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5, 6 y 7  de junio de 1990. Me encontraba destinado en el Estado Mayor de la Organización de Naciones Unidas en Centroamérica ( ONUCA ) como jefe de la sección naval con sede en Tegucigalpa ( Honduras ) . Entre mis responsabilidades estaba la de dirigir y coordinar las acciones de las cuatro patrulleras, que Argentina aportaba a la Organización, en el Golfo de Fonseca. La misión fundamental era evitar el trasiego de armas entre Nicaragua y El Salvador por vía marítima. Este cometido exigía una coordinación presencial con los Estados Mayores navales de ambas naciones de forma periódica. Normalmente el trayecto entre Tegucigalpa ( sede del EM DE ONUCA) y San Salvador o Managua se llevaba a cabo con los helicópteros de la propia organización lo que evitaba el paso por zonas controladas, en algunos casos, todavía, por el Frente Furibundo Martí de Liberación pero en alguna ocasión, como la que describo aquí, no había otra opción que hacerlo por carretera. Y fue así que por falta de transporte aéreo emprendí por orden del General Quesada , mando de ONUCA, un viaje terrestre de Tegucigalpa a San Salvador  y con posterioridad a la Base Naval de la Unión donde se ubicaba la Armada salvadoreña.

La patrulla la componíamos dos oficiales suecos y el que suscribe al mando.

El día anterior a la partida preparamos con minuciosidad el vehículo ( siempre los fiables Toyota Land Cruiser ), las comunicaciones, toda la  impedimenta y estudiamos detenidamente la ruta y las posibles alternativas.

Saliendo a la madrugada del día 5 ya al mediodía cruzamos la frontera entre Honduras y El Salvador por el puesto fronterizo de El Amatillo sin novedad alguna, más apenas llevábamos recorridos veinte km cuando un control del ejército salvadoreño nos detuvo advirtiéndonos que en las inmediaciones de una localidad llamada Pasaquina se estaban produciendo encuentros con la guerrilla y que era peligroso proseguir. Repentinamente, y mientras nos explicaban los pormenores de lo que sucedía, vimos desaparecer corriendo a los soldados salvadoreños que nos habían detenido y producirse sin solución de continuidad lo que allí llaman una “ balasera “ con el consiguiente caos y confusión inherente a estos casos. Arrancamos el Toyota y corrimos a refugiarnos debajo de un puente que teníamos a unos 100 metros donde estuvimos a cubierto por un espacio de tiempo que se nos hizo interminable hasta que apareció un capitán salvadoreño que nos avisó de que ya podíamos salir. En el interim sin saber ni de donde ni por donde oíamos silbar la balasera por encima del puente acordándonos con exabruptos de quienes nos habían mandado por carretera en lugar de por vía aérea. Finalizado este incidente y reponiéndonos del susto reemprendimos el viaje hacia San Salvador esta vez escoltados por una patrulla del ejército pero sin tenerlas todas con nosotros hasta que divisamos por fin la capital y pudimos alojarnos en el hotel Camino Real. Me llamó la atención como, a pesar de las continuas incursiones de la guerrilla, la vida en San Salvador era normal y aparentemente tranquila salvo por los repentinos cortes de luz que se producían de vez en cuando como consecuencia de ataques contra la red; de hecho esa misma noche lo pudimos comprobar en el propio hotel.

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Finalizada la coordinación para la que habíamos venido iniciamos el camino hacia la Base Naval de La Unión cruzando los dedos para no toparnos con un incidente como el que habíamos sufrido el día anterior. Y así fue salvo por otro sucedido de índole distinta, pero digno de recordar y relatar, cuando, viendo que nos sobraba tiempo, decidimos detenernos a almorzar en la población de San Miguel . Allí se ubicaba un centro de verificación de ONUCA donde sabía yo que se encontraba destinado un capitán español, además infante de marina. Buena ocasión para saludarle. Idea que fue acogida con entusiasmo por mis compañeros de patrulla, ambos suecos, toda vez que en dicho centro de verificación ( VC ) también había varios compatriotas suyos.

