31/01/2025 16:38

El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2024 en EE.UU. y su toma de posesión como Presidente el paso 20 de enero, nos aporta dos tipos de discursos. Uno, el rancio discurso de la progresía universal que ha abominado con exabruptos contra el mandatario. Nada, ni un ápice, de crítica o de análisis político racional quedándose limitado en el personaje pero sin entrar en lo que representa.

Otro, el discurso de los esperanzados que se han multiplicado, como eco, en la Europa decadente, hierática y corrupta. Este es el discurso que comentaremos en este breve artículo.

Trump no es un político al uso. Y debemos tener en consideración su antecedente: un anterior mandato de cuatro años en la presidencia. Su primer mandato fue más estético que productivo en logros y la ‘revolución nacional’ (América primero) se quedó en nada. Fue absorbido por las profundidades de una oposición ilustrada que no solo era política o administrativa.

Restablecido, su segundo mandato por quienes ya habían perdido toda esperanza, Trump representa la abominación de las políticas demócratas en todas las vertientes competencia del Estado Federal. Pero hay algo más, sin duda.

Debemos centrarnos en analizar la naturaleza del conflicto que representa la política de Trump: es una lucha destemplada, frontal, contra todo lo que no sea una afirmación de los valores analógicos conservadores. Desde esa perspectiva y regido por el encono que muestra su desprecio hacia los ‘ilustrados’ y los digitales, es eso lo que resulta lo más relevante y atractivo de su discurso político.

Quienes apuestan por él, lo consideran la solución definitiva, venida del cielo, contra esas formas de resquebrajamiento y de ruptura del orden analógico tradicional que ha surgido con virulencia en las últimas dos décadas y media. No debemos perder de vista la cuestión esencial: estamos en el seno de una civilización occidental que está en tránsito desde un orden analógico hacia un orden digital.

Nuestras opciones, tampoco las de Trump, no están incardinadas en recuperar el pasado, las gestas de los ancestros; la defensa de los universales, las formas clásicas de producción capitalistas; la reversión de las formas de conciencia, el retorno del sujeto, en la iluminación de los valores cristianos que dieron sentido al orden occidental antes del advenimiento de la ilustración (primero en la política y después en los valores).

Pero Trump no representa un recuperador, un retorno al pasado. Trump se limita a contener el desbordamiento alocado del impacto de los fenómenos tecnológicos en todos los ámbitos de la sociedad y del Estado.

Y ahí los podemos ver en la ceremonia de toma de posesión de Trump como Presidente. Asistido por todos, absolutamente por todos los apéndices de esas tecnologías digitales in progress (los prohombres de las redes sociales, de las aplicaciones y de los algoritmos más sofisticados, de las investigaciones más vanguardista, de los sistemas operativos, de la información en red, etcétera).

Todos congregándose, abigarrados, alrededor de Trump para vencerlo en la complicidad de sus proyectos. Por ahora, los tecnólogos se limitan a influir en la dirección de la política del Estado hasta que sean ellos, sus algoritmos, quienes decidan con sus máquinas el destino de la civilización en curso. ¿Vamos en otra dirección?

No hay moral porque las tecnologías carecen de moralidad. Por eso esa capacidad dúctil y ubiquitaria de estar en cualquier posición de un espectro político fallido. Lo que interesa a esos tecnólogos no es más que acelerar la estrategia fundamental: el dominio total de la máquina (sea en el Estado sea en el resto, en lo colectivo o en lo individual).

Nuestra opción no es ni puede ser Trump, puesto que soóo representa la resistencia contra el nuevo orden que viene. Nuestra única opción es preparar el futuro impertinente de un nuevo orden universal tecnológico que se establecerá en todos los intersticios de la existencia y que hará eclosión justo y exactamente cuando sea irreversible e imprescindible. Y ya está aquí. ¿No lo hueles?

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No pasa el futuro ni por la democracia representativa ni por los Derechos Humanos. Esos son productos ilustrados y del acervo analógico. Es ahí donde la mayoría de la población están anclada… apostando por Trump como una nueva ilusión fútil de la taumaturgia política pero que simplemente tiene la virtualidad de retrasar el advenimiento de una nueva forma de civilización occidental.

Trump es eso, un político puro (el último de los tiempos analógicos, seguramente) porque es consciente de este final dramático de los tiempos analógicos pero que no puede apostar por un futuro al que no pertenece ni comprende: es analógico puro y está en conflicto perpetuo contra todas las fuerzas tecnológicas que lo arrastran y se limita, como buen analógico, a contener la potencia prodigiosa de los algoritmos.

El panorama de los desafíos que lo asedian resulta desolador y evidente:

No hay trabajo: por eso su obstinación en atraer las pocas grandes industrias que existen y su negativa a cualquier forma de inmigración.

No hay familia ni valores: de ahí su destemplanza contra las ideologías woke.

No hay religión: de ahí su tensión total contra el ecologismo, la novísima religión ultra naturalista de la que deriva el complejo de ideologías que cristaliza en el endiosamiento de clima ‘ideal’, una demografía regresiva, un reciclaje de recursos, el veto de la contaminación expresado en el CO2 concebido como dogma canónico… 

No hay Nación: que es un sentido de pertenencia a una comunidad política y su batalla contra todas las formas de individualismo que la diluye y, claro, la defensa a ultranza de las fronteras.

