Por su interés reproduzco algunos de los artículos que escribí y publiqué cuando en 1979-80 los demócratas de toda la vida se hincaban de rodillas ante Suárez
Son estos artículos:
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España se está suicidando (15.12-1979)
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Mensaje del rey con motivo de las Fiesta de Navidad (25-12-1979)
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Felipe coincide con Tarradellas “HAY QUE DAR UN GOLPE DE TIMÓN” (04-01-1980)
Pues, aunque algunas cosas no salieron al pie de la letra me duele comprobar que aquellos barros trajeron estos lodos… como pueden comprobar rápidamente cualquier lector que tenga la valentía de entrar en este “Túnel de la Historia” que debía dormir en la cabecera de los actuales dirigentes de la España, no ya que se hunde, sino que se deshace. El tema de las Autonomías que entonces pudo resolverse dándole a los ambiciosos catalanes y vascos algunas migajas que cubriera sus vanidades de pueblerinos, no habrían supuesto el verdadero desastre al que ha llevado a España… porque peor sería, ahora, empezar de nuevo y rehacer todo el laberinto social que han creado los “Gobiernitos”, los “Parlamentitos” y las “Redes subvencionadas” (una verdadera compra de votos, más descarado, incluso, que compraba aquel Conde de Romanones a cara descubierta y con billetes en la mano de la puerta de los Colegios Electorales).
Ni Cataluña ni el País Vasco hayan llegado prácticamente a su independencia y España sea ya el circo de toda Europa y hasta de Marruecos y los terroristas del mundo unido.
(A este respecto, y creo que nunca lo he contado, fue ese año de 1980, cuando ya “El Imparcial”, que yo dirigía, se ahogaba por la ceguera de la Derecha y me fui a la Libia de Gadafi para tratar de conseguir el contrato de publicidad que estaba en juego para promocionar la gran edición de “El libro verde”. Porque la misma noche de nuestra llegada el Ministro de Asuntos Exteriores Libio nos invitó a una rueda de Prensa con cena y mi sorpresa fue morrocotuda, ya que la rueda de Prensa era una reunión con los representantes invitados de todos los “grupos terroristas” del mundo (y allí estaban entre otros “ETA”, “Terra Lliure”, “Brigadas Rojas”, “Tupamaros” y así hasta 50)… y lo más curioso que a mí me sentaron al lado del Ministro porque al lado iban sentados los 3 representantes de “ETA”).
Y ahora pasen y lean:
(12-12-1979)
Bailando sin música
Cuenta don Miguel de Unamuno en una de sus obras que no hay espectáculo más impresionante ni más ridículo que el contemplar desde lejos a un grupo de bailarines, sin oír la música. Los movimientos, el ritmo y las posturas sin la música, indudablemente, incitan a la risa. Quizás por aquello de que el movimiento sin punto de referencia no es movimiento.
Viene esto a cuento de lo que está ocurriendo en la actual situación política española y catalana, por supuesto. Aquí todo el mundo está bailando sin música. Por un lado, van los políticos; por otro lado, va el pueblo y allá en el horizonte —es decir, en el viejo caserón de la Carrera de San Jerónimo de Madrid— se divierte el Congreso. Unos, luchan, sueñan y se ponen zancadillas por conquistar el poder. Bueno, el poder o los cargos con coche oficial y restaurante a domicilio. Otros, el pueblo, lucha, sueña y se desvive por la subsistencia; o sea, por el pan y por el puesto de trabajo. Y otros, aquellos, los parlamentarios de Madrid, se divierten y se entretienen haciendo pajaritas. Porque la verdad es que jamás se había visto un Parlamento que pinte menos que el actual Parlamento. Teóricamente, el Parlamento iba a ser la cancha de juego donde los «representantes del pueblo» estudiasen, discutiesen y aprobasen las leyes que protegiesen los deberes y los derechos de los ciudadanos. Pero, ¿ qué ocurre en la realidad? Pues, ocurre que el Parlamento se ha quedado, únicamente, como marco, como escenario. Puesto que a la hora de la verdad (como ya se demostró tan sobradamente en el tema constitucional) donde se negocia, se pacta y se gobierna es en los pasillos, en los restaurantes de cinco tenedores o en las «cenas secretas» del presidente del Gobierno.
