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Para entender a este personaje nos debemos situar a la década de los cincuenta del siglo pasado. España vivía la dictadura del general Franco. Desde 1931 el país estaba sin rey. El último, Alfonso XIII había muerto en Roma en 1941. Su heredero, Juan de Borbón y Battemberg, era un rey sin corona o, como decía Franco, pretendiente a la corona de España. En aquella década Juan Carlos de Borbón llegaría a España para cursar sus estudios. Esto con respecto a la dinastía del último rey. Había otra, la carlista, que también tenía derecho. El último pretendiente de la dinastía mayor -así es cómo se conoce a los descendentes de Carlos María Isidro de Borbón, Carlos V- Alfonso Carlos I había muerto en Viena en 1936. Al no tener descendencia dejó al sobrino de su mujer, el príncipe Javier de Borbón-Parma, como heredero de la dinastía Carlista. También en aquella década España conoció al hijo de este, el príncipe Hugo de Borbón-Parma -el Carlos se lo puso años después para contentar a sus seguidores-. Y no acaba aquí la historia. Había otro pretendiente llamado Carlos de Habsburgo y de Borbón. Este era nieto de Carlos VII, hermano de Alfonso Carles I. Creía que tenía derecho a la corona de España. Incluso Franco lo dejó vivir en España, concretamente en Barcelona. El día de navidad de 1953 murió inesperadamente de un derrame cerebral. Franco ordenó que fuera enterrado en el Monasterio de Poblet. Dinásticamente lo sustituyó su hermano Antonio de Habsburgo.

Como vemos había tres pretendientes a la corona de España para que Franco tomara la decisión de quién sería su heredero. La solución llegó a finales de la década de los sesenta con la designación, a título de rey, de Juan Carlos de Borbón. Pues bien, como consecuencia de este desmadre apareció otro pretendiente que se hacía llamar Jorge Carlos Comneno. Decimos que se hacía llamar porque se cree que su nombre real era otro.

Jorge Carlos Comneno había nacido en París el 9 de agosto de 1897. Su credencial para proclamarse rey de España era el siguiente: hijo secreto de Carlos VII y de la princesa Polyxena Aklepiades Comneno. Así pues, era un bastardo real. Ninguna de las dos hijas vivas de Carlos VII había oído nunca el nombre de este personaje y desconocían que su padre hubiera tenido un hijo. Es cierto que Carlos VII fue un mujeriego. Se conocen algunas relaciones pasajeras y, tras la muerte de su mujer, Margarita de Braganza, se casó en María Berta de Rohan. Esta lo tuvo “bien atado”. No se conocen relaciones extra matrimoniales mientras estuvo casado con ella. Carlos VII murió en 1909. Vivió los últimos años de su vida en Venecia, pensando más en los años pasados que en perseguir faldas. Por lo tanto, era del todo imposible que este Comneno fuera hijo bastardo de Carlos VII.

Otro aspecto importante: ¿quién era aquella princesa Polyxena Aklepiades Comneno? No sabemos nada de ella. Los Comneno era una importante dinastía que gobernó durante el Imperio Bizantino. Su poder llegó hasta el siglo XV. A partir de entonces los Comneno desaparecieron hasta la llegada de este bastardo real. Por lo tanto, también se puede suponer que el nombre de la madre era falso. Evidentemente esto la gente no lo sabía. Y de esta circunstancia se aprovechó el presunto bastardo real. Para conseguir sus fines y para dar más esplendor a aquel personaje que acababa de crear, se proclamó duque de Santiago de Compostela.

La vida de este supuesto príncipe está rodeada de misterio. Vivía en París y, desde allí inició su aproximación a la corona de España. Era marchante de arte. Un marchante algo peculiar, pues se dedicó a falsificar cuadros de Utrillo y de Buffet. Por falsificación fue procesado en 1964. Aunque apareció en el contexto social español en la década de los cincuenta, con anterioridad su nombre había circulado por las cancillerías europeas. Durante la II Guerra Mundial el mariscal de campo nazi Field Marshall Keitel se divirtió con la idea de proclamarlo rey de España con el apoyo de algunos nazis admiradores del Carlismo. Aquel proyecto quedó en nada cuando intervino el Alto Mando alemán. Este hecho demuestra que es muy fácil manipular a un impostor, pero que es muy difícil que un impostor pueda manipular a un pueblo.

