22/05/2025 08:12
Getting your Trinity Audio player ready...

Iniciamos hoy la publicación de la Segunda Parte de la obra de Julio MERINO sobre «Los caballos de la Historia» que hemos venido publicando los últimos meses, dedicada por entero a «Pegaso, el caballo volador»,  las Mitologías clásicas y los Dioses del Olimpo griego.

Para «El Correo de España» es una satisfacción poder ofrecer a sus lectores y amigos una obra tan interesante y curiosa como formativa.

Así que pasen y lean la «Introducción a las Mitologías».

 

LA MITOLOGÍA GRIEGA

 

… Y entonces Zeus se enfrentó

a Cronos su padre y con la ayuda de sus hermanos Hades y Poseidón vencieron a los Titanes.

 

Pero la mitología por excelencia, la mitología clásica, es la mitología griega y luego romana (ya que Roma acepta y hace suyos los mitos griegos). ¿Por qué? Quizás por dos cosas fundamentales: porque en ella el hombre es ya el centro del universo, lo cual constituyó una auténtica revolución del pensamiento y de la historia, y porque los mitos griegos encontraron al poeta más grande de todos los tiempos: Homero.

Grecia puede, pues, considerarse la patria de los dioses, los héroes, las leyendas y los mitos. Lo cual no quiere decir que su mitología no tuviese precedentes, como ya hemos visto, ni sea única. Pero sí que esos mitos y esas leyendas están ya por encima de la brutalidad y el salvajismo que reinan en la Antigüedad… y en manos de grandes poetas que son los verdaderos creadores de dioses. Precisamente por esto los dioses griegos están hechos a imagen y semejanza del hombre y en ocasiones adquieren apariencias reales y tangibles. Bien es verdad que una vez creados esos dioses disponen de tal poder que incluso pueden hacer temblar al hombre o disponer de su vida. Porque ellos son los que marcan el destino… como se comprueba una y otra vez en la «Ilíada» y la «Odisea» de Homero, donde sus principales héroes y protagonistas no son más que aquellos que quieren los dioses o el resultado de deseos divinos encontrados.

Los mitos para el griego son como un compendio de la ciencia de los antiguos tiempos o el resultado de las primeras respuestas que dan a las grandes interrogantes de su entorno físico y natural o de su propia conciencia. Es verdad que a veces las leyendas sobre los mitos y los héroes son meros cuentos de puro recreo (la conquista del Vellocino de Oro, los trabajos de Hércules, las andanzas de Belerofonte y «Pegaso», etc.). Sin embargo, la religión no anda muy lejos de la mitología y a veces incluso se confunden ambas, ya que creencias y fenómenos naturales inexplicables se funden en un mismo mito: Zeus, por ejemplo, no es sólo el padre de los dioses y señor del Olimpo (es decir, el dios padre de los griegos), sino también el dueño del rayo, del relámpago, de las tormentas y de la lluvia.

Para los griegos el mundo es anterior a los dioses, ya que antes de que estos existieran ya estaban formados el cielo y la tierra, es decir, Urano y Gea. Hijos de éstos eran los Titanes, con frecuencia llamados los dioses antiguos, que reinaban como soberanos supremos del Universo. El más importante de los Titanes fue Cronos (el Saturno romano), que fue señor del cielo y la tierra hasta que fue suplantado por su propio hijo Zeus (Júpiter para Roma).