La discusión del Estatuto de los Trabajadores, una vez más, lo está poniendo de manifiesto. Está poniendo de manifiesto que, indudablemente, la democracia del señor Suárez es una democracia que no existía en los libros de texto políticos. Porque, la realidad es que Suárez manda en el Boletín Oficial del Estado; la Izquierda, en la calle y la Derecha lleva años bailando sin música. Así pues, el espectáculo no puede ser más impresionante. Tanto que si don Miguel de Unamuno resucitase, estoy seguro de que rectificaría su afirmación. Ver actuar hoy a esta clase política es más divertido que ver a aquellos bailarines sin música.
Y, sin embargo, la verdad es —como dijera san Ignacio a Francisco Javier— que «mientras se despeña el río, se está secando la huerta». La huerta, claro está, en este caso, es España.
Ayer mismo quise comprobar, en esta noble ciudad de Barcelona, con mis propios ojos, cuál es el ambiente que reina. Me pasé la mañana viajando en taxi. Les aseguro, señores, que fue una gran experiencia. En primer lugar, pude comprobar que de los diez taxistas, siete eran oriundos de otros lugares de la geografía española: dos sevillanos, un malagueño, un cordobés, un murciano, un aragonés y un extremeño. En segundo lugar, pude palpar clara y rotundamente cuáles eran las mayores preocupaciones de estos hombres. Les preocupaba la situación económica general, la incertidumbre, la seguridad, el tráfico y, por estar de moda, la polución. ¿Por qué, los políticos, no bajarán más frecuentemente a ras de la calle? ¿Por qué, en lugar de tanta teoría y de tantos tiquismiquis, no tratan seriamente de resolver los problemas que preocupan a la calle? ¿Por qué no tratan de tranquilizar los ánimos de esta gente normal y sencilla que a lo único que aspira es a vivir y a dejar vivir?
Pues, no señores. Los problemas de la calle no importan a los políticos. Luego, se quejan, se quejarán, de que el pueblo no les siga el día de las votaciones y se abstenga y se aparte o se vaya de campo en los momentos cruciales. Naturalmente, querido Watson: si ustedes, los políticos, se olvidan durante tantos días de los problemas del hombre medio, no deben sorprenderse de que la llamada «mayoría silenciosa» se olvide de ustedes cuando ustedes los necesitan para el acto de la papeleta.
Y así va España. Unos, bailando por aquí; otros bailando por allí… y los músicos, en paro… ¡Qué espectáculo! ¡Qué triste espectáculo! Si don Miguel de Unamuno levantara la cabeza…
Julio Merino
ESPAÑA SE ESTÁ SUICIDANDO
(15-12-1979)
Los graves sucesos del jueves en Madrid, con el saldo de dos muertos y varios heridos, entre ellos, algunos policías, ha colocado el destino de España en una situación límite. Así, no. Así no se puede creer en las bondades democráticas de algunos partidos que aceptan una Monarquía Parlamentaria para el «Estado Español» y, a las primeras de cambio, por el mero hecho de una votación en contra, lanza sus verdaderos efectivos, que no son los votos, sino la amenaza, el desorden, el terror, la ambición de poder y la anarquía, a la calle para conseguir por la violencia lo que no ha conseguido en el Parlamento al que tanto dice respetar. España, señores, se está suicidando. Así no se puede llegar a ningún sitio y si esta forma de gobierno o este sistema político es la democracia, corremos todos el peligro de que el pueblo acabe confundido y rechace, antes de los que nadie prevé, la democracia, engañado por los que nunca han sido demócratas, aunque presumen de haberlo sido toda la vida. Los hechos lo están demostrando. Una ley aprobada —o, como en este caso, todavía discutida— en el Parlamento es contestada en la calle por elementos bien organizados que, como dijo el ministro del Interior ayer en su intervención en el Congreso, iban a la manifestación contra el Estatuto del Trabajador con premeditación y ánimo de provocación. Está claro que «alguien» está provocando una intentona revolucionaria para acabar con la democracia. Está claro que son los mismos que han provocado tantas y tantas veces y han encontrado la colaboración del gobierno que, en muchas ocasiones, se ha salvado del golpe definitivo al que le había expuesto su inoperancia gracias, precisamente, al apoyo que le han prestado los que hoy le combaten.
