23/06/2024 20:00

Bajo este título presento algunas reflexiones sobre las relaciones entre catolicismo y liberalismo y las dinámicas que las han guiado así como su recorrido histórico. La exposición la he estructurado en 7 apartados que voy a ir presentando en forma de tres artículos.

Reflexiones históricas I: algunas cuestiones previas

Reflexiones históricas II: de la Ilustración

Reflexiones históricas III: de la Revolución Francesa de 1789

Reflexiones históricas IV: de la revolución liberal en España (1808-1834)

Reflexiones históricas V: de la consolidación de la revolución liberal en España y de la resistencia (1834-1874)

Reflexiones históricas VI: de la claudicación del catolicismo español ante el estado liberal (1875-1978).

Reflexiones históricas VII: conclusiones.

Reflexiones históricas I: algunas cuestiones previas

El termino “cesionismo” lo utilizo como locución para referirme a una condición mental -que lleva a una actitud- por la cual, ante la presión de una persona o grupo de poder (político, económico…), se está dispuesto a ceder posiciones (intelectuales, filosóficas, teológicas, políticas, religiosas, culturales…) arguyendo que los objetivos o fines son superiores y quedan a salvo cediendo. Las actividades (culturales, religiosas, intelectuales, educativas…) se pueden seguir realizando aunque haya que auto-imponerse restricciones, siempre calificadas como superfluas. De tal manera se evita tener conflictos con esas personas o grupos de poder. El problema es que la cesión -por superflua que sea- acaba siendo una dinámica y, el llamado Poder, enseguida toma la medida de resistencia mental-cultural. En consecuencia cada vez habrá más presiones y mayores amenazas incluso respecto a cuestiones sustanciales. La persona o grupo que cede la primera vez, acaba cediendo en todas las ocasiones aceptando cualquier cosa con tal de que se le deje un resquicio para mal respirar. Este tipo de mentalidad y dinámica predomina en el ámbito religioso, especialmente en el catolicismo liberal.

Thomas Mann en su obra La montaña mágica transmitía la idea de que “todo es política”. Quizá su fuente de inspiración estuviese en Aristóteles con aquello de que “el hombre es un animal político” –Política, I-. Para Mann todo el pensar y el decir y el obrar de una persona es política y esto incluye a la Religión, especialmente en sus manifestaciones públicas o que “invaden” el espacio público (procesiones, peregrinaciones, Santa Misa y otros actos litúrgicos públicos). Entonces el estado liberal reacciona con amenazas y advertencias e incluso prohibiciones. En este punto el católico de mentalidad liberal se pliega y agacha la cabeza, cede a las exigencias -legales o no- del Poder a cambio de unas migajas, un resquicio de esperanza de que podrá realizar esos actos pero sometidos a limitaciones y mordazas. Para tranquilizar la conciencia por este sometimiento, la excusa justificativa del católico liberal es siempre la misma: hay un objetivo superior que por el cual es adecuado el sometimiento, la claudicación, incluso si ésta fuese humillante. Todo con tal de mantener ese objetivo considerado superior.

Reflexiones históricas II: de la Ilustración

No hay nada más anticatólico que el luteranismo. La semilla de Lutero realmente dio podrido fruto en la Ilustración y ésta dio luz al liberalismo. Lutero elaboró la estratagema perfecta: la desobediencia a Dios había que envolverla y presentarla como obediencia al propio Dios en base a la conciencia individual. Sobre esta idea se levantó la separación entre fe y obras, el imperio de la fe subjetiva y sentimental, el libre examen y -en definitiva- la autonomía de la persona (convertida en individuo) eliminando cualquier referencia objetiva. Y la conciencia individual –subjetivismo- es razón individual y, ambas, demandan que la persona se someta a ellas. Y para eso se requiere libertad. Pero una libertad que nace de la negación de los Universales y de la autoridad superior (Dios, Papa, rey, pater familia). Es, por tanto, un rechazo al orden y jerarquías físicas y metafísicas con que Dios hizo la Creación. Aquella idea aberrante fue el fundamento de la Ilustración y sus podridos frutos: liberalismo y socialismo. Es aquí desde donde se asienta la destrucción del catolicismo. Como desarrollaría Hegel en sus Lecciones de Filosofía de la Historia, Lutero fue el gran libertador del hombre de las “garras” del catolicismo, asentando la propuesta de Ockham y dando forma al futuro liberalismo: no existe nada más allá de la propia conciencia, luego no hay absolutos. No existen los Universales. En consecuencia: Dios no existe.