Mi primera sorpresa nada más llegar fue encontrármelos uniformados de gala, lo que tenía un gran mérito si tenemos en cuenta que la temperatura debía superar los cuarenta grados como mínimo. Un calor asfixiante. Cuando se está aislado de casi todo siempre produce una gran alegría encontrarse con quienes vienen de fuera, por razones obvias, pero , no, no estaban de gala por nuestra visita sino porque casualmente ese día 6 de junio era el cumpleaños de su Rey Gustavo Adolfo  y lo estaban celebrando. Celebración a la que se añadía el hecho de ser precisamente ese día mi cumpleaños algo que no había querido desvelar pero que no me quedó más remedio que hacer. Estaban contentos los comandantes y capitanes suecos pues, en un gesto de admirar, su Rey les había enviado una buenas cajas de aguardiente ( snaps) para colaborar a la celebración y así fue cuando chupito tras chupito del maravilloso aguardiente helado y con continuos brindis por el Rey de Suecia, por el comandante Chicharro, por Suecia, por España y sabe  Dios por quien más, acabamos todos en la piscina uniformados y con continuos vivas ininterrumpidos con gran alegría. Aún recuerdo las risas y aún más el enorme dolor de cabeza consiguiente; o sea , una resaca de órdago. Al contrario de lo que el tópico crea sobre los suecos diré que son gente extrovertida y muy simpáticos.

Finalizada esta parada “ técnica “ continuamos nuestro viaje hacia La Unión donde nos esperaban las autoridades navales salvadoreñas quienes al ver nuestra mala apariencia y caras dieron por hecho que eran debidas al incidente habido el día anterior por el encuentro con la guerrilla. Lejos estaban de saber que no era por ese motivo sino por el aguardiente regalo del Rey Gustavo. Grato recuerdo tengo de aquellos valientes soldados que luchaban contra la guerrilla comunista y que tenían curiosamente en su sala un enorme retrato del Generalísimo Franco algo que sorprendió a los suecos quienes aún no repuestos de su resacón apenas se dieron cuenta de su significado.

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Resuelta la razón de nuestra visita a la Base Naval emprendimos el viaje de regreso sin sospechar que aún nos esperaba otro incidente. Esta vez en la frontera de El Amatillo que días antes habíamos cruzado sin novedad. Tendemos a analizar las cosas siempre según los parámetros en los que nos movemos habitualmente, pero , no, en aquellos lugares las cosas no son como aquí. Hete aquí que topamos en la frontera con un funcionario puntilloso que se empeñó en no poner problemas a un español para pasar a Honduras pero en ningún caso a los suecos pese a ir uniformados y en coche de Naciones Unidas. Créanme si les digo que esto no es un problema menor si lo que uno tiene delante son soldados armados, en guerra, con cara de malas pulgas y sin sospechar cuáles pueden ser sus reacciones. No pudiendo enlazar con nuestro Cuartel General en Tegucigalpa no me quedó otra que la clásica en aquellos lugares, esto es, la mordida, más aún ni por esas. El o los funcionarios no cedían y sucedió entonces lo inexplicable. No recuerdo como pero acabamos hablando de fútbol y comoquiera que por aquel entonces yo vivía en San Fernando ( Cádiz) y en el equipo gaditano militaba el conocido futbolista “ mágico  Gonzalez “ , un héroe en El Salvador, repentinamente cambió el talante de los aduaneros y mire Vd por donde todo fue distinto. Nos hicimos amigos y así sí más nos dieron paso. Increíble pero cierto. Los suecos no se lo podían creer.

Y llegamos por fin a Tegus finalizando una extraña patrulla de tres días que queda en el recuerdo por un encuentro de película con la guerrilla, por el aguardiente del Rey Gustavo Adolfo, por un retrato del Generalísimo Franco y por el salvoconducto que supuso vivir en Cádiz donde jugaba al futbol Mágico Gonzalez.