con escopetas de distintos sistemas. Esta es la verdad.

 

Lo que hubo allí en nuestra ventaja fue que se luchó con mayor entusiasmo, jugándose el todo por el todo, y que Cabrinety, ciego de ira, cometió grandes imprudencias. La primera el meterse en una paraje tan difícil para operar después de tan larga jornada. La segunda no haberse fijado en que terminaba el día y que se venía encima la noche, lo cual suponía una gran ventaja para la fuerza carlista. Y la tercera, aparte de otras, ponerse a la cabeza de la vanguardia, desesperado d verse rechazado tan valientemente. Nosotros tuvimos cinco voluntarios muertos y veintisiete heridos.

 

IV

Sin perder momento seguimos a Bagá que estaba fortificada, en donde fueron emplazados los dos cañones cogidos a Cabrinety y, viendo los sitiados los efectos que producían las granadas, se rindieron, entregándose doscientos hombres bien armados que se quedaron con nosotros voluntariamente, aunque luego se fueron marchando poco a poco la mayor parte.

 

Pocos días después nos unimos a los Infantes en Prats de Lluçanès, quienes aprovechando el temor producido entre las tropas de la república por la victoria de Alpens y el pánico que nos tuvieron por la muerte de Cabrinety, decidieron atacar la importante villa de Igualada, por su preponderancia industrial, debido a las fábricas que existían y cuyos habitantes tenían fama de ser muy republicanos.

 

Estaba muy fortificada y bien guarnecida por un Batallón del Regimiento de Navarra, otra fuerza más y caso todo el paisanaje armado. Se puso en marcha toda la columna. Hicimos noche en Balsareny. Al día siguiente se unió en Súria la columna del General D. Rafael Tristany y contramarchando para desorientar a los enemigos, fuimos a parar a Calaf en donde nos esperaba Miret con su batallón. Descansamos en este pueblo todo el día, ocupándonos en los preparativos para el ataque.

 

A la mañana siguiente llegamos a Igualada y se emprendió inmediatamente el ataque con un valor y entusiasmo admirables. Los defensores de la plaza estaban preparados, recibiéndonos a balazos, tocándole a mi Compañía el primer muerto, aunque también fuimos los primeros en atacar y romper el fuego.

 

A poco de empezar se generalizó el combate atacándose por distintos sitios. Cuando mayor era el fuego, recibimos orden de salir de las posiciones en que nos habíamos parapetado y de atacar a pecho descubierto, como se hizo, bajando al pueblo cargando a la bayoneta. Peor el terrible fuego del enemigo, a la par que certero, nos obligó a refugiarnos en una de las primeras casas que había a la entrada, desde donde contestábamos a los sitiados. Pero era tal la furia de éstos que no dejaban ni un momento de disparar sus fusiles, haciéndonos imposible la salida de la casa para poder cumplir la orden de ataque que se nos había dado, y en verdad que era temible el paso que teníamos que dar sin conocer la población ni saber por lo tanto a donde iríamos a parar y qué nos esperaba.

 

Por fin, debido al entusiasmo por la causa y ante el deber, saliendo el primero, obligué con mis gritos de ánimo a que me siguieran; poniéndome a la cabeza del pelotón seguimos hacia la población llegando hasta donde estaba el resto de la compañía, que ocupaba otra de las casas, continuando juntos el ataque.

 

Salvando el espacio llegamos hasta la primera bocacalle desde donde nos hicieron una descarga cerrada, cayendo heridos seis voluntarios que pudimos recoger, pero dejando en tierra dos muertos; continuando sobre la marcha el ataque a la bayoneta y llegando a las casas que estaban, como era de suponer, cerradas. De pronto me fijé en una que estaba en construcción y forzando la puerta entramos en ella, en la que nos refugiamos y, desde allí, hacíamos fuego a la población, siguiendo todo el día en medo de gran incertidumbre por estar completamente aislados del resto de las tropas carlistas.

 

Como llegara la noche sin que nadie viniera en nuestro auxilio y creyéndonos abandonados a nuestra suerte, con los heridos sin poder ser curados, azuzados también por el hambre que sentíamos por no haber comido en todo aquel día, determinamos salir llevando con nosotros a los heridos. Llegamos al mismo sitio en donde ya habíamos estado por la mañana en donde fuimos auxiliados, curándose a los heridos y dándonos algo para entretener el hambre.

 

Ante la terrible resistencia y para poder entrar en la población amurallada, pues la población exterior había sido tomada, se hicieron verdaderas heroicidades. Un oficial del Batallón de Zuavos que escoltaba a los Infantes, cogió un colchón y una lata de petróleo, y resguardándose de las balas enemigas, llegó hasta la misma puerta llamada de Barcelona, por ser la que cerraba la carretera que conducía a esta ciudad y después de rociarla con petróleo le prendió fuego, regresando luego a su puesto sin novedad.

 

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Entonces llegó hasta nosotros la noticia de que en una de las salidas que habían hecho los defensores de la plaza, habían sorprendido a dos compañías de la columna de Tristany que se habían alojado dentro de una fábrica, y copando el edificio asaltaron aquella haciendo con los que cogían una verdadera carnicería. Sólo se salvaron los que pudieron saltar por las ventanas. Pero lo que más indignó a nuestras tropas fue el hecho criminal de haber fusilado en el acto a todos cuantos caían tanto en su poder. Tal hecho produjo verdadera indignación y coraje tanto entre los jefes como en todos los voluntarios y guerrilleros carlistas y sobre todo entre las tropas de Tristany que ardían en deseos de venganza.

