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Al margen de lo estéril que pueda parecer hoy la disputa, durante el Renacimiento y el Barroco se debatió intensamente sobre la jerarquía de las artes1 y los más notables tratadistas tomaron partido en la comparación entre la pintura, la escultura y la arquitectura. En la actualidad la escultura es un arte muy poco conocido, a pesar de su presencia en el espacio público –en plazas, parques y avenidas– y, por supuesto, en iglesias y museos.
Dicho esto y aprovechando un reciente viaje a Nápoles en el puente de la Hispanidad, intentaremos una vez más paliar este olvido reivindicando la escultura napolitana y deteniéndonos en algunos de sus más virtuosos artífices.
Empezamos nuestro recorrido en la famosa Capilla de Sansevero, mausoleo de la familia di Sangro y muestrario apabullante de los mejores artistas del barroco napolitano. En ella podemos admirar, entre otras obras, una de las más célebres esculturas veladas de Antonio Corradini (1688-1752): la Modestia (1752); enfrente, el magnífico Desengaño (1754) de Francesco Queirolo (1704-1762) –y su asombrosa red–; y en el centro de la capilla nos detenemos sobrecogidos ante el Cristo velado (1753) realizado por Corradini y su discípulo Giuseppe Sanmartino (1720-1793). Una pieza de la que don Leandro Fernández de Moratín escribiría: “fingiendo en el mármol una docilidad y diafanidad que no tiene, y sin la menor violencia ni afectación, reúne a un tiempo lo difícil con lo bello”2.
A propósito de esta obra, debe subrayarse que aunque el Cristo velado a menudo se atribuye en exclusiva a Giuseppe Sanmartino, lo cierto es que éste terminó el proyecto iniciado por su maestro tras su fallecimiento. Por descontado, este hecho no resta mérito alguno a Giuseppe3, pero conviene aclararlo porque en la Cartuja de San Martino se conserva un boceto en terracota datado entre 1750 y 1752, realizado por Antonio Corradini, que ya contiene todos los elementos de la que sería pieza definitiva en mármol.
Respecto a la consideración como “napolitana” de la escultura realizada en Nápoles por escultores no nacidos en la región de Campania, aparte de aludir a la localización geográfica de las obras, refleja la estrecha vinculación de aquellos artistas con la ciudad; pues allí hicieron sus trabajos más importantes y también allí murieron. Así, el genovés Francesco Queirolo (1704-1762) se instaló en Nápoles en 1752, hasta su fallecimiento diez años más tarde; el veneciano Antonio Corradini trabajó en Nápoles desde 1744 hasta su muerte, siendo enterrado en la Iglesia de Santa Maria della Rotonda; y el bergamasco Cosimo Fanzago (1591-1678) residió en Nápoles cerca de cincuenta años y también murió allí en 1678.
Fanzago fue un autor prolífico, conocido por su importante papel en la decoración del Monasterio de la Cartuja de San Martino, donde trabajó desde 1623 hasta 1632. La hermosa y singular balaustrada del claustro –rematada por calaveras talladas en mármol– y los bustos de los cartujos San Bruno y Nicolò Albergati para la iglesia del monasterio son dignos de alabanza por su originalidad y refinada factura. A propósito de este último –el cardenal Nicolò Albergati–, merece señalarse la peculiar postura de la mano diestra hacia el rostro, repetida en la estatua de Jeremías en la capilla de San Ignacio en la Iglesia del Gesù Nuovo, en un gesto manierista que nos remite al gran Miguel Ángel4.
Napolitano de nacimiento y discípulo de Cosimo Fanzago, Lorenzo Vaccaro (1655-1706) trabajó también en la Cartuja de San Martino, y allí, junto a su hijo Domenico Antonio Vaccaro (1678-1745), contribuyó al ornato de las capillas principales de la iglesia del monasterio. A la muerte de Lorenzo5 en 1706, Domenico finalizó en 1708 las estatuas de La Penitencia y La Soledad para la capilla de San Bruno, y las de La Elocuencia y La Buena Fama en la capilla de San Giovanni Battista; realizando cuatro obras más entre 1709 y 1719 para la capilla de San Gennaro: un gran relieve mural titulado La Virgen y la Trinidad entregan las llaves de la ciudad a San Genaro, las figuras de La Fe y El Martirio y cuatro medallones con la efigie de Los Evangelistas. Además, han de destacarse en su producción las estatuas de San Jorge, el Rey David, Moisés y San Fernando III de Castilla en la Iglesia de San Ferdinando6.
