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Iniciamos hoy, dentro de la serie  «El otro Franco» que Julio Merino viene escribiendo para «El Correo de España», la publicación del «Trabajo fin de Grado» del escritor asturiano Daniel Lumbreras titulado «Francisco Franco, articulista de incógnito», (Universidad Carlos III de Madrid) por su interés histórico y su gran novedad. Lumbreras, dirigido por los catedràticos Don Carlos Sánchez Illán y Doña Matilde Eiroa San Francisco,ha conseguido localizar, con todos los inconvenientes de la España de hoy, los 91 artículos que el que fuera Caudillo y Jefe del Estado Español publicó en el diario ARRIBA entre 1945 y 1960, con los seudónimos de «Hispánicus», «Jakim Boor» y «Macaulay».
                 Labor periodística que, como hace unos días publicó «El Correo de España», le valió a Franco el nombramiento de Periodista por parte de las Asociaciones de la Prensa de España y la entrega del Carnet número de los periodistas en un acto que se celebró en el Pardo (21-6-1949) con la presencia de los Directores de los Periódicos más importantes de aquellos años.
 

Francisco Franco, periodista de incógnito 1945-1946

Francisco Franco publicó, bajo tres seudónimos distintos –Jakim Boor, Macaulay e Hispanicus– un total de 91 artículos en el periódico Arriba de Madrid, desde el primero, “Política clara” (HISPANICUS 1945a: 1,4) el 9 de marzo de 1945 hasta el último, “La masonería no descansa” (BOOR 1960: 17–18) el 27 de marzo de 1960. Los artículos podían aparecer cualquier día de la semana (excepto, por supuesto, el lunes, ya que debido al descanso dominical obligatorio no se editaba el Arriba ese día) y carecían de una periodicidad fija: tan pronto se publicaba una serie durante varias semanas seguidas para luego parar durante un mes, como el flujo paraba un año entero o salían dos colaboraciones en una misma semana.

Casi todos aparecían en la portada del diario, en un lugar bien visible ya fuera en la parte superior o en la inferior, con el título en una fuente de tamaño destacado. Solamente en tres ocasiones se incumplió esta regla (BOOR 1950a: 5; BOOR 1950b: 3; BOOR 1960: 17–18). Cuando un artículo era muy largo, lo cual sucedía frecuentemente, comenzaba con una o varias columnas en la portada y finalizaba en el interior del periódico (MACAULAY 1947a: 1,3).

 Francisco Franco nunca acudía personalmente a la redacción de Arriba para entregar sus colaboraciones, sino que los artículos seguían una singular andadura. Enrique de Aguinaga, joven redactor del periódico que recibió de Ismael Herráiz (director del diario entre 1949 y 1956) el encargo de ejercer como corrector de alguno de ellos, relata cómo era el proceso: “El ministro de Educación” llamaba a Ismael Herráiz y le anunciaba que iba a enviar el artículo. Los traía un motorista y venían escritos en hojas grandes, de un papel de mucho gramaje (casi de cartulina), mecanografiados y con correcciones manuscritas con la letra de Franco (porque la letra de Franco la conocíamos perfectamente). Así, se mandaban al taller, a un linotipista que ya estaba encargado de ello. A los artículos de Franco se les daba el trámite normal: pasaban a la imprenta y en vez de ir a los correctores me los mandaban a mí. Luego seguían el trámite normal de enviar las galeradas a la censura” . El motorista, precisa Antonio Gibello, compañero de redacción de Aguinaga, pertenecía a la guardia personal del dictador. El papel, de gran cuerpo, pasaba por una doble corrección en la redacción (AGUINAGA 2002: 16). En una ocasión, como se relatará más adelante, un artículo de Franco fue devuelto a la redacción con tachaduras del lápiz rojo de los censores.