Según la leyenda, en el principio era el Caos, una masa no claramente definida y sin formas. Del Caos surgió la Madre Tierra y su hijo Urano (el Cielo) la modeló tal como la conocemos hoy, con las flores, los árboles, los animales y los pájaros. De la Madre Tierra y del Cielo nacieron los tres Cíclopes y los doce gigantescos Titanes, seis varones y seis hembras. Urano miraba con horror a estos hijos suyos y a medida que nacían los iba relegando a las más lejanas profundidades de la tierra, hasta que la madre (Gea) convenció a Cronos, el más pequeño de los Titanes para que se vengara de su padre, como así sucedió un día mientras Urano dormía. Cronos lo hirió de muerte con una hoz dentada y entonces se derramaron tres gotas de sangre que dieron origen a las terribles    Furias… Desde entonces Cronos reinó sobre los Titanes y el mundo, aunque con la predicción de que sería arrojado del trono por uno de sus hijos. Consecuencia de este temor, y puesto que sus hijos eran inmortales, fue que Cronos devorase a cada uno de estos en el momento de nacer. Sin embargo, cuando Rea, su mujer, supo que iba a nacer el sexto se retiró a Arcadia y escondió a Zeus, quien se crió en una cueva y bajo los cuidados de las ninfas Adrastea, Ida y Amaltea. Cuando Cronos descubrió lo que Rea había hecho con el último hijo se enfureció sobremanera y ordenó que buscasen al niño. Pero Rea no se dio por vencida y engañó a su marido. Según la leyenda, tomó entonces una gruesa piedra, la envolvió en pañales y se la presentó a Cronos como si fuera su último hijo, y él se la tragó como había hecho con los otros. Así Zeus pudo llegar a la edad adulta y llevar a cabo su venganza. Para ello se sirvió de su madre y de Tetis, una oceánide de la familia de los Titanes que no simpatizaba con Cronos, y juntos elaboraron el plan que le daría la victoria. Zeus se convirtió en copero de Cronos y un día echó veneno en la copa de su padre, que fue de efectos inmediatos: Cronos devolvió por la boca sanos y salvos a los dos hijos y las tres hijas que había devorado. Es decir, a Hades, Poseidón, Deméter, Hera y Hestia, los hermanos de Zeus que habitarían más tarde con él el Olimpo. Una vez libres los tres hermanos se confabularon y con Zeus al frente declararon la guerra a su padre y a los Titanes que le ayudaban. Fue una guerra exterminadora entre los viejos y los nuevos dioses que ganaron éstos con la ayuda de los Cíclopes, que en agradecimiento a su libertad habían dado como armas a Zeus un rayo, a Hades un yelmo que tenía la virtud de hacerlo invisible y a Poseidón un tridente. Así armados se llegaron hasta su padre y Hades le desarmó, Poseidón lo amenazó y Zeus lo abatió con el rayo. Cronos murió en aquel mismo instante y desde entonces Zeus gobernó el mundo.

 

LA OBRA DE ZEUS

 

Naturalmente, no se detiene aquí la leyenda, ya que es a partir de entonces cuando Zeus acomete sus nuevas empresas. La primera de ellas, la creación del género humano. Primero creó a los hombres de la edad de oro, que vivían en el Paraíso y no tenían que trabajar… Envejecían y morían, pero sus espíritus vagaban por la tierra velando por el bienestar de las generaciones siguientes. Después creó a los hombres de la edad de plata y le salieron tan brutales y necios que al poco los destruyó sin pesar. Luego creó a los hombres de la edad de bronce, que le salieron guerreros y sin más objetivo que inventar y fabricar armas de guerra. Por último, y cuando Zeus ya se preguntaba si valía la pena proseguir la creación de la raza humana, creó a los hombres de la edad heroica, es decir, a los héroes. Pero llegados aquí vamos a leer la descripción que Ovidio hace de una de estas edades:

«La edad de plata, inferior a la de oro, pero superior a la del pálido bronce, apareció sobre la tierra cuando Júpiter (Zeus) precipitó en el oscuro Tártaro a su padre Saturno (Cronos) y se apoderó del imperio de la tierra. A las edades de oro y plata sucedió la de bronce, más áspera que aquéllas por la crueldad de los vivientes y pronta para las horribles armas; pero no del todo viciada. La última edad fue la de hierro e inmediatamente se originó de ella toda maldad con un siglo de peor vena. Desaparecieron el pudor, la verdad y la lealtad, y en su lugar se entremetieron el engaño, la traición, la violencia y la insaciable codicia. El piloto se entregaba a los vientos sin conocerlos y las naves, que durante tanto tiempo habían sido el decoro de los encumbrados montes, fueron abandonadas a la furia de las olas no tratadas; ya se hizo indispensable que el diestro agrimensor señalose los límites a la tierra, común antes a todos, como lo eran la luz y el aire, y no contentos con las abundantes cosechas que producía iban a extraer de sus entrañas las riquezas que escondía y había depositado en el infierno, y después fueron el origen de innumerables males. Ya estaba descubierto el nocivo hierro y el oro, aún más perjudicial, cuando se apercibe la guerra a lidiar con ambos y hace resonar por todas partes el estruendo de las armas con mano sanguinaria. Vivíase del hurto y el huésped arriesgaba su seguridad. El suegro no estaba seguro del yerno y apenas los hermanos vivían en paz. Velaba el marido por quitar a su mujer la vida, y ésta al marido; la despiadada madrastra hacía uso del veneno y los hijos, antes de la muerte de sus padres, averiguaban los años que podían vivi. La piedad estaba en el olvido y la doncella Astrea abandonó la última de los dioses la tierra, contaminada ya con la sangre de los malos…»

A partir de entonces el «orden mitológico» es casi total. Los dioses saben cuáles son sus poderes y aunque a veces surjan entre ellos alguna disputa siempre está allí Zeus paro decir la última palabra.

Sin embargo, lo que de verdad caracteriza y diferencia a la Mitología griega es la interrelación permanente que existe entre los dioses y los hombres… y el hecho de que el dios no sea un ser extraño y alejado de los problemas y la vida cotidiana. El hombre habla con su dios con familiaridad y o él somete sus dudas, sus deseos o sus temores y hasta sabe cuándo le ha enfadado. ¿Qué sería, por ejemplo, de los héroes de la «Ilíada» si desapareciese ese contacto con los dioses? Héctor sabe desde el comienzo que tiene que morir a manos de Aquiles y éste sabe a su vez que inmediatamente después de morir aquél también tiene que morir él. Lo que nos lleva a otra de las peculiaridades de la mitología griega: la presencia continua del destino y la posibilidad de predecirlo . El oráculo de Delfos, por el que a veces hablan los dioses, anticipa al hombre lo que va a suceder en su vida inexorablemente. La libertad del hombre está condicionada por el destino y por eso su vida siempre es trágica. ¿Por qué Aquiles no se retira de Troya sabiendo como sabe que allí va a encontrar la muerte? Sencillamente, porque su vida y su muerte están en manos de los dioses. Y en este sentido bien puede decirse que la Mitología griega es eminentemente trágica, ya que nadie, ni siquiera los dioses, salvo Zeus, puede hacer lo que su voluntad desee o haya elegido. Haga lo que haga el hombre irá indefectiblemente al encuentro del destino… como se demuestra en el caso de Edipo, de Orestes, de Héctor, de Aquiles, etc.

LEER MÁS:  Nuestra memoria histórica. Mirar atrás. Por Antonio de Lorenzo

También hay que señalar el realismo que impera en torno a los mitos, a pesar de la fábula y la leyenda. Un realismo que resiste incluso a la fantasía y a los sucesos más absurdos. Así, no sorprende, por ejemplo, el que Hércules, cuya vida es una constante lucha contra monstruos inverosímiles, resida en la ciudad de Tebas. Afrodita nace de la espuma del mar, pero los griegos pueden visitar el lugar exacto en la isla de Cíteres, donde se produjo la aparición de la diosa. «Pegaso», el caballo alado de los dioses, puede surcar el aire durante el día, pero al llegar la noche tiene que retirarse a su establo de Corinto, etc…

Y es que los dioses, los héroes y los mitos griegos nunca pierden su contacto con la tierra y lo humano. Incluso el «Olimpo», la residencia de los dioses, está situado en un lugar exacto de la geografía griega al que los hombres pueden dirigir sus pasos y su vista. Son dioses, sí, pero dioses cercanos a los hombres… hasta el punto de que sus vidas transcurren íntimamente ligadas. De ahí el hecho de que Historia y Mitología griega se confundan o lleguen a ser una misma cosa.