Quizás, en todo este asunto del Estatuto de los Trabajadores se esté poniendo ahora de manifiesto que el Partido Comunista Español, organizador de las manifestaciones y de las protestas contra esta «ley», esperaba que el gobierno le diese mejor pago, una vez roto el «consenso». Los comunistas, que hasta ahora habían apoyado incondicionalmente al sostenimiento del señor Suárez a la cabeza del gobierno, esperaban que la UCD cumpliese muchas de las cosas que prometió en aquellos Pactos secretos de la Moncloa. Por lo visto, no ha sido así. Y ni el señor Suárez juega limpio con sus «aliados», ni el PCE admite el juego democrático de los votos. Mientras en el Parlamento todo son sonrisas y abrazos, en la calle las cosas adquieren tintes dramáticos y trágicos. Ha sido siempre el juego comunista. Del brazo, hacia el poder, y a mamporros en la calle.
Bien sabe Dios que no estamos ni a favor ni en contra del famoso Estatuto que se conocerá algún día por el «Estatuto de las máscaras». Pero también sabe Dios que rechazamos los métodos que hoy se están poniendo tan de moda. La presión y la protesta, en una democracia parlamentaria, se hacen en el Parlamento. Al hombre de la calle, que sumiso acepta lo que de allí emana, que le dejen en paz y, si quieren bofetadas, navajas y pistolas, que las saquen en el Parlamento y que nadie empuje a nadie a morir porque sí.
MENSAJE DEL REY CON MOTIVO DE LAS FIESTA DE NAVIDAD
(25-12-1979)
Una vez más, y junto con la Reina y con mis hijos, os pido unos minutos de atención al dirigirme a todos los españoles en estas horas de solemnidad familiar. Cumplo con ello una gratísima costumbre iniciada en el año de mi proclamación como Rey y en correspondencia con la sinceridad y el calor hogareño de estas fiestas de Navidad.
Si de acuerdo con unos principios esencialmente cristianos, no se vive más que lo que se convive y se tiene tan sólo lo que se comparte, el significado de esta ocasión nos compromete a todos a un diálogo bienintencionado y fructífero, que nos permita convivir en paz y compartir nuestras inquietudes y nuestros sentimientos.
Precisamente por eso, quisiera aprovechar este encuentro de hoy, para hablaros como un español más. Como un español que siente vuestras mismas fatigas, vuestras mismas preocupaciones, tantas veces intensificadas por la responsabilidad que mi misión entraña. Como un español que reconoce las complicaciones que atravesamos, pero que participa de la voluntad común de salir adelante en nuestra empresa con dignidad, con orgullo y, sobre todo, con ilusión.
A lo largo de este año 1979, estos propósitos compartidos se han puesto muchas veces a prueba. Y no sólo cuando se trata de tareas y hechos cotidianos —en los que mujeres y hombres hemos de dar la medida de nuestra disciplina y generosidad en la familia y en el trabajo—, sino también en otros acontecimientos colectivos ante los que, como españoles, habéis demostrado consciente entereza.
Orgullo de ser españoles
Unidos en la aspiración común de conseguir los niveles de dignidad y justicia, de libertad y de paz, que son en nuestros tiempos esencial requisito y a la vez objetivo final de la democracia, siendo en estos momentos profunda emoción al referirme a nuestra condición de españoles. Porque los españoles sabemos luchar para conseguir lo que deseamos, y nada que merezca la pena se consigue sin lucha, sin esfuerzo y sin sacrificio.
Somos españoles —españoles de todas las regiones de nuestra patria—, y hemos de sentir el orgullo de serlo, lo mismo en las penas que en las alegrías, en los éxitos o en las dificultades.
Tenemos un proyecto de vida en común que se llama España. Ella nos acoge y protege. Ella nos pide nuestra entrega y nos mira dedicados a nuestro empeño de hacerla mejor y más plena. Por eso, es imposible no sentir esta doble corriente integradora entre la patria y sus hijos, entre éstos y la patria.
Y todo resulta especialmente trascendental porque lo cierto es que, al atravesar una etapa llena de momentos difíciles, de tormentas y expectativas políticas, debemos prepararnos a entrar en otra cargada de posibilidades, pero en la cual no dejarán de presentarse obstáculos que será necesario vencer.
No es hora de desfallecimientos
No es hora pues de desfallecimientos y de inhibiciones. Muy grave es la alternativa entre lo que podemos ganar y lo que podemos perder. España no es una nación de perdedores: como español y como Rey, compruebo cada día la inmensa capacidad luchadora de nuestro pueblo, que se crece cuanto más altas y nobles son sus metas o más profundas las dificultades.
Sería ingenuo ocultar que estas dificultades existen, porque están en la mente de todos y es preciso admitir claramente la verdad, de la misma manera que han de reconocerse los esfuerzos constantes que se realizan para superarlas.