 

En 1941 se casó con Lucía Margarita Hiel. Se divorciaron tres años más tarde. Con ella tuvo dos hijos: Esteban, que nació el 27 de diciembre de 1942, a quien nombró príncipe de Asturias; y Francisco, que nació el 4 de julio de 1944, a quien nombró duque de Valladolid. Como todo príncipe tuvo como secretario personal al historiador sudamericano Norberto de Castro y Tosi. Asimismo fundó la Orden de Carlos V y la Orden de Carlos VII, en honor a su padre, para condecorar a los pocos que creyeron en él. No era la primera vez que el genealogista e historiador costarricense Norberto de Castro formaba parte de un engaño dinástico. Poco antes había participado en la de Eugenio Lascorz. ¿Quién fue este personaje?

Eugenio Lascorz y Labastida fue un abogado y procurador español, nacido en Zaragoza el 28 de marzo de 1886. Falleció en Madrid el 1 de junio de 1962. Sus padres fueron Manuel Lascorz y Serveto y María del Carmen de Labastida y Pascual. Se casó el 17 de enero de 1920 con Nicasia Justa Micolau y Travers, y tuvieron seis hijos, entre ellos el filósofo Constantino Láscaris Comneno Micolaw. A principios de 1920, cuando Grecia se hallaba sumida en la turbulencia, anunció que era descendiente de la noble familia bizantina Láscaris, cuyo apellido se había supuestamente hispanizado como Lascorz, y dirigió un manifiesto al pueblo griego. Posteriormente asumió el título de duque de Atenas, otorgó a sus hijos otros títulos vinculados con la historia bizantina o griega y se proclamó gran maestre de las órdenes de San Constantino el Grande, Santa Elena Emperatriz y San Eugenio de Trebisonda. Además confirió diversas dignidades nobiliarias a algunos de sus partidarios y allegados, como el genealogista Norberto de Castro y Tosi, a quien concedió en 1952 el título de Marqués de Barzala en Comagena y que publicó una elogiosa biografía suya en 1959, con el nombre de Eugenio II, un príncipe de Bizancio. Las afirmaciones del pretendiente fueron desmentidas en 1954 en la revista española Hidalguía por el genealogista José María Palacio y Palacio.

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Volvamos a nuestro personaje. Como que Jorge Carlos Comneno no consiguió el reconocimiento deseado en España, pues fue ignorado por todo el mundo, giró cola y quiso ser coronado rey de Francia como descendente de Lluís XIV. Esta aspiración monárquica quedó plasmada en un libro titulado El Rey legítimo publicado en 1971. En Francia se presentó como duque de Vendée.

El supuesto bastardo real tuvo poca repercusión con respecto a la prensa española. Fue ignorado por todos. Sólo Francisco de Melgar publicó un artículo dónde se hacía la siguiente pregunta: ¿Quién es Carlos X? En él Melgar escribe: “Todos los que en nuestro país están enterados de los problemas que plantea la sucesión carlista, se han visto sorprendidos por la aparición de un nuevo ‘Pretendiente’ del que nadie conocía su existencia”.

Todo pretendiente necesita ser conocido por el pueblo. Esto se consigue publicando proclamas y saliendo en la prensa. Como que la prensa no le hizo caso, decidió publicar un boletín por darse a conocer. Este boletín se titulaba así: Don Carlos. Boletín periódico publicado por la Comunión Tradicionalista española y panhispánica. Se editó en París el 13 de noviembre de 1953 y sólo apareció un único número. En él se explicaba que existía un Carlos X, hermano, según afirma, de Jaime de Borbón, al cual le atribuye que fue Carlos VIII y sucesor de Carlos IX. Aquí tenemos el primer error histórico. Jaime de Borbón, hijo legítimo de Carlos VII, nunca fue conocido como Carlos VIII. Sus seguidores siempre le dijeron Don Jaime, aunque dinásticamente era Jaime III. El que si fue conocido como Carlos VIII fue Carlos de Habsburgo. Otro error, Alfonso Carlos de Borbón nunca se tituló Carlos IX, sino Alfonso Carlos I. Son pequeños detalles que demuestran la falsedad del personaje.