Nunca hubo contacto directo del Caudillo con la redacción, refiere el corrector: “Yo supongo que el artículo se lo entregaba al ministro en los despachos que tenían los ministros con Franco y le diría: ‘Ibáñez, este artículo para que lo mande usted al director de Arriba’”. Aguinaga relata con humor que Franco no se interesaba por la suerte de sus colaboraciones y que un día simplemente dejó de enviarlas: “No tenía que dar ninguna explicación, ni para mandarlos ni para retirarlos. El artículo venía a través del ministro y un día dejó de venir, y de la misma manera que no se daba el periódico por enterado, el director de Arriba no llamaba ‘Oiga don Francisco, que hemos recibido este artículo, muy bueno por cierto’”.

El profesor Velarde conoce la causa por la que el Generalísimo dejó de escribir artículos de temática económica, en los que defendía un vago keynesianismo. Después del último, “Realismo” (HISPANICUS 1949b: 1, 6), se produce una brusca interrupción. Ello se debe a la publicación de un monográfico de la revista Economía, editada por la Dirección General de Sindicatos, en la que un grupo de economistas españoles se pregunta si es aplicable a España la Teoría General de Keynes. El dictamen era desfavorable, y cuando el Delegado Nacional de Sindicatos le llevó el ejemplar en una audiencia, Franco lo leyó, se convenció de que sus concepciones eran erróneas y abandonó las colaboraciones sobre economía. Al abordar la cuestión de por qué esos nombres para sus seudónimos, Aguinaga aventura que el Generalísimo no meditó demasiado su decisión: “Macaulay es un famoso político británico; Jakim Boor está en la historia de la masonería; e Hispanicus es hispánico para España. No creo que hubiera sido objeto de una deliberación. Algún asesor le dijo… aunque él hacía las cosas muy personalmente, porque por ejemplo Franco no tuvo jefe de prensa. Hacía sus discursos, tenía algunos amanuenses, pero no tuvo nunca jefe de prensa. Había un titular, que era Lozano Sevilla, pero su función principal era la de taquígrafo. Le nombró jefe de prensa por cubrir el puesto, pero podría haber sido cualquier figura del periodismo como Víctor de la Serna o Joaquín Arrarás”.

Luis Suárez, historiador y biógrafo de Franco, afirma que Jakim Boor proviene de dos palabras simbólicas empleadas para denominar a dos columnas de un templo masónico (SÚAREZ 1984:139–40). Según el Diccionario enciclopédico de la masonería, Booz “significa fuerza y según algunos, alegría; y su inicial aparece grabada en una de las columnas de los tres grados simbólicos”. Continúa: “las antiguas corporaciones de francmasones que en todas sus construcciones dejaban impresas algunas de sus marcas simbólicas, emplearon frecuentemente estas dos columnas que tan elocuentemente manifiestan su pensamiento; y en algunos momentos (…) dejaron grabados sobre las mismas los dos nombres sagrados (…); así es, que en la cúpula de Wurzbourg, a ambos lados de la puerta que da entrada a la capilla que sirve de panteón, se ven dos de estas columnas; sobre el capitel de una de ellas, se lee la inscripción Jachin y sobre el fuste de la otra la palabra Boaz” (ARÚS Y ARDERIU, 1989: 204). Por su parte Jachin o Jakin es una “palabra sagrada de uno de los tres primeros grados del simbolismo en todos los Ritos. Es el nombre de una de las columnas del Templo masónico” (Ibídem: 630). Curiosamente, el propio Franco habla en una de sus piezas periodísticas de esta obra y de su autor (BOOR 1952: 37–44).