Los pesimistas podrán preguntarse hacia dónde vamos y dudar si seremos capaces de hacer de nuestra patria un hogar del que se hayan desterrado el odio, el rencor y la violencia.
Orgullo español
Pero frente a las dudas y las incertidumbres no permitamos que el temor ahogue la esperanza o que la desconfianza frustre nuestros empeños, porque no deja de ser cierto que a veces las apariencias son más negativas que la propia realidad.
No abandonemos jamás nuestro orgullo español, nuestro ánimo decidido, nuestra legítima presunción de que sabemos enfrentar unidos nuestros problemas y resolverlos, sin caer en el desánimo o en la indiferencia.
Necesitamos fortalecer nuestra capacidad de ilusión y mirar al porvenir con la esperanza que radica en nuestras propias fuerzas.
Cada uno de nosotros tiene en sus manos una gigantesca responsabilidad inédita: realizar la España que exige nuestro tiempo. Una España que no puede renunciar a su protagonismo en la historia, ni a la carga de sus valores creativos, sino que, en consonancia con ellos, ha de dar cauce a la vitalidad de sus generaciones jóvenes, proponiéndoles un ideal de vida en una
patria que constituya su aspiración suprema.
Coincidentes en lo fundamental
Abandonemos la obsesión del pasado próximo para atribuirle todos los males o todos los bienes, el complejo de haberlo vivido en la colaboración o en la disparidad, la crítica de lo que ya está superado o el afán de resucitarlo; el deseo de revancha destructiva o la conservación a ultranza de lo que no es sustancial ni oportuno, y pensemos unidos en construir el mejor de los futuros, venciendo diferencias, coincidentes en lo fundamental y tratando de estar de acuerdo en la determinación de lo que es fundamental verdaderamente.
A través de la historia las distintas generaciones han tenido que plantear, si han querido sobrepasarse a sí mismas, el dilema
de entregarse hasta la propia consunción para estar a la altura que la patria exige, o vivir tranquilamente culpables en la mediocridad y en la agonía.
Nación propia y fecunda
Está claro que para todos nosotros —españoles de hoy en un mundo que no permite ni perdona aislamientos ni diversiones— no es la comodidad mediocre la que nos debe tentar, sino todo lo contrario: la realización, en esta hora, de esa nación propia y fecunda, sustento de paz y libertad.
Sólo con voluntad los españoles fueron capaces de iluminar y de ver la otra cara del mundo, como prólogo para contemplar luego, con la coincidencia del deber cumplido, la cara de Dios.
Con voluntad seremos capaces también de recuperar la asombrosa terquedad en el triunfo que ha sido el signo de nuestros mejores siglos.
No es imprescindible mantener la ilusión de unas metas importantes. Las importantes metas que se incluyen en el preámbulo de nuestra Constitución:
Garantizar dentro de ella y de las leyes, la convivencia democrática, conforme a un orden económico y social justo.
Consolidar un estado de derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular.
Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.
Establecer una sociedad democrática avanzada, y colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la tierra.
Con firme y continuada voluntad hemos de conseguir, en la justicia, la libertad y la seguridad, elevados fines.
Nuestro mayor peligro es la rutina, el lento y paulatino desmoronamiento, la erosión implacable del desánimo y del desencanto.
No aspiremos, egoístamente, a la vulgar superación del día de hoy, para alcanzar tan sólo el día de mañana. Miremos a horizontes más lejanos sin triunfalismos inoportunos, pero también sin hacer gala de un pesimismo trágico, como si nos recreáramos en la faceta catastrófica de todos los temas.
Cuando en una familia hace presa la desgracia, la enfermedad o el peligro, todos sus miembros deben agruparse apretadamente, orgullosos de su unión, para que se encienda la luz de la esperanza.
También en nuestra gran familia española necesitamos que brille esa esperanzadora luz, consecuencia de nuestra unión y de nuestro orgullo nacional.
Crisis compleja
Yo os pido que miréis en torno vuestro, en esta hora, para ver fríamente la realidad, para reconocer los peligros y templar vuestro ánimo. Tenemos que aceptar también que una crisis como la que actualmente atraviesa el mundo —y no sólo España— es de naturaleza muy compleja y no va a resolverse mágicamente.
Pero no desfallezcamos jamás.