 

Aprovechando sin duda nuestros jefes tal situación de ánimo, dispusieron el ataque por la puerta de Barcelona y nos lanzamos todos a la carrera; cuando llegamos vimos con verdadera satisfacción que nuestras tropas ya eran dueñas de gran parte de la ciudad por haber atacado al asalto por otra de las puertas, pero continuaba la lucha feroz y tenaz en las calles, las cuales, en su mayor parte, estaban defendidas por barricadas. Seguimos adelante en el ataque hasta llegar a la calle en donde estaba el fuerte que habíamos atacado el día anterior, viniéndoseme entonces a la imaginación los peligros pasados. Dicho fuerte estaba ahora hecho escombros y las tropas que lo defendían se habían retirado a otras posiciones a donde íbamos a atacar. Allí se presentó Savalls a caballo, a quien acompañaba su hijo, también a caballo, animando a todos y ordenando seguir adelante, como lo hicimos.

 

Al asaltar una de las barricadas, cayó herido el Capitán de mi compañía a quien retiré del peligro, mandando por una camilla y en ella le mandé al hospital de sangre.

 

Me encontraba cerca del cuartel general a donde había ido a recibir órdenes, después de dejar al Capitán bien acondicionado, mientras continuaba la lucha, cuando llegó un aviso de que se dirigían hacia la plaza dos batallones de Cipayos.

 

Se reunieron los Jefes, que se dividieron en distintos pareceres, prevaleciendo, como siempre, el de Savalls, que fue el encargado de desarrollarlo.

 

Al efecto situó nuestra caballería que ya empezaba a ser temible, en posición ventajosa. Ordenó a su vez a cuatro compañías atacaran a las tropas que venían en auxilio por el flanco, y mandó, mientras tanto, hacer fuego a nuestras avanzadas y preparar los dos cañones. Al ver tal movimiento el enemigo y recibir las dos descargas de nuestra avanzada, los que venían a socorrer a Igualada, creyeron que las tropas carlistas habíamos abandonado la población y siguieron adelante para entrar en ella. Por su parte, los que se encontraban en el Cuartel, al ver este socorro, confiados en que nuestra fuerza estaba ocupada en el ataque del pueblo, salieron para incorporarse a la columna que venía en su auxilio, y, al mismo instante, nuestros cañones les lanzaron unas cuantas granadas que causó cierto desorden entre ellos y que fue aprovechado por Savalls, mandando a la caballería que acometiera, seguida de la infantería. Y fue tal el efecto que entre el enemigo produjo tan inesperado ataque, que se dispersó completamente, cayendo muchos prisioneros y pidiendo el cuartel que era uno de los principales puntos de defensa.

 

Ante tal derrota, la fuerza que quedaba se replegó hacia la Iglesia y el Ayuntamiento, siempre atacada por nuestra infantería, mientras pequeñas columnas saltaban las barricadas levantadas en las calles y que defendían las fuerzas del Regimiento de Navarra que estaba dando pruebas de gran valor. El cuadro que presentaba la población era horrible. Nadie se entregaba, y lo hacía aún más espantoso los disparos que desde las casas laterales, todas llenas de paisanos armados, hacían desde los ventanales de las mismas, que todo lo cruzaban a balazos. Las calles se iban llenando de cadáveres y heridos.

 

Vista la tenaz resistencia que hacían tanto los soldados como los paisanos, sin duda por temor al castigo a que se habían hecho acreedores por su criminal proceder con las compañías de Tristany sorprendidas en la mañana a la entrada del pueblo, se dispuso por los Jefes que se desplegase, situándose las fuerzas en sitios convenientes. Se les pidió luego la rendición a lo que se negaron y para intimidarles se prendió fuego a las casas inmediatas en donde aquellas tropas se encontraban, rindiéndose enseguida a discreción, primero los que se resistían en el Ayuntamiento y luego los de la Iglesia.

 

Duró la toma de esta población treinta y seis horas de continuo ataque, cesando el toque de somatén que durante todo ese tiempo nos ensordeció en manera tal, que en mucho tiempo no pude dejar de oír semejante ruido.

 

Las pérdidas por nuestra parte fueron muchas y muy dolorosas. Sólo mi batallón, que era el primero del Regimiento de Gerona, tuvo unos cincuenta muertos; y la columna de los Zuavos también fue muy castigada.

 

Entre las heroicidades, sobresalieron, el General Savalls por su serenidad y acierto en el ataque; Miret, jefe de los voluntarios de Barcelona y el del Batallón de los Zuavos Wills. Éste en el momento que atacaban para tomar una barricada, que por cierto defendían valientemente los republicanos, para dar ánimos a los suyos, mandó desplegar la bandera del batallón que ostentaba la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y al marchar con ella al asalto, cayó el abanderado por una descarga que hizo el enemigo. Entonces, Wills recogió la bandera teñida de sangre, la enseña a sus voluntarios y se dirige con ella en la mano sobre el enemigo, cayendo también atravesado, pero antes de morir arroja la bandera a la barricada en donde estaban los enemigos; los zuavos, para que estos no la cogieran, salvan el obstáculo que se les oponía, toman la barricada, recuperan la bandera y vengas, así, la muerte de su jefe. Todo el combate de Igualada está lleno de episodios de esta naturaleza.

 

Se hicieron gran número de prisioneros, recogiéndose muchas armas y un verdadero almacén de municiones de todas clases, por ser este pueblo uno de los que abastecían las columnas; fuertes sumas de dinero en la Administración de Lotería, Ayuntamiento y otros centros oficiales y casas de crédito; en fin, que tal victoria acabó de aterrar a los jefes liberales. Una prueba de ello es que hallándose Igualada a dos jornadas de Barcelona con dos vías férreas, no mandaron socorro ni fuerza alguna, aunque no fuera más que para molestarnos en la marcha, cosa facilísima dado el gran número de prisioneros que llevábamos.

Autor

César Alcalá