 

LOS DOCE DIOSES OLÍMPICOS

 

«¡Oh, Zeus, padre de los dioses,

soberano del cielo y dueño de las

tormentas y el rayo…»

 

Bien, y ahora hablemos de los dioses, los doce «dioses mayores» que con Zeus al frente componen la cúpula de la Mitología griega y habitan el «Olimpo». Aunque antes hay que aclarar qué era o qué fue el «Olimpo» en aquel mundo fantástico y de leyenda.

Es verdad que en el nordeste de Grecia, casi mirando las aguas del Golfo de Salónica, y concretamente en la región de Tesalia, se encuentra el Monte Olimpo, el más alto de la península griega con sus casi 3.000 metros de altura (2.977) y que este monte fue testigo de las innumerables guerras de la antigüedad clásica. También es verdad que cuando en la Mitología se habla del «Olimpo» la referencia a este Monte Olimpo es concreta… pero, moviéndonos como nos movemos en un mundo en que la fantasía, la leyenda y lo mitológico siempre aparecen mezclados a lo racional y el realismo más puro no hay más remedio que admitir la tesis de que el «Olimpo», además de un lugar geográfico concreto, fuese también algo imaginario e inventado como «morada de los dioses» (los «cielos del cristianismo» o el «paraíso-edén» del Islam). Al menos así se deduce de las propias palabras de Homero. En la «Ilíada» el «Olimpo» es algo más que un monte, ya que el poeta le da la primacía sobre todas las montañas de la tierra. En otro lugar del poema Zeus habla de «suspender el Cielo y la Tierra del pináculo del Olimpo»… Y algo más curioso aún: se dice que Hades reina en las profundidades, que Poseidón domina los mares y que Zeus gobierna los cielos… pero, sin embargo, el «Olimpo» es la mansión de los tres. Lo cual sólo se explica, ciertamente, si el «Olimpo» es algo más que un monte geográfico.

En cualquier caso, fuese el Olimpo un simple monte, aunque el mayor de Grecia, o una imaginaria «morada de los dioses»… el hecho es que los doce dioses de la Mitología griega habitan, viven, disputan, comen, beben, cantan y hacen justicia en el «Olimpo» y que el héroe griego cuando aspira o ambiciona ser «como un dios» intenta subir al «Olimpo» (es el caso de Belerofonte cuando quiere que «Pegaso» le suba al monte de los dioses).

Pero, ¿cuáles eran los doces dioses del «Olimpo»? Fueron éstos:

 

 

ZEUS

(para los romanos «Júpiter»)

 

Zeus es, por encima de todo, el padre de los dioses, como queda dicho por él mismo en el canto VIII de la «Ilíada»: «¡Oídme todos, dioses y diosas, para que os manifieste lo que en el pecho mi corazón me dicta! Ninguno de vosotros, sea varón o hembra, se atreva a desobedecer mi mandato; antes bien, asentid todos, a fin de que cuanto antes lleve a cabo lo que pretendo. El dios que intente separarse de los demás y socorrer a los teucros o a los aqueos, como yo le vea, volverá afrentosamente golpeado al Olimpo; o le arrojaré al tenebroso Tártaro, muy lejos, en lo más profundo del báratro debajo de la tierra -sus puertas son de hierro, y el umbral de bronce, y su profundidad desde el Orco como del cielo a la tierra-, y conocerá enseguida cuánto aventaja mi poder al de las demás deidades. Y si queréis, haced esta prueba, ¡oh dioses!, para que os convenzáis. Suspended del cielo áurea cadena, asíos todos, dioses y diosas, de ella, y no será posible arrastrar del cielo a la tierra a Zeus, árbitro supremo, por mucho que os fatiguéis; mas si yo me resolviese a tirar de aquélla, os levantaría con la tierra y el mar, ataría un cambo a la cadena en la cumbre del Olimpo y todo quedaría en el aire. Tan superior soy a los dioses y a los hombres.» Superioridad que Palas Atenea, su hija, y ante el silencio de los demás dioses reconoce de esta manera: «¡Padre Zeus, el más excelso y poderoso de los dioses! Bien sabemos que tu fuerza es invencible y que nadie puede resistirse… Y claro que nos abstendremos de intervenir en la lucha puesto que así lo ordenas…»