La familia, cuya robusta constitución es médula de nuestro ser social; el paisaje propio, en el que edificamos sueños y modulamos ilusiones; la solidaridad con estos hombres y mujeres que comparten fatigas y destinos y tantas veces han dado su energía, e incluso su vida, por nosotros; la voz que nos llega de cuantos han tenido que ir más allá de las fronteras de la patria a buscar un sitio para vivir y que se estremecen al escuchar fuera de España nuestro himno nacional, al ver flotar nuestra bandera, al oír las canciones de su tierra y sentir la nostalgia entrañable del recuerdo…
Horizontes nuevos
Todo ello nos incita a la acción creadora, al profundo compromiso social del trabajo, a estimular nuestra imaginación como pueblo que ha madrugado más que ningún otro a romper el alba de la historia y a brindar a los demás, horizontes nuevos y llenos de promesas.
Creo que no hemos perdido esa condición y que está dentro de cada uno de nosotros, como españoles y como pueblo, aguardando a que rompamos la capa de pesimismo que a veces la oculta.
Esperando que sepamos superar diferencias e incrementar las razones que nos hagan estar orgullosos de sentirnos españoles ante nosotros mismos y ante el mundo entero.
Precisamente, fuera de España, yo soy testigo y protagonista, por la reiterada presencia en otras naciones y en foros de excepcional magisterio, del crecimiento de nuestra capacidad de diálogo e influencia.
Disponemos en cada continente de una inédita fuerza para ampliar las relaciones multilaterales y positivas.
Somos eslabón insustituible entre mundos y bloques. Se nos valora, en definitiva, por esa voluntad de futuro propio que hemos abierto, y de nosotros se espera una conducta ejemplar y de vanguardia ante las otras naciones.
Hacia América
Si Europa no es verdaderamente Europa sin su proyección universal, y si su espíritu es el del diálogo, nos corresponde a nosotros —como he señalado en el Consejo de Europa— alentarlo especialmente hacia América.
A los pueblos hermanos de aquel continente, que conviven en la patria común de un idioma que hablan en el mundo entero millones de seres, quisiera enviarles un saludo cordial en nombre de todos los españoles, precisamente en estos momentos.
Como españoles, por lo tanto, tenemos razones suficientes para asumir, sin pesimismo ni temor, nuestro futuro: un futuro digno de nosotros y de nuestros hijos.
Una profunda emoción me invade al nombrarlos. Porque no hay nada tan exigente como los hijos y nada tan hondamente riguroso como nuestra propia exigencia ante ellos, porque la envuelve la ternura.
A nuestros hijos pedimos que sean los primeros y los mejores. Pero muchas veces no tenemos en cuenta que, para exigirles mucho, es también mucho lo que debemos darles.
Respetar instituciones
Y si es así nuestro común anhelo de una España mejor, participemos dinámicamente, continuamente en ese propósito.
Respetando y viviendo las instituciones.
Venciendo los egoísmos individuales para conseguir los lógicos y naturales beneficios a través de lo que pudiéramos llamar egoísmo colectivo del bien común.
Asumiendo el mandato de las leyes, no sólo en los derechos que generan y amparan, sino también en los deberes y en las limitaciones que imponen.
Pidiéndonos a nosotros mismos, en la confluencia de razones e interés mutuos, un estilo de ciudadanía respetuosa.
Y en definitiva acrecentando con la labor de cada uno de nosotros, los bienes generales, sin cuyo desarrollo es imposible el progreso.
Las tristezas y los gozos que nos hacen hombres de bien están aquí, milagrosamente presentes en esta hora.
A todos cuantos, como españoles, nos sentimos solidarios de esta España que nos ampara, cuya permanencia como nación nos corresponde garantizar, quiero enviar un saludo mío y de mi familia, con el deseo de que en estas fiestas recojan y hagan realidad el mensaje de amor y comprensión que ellas inspiran.
(Resumen de agencias)
“El Brusi”
ESPAÑA SE ROMPE
(20-01-1980)
España se rompe. Todos los españoles de corazón, todos los españoles que no tienen intereses bastardos que defender, lo sabíamos. España se rompe por el tema de las autonomías. Todos lo sabíamos, todos, menos el señor Suárez a quien ahora, por lo visto, por lo declarado por sus acólitos y corifeos, le ha sorprendido el fervor autonómico. Pueden estar satisfechos los que sirven a otros intereses, a otras potencias, a las grandes internacionales. Sus propósitos están a punto de cumplirse. España se rompe, no sólo en sus tierras, sino en sus hombres. Los hombres de España, a causa de ese invento de las autonomías del señor Suárez y de sus cómplices los partidos políticos que estaban en el secreto, comienzan a sentirse diferentes unos de otros. Los hombres de España ven con sorpresa y con indignación cómo el Gobierno de la UCD entrega patentes de distinta clase según la procedencia o la residencia de cada español.