Y así hasta donde uno se lo proponga.

Trump dura cuatro años y su efecto político está limitado por su biología, por su persona. Una vez que se le agote ‘su’ tiempo se agotará también el tiempo de esta reminiscencia, de este resurgimiento apocado, breve, de lo analógico. Acecha lo digital y sigue operando silenciosamente en todos los recodos, en todos los intersticios. Cuando sea irreversible e imprescindible, su orden determinará el contenido del nuevo mundo digital.

Pero veamos la incidencia esperanzada de Trump y de su impacto político en España.

Que en un trocito del planeta (España) un político de enésima categoría sea criticado ferozmente por hacer su función política (mantenerse en el poder), pues muy bien, pero no observo que aporte mucho a la comprensión de la naturaleza política de los gobernantes, de los representantes políticos y de los partidos, del Estado ni al debate ni al futuro inminente que cruje delante nuestra.

Me comentan algunos algo delirante en este complejo de hechos y de discursos ilusionantes propiciado por el triunfo de Trump. Sostienen que tienen esperanza en votar a Vox. Sin embargo, votar a Vox es votar al PP, es decir mantener el estado de cosas actual en sus coordenadas. Porque, sinceramente, si el PP precisará los votos de Vox para alcanzar el gobierno de la nación ¿ qué se supone que haría el comodín?

Debe añadirse otro argumento. El estigma de nihilismo con el que algunos etiquetan mi discurso frente a esa nueva esperanza que acarrea Trump. Veamos.

Si nihilista es aquel que actúa y piensa en la vida sin objetivo ni vocación moral, ese es un político. Y su función, como político profesional, consiste en aprovecharse de los que aún se piensan “libres” para que voten masivamente a sus partidos nihilistas. Y quienes votan a nihilistas en eso se convierten.

Al hablar de los votantes de esos partidos nos referimos a nihilistas de segundo grado, porque no lo son tanto directamente como por interpósita persona: puesto que votan partidos que carecen de cualquier otro proyecto político real y factible que no sea el de la reproducción del actual estado de cosas (el latrocinio al que se dedican todos los políticos y sus organizaciones no es algo nuevo ni extraordinario, motivo por el cual no debería servir ni sirve de hecho, eludiendo el debate de los proyectos, para movilizar a los votantes).

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Nos dicen los ‘esperanzados’ que tienen confianza en Vox porque son la expresión política de Trump en España. ¿Confianza? Eso es una forma de esperanza que se tiene en alguien. La política, en España y en el resto del mundo, no se traduce en la esperanza ni tiene que ver con esa virtud ni con la fe ni con la caridad. La política es la forma en que se decide quien gobierna, cómo se administran las instituciones públicas de la sociedad y de gestionar el pillaje y el botín. No funcionan con esperanza. Funcionan con fuerza, coerción, reglas… y extracción de riqueza (el botín del Estado).

Los yonquis de la política han tenido un indudable subidón con Trump y su elevación al mando de la nación más poderosa de la tierra. Pero no hay que perder la perspectiva. Trump solo sirve como modelo político para los EE.UU. y algo más importante: Trump no es más que un resistente, un auténtico político del final de los tiempos analógicos, y nada más. Y en ese sentido carece de un proyecto político más allá de resistir.

Puedes hacer lo que quieras con tu esperanza en Trump y su incidencia en esta España esquilmada, con Vox… por eso te agarras a la esperanza no a un proyecto de movilización de fuerzas y energías futuras. No hay opciones por esa vía muerta de votar a Vox. Entonces, me reprocharás:

¿Entonces estamos condenados a no hacer nada?

Bueno, con Vox o sin Vox, no creo que se presenten cambios sustanciales en el panorama político y de civilización. Y diría aún más: incluso en la hipótesis radical de que Vox ganara las elecciones generales para Cortes (y Senado) y se constituyera en Gobierno, no lo dudes, no cambiaría en lo sustancial nada de la situación política actual.

¿Qué dices?, me espetarán.

Fácil, te respondería: porque se trata de una cuestión de forma de Estado, de régimen político, de sistema de partidos políticos (y Vox es uno de ellos) que determina de modo absoluto y total el funcionamiento integral tanto político (del Estado) como de la sociedad sobre el que se proyecta, en su conjunto y en sus particularidades, en lo grande y en lo pequeño.

Y, claro, lo entiendes y creo que el lector tiene condiciones intelectivas para ello, si el problema es del sistema de partidos políticos que han conformado un Estado al nivel de sus requerimientos y necesidades, la solución no pasa por la democracia ‘de los partidos políticos’ y, menos aún, votarlos cuando te lo ordenen y ello a pesar de la fuerza de atracción que ejerce el embrujo de Trump con su política del final de los tiempos analógicos.

Estamos en esa fase de ‘calma chicha’, que dirían los antiguos marinos, de esta civilización occidental y deberíamos centrarnos, como hizo el movimiento ilustrado en el siglo XVIII, en preparar el desafío convulso del advenimiento del nuevo orden digital que, no lo dudes, es mucho peor que el analógico que ya se vence.

Autor

Jose Sierra Pama
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