A la hora de documentarse para realizar sus colaboraciones, Franco contaba con los numerosos medios materiales al servicio de un Jefe del Estado. Por ejemplo, en 1948 recibió con fecha de 16 de julio un informe de un ciudadano judío de apellido Cohen en el que se aseguraba que “gran parte de Israel está con el comunismo”. Además, según se cuenta en Franco contra los masones, el dictador contaba en Portugal con una agente secreta, A. de S. Se trataba de una católica leal al Generalísimo que estaba casada con un masón, por lo que le proporcionaba de primera mano los documentos de la Asociación Masónica Internacional (AMI). Los informes de A. de S. inspiraron en parte los artículos de Jakim Boor (CANSINOS y BRUNET 2007: 9–10) y contribuían a alimentar las obsesiones de Franco con afirmaciones como: “Los masones llaman al comunismo el caballo de Troya y lo tenéis ahí dentro aún” (Ibídem: 67). El historiador Javier Domínguez Arribas, autor de una monografía sobre el enemigo judeo masónico durante el franquismo, asegura que A. de S. era la principal informadora de una red de espías conocida como Apis (abeja), red que entregó a Franco informes falsos sobre la masonería durante más de 20 años de cuya veracidad él no dudó (PRIETO 2010). El periodista Pepe Rodríguez completa diciendo que “al margen de poseer y revisar personalmente muchos expedientes e informes sobre masones, también leía mucha literatura sobre la masonería. En lo que fueron sus archivos personales se conservaron abundantes documentos (…) aparecen muy subrayados y con anotaciones de puño y letra del dictador” (RODRÍGUEZ 2006: 90). En los artículos de temática económica, Juan Velarde cree que no había un informador específico, sino que los elaboraba el mismo Franco a partir de lo que leía en la prensa; prueba de ello serían los numerosos recortes con subrayado y apuntes que se conservan entre los papeles del Caudillo. Incluso cabe la posibilidad de que se informase in situ, como apunta Miguel Ángel Criado al hablar de un artículo del 15 de mayo de 1954: “Del texto se deduce que Macaulay–Franco estaba el día de autos en la zona, aunque es más que improbable que Franjo viajase hasta allí de incógnito” (CRIADO 2006: 16).

La autoría misma de los artículos no está exenta de controversia, sino todo lo contrario: numerosas fuentes de autoridad creen que Franco pudo contar con ayuda para escribirlos. El abogado José Luis Jerez Riesco, prologuista de una recopilación de los artículos de Franco, relata en ella que Franco “redactaba sus guiones, con la colaboración del Almirante D. Luis Carrero Blanco y con algunas insinuaciones de Giménez Caballero” (JEREZ 2003: 16). Ferrer Benimeli, historiador jesuita especializado en masonería, apunta a una opinión parecida: “parece ser que los artículos de J. Boor eran guiones elaborados por Ernesto Giménez Caballero a petición de Franco quien, después los desarrollaba a su gusto con la colaboración de Carrero Blanco” (FERRER 1982: 315).

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Ernesto Giménez Caballero escribió para Franco, por encargo de Serrano Súñer el llamado Discurso de la Unificación en 1937 (GIMÉNEZ 1979: 100). Sin embargo parece improbable que colaborase con el dictador en el tiempo de los artículos, dado que progresivamente se fue alejando de las esferas de poder. “La misma marginación política de Giménez Caballero en la España franquista resulta muy ilustrativa. El punto culminante lo alcanzó en abril de 1937, cuando (…) Franco lo nombró miembro de la Junta Política. A partir de entonces inició su declive (…) Con la caída de los fascismos en 1945 (…) era ya un personaje absolutamente marginado en la cultura española” (SELVA 2000: 289–290). Cabe la posibilidad de que el escritor le sugiriese ideas a Franco cuando lo acompañó a una visita oficial a Portugal en 1949 (GIMÉNEZ 1979: 190–192), pero resulta sumamente extraño que no incluyese en sus Memorias de un dictador un acontecimiento de tal calado como contribuir a los artículos del Caudillo. Enrique de Aguinaga asegura que el escritor fascista no participó en el proceso: “Giménez Caballero descartado por completo. Franco lo manda al Paraguay. Fue profesor mío, autor de La Edad de Plata y un personaje literario. Pero no le veo de amanuense”.

En cuanto al almirante, la ascendencia de Carrero sobre Franco es bien conocida. Este fiel colaborador influyó enormemente al Caudillo desde los años de la Segunda Guerra Mundial y compartía con él la preocupación por la expansión del comunismo ruso y el antiespañolismo militante de la masonería internacional. Carrero se oponía también a los cambios internos en el régimen, esgrimiendo tres armas, las dos primeras muy presentes en los artículos de Franco: “nuestro catolicismo, nuestro anticomunismo y nuestra posición geográfica” (TUSELL 1993: 107–117, 151). A la altura de 1945, este consejero ya escribía discursos para el dictador (Ibídem: 121).