Pero Zeus es también el ser del cielo y el dios de la lluvia, el que amontona las nubes y maneja a su antojo en exclusiva el terrible rayo. Un ser grandioso al que todos temen y al que todos acuden para dirimir sus diferencias o pedir justicia. En la «Ilíada» el rey Agamenón se dirige a él con estas palabras: «¡Oh Zeus, el más glorioso, el más grande, dios del cielo y de la tempestad, oh tú, que habitas en los cielos y amontonas las negras nubes…»

Es el rey y señor del Olimpo, el que todo lo puede, todo lo ve y todo lo oye… salvo lo que se refiere al «Destino», ya que éste escapa a los deseos del hombre y de los dioses en la mitología griega. El águila era su pájaro favorito y su árbol el roble.

Sin embargo, y a pesar de todo su poder, los griegos no le temen, quizá por su fama de «mujeriego» y su capacidad de perdón. Los amores de Zeus y sus engaños a Hera, su esposa, eran comentados y festejados con simpatía. Según la leyenda su primera mujer fue Metis, de la familia de los Titanes; luego vino Temis, una hija de Urano que engendró a las tres Parcas, las diosas de la noche encargadas de señalar y ejecutar el destino de los mortales («Diosas de la muerte», según el poeta)… de Mnemósine tuvo nueve hijas, las Musas, de las que hablaremos más adelante.

 

HERA

(para los romanos «Juno»)

 

Es la mujer de Zeus y la diosa del matrimonio, gran protectora de la mujer casada. En el relato de la conquista del Vellocino de Oro es también la protectora de los héroes y la inspiradora de sus hazañas. Pero por encima de todo era la diosa del hogar y la intermediaria de los hombres y los dioses ante Zeus. Sus animales preferidos eran la vaca y el pavo real y su ciudad favorita Argos.

Según la leyenda jamás perdonó a sus rivales y fue implacable con las mujeres que se acercaban a Zeus. A pesar de los cual uno de los himnos más antiguos de la mitología la describe así:

 

Reina entre los inmortales,

Hera se sienta en un trono de oro.

A todos gana en hermosura,

excelsa señora,

A quien las deidades del

encumbrado Olimpo reverencian

Y honran igual que a Zeus,

dominador del rayo.

 

Zeus y Hera constituían según los griegos una extraña pareja, que posaba la mayor parte del tiempo peleándose o haciéndose la guerra. El culpable era casi siempre Zeus, que, si bien la respetaba en muchos aspectos e incluso la temía, continuamente le hacía jugarretas y la engañaba… o trataba de engañarla, porque la verdad es que Hera siempre acababa descubriéndolo.

LEER MÁS:  Los poderes del regente Cardenal Cisneros. Por César Alcalá

 

POSEIDÓN

(para los romanos «Neptuno»)

 

En el reparto que hicieron los tres hermanos al vencer a su padre Cronos, a Poseidón le tocó el mar y en los mares tenía su reinado. Lo cual le daba el dominio de las tempestades y el bramido de las olas. Comúnmente se le representa con un tridente en la mano, lanza de tres dientes con la que podía hacer y deshacer a su antojo. Según el poeta, Poseidón fue quien regaló al hombre el primer caballo:

 

«Soberano Poseidón

de ti nos viene esta grandeza,

Los robustos caballos, los potros,

e incluso el reino

De las profundidades.»