Por último, no queremos despedirnos sin recordar a un notable escultor napolitano del siglo XIX llamado Luigi de Luca (1857-1938). Un artista quizá menos conocido que otros del Ottocento napolitano7 como Vincenzo Gemito (1852-1929), Achille D’Orsi (1845-1929), Giovanni Battista Amendola (1848-1887) o Raffaele Belliazzi (1835-1917), pero, sin duda, un magnífico artífice cuya obra pudimos contemplar in situ en diferentes lugares de Nápoles. Así, cabe destacar el extraordinario yeso titulado Sueño claustral (c. 1890) –expuesto en el Museo Nacional de Capodimonte–; la estatua dedicada al profesor y filántropo Domenico Martuscelli8 (1922) –en la Piazza Dante–; o una asombrosa Santa Gertrudis (1927) sita en el Museo del Tesoro de San Gennaro –anexo al Duomo–, ejecutada según una antigua técnica barroca que combinaba argento, rame e bronzo (plata, cobre y bronce).
Queremos detenernos finalmente en otra obra suya: los leones que flanquean la magna escalera de entrada al edificio de la Cámara de Comercio –en la Piazza Bovio–. Una pareja de félidos de bronce –fundidos por Chiurazzi9 en 1915– cabalgados por sendos jóvenes portando una antorcha, que representan “la fuerza dominada por el genio”. Estas esculturas nos remiten, por su escala, temática y estilo, a los leones del monumento a Alfonso XII en el Parque del Retiro de Madrid; particularmente a los realizados por José Campeny y Eusebio Arnau entre 1918 y 1922. Y es que, aunque no tenemos datos ni documentos que puedan confirmar tal hipótesis, por la fecha de ejecución de unos y otros, no parece descabellado pensar que los felinos de Luigi de Luca hubieran servido de inspiración a los españoles.
Y por hoy esto es todo. Dejamos pendiente para una fecha más cercana a la Navidad un artículo monográfico sobre los belenes napolitanos y nos despedimos no sin antes recomendar vivamente que visiten Nápoles y descubran su inmenso tesoro cultural y gastronómico10.
Santiago Prieto Pérez 28-10-2023
1 Recuérdese el famoso “paragone” o comparación.
2 Leandro Fernández de Moratín. Viaje a Italia, 1793-94.
3 Autor, entre otras piezas, de los colosales San Felipe y Santiago que flanquean la entrada a la Iglesia de San Filippo e Giacomo, y de las alegorías de La Meditación, La Oración, La Sabiduría y La Santidad en le Iglesia de Santa Maria Annunziata. En la Certosa di San Martino se conserva una hermosa pieza de terracota de Santa Teresa de Ávila.
4 La fórmula manierista de una mano hacia el rostro con la muñeca en ángulo recto respecto al antebrazo podemos verla en el famoso David o en la alegoría del Amanecer para el sepulcro de Lorenzo de Médici.
5 Lorenzo Vaccaro murió asesinado el 10 de agosto de 1706 en su finca de Torre del Greco, a los pies del Vesubio.
6 La huella española en Nápoles es muy palpable en el nombre de calles, plazas y monumentos: desde el barrio de los Quartieri Spagnoli, a la Via Toledo, pasando por el “Foro Carolino” –dedicado a Carlos III–, la Puerta de Alba –dedicada al virrey Antonio Álvarez de Toledo– o el Palazzo Zevallos. Por ceñirnos a la escultura, véase, por ejemplo, la impresionante estatua de Carlos V realizada en mármol por Vincenzo Gemito para la fachada del Palacio Real, de la que podemos ver una réplica en yeso y una reducción en bronce en el Palacio-Museo de Capodimonte.
7 Véase: https://ntvespana.com/03/01/2023/vincenzo-gemito-y-la-escultura-napolitana-del-siglo-xix-por-santiago-prieto-perez/
8 Domenico Martuscelli (1834-1917) fundó en 1873 una escuela para niños ciegos. La educación incluía talleres para aprender a tejer cestas de mimbre; proporcionando a los chicos un oficio con el que ganarse la vida.
9 La Fonderia artistica Chiurazzzi fue fundada en 1870 por Gennaro Chiurazzi (1846-1906) y cerrada definitivamente en 2011.
10 Por citar algunas delicias: la sencilla pizza marinara, la impepata di cozze (mejillones al vapor con un toque de pimienta), los spaghetti alle vongole (con almejas) y el sabrosísimo pecorino canestrato (queso de oveja madurado en canasto o cesto de mimbre).
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