Es cuanto menos curioso que, en los archivos de Carrero Blanco situados en Presidencia del Gobierno se encuentren los artículos de Franco con el seudónimo de Jakim Boor, así como instrucciones del marino para artículos de fondo en el Arriba, donde escribió él también con el seudónimo de Juan de la Cosa. “Merece la pena recalcar”, añade Tusell, “que siendo ambos taxativos defensores de la tesis de la conspiración masónica, a la que atribuían todos los males a lo largo de la Historia de España y en contra del régimen, da la sensación de que Franco era más insistente y repetitivo sobre el particular” (TUSELL 37 61 1993: 138). El profesor distingue muy bien entre el estilo literario del dictador y de su colaborador: “Lo cierto es que Carrero tenía una superior fluidez de pluma que Franco y también un bagaje ideológico más asentado y, por ello mismo, más difícil de modificar” (Ídem). Alberto Reig afirma directamente que los artículos de Boor fueron elaborados por Franco en colaboración con el siempre leal Carrero (REIG 2005: 308).

El historiador y también biógrafo de Franco Ricardo de la Cierva apunta una última hipótesis sobre los artículos de Boor: “Sospecho que Joaquín Arrarás, el primer biógrafo de Franco, no era ajeno a su redacción o corrección” (DE LA CIERVA 1979: 467). El periodista Aguinaga afirma que este tercer personaje le parecería posible, si bien él ve más plausible la hipótesis de Carrero Blanco y que tal vez fuese el marino quien lo escribía primero y el Caudillo el que lo corregía después.

El historiador Enrique Moradiellos apunta sobre este particular: “es muy plausible que Franco confiara en Carrero para esas labores porque es lo hacía para casi todo desde mayo de 1941, cuando asumió la subsecretaría de Presidencia y empezó a operar como un ayudante de general en un Estado Mayor. Por tanto, en principio, la afirmación de La Cierva tiene verosimilitud, que ya es bastante. Y teniendo en cuenta que el autor entrevistó a Franco para su biografía, esa afirmación no es del todo descartable”.

Contradiciendo las conjeturas anteriores, el profesor jubilado Bernardino Martínez se muestra convencido de que “ni Franco se hubiera dejado, ni Carrero se prestaba… Otra cosa es que hablaran, que comentaran, pero cada uno escribía sus artículos (por lo menos las noticias que yo tengo) porque cada uno en el tema que escribía sabía o creía que sabía lo que decía. Como documentación no lo necesitaban, cada uno tenía su propia documentación”. Luis Suárez asegura que le consta que los dos “intercambiaban ayudas en sus respectivos artículos con seudónimo”. Sobre Jakim Boor, los masones “sospechan que el mismo seudónimo fue utilizado por Carrero. No hay pruebas de ello”.

El dispositivo de colaboradores al que alude Martínez como posible auxiliar en la redacción de los artículos trabajaba a las órdenes de Carrero Blanco en la Presidencia del Gobierno, listos para defender las esencias del régimen en las páginas de los periódicos del Movimiento y en particular del Arriba –contando entre ellos con los propios Franco y Carrero y el principal, José Díaz de Villegas–: estos redactores y editorialistas eran “el equipo intelectual de vigilancia” (DE LA CIERVA 1976: 384).