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Los andaluces, sorprendidos, se consideran engañados y relegados en sus derechos al negárseles la visa autonómica del articulo 151 y someter su estado al artículo 143, con funciones y derechos mucho más restringidos que los que han obtenido las provincias vascas y Cataluña.
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Los navarros temen ser entregados «a traición» al País Vasco y temen perder su personalidad, su españolidad para pasar a formar parte de esa entelequia que sólo el señor Suárez puede hacer posible que es la creación de un «estado» independiente dentro del «Estado español».
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Los señores del Partido Nacionalista Vasco, al mismo tiempo que protestan de la reducción de privilegios —de los que ellos ya gozan— para los andaluces, se van de las Cortes Españolas, donde no debían haber llegado nunca, y exigen se cumplan los pactos secretos que acompañaron a los trapicheos de la Moncloa, cuando Suárez y Garaicoechea, a solas, discutían el Estatuto de Guernica.
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Los catalanes se aprestan al enfrentamiento electoral y sus líderes se disfrazan para acceder a los escaños con el voto de los ingenuos y crédulos y pactar luego lo que quieran y les interese a «ellos», no a España y a Cataluña.
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Los gallegos están divididos, porque mientras unos creen que han sido engañados por el Gobierno en su Estatuto de Autonomía, otros obedecen ciegamente las órdenes del poder para no perder sus privilegios y sus prebendas.
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Los valencianos se pegan por una bandera y no se ponen de acuerdo sobre cuál es la enseña que ha de presidir su autonomía.
…Y, mientras, el resto de los españoles callan a la espera de lo que se avecina. Porque todos, absolutamente todos, andaluces, castellanos, catalanes, extremeños, aragoneses, murcianos y valencianos, canarios y mallorquines, astures y cántabros y gallegos, saben que esto no puede seguir así. Saben que España se rompe y que, en contra de la voluntad de los políticos, ellos no están dispuestos a esa ruptura del destino común que consagra la Constitución.
Hace solamente menos de cinco años los españoles emprendieron ilusionados el camino de esa democracia que se nos presentaba llena de alicientes. Poco a poco, día a día, los desaciertos de los gobiernos del señor Suárez, han ido desengañando a los españoles. Uno ya no sabe si es que la democracia es mala intrínsecamente, o son malos los políticos que dicen representarla. Uno ya no sabe si el sistema es malo o es que los españoles estamos condenados a un eterno enfrentamiento. Uno no sabe ya si sus herramientas de trabajo, ese trabajo del que ha disfrutado durante tantos años en paz, se van a convertir en armas para enfrentarse con sus hermanos. Uno no sabe ya nada de nada.
Cinco años han sido suficientes para que ese mismo pueblo se haya desengañado. Cinco años solamente para que ese mismo pueblo mire con recelo al vecino de al lado, con temor a sus hijos, con compasión a sus familias. Los que hicieron la guerra civil ven cómo el fantasma de aquella tragedia se cierne sobre sus hijos y se pregunta si han fracasado en su intento de evitar a sus hijos una tragedia como aquella. Los que no hicieron la guerra civil no quisieran pasar por aquella experiencia que vivieron sus padres y les relataron con espanto. Pero todos, absolutamente todos, vemos el fantasma en el horizonte, porque los enfrentamientos son cada día más radicales, porque los enfrentamientos son cada día más trágicos, los enfrentamientos nos llevan cada día llenos de rencor a posturas irreconciliables. Cuando uno creía que no había vencidos ni vencedores, se ha dado cuenta de que el pasado ha resurgido y todo ha cambiado. Los vencidos de ayer son los vencedores de hoy. Los vencedores de ayer son los derrotados de hoy, avergonzados de haber conseguido el triunfo.
España se rompe en mil pedazos. Es una constante histórica. Toda la historia de España es una tela de Penélope. Unir para desunir. Y otra vez unir y otra vez desunir. Y, entonces, los españoles, atónitos, se preguntan si vale la pena seguir así por satisfacer intereses personales, de partido, de los que sea. Se nos ha dicho que la Corona era la garantía de la unidad de España y vemos cómo se prohíbe al Rey presidir las Juntas Forales de una provincia. Señores, no lo entendemos. Sólo sabemos, como los demás, que esto no puede seguir así.