Esto sí, el Comneno se sinceró en el boletín al declararse bastardo real al proclamar: “A falta de los varones legítimos de la dinastía, toca a los bastardos reales perpetuar la monarquía”. A continuación explica que el título de duque de Santiago de Compostela lo lleva… “por voluntad expresada por su venerable madre, la Princesa Polixena, y por su augusto padre el Rey Don Carlos VII”.

En París Jorge Carlos Comneno tenía como amigos a la actriz Sarah Bernard, que se vanagloriaban de proclamarlo en público como Carlos X de España, aun cuando él prefería que le dijera Jorge Carlos I. Todo un detalle. El supuesto pretendiente desapareció de la escena pública con la frustración de aquellos que no consiguen sus propósitos. No hay constancia de que sus hijos reclamaran nunca la herencia dinástica de su padre. Tal vez eran más inteligentes que él o nunca creyeron las fantasías de su bastardo padre. Volvamos al boletín editado en París. Este empieza así: “Cuando murió mi Augusto Hermano Jaime de Borbón (Carlos VIII, conforme al canon real que hemos aprobado) manifesté ante algunos de vosotros mi intención de reivindicar los derechos que me pertenecen y que muchos considerabais ya entonces como bastantes. Acepté, pero, para impedir toda discusión dentro de la Comunión Tradicionalista, que se tuviera como legítimo sucesor a mi Augusto Tío Alfonso Carlos o sea Carlos IX, de gloriosa memoria. Más, cuando murió en el año 1936, no existiendo otro varón agnado de la Dinastía Carlista, no pude rehuir a asumir las graves responsabilidades a las que mi nacimiento me obligaba, y por tratar al menos de cumplir la alta misión en la que creo sinceramente haber sido llamado. Lo contrario habría sido no sólo desobedecer a los Reyes mis Augustos Antecesores, sino cobardía moral por parte mía”.

Todo esto es falso. Ahora bien, supongamos que fuera verdad. Entonces, si su tío Alfonso Carlos de Borbón murió en 1936, ¿por qué tardó 17 años en reclamar sus derechos dinásticos? En ningún momento explica este hecho. A continuación declara: “Último ‘varón de varón’ de la Dinastía Carlista. Por esto he levantado la bandera caída de las manos de mi Tío, pues a falta de los varones legítimos de la estirpe, toca a los bastardos reales perpetuar la Monarquía […] No consideraré nunca como parte de la Doctrina Carlista, cualquier proposición, o teoría, por muy bien fundada que parezca, histórica y filosóficamente, que no haya sido admitida por parte de la Comunión en su conjunto, ni sancionada por su Cabeza Legítima, pues sólo esta le conferirá validez”.

Da por supuesto que él será aceptado por todos los carlistas y, como que no reconoce a nadie más, los carlistas renunciarán a sus ideales en beneficio de su causa. Y claro, para que esto pueda pasar, el pretendiente debe tener un programa ideológico y político. ¿Cuál era? Para justificar su origen paterno, basa esta ideología con las palabras de Carlos VII: “En su testamento mi Padre, vuestro Rey Don Carlos VII, de gloriosa y heroica memoria, ha indicado los tres puntos que consideraba esenciales: 1) el Triunfo en España de la doctrina que se reduce a una palabra al ‘españolismo’ así pasado, presente y futuro; 2) la confederación con las naciones Indohispanas; y 3) la resurrección de la idea de la Latinidad. Carlos VII dejó escrito en su testamento político: Gibraltar español, unión con Portugal, Marruecos en España, confederación con nuestras antiguas colonias, es a decir, integridad, honor y grandeza. He aquí el legado que, por medios justos, yo aspiró dejar en mi patria”.