Paul Preston, aunque se hace eco de la posibilidad de la intervención de Arrarás, parece inclinarse por la posibilidad de que el Caudillo escribiese en solitario (PRESTON 2004: 613–614). Su colega Fernando Díaz–Plaja mantiene que era Franco quien se escribía sus propios discursos, ya que es la única explicación para que siempre mencione a los mismos enemigos (marxistas y masones) desde su primera entrevista al News Chronicle en 1936 hasta el último discurso en la Plaza de Oriente poco antes de su muerte, arengando con contenidos y sintaxis similares (DÍAZ–PLAJA 1997: 42). El profesor Velarde es también partidario de la hipótesis de la autoría única: “Escribía el solo seguro, a él le apetecía escribir solo desde la Revista de Tropas Coloniales. Quien diga eso [que tenía ayudantes] ignora cómo era Franco. A él le gustaba escribir en los periódicos. Se limitaba por motivos políticos”. Por otro lado, al día siguiente de morir el dictador, entre los muchos elogios que le dedicó, Arriba exhibió orgulloso algunos de sus artículos con la siguiente introducción: “Durante los años cuarenta Francisco Franco desarrolló una de sus mayores aficiones (…) el periodismo activo (…) desde los seudónimos de <Hispánicus>, <Hakin Boor> y <Macaulay> hablaba al país de la política internacional, la masonería y la política nacional, respectivamente” (ARRIBA: 1975).

En el curso de esta investigación se han podido consultar los guiones mecanografiados de varios de los artículos del Caudillo. Estos aparecen con tachaduras, enmiendas y firmas de una caligrafía que, cotejada con otros documentos es inequívocamente la de Franco. En el primero de ellos el encabezamiento, difuminado, aparece tachado y en su lugar está escrito a mano el nombre de la colaboración, “Marruecos”, firmado al final con Hispanicus. En el segundo de ellos, el guion de “Memento”, figura al final la firma de Macaulay. Hay varios de Jakim Boor, por ejemplo uno con el encabezamiento de “Masonería”, sin fecha y que no se corresponde con ninguno de los publicados (tal vez sea un borrador); otro de la primera de las colaboraciones de este seudónimo, “Masonería y comunismo” (BOOR 1952: 11–16), firmada como Jakim Boor (se percibe que la J está sobrescrita a una H).

Llama la atención el deseado anonimato del Generalísimo periodista: “Por deseo expreso suyo, nadie, excepto algunos de sus Ministros y nuestros directores Javier Echarri e Ismael Herráiz, conocían la auténtica personalidad de este articulista de excepción” (Ídem). Su hija Carmen recuerda en sus memorias la discreción del Generalísimo: “Yo me enteré un poco más tarde [de que él era Hakim Boor]. No, no hablaba de eso. Hacía los artículos, pero yo creo que prefería que no se supiera que era él, por lo cual no hablaba de ello” (PALACIOS y PAYNE: 357).

A pesar de lo expresado por el periódico, Aguinaga recuerda que el staff de la redacción sabía que Franco colaboraba en Arriba y los periodistas más perspicaces también se habían dado cuenta. Su colega Antonio Gibello manifiesta que en la profesión periodística era un dato bien conocido, no así para el público. En cambio Juan Velarde se muestra convencido de que lo sabía todo el mundo. El estudioso de la masonería Juan José Morales Ruiz opina en el mismo sentido: “Aunque hubo muchas dudas sobre quién era realmente el auténtico autor de los artículos, enseguida trascendió que emanaban de quien detentaba (no ostentaba) la máxima autoridad del Estado” (MORALES 2004:1273). Luis Suárez informa de que el gobierno estadounidense sabía perfectamente que era Franco quien estaba detrás de los artículos y que los yanquis –azuzados por el New York Times– escribieron miles de cartas de protesta a la Casa Blanca (SUÁREZ 1984: 433); y Preston, que el Ejecutivo británico también estaba al tanto, aunque “cabe dudar que a Franco le importara” (PRESTON 2004: 645).