El ambiente cultural que dio fundamento a la Ilustración ya estaba presente en el último tercio del siglo XVII especialmente entre los grupos novatores. Los novatores españoles fueron los que pusieron el bagaje intelectual y cultural que hizo posible el paso de los novatores a los ilustrados. Es a partir de 1717 cuando podemos considerar que la Ilustración española se consolida gracias -en buena medida- a la dinastía borbónica surgida de una guerra civil. Pese a que en España la Ilustración se intentó teñir de catolicismo, con especial implicación de hombres de Iglesia (de Feijóo a Celestino Mutis pasando por Rodríguez Laso), la apuesta católica ilustrada resultó un fiasco porque la Ilustración significó el comienzo de la pérdida de la identidad católica de España y, con ella, se inició el olvido de nuestra tradición cultural y teológica; tal y como nos explicó Menéndez Pelayo en su Historia de los Heterodoxos españoles.

El contexto de renovación filosófico-teológica llevada por los grupos novatores (ataque a los últimos brillos de la escolástica) fue el adecuado para ser utilizado por la naciente masonería. La mentalidad reformadora (novatora) dio lugar a la cultura que llamamos Ilustración, de sello cardinalmente masónico. La masonería -establecida oficialmente desde las Constituciones de Anderson- recogió el grito luciferino-prometéico del “non serviam” con el objetivo de “ordo ab caos”, “disolve et coagula”, con los cuales destruir La Cristiandad y dar nacimiento al Nuevo Orden Satánico (hoy llamado Mundial).

La mayoría de enciclopedistas eran masones. Diderot y D’Alambert y Voltaire pertenecían a la logia de las Nueve Hermanas de París, al igual que Condorcet, mientras que Montesquieu se inició en Londres. A la Gran Logia de Francia pertenecieron los más egregios ilustrados y revolucionarios como Helvetius, Mirabeau y Beaumarchais, Maistre, Beauharnais y La Fayette, o Sieyès, Danton y Marat, Talleyrand, Montmorency y Calonne. Respecto a Rousseau, éste era además abiertamente satanista, incluso compuso alguna obra musical dedicada a Satanás.

Reflexiones históricas III: de la Revolución Francesa de 1789

Muchos de los ilustrados masones y revolucionarios eran de la nobleza titulada y además eclesiásticos, ya de clero regular como secular, por ejemplo: obispos masones como Telleyrand, el barón de Chalabre que además fue abad de la Absie, el conde Roch-Étienne (capellán de la reina María Antonieta), o Vayron que era de la logia Estrella Polar y vicario general del obispo Saint Flour, y Gloirand que fue vicario del obispo de Var o Saint Thomas que era canónigo de la iglesia de Quinze-Vingts. Igual se puede decir de Saurine como vicario de Santa María de Oloron y Gay de Vernon, entre muchos otros. Por su parte Montmorency, duque de Luxemburgo, junto con el duque de Chartres fueron los dos gran maestre del Gran Oriente Francés. Por su parte el duque de Orleans -primo de Luis XVI- dio el voto que le costó la vida a su primo el rey, proclamando: “voto la muerte” (17 de enero de 1793).

Luis XVI tenía una profunda fe pero su mentalidad ya era la propia del católico liberal: “cesionista”. En vez de plantar cara a la masonería y a aquellos que desde el gobierno y la corte estaban horadando el régimen católico de Francia, prefirió hacer cesiones con la esperanza de apaciguar los ánimos de aquellos aristócratas ilustrados y masones. Esperaba que cediendo le dejasen un resquicio para seguir en el trono de Francia: primero cedió ante las propuestas masónicas (de los Gournay, Condorcet, Nemours, Turgot) sobre la reforma económica de Francia que -a fin de cuentas- fue lo que acabó llevando a la convocatoria de los Estados Generales y a la revolución. Sin poner freno a los acontecimientos se sometió a ellos. Nuevamente, cedió en sus prerrogativas regias. Y siguió cediendo en la confusión de estados. Y cedió y cedió porque el fin lo justifica: pensaba que cediendo podría mantener el orden católico y monárquico. Ceder y ceder para salvar la monarquía. Pero la aristocracia civil-militar y eclesiástica masónica ya le había tomado la medida. Había llegado el momento de subir la apuesta y plantear al, todavía, rey un nuevo desafío: el traspaso de soberanía del Rey a la Asamblea Nacional. Y el rey cedió, lo cual era su final como rey padre de la representación soberana de Dios sobre la Patria. Ya tenían al rey donde querían, totalmente desarmado.