“El Brusi”
Felipe coincide con Tarradellas
“HAY QUE DAR UN GOLPE DE TIMÓN”
(04-01-1980)
Felipe González se ha caracterizado siempre por un oportunismo y una prudencia extraordinarios. Una cosa es ser político oportunista y otra muy distinta el político que aprovecha la oportunidad. Suárez es de aquéllos. Felipe es de estos últimos. Felipe González tuvo el valor, hace ahora poco más de un año, de dimitir como Secretario General del Partido Socialista Obrero Español, el principal partido de la oposición y considerado él mismo alternativa de poder. Felipe ha llegado a la política desde la clandestinidad. Suárez, desde el franquismo. Hoy, las circunstancias mandan y ambos se entienden bien en el Parlamento, pero les separa una distancia abismal. Cualquier medio entendido en política comprenderá que tiene mucha más talla Felipe González como estadista que Suárez. Y así se comprenderá también que, tras el congreso extraordinario del PSOE en mayo último, Felipe haya preferido dejar el papel de portavoz oficial del PSOE a Alfonso Guerra, buen apaleador, y se haya reservado él para las solemnes ocasiones.
Así, cuando Felipe habla, hay que escucharle con atención. Da lo mismo que hable en el Parlamento y ponga los puntos sobre las íes a las ínfulas de Carrillo, como que haga unas declaraciones a un determinado periodista. Repetimos que cuando Felipe habla, lo único que se puede y debe hacer es escucharle, y hacerlo con una especial atención. Ahora ha sido contundente. Ha empleado, incluso, palabras que el pueblo entiende mejor. Sabe Felipe que la Democracia en España sigue cogida con alfileres. Sabe que las circunstancias han puesto en el poder a los aprendices de franquismo que él conoce bien por haber estado siempre en España y no venir, al cabo de los años, desde el exilio, con revanchas y desafíos. Pero sabe que no ha llegado la hora socialista todavía y, por ello, no duda en postergar el marxismo en la línea del congreso extraordinario. Sabe Felipe que Suárez, antípoda del concepto demócrata que él tiene, está en el poder y lo está gracias a los socialistas, precisamente. Por eso, puede afirmar y afirma que Suárez se agarra al poder como un mono al trapecio. Porque sabe que en el momento en que le falte el trapecio, quedará en el aire, descolgado, y con peligro evidente de hundirse en el vacío político.
Hay una gran diferencia Suárez y Felipe González, pero también la hay entre Felipe González y el presidente Tarradellas. Ante el enfrentamiento que Suárez ha provocado en Catalunya con la mira puesta como siempre en el control del poder, Felipe advierte que los enfrentamientos interiores conducen inexorablemente al caos. Tarradellas advirtió no hace mucho, y se ha reiterado en ello, que Catalunya es ingobernable. Suárez, que se cree el «todopoderoso», le replicó en Gerona todo lo contrario. Felipe, sin darse cuenta quizás, ha puesto el dedo en la llaga. Bastante nos «joden» desde el exterior, como para que nosotros mismos andemos ahora poniendo dificultades al desarrollo democrático del país. Y lo dice un hombre, cuidado, que cada día está más cerca del poder. Un hombre que está bien visto por Europa y por la Corona y que también tiene el «placet» de un gran sector de las Fuerzas Armadas y de la banca española. Es decir, de un hombre que, seguramente, antes de lo previsto, puede dirigir los destinos del país.
Felipe sabe que los españoles estamos radicalizando las posturas hasta extremos peligrosos. Sabe y conoce que aquí en Catalunya su propio partido tarda en encontrar su punto de equilibrio. Y ahora nos alerta a todos de los peligros en que no encontramos: la desunión y la tibieza del gobierno. Por nuestra parte, nada que oponerle. Hay que descubrirse siempre ante un hombre como Felipe. Pero, de todas formas, sólo un «pero» que oponerle. Suárez es un mono que se aferra al trapecio, ha dicho.
En eso estamos todos de acuerdo. Pero ¿por qué los socialistas le hacen el juego, le ponen la red, por si se equivoca, para que no caiga en el vacío? Es muy posible que si los socialistas se dedicasen a hacer «oposición», Suárez no encontrase ese trapecio en el que hace alardes de malabarista consumado.
¿Dónde está la derecha catalana?