Sopesados los diversos testimonios, no queda suficientemente claro para el autor de este trabajo si la población española sabía que Franco publicaba artículos en Arriba, pero a falta de evidencias documentales en este sentido cabe suponer que no era un conocimiento de dominio público. Con todo, para acallar los rumores sobre este asunto, el entorno de Franco ideó un peculiar desmentido. Entre los nombres de las personas recibidas en audiencia civil por el Jefe del Estado, de cuya lista se hacían eco los medios de comunicación, colaron a “Mr. Jakin Boor” (ABC: 1952). Asimismo, hay una consignación de los derechos de autor de Boor por valor de treinta y nueve mil novecientas setenta y tres pesetas con cincuenta céntimos al Delegado Nacional del Frente de Juventudes para destinarlo a caridad, con fecha del 27 de octubre de 1952. Es curioso que el cheque sea “con cargo a la cuenta de la Administración General de los Fondos del Ministerio de Información y Turismo” y no de una cuenta privada del supuesto autor. Incluso, apunta Aguinaga, después simularon su muerte y se publicó la esquela de Jakim Boor en la prensa.

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Esta pretendida discreción lleva a preguntarse por qué escribía Franco artículos periodísticos. Ricardo de la Cierva explica que el Caudillo contaba con su propio equipo de propagandistas, que él mismo lideró: “La actividad de este curiosísimo equipo demuestra, por una parte, la decisión de Franco para difundir lo que él denominaba su doctrina – nuestra doctrina, decía–; por otra, la ausencia de un auténtico equipo intelectual que respaldase públicamente y desarrollase los fundamentos de tal doctrina (…) Franco creía necesitar, a principios de 1947, un grupo de pensamiento y propaganda capaz de emprender una acción de gran envergadura, y decidió encabezarlo personalmente con la experiencia periodística de sus años jóvenes y la colaboración de Carrero Blanco que le aportaba además al grupo de la revista Mundo en el que destacaban eficaces cuestiones de brega como Pedro Gómez Aparicio y Vicente Gállego, además del general Díaz de Villegas, acreditado publicista de temas militares” (DE LA CIERVA 1979: 46). El profesor Fuentes también comparte esta opinión y manifiesta que en 1946, tras la condena diplomática internacional, “el franquismo redobló su política de adoctrinamiento sobre la población tomando como principal argumento la siempre vigente teoría de la conjura anti– española promovida por el comunismo, el judaísmo y la masonería. Fue el propio Franco quien se puso al frente de esta cruzada propagandística publicando en el diario Arriba una larga serie de colaboraciones periodísticas con el seudónimo de Jackin Boor” (FUENTES 1998: 260).

En esta cuestión de la motivación, Enrique Moradiellos respalda la idea de que Franco obró con sigilo y no firmó con su nombre por prudencia política. Opina también que Franco actuó movido por sus viejas aficiones y también por desahogo: “hay que tener en cuenta que Franco era dado a escribir artículos desde sus años en Marruecos, ya muy joven. Lo hacía en la prensa del ejército colonial (la Revista de Tropas Coloniales) (…) y lo hacía en forma de directivas en la Academia de Zaragoza, en informes profesionales, en cartas a sus iguales o subordinados (…) En los años cincuenta, descartada ya la judeofobia por motivos obvios, la antimasonería era una vía de repudio de la democracia liberal muy activa y operativa. Quizá el hecho de que para entonces el régimen estuviera ya plenamente consolidado y sin riesgos le permitió ese excurso que no dejaba de ser poco arriesgado en aquel momento, con el régimen tan firmemente establecido y reconocido internacionalmente”. En esta valoración coincide Luis Suárez: “Franco comenzó a escribir artículos cuando era militar en África de modo que esto le gustaba. Los artículos de Arriba eran un medio para expresar opiniones personales (…) imagino que quería dar a conocer su opinión privada al margen de la pública que figura en sus discursos”.

La historiadora Mirta Núñez aventura que, en lo referente a participar en la prensa, Franco no se diferenciaba demasiado de sus antecesores en la Jefatura del Estado, como el también dictador general Primo de Rivera (autor de las célebres notas oficiosas) y Manuel Azaña: “Yo creo que en ese sentido la voluntad de Franco es de ser un hombre de su tiempo. Los políticos escribían mucho en los años 30, y aunque él habitualmente está denostando a la política y los políticos no puede mantenerse al margen de esa idea que existía, de esa costumbre de escribir y exponer ideas aunque en las suyas no hubiera gran novedad –eran las tradicionales de la derecha española–“. También apunta Luis Suárez que el Caudillo no hizo más que seguir el camino ya abierto por sus antecesores: “Desde luego Alcalá Zamora y Manuel Azaña lo hicieron [escribir en la prensa] porque así continuaban un hábito que antes tuvieran”.