 

Por tanto, no debe extrañar que su animal preferido fuese el caballo y con éste los toros. De Poseidón se cuentan muchas y terribles aventuras, pero quizá lo más curioso fue lo que le sucedió con la nereida Tetis, con quien hubiera querido casarse si no hubiera sido por la profecía que pesaba sobre ella, según la cual su hijo primogénito llegaría a ser «más importante que su padre» (este hijo de Tetis fue más tarde Aquiles). Poseidón no podía aceptar, siendo tan orgulloso como era, que un hijo suyo fuese más grande que él.

 

HADES

(para los romanos «Plutón»)

 

Fue el tercer hermano de Zeus y a quien la suerte le otorgó el dominio del mundo subterráneo y el reino de los muertos. Era por tanto el señor de ultratumba y uno de los dioses más importantes de la Mitología. El reino de Hades era el reino de donde no se podía volver, aunque algunos héroes lo hicieron con el auxilio de otros dioses. Al principio de los tiempos se creyó que Hades era la muerte misma, pero luego la leyenda fue separándolos… El Hades infierno estaba en las profundidades de la tierra, en un lugar rodeado de ríos de aguas lentas y estancadas (la laguna Estigia) donde el rudo barquero Caronte transportaba de una orilla a otra las almas de los muertos. El Tártaro era la parte occidental del Hades.

 

PALAS ATENEA

(para los romanos «Minerva)

 

Era hija de Zeus y no tuvo madre que la trajera al mundo, ya que según la leyenda salió del cráneo de Zeus adulta y con armadura. Era la diosa de la ciudad, protectora de la vida urbana, de la artesanía y de la agricultura. Personificaba la sabiduría, la razón y la virginidad (era la primera de las tres diosas vírgenes y a ella dedicaron los griegos el famoso Partenón). Su ciudad preferida fue Atenas; su árbol, el olivo, y su animal sagrado, la lechuza.

Palas Atenea fue la diosa que inventó la brida que otorga a los hombres el dominio del caballo… (gracias a ella y a su brida de oro Belerofonte pudo montar a «Pegaso»). Homero le da gran protagonismo como «diosa guerrera» en la «Ilíada», donde incluso llega a enfrentarse a Zeus en defensa de los troyanos.

 

FEBO

(para los romanos «Apolo»)

 

Era hijo de Zeus y de Leto y había nacido en la pequeña isla de Delos. Es el dios de la luz, sin mezcla de sombra alguna, y más todavía el dios de la Verdad. Soberano del arco de plata y dios de la música fue también, sin duda, el inspirador de los poetas y el intermediario del hombre ante los dioses. Famoso fue el oráculo que tuvo en Delfos, en un lugar conocido entre los riscos del Parnaso, porque a él acudían los griegos que querían conocer la voluntad de los dioses o desentrañar su destino. Su árbol era el laurel y sus animales el delfín y el cuervo. Según la leyenda de sus labios jamás salió una mentira.

 

O Febo, desde tu torno de verdad,

Desde tu morada, en el corazón del mundo,

Hablas a los hombres,

Como Zeus produce el orden

Ningún error se da jamás en él,

Ni sombra alguna oscurece este mundo de verdad.

Zeus ha glorificado con un título eterno el honor de Apolo,

Para que todos, con inquebrantable fe,

Logren creer en su palabra.

 

ARTEMISA

(para los romanos «Diana»)

 

Era hermana gemela de Febo y una de las tres diosas vírgenes del Olimpo. Diosa de la Caza y protectora de la juventud. También se confunde con la Luna y con las noches misteriosas en que se oculta ésta. Una diosa a caballo entre el bien y el mal. Pero que sólo se la recuerda como diosa cazadora. Su árbol preferido era el ciprés y le pertenecían todos los animales salvajes, en especial la corza.