La realidad aplastante, a pocos meses vista de las elecciones al Parlamento catalán, es que aquí no hay nadie que quiera armarse de valor y encabezar un movimiento aglutinador de la derecha sociológica. ¿De qué se tiene miedo? ¿Por qué se abstiene la gente de derechas? ¿Dónde están los componentes de la clase social conservadora? Son éstas, preguntas sin respuesta; son aquellos interrogantes que nadie se atreve a formular públicamente. Como nadie se atreve a decir que la derecha catalana, más dada a los negocios que a la política, parece haberse quedado sin miembros dispuestos a dar la cara y asumir el papel que le corresponde en el juego de la libertad democrática.
La derecha está callada, sumida en el abstencionismo y posiblemente soñando con tiempos pasados, a la espera de que repita la venida de un salvador que tiene todas las trazas de no ser ni posible ni oportuno. La derecha existe, como que hay Dios, porque nadie va a creerse ahora que aquí todo el mundo es comunista, socialista o socialdemócrata al tiempo que nacionalista. La derecha existe y una parte de ella está en UCD, como otra parte está en Convergència aunque camuflada y una mínima parte está en Coalición Democrática. ¿Pero dónde está el resto de la derecha catalana? Posiblemente en la inopia.
Como en la inopia están los hombres de Senillosa y de López Rodó, que, tras su fracaso en las elecciones municipales y con el solo escaño de Senillosa —que pasa las más de sus horas en Madrid—, no ha protagonizado absolutamente nada, lo que se dice nada, de la vida pública en los últimos ocho meses. Claro que aquel fracaso y la posterior desintegración eran previsibles ya antes de las elecciones; cuando, en medio de luchas por el pingüe poder, Senillosa y López Rodó se enfrentaron entre sí. El resultado de aquellos enfrentamientos favoreció a todos, incluida UCD, excepto a sus protagonistas. ¡Divide y vencerás!
En la UCD catalana hay sólo una parte de la derecha, y cada día se acerca más a la parte de la derecha que engloba Jorge Pujol. Es la derecha muy nacionalista, que antepone en determinados momentos de la historia sus intereses y sentimientos locales a los de su clase. Mientras esto ocurre, la parte de la derecha no nacionalista que, por sentido de autodefensa y del voto útil, otorgó sus votos a UCD, se encuentra ahora desconcertada ante sus pocas ganas de votar a la nueva UCD, revestida de un nacionalismo que no le va. ¿A quién votarán estos electores en marzo, si es que lo nacen? ¿Cree alguien que votarán? ¿Imagina alguien que hay tiempo para organizarse? ¿Es que existen condiciones objetivas para que salga una nueva formación que aglutine esos votos, los convierta en votos útiles y obtenga como resultado la introducción de unos representantes en el Parlamento autonómico?
La respuesta a estos interrogantes es bastante sencilla. No hay ya apenas tiempo para organizar un grupo, unas siglas, que recojan los votos de la derecha, tras mentalizar a sus componentes de la necesidad de acudir a las urnas si quieren estar representados y defendidos. Solamente la aparición de un hombre providencial para la derecha, de un fenómeno cargado de vocación política, puede en estos momentos servir de estímulo y acicate a quienes se sienten atraídos en trabajar políticamente pero les faltan cualidades innatas y, más que cualquier otra cosa, un dirigente, un líder, un guía.
Catalanes que puedan ponerse a trabajar, desde ya mismo, en la organización de la derecha catalana tiene que haber muchos. Lo que ocurre es que se encuentran muy cómodos en sus despachos empresariales o profesionales y no están dispuestos al sacrificio que la vida política implica e impone. Peor para ellos. Mañana se arrepentirán.
“El Brusi”
Autor
-
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Julio Merino, eres un gran patriota como mis abuelos españoles de Cataluña, y aun así, de mis abuelos italianos por parte de padre. Pero España a la que yo quiero igual que a la mía Italia, se está suicidando por sus muchos cobardes, traidores y corruptos, que no todos, porque todavía hay algunos que quieren que resucite. Pero con eso no nos alcanza como dice mi abuelo, aquí quien nos puede ayudar es Cristo Rey y alguien como Franco, sino, mal vamos. Que tengan un feliz y próspero año nuevo.
El PP es lo mismo que el PSOE, pero con otro nombre…
Feliz Año Nuevo, amigo, y que Dios le de, nos de, muchos más años de vida, para seguir trabajando por España.
Durante EL SIGLO XX, España solo conoció dos epocas de prosperidad, y ambas con dos Generales, PRIMO DE RIVERA y FRANCISCO FRANCO.
Y ahí lo dejo.
La «memocracia liberal» soslo no sha traído corrupción, hambre y miseria…