Se puede deducir cierta voluntad de estilo y difusión en el hecho de que las colaboraciones de Jakim Boor fueron reunidas en un tomo bajo el título de Masonería en 1952, publicado por Gráficas Valera en vez de la Editora Nacional como cabría esperar y al margen del diario Arriba, expresa Enrique de Aguinaga, que apunta a que posiblemente fuese una iniciativa de Carrero Blanco. El volumen cuenta con un prólogo que explica las razones que mueven a Boor a su publicación: “Nace este libro como una necesidad viva, pues son muchos los españoles que, dentro y fuera del país, anhelan conocer la verdad y alcance de una de las cuestiones más apasionantes, pero a la propia vez, peor conocidas, de nuestro tiempo: la de la masonería (…) Era preciso desenmascararla, sacar a la luz y satisfacer la legítima curiosidad de tantos en ello interesados. Movidos por esta necesidad es por lo que agrupamos bajo el título de este libro una serie de artículos publicados en el diario Arriba desde 1946 hasta la fecha. (…) Era preciso, por ello, insistir en los puntos generales, a riesgo de repetirse. (…) Pero, además, surge este libro como una defensa de la Patria. (…) Que la masonería fue la activa socavadora de nuestro imperio nadie puede negarlo. (…) Todo esto es lo que se demuestra en estas páginas. El que quiera conocer cuánta maldad, qué perversos planes, qué odiosos medios utiliza la masonería, que lea estas páginas. Quien quiera encontrar las pruebas de por qué España acusa a la masonería y la expulsa de su seno, que compulse este libro. Que después de leído, si lo hace atentamente, no puede quitarnos la razón” (BOOR 1952: 7–10). Además, mientras que en la publicación en Arriba todos los artículos (excepto el primero) llevaban el simple encabezamiento de la palabra “Masonería”, en esta recopilación cada uno de los textos tiene un título propio (Ibídem: 333–334).

La recopilación tuvo cierta difusión, como prueba una nota encontrada en un ejemplar de tapa dura con un ex libris de “Michelena Bárcena” (posiblemente el teniente de aviación Jaime Michelena Bárcena, fallecido en acto de servicio en el Sáhara en 1974) con el membrete oficial, en la que figura el siguiente texto: “El Ministro de Información y Turismo saluda al Ilmo. Sr. Primer Jefe del Departamento de Artillería en la Fábrica Nacional de Armas, de Palencia, y tiene el gusto de ofrecerle dos ejemplares de la obra “MASONERIA” de J. Boor, con destino a la biblioteca de Jefes y Oficiales y del Soldado. Gabriel Arias Salgado (…) Madrid, 26 de junio de 1952”. En esta ocasión, y a diferencia de lo que ocurría con los artículos que enviaba a Arriba, Franco sí se interesó por la suerte del libro; de hecho, pensaba que los propios masones lo habían comprado para impedir que la gente lo leyese (BAYOD 1981: 158).

A modo de conclusión de este apartado puede tomarse la explicación de Aguinaga de por qué el Generalísimo empleó al Arriba para publicar sus colaboraciones y no a otro periódico de más tirada, como cabría esperar: “como dice García Escudero respecto a otro aspecto de Franco, hay una esquizofrenia en el régimen. Por un lado se estaba acosando gradualmente no sólo al periódico Arriba sino a todo lo que suponía la Falange. He escrito que el régimen es falangista a su pesar y que el diario Arriba es la platina de la operación liquidadora. La Falange queda como algo residual, que infunde aliento social al régimen”. A pesar de todo, por esa misma esquizofrenia, el Caudillo decide publicar en ese periódico decadente: “al mismo tiempo respetaba el protocolo. Arriba era el periódico del Movimiento, órgano de FET y de las JONS que a su vez informaba el Estado”.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.