Entre tanto, el conjunto de la Iglesia en Francia y el católico pueblo francés estaban desconcertados ¿cómo era posible que el Rey aceptase toda esta situación? Ante tal dilema el pueblo pasó de la defensa activa al rey a dividirse en favor o en contra de la Asamblea Nacional. En esta situación los revolucionarios decidieron subir la apuesta: la constitución civil del clero (1790) que obligaba a los sacerdotes a jurar fidelidad a la Asamblea Nacional, desligándose de Roma para pasar a depender del nuevo estado liberal. El clero se dividió entre juramentados y refractarios (no juramentados). El rey tenía que firmar la resolución adoptada por la Soberana Asamblea. Y, aquí, Luis XVI dudó. En esos momentos recibió una misiva del Papa Pio VI pidiéndole que no cediese porque esto suponía el cisma. Luis XVI vio claro que no podía pasar a la historia como el espantajo continuador del cisma de Enrique VIII de Inglaterra, ahora en Francia. El rey se plantó, pero ya era demasiado tarde. El rey intentó huir (fuga de Varennes, 1791) y fue atrapado. La acusación en su contra contra fue que pretendía ir a Saint-Cloud (a 15 km de París) para recibir la comunión de manos de un sacerdote refractario. Y ya no hizo falta nada más. Éste era el punto a donde los revolucionarios querían llegar desde el principio: ya podían ejecutar al rey. Así son los frutos de la mentalidad del católico liberal mediante el “cesionismo” como método (siempre ceder en pos de una supuesta subsistencia política, religiosa, cultural…) cosa que indefectiblemente lleva a la destrucción.

A partir de ese momento la revolución liberal pudo arremeter abiertamente contra la Iglesia Católica: quemar iglesias, asesinar a todo católico, destruir, exterminar. La Edad Contemporánea daba inicio con su primer gran holocausto. La Francia católica no quedó callada. Todo el midi se levantó: Provenza-Alpes, Occitania, Aquitania, Vendee, Bretaña, Lemosín, Borgoña, la cuenca del Garona y del Loira; ciudades tan importantes como Burdeos, Lyon o Nantes. Estas regiones fueron literalmente pasadas a sangre y fuego. Fouché fue uno de los escogidos por la Convención y el Comité de Salud Pública para cumplir esta misión, que le valdrá el apodo del “Ametrallador de Lyon” como bien describe Zweig en Fouche el tenebroso. Y junto a él otros generales. El Comité de Salud Pública ordenaba a Turreau “Extermina, ciudadano general, mujeres y niños incluidos hasta que no quede ni uno, son todos católicos”, mientras que al general Grignon le decía “Os doy la orden de entregar a las llamas todo lo que sea susceptible de ser quemado y pasar al filo de la bayoneta, todo habitante que encontréis a vuestro paso, todos son católicos”. Por su parte el general Marceau escribía en su diario de guerra: “nuestras tropas han masacrado sin cesar y han hecho un gran botín y una inmensidad de mujeres fueron dadas a nuestra tropa y fueron eliminadas. Sólo en Pont-au-Baux hemos realizado deportaciones verticales (ahogamiento) a tres mil mujeres, muchas de ellas embarazadas”. El general Crouzat describía en su diario de guerra cómo hacían agujeros en la tierra para colocar calderas, y ponían en ellos barras de hierro colocando a las mujeres encima. La grasa iba cayendo en tinajas que eran enviadas Nantes. Un capitán del batallón de la Libertad, Dupuy, escribía carta a su hermana diciendo: «Por todas partes donde pasamos, llevamos la llama y la muerte. La edad, el sexo, nada importa, solo importa la Revolución. La tierra está cubierta de cadáveres católicos”.

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Esto es en realidad el liberalismo aunque hoy vaya vestido de la palabra democracia. Aunque hoy tome otras formas y otros estilos sus objetivos y fines no han cambiado. Ante esto ¿tiene algún sentido el “cesionismo”? Ante el liberalismo -en cualquiera de sus formas- no hay otra opción que la oposición total. Catolicismo y liberalismo son antagónicos. No puede haber componendas. Cualquier señal de flexibilidad o docilidad será tomada por el liberalismo como debilidad y por esa grieta se deslizará atrayendo al católico con sibilino engaño para, acto seguido, destruirlo.

2ª Parte, Reflexiones históricas IV: de la revolución liberal en España (1808-1834) y

Reflexiones históricas V: de la consolidación de la revolución liberal en España y de la resistencia (1834-1874)

Autor

Antonio R. Peña
Antonio R. Peña
Antonio Ramón Peña es católico y español. Además es doctor en Historia Moderna y Contemporánea y archivero. Colaborador en diversos medios de comunicación como Infocatolica, Infovaticana, Somatemps. Ha colaborado con la Real Academia de la Historia en el Diccionario Biográfico Español. A parte de sus artículos científicos y de opinión, algunos de sus libros publicados son De Roma a Gotia: los orígenes de España, De Austrias a Borbones, Japón a la luz de la evangelización. Actualmente trabaja como profesor de instituto.

 
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