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Como que su secretario personal era sudamericano y se cree que es el artífice del boletín, pues no creemos que este bastardo dominara mucho el castellano, también manifiesta que quiere ser rey de Sudamérica: “Una confederación hispanoamericana o simplemente inter-americana, no puede eliminar la persona del Rey, sin volverse anti-histórica y por lo tanto sin ningún valor. Me he ocupado y me ocuparé por elaborar un ‘condominio hispánico’, de que soy la única Cabeza Natural, Legítima y Necesaria”. Y continúa diciendo: “En cuanto a la Latinidad o unión íntima de las tres culturas luso-hispana, italiana y francesa, se impone darle un carácter concreto, con objeto de que unidas en una misma tradición grecorromana se puedan armonizar con el resto de grandes grupos culturales, que tienden también a reconstruirse en sus líneas básicas y que su actuación armónica y justa asegurará la Paz y el bienestar del Mundo y la derrota de la hidra revolucionaría de la anti civilización”.

En definitiva, el falso duque de Santiago de Compostela quería volver a ser el Carlos V del siglo XX. No niega esta afirmación cuando dice, al final de estas manifestaciones: “Españoles, Lusitanos, Indohispanos, Brasileños, Filipinos, el Tradicionalismo Carlista es la única expresión legitima de la universalidad de la nuestra historia común”. El boletín continúa con una extensa relación de títulos nobiliarios del duque de Santiago de Compostela. La verdad es que, si una persona quiere que la gente se lo crea, debe llevar hasta el extremo su locura. Pues bien, Jorge Carlos Comneno era Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Menorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias; Rey de Portugal y del Algarbe, Señor de Guinea y de Brasil; Conde de Barcelona, Señor de Vizcaya y de Molina, Conde de Rosellón y de Cerdeña, de Oristán y Gociano, Archiduque de Austria, de Borgoña, de Brabante y de Milán, de Flandes, de Henao y del Tirol; Soberano y Señor Natural de los pueblos de México, Perú, Colombia, Argentina, Chile, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Panamá, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica; de los de Tejas, California, Nuevo México, Colorado, Nevada, Arizona, Luisiana, Florida, Carolina; de las de la Gran Isla Fernandina de Cuba, de la Isla Hispaniola-Dominicana, de la de Puerto Rico y de todas las Antillas, de las de las Islas Filipinas y otras de Oceanía; Gran Maestro de la Insigne Orden del Toisón de Oro, de la Real y Soberana Orden Española de Don Carlos, de la Imperial y Soberana Orden Americana de Carlos V, de la Gloriosísima Orden Europea de Llorenzo el Magnífico, Jefe y Soberano de la ínclita Orden Militar Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Ruedas y de Malta, en Sus Dominios, Administrador Perpetúo y Gran Maestro de las cuatro Órdenes Militares Españolas de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa. En definitiva, Jorge Carlos Comneno, después de haber leído esta relación, se nos presenta como el monarca más grande del siglo XX, como en el siglo XII lo fue el Preste Juan.

El duque no olvidó a sus hijos. Si al primero le otorgó el título de príncipe de Asturias, al segundo le concedió el de duque de Valladolid, con grandeza de España de primera clase y duque de Comayagua. El boletín finaliza con la Real Corte en el Exilio de S.M.C. La Corte se distribuía en un lugarteniente general; el servicio palaciego, que incluía mayordomo, caballerizo, limosnero mayor, cura, confesor e hidalgo, entre otros; los órganos gubernativos, formados por fiscal, secretario del consejo, señores del consejo; el Real Cuarto; Real Cuerpo de Guardias Nobles Carlistas, formado por batallones españoles, sudamericanos, italianos, austriacos, irlandeses, flamencos y borgoñeses. En todos ellos aparecía Jorge Carlos Comneno como Jefe Supremo. A su secretario, Norberto de Castro lo nombró Rey de Armas Plus Ultra.

A Jorge Carlos Comneno se le puede considerar un personaje curioso de la historia de España. La verdad es que conocía muy poca historia. A pesar de su secretario, era un analfabeto con respecto a la monarquía, a las costumbres y a las raíces hispanas. No tenemos referencia que viniera a España y sus pretensiones siempre las dirigió desde París. Sabemos que concedió títulos nobiliarios, uno de ellos a Sarah Bernard. Ahora bien, todo esto entra dentro del esperpento que rodeó a este personaje. Sus pretensiones eran quiméricas y, por esto, nadie le hizo caso. Murió a mediados de la década de los setenta del siglo pasado. El caballero de la triste figura desapareció tal y como había venido, sin hacer ruido.

Autor

César Alcalá