 

AFRODITA

(para los romanos «Venus»)

 

Era la diosa del amor y la belleza y la más bella de las criaturas del Olimpo. Diosa también de la risa y a veces traidora y maliciosa. Ella fue, según la leyenda, la que en cierto modo provocó la guerra de Troya, por ser la elegida de Paris cuando éste tuvo que dar la manzana de oro a la mujer más bella que existiese, ya que ella hizo que las otras diosas del Olimpo se pusieran frente al troyano que raptó a Helena.

A pesar de todo Afrodita contó con la admiración de los griegos y más tarde de los romanos, y es la diosa por excelencia de los poetas. De ahí que hablar de amor sea hablar de Afrodita. Homero la denomina «radiante diosa rubia» y dice de ella:

 

«El soplo del viento del Oeste  la ha traído,

De la espuma rebosante y sobre el mar profundo

Hasta Chipre, su isla, a las costas festoneadas por las olas.

Y las Horas, coronadas de oro,

La han acogido con júbilo.

Con un traje inmortal la han revestido…

Y la han presentado a los dioses,

Y todos han quedado sorprendidos a la vista de Citerea

Con sus cabellos ceñidos de violetas.»

 

Su árbol preferido era el mirto y su pájaro la paloma.

 

HERMES

(para los romanos «Mercurio»)

 

Hijo de Zeus y Maya… era el dios del comercio y por excelencia el dios de los ladrones: protector de los negociantes y guía de los muertos en su último viaje al Hades. Según la mitología era también el mensajero de Zeus y el que «vuela ligero como el pensamiento». Un dios agudo y astuto como ninguno, de quien se decía que «nació al despuntar la aurora y antes que la noche cayera ya había robado los rebaños de Apolo».

 

ARES

(para los romanos «Marte»)

 

Era el dios de la guerra, hijo de Zeus y de Hera, y para Homero un asesino, manchado de sangre y maldito por los mortales que en el campo de batalla se hacía acompañar por la discordia, el espanto y el miedo. A su paso, según los griegos, la tierra enrojecía de sangre y los hombres rompían en gemidos.

Sin embargo, para los romanos Marte fue un dios admirado y aplaudido e invencible. Los héroes de la «Eneida» en contra de los de la «Ilíada» se felicitan por «caer en el campo del honor de Marte» y hasta encuentran «dulce la muerte en el combate». Servir a Marte o conquistarse los honores del dios fue para los romanos signo de valentía y de triunfo. Su pájaro sagrado, sin embargo, era el buitre.

 

HEFESTO

(para los romanos «Vulcano»)

 

Era el dios del fuego y el gran artífice de las armas guerreras y el más espantoso y deforme de los inmortales que ocupaban el Olimpo. Tanto que según la leyenda su madre Hera, al verlo tan feo y presa de terrible vergüenza, lo lanzó desde lo alto del Olimpo.

En la «Ilíada» le visita Tetis, la madre de Aquiles, para pedirle que le proporcione al héroe un escudo y armas especiales con las que vencer a Héctor. A Hefesto (Vulcano) se le representa siempre en su herrería y ante la fragua y el fuego. En realidad, y a pesar de su fealdad, fue un dios amable, amante de la paz y popular en el cielo y en la tierra, que junto con Atenea protegía a los artesanos y a los agricultores, los dos soportes de la civilización.

 

HESTIA

(para los romanos «Vesta»)

 

Era hermana de Zeus y una de las tres vírgenes del Olimpo. Diosa del hogar y del fuego de la convivencia. En Grecia cada ciudad poseía un hogar público consagrado a ella, en el que el fuego nunca se apagaba. En Roma, seis jóvenes sacerdotisas vírgenes mantenían encendido el fuego sagrado de Vesta.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940 y nos dejó el 23 de enero del 2025.
Descanse en Paz.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.