
«Nunca más volveré a tener los transistores lejos de mi alcance. Nos tranquilizaron en cierto modo, al igual que lo hicieron los profesionales de la información radiofónica».
Ni teléfono ni internet, lo justo para sentirse desnortado y pensar en otras posibilidades. Al abrir la ventana escuché a varias personas que llevaban un transistor en la mano, pegado al oído como aquel fatídico 23F o las tardes de domingo para conocer los resultados del fútbol. Decidí no esperar más y pensé dónde podía estar alguno de los dos transistores que tenía en otra época. No tardé en encontrarlos y, tras poner pilas nuevas, resulta que funcionaban como el primer día. ¡Caramba, la información está salvada porque sé que los informativos de la radio no me van a fallar! Y así fue.
Transcurridas casi siete horas desde el apagón apenas tenía información la ciudadanía y muchos ya nos poníamos en situación negativa pensando en lo mal que el Gobierno central había gestionado la Dana, la pandemia y el volcán de La Palma. «¡No puede ser, otra vez no!», comenté con los más cercanos. Cualquiera diría que el gafe se ha instalado en España tras la llegada de la degeneración política de este Gobierno trasnochado, trastornado y aprovechado. Siete horas habían transcurrido y ni siquiera hipótesis para intentar entender el «black out». Menos mal al transistor que, al menos, alguna información nos proporcionaba en forma de hipótesis y sin base sustentante para la interpretación o la deducción.
Nunca más volveré a tener fuera los transistores de mi alcance. Nos tranquilizaron en cierto modo, al igual que lo hicieron los profesionales de la información radiofónica. Me quito el sombrero por ambos: los transistores y los informadores. Por la información a través de ambos supimos que a las siete de la tarde más de 30.000 personas seguían atrapadas en los trenes, sin saber cuándo iban a ser rescatadas.
Misma información supimos de aeropuertos, estaciones de autobuses, AVE y un largo etcétera. A partir de las siete de la tarde ya hubo amagos en Pucela de que la luz no tardaría en volver: llegaba y se volvía a marchar, así hasta tres veces. Llegué a pensar que, con la ineptitud galopante de la Junta de Castilla y León, algún alto cargo o el propio presidente, Fernández Mañueco, pisaban el cable y volvían a levantar el pie a modo de divertimento.
Cuando la luz llegó, ya eran cuatro las CC.AA. que habían solicitado al Gobierno central el nivel 3 de Emergencia Nacional; habían sido las más previsoras Madrid, Andalucía, Extremadura y Murcia, luego se ampliaría el número a alguna más, pero Castilla y León seguía solicitando el nivel 2. La torpeza ya es un hábito para el Gobierno regional de Fernández Mañueco. Dudo que eso hubiera sucedido con Aznar, Juan José Lucas, Jesús Posada o Juan Vicente Herrera, pero lo de Mañueco no sé si es torpeza, pereza, mala leche o mal asesoramiento. Y no será porque no se le ha dicho veces que se haga a un lado porque las encuestas le dan una pérdida de entre cinco y siete diputados respecto a los que tiene ahora: cinco irían a las filas socialistas y dos a Vox. Bien es verdad que Génova, 13, está lleno de cencerros al más puro estilo del tal Pablo Casado, ya expulsado.
Lo más satisfactorio de esta mala experiencia del apagón ha sido el comportamiento de la ciudadanía. Hemos aprendido de circunstancias negativas anteriores. Ya sabemos que el Gobierno mira para su mantenimiento en el poder y es el pueblo quien debe salvar al pueblo, por eso salimos siempre adelante si los políticos no entorpecen nuestras decisiones y nuestros actos.
Hoy nadie duda de que ha habido un equilibrio acertado entre la prudencia de la gente, la paciencia en la espera y la elegancia de las empresas al declarar no laborable la tarde del 28 de abril. Hasta policías y ciudadanos voluntarios se han echado a la calle con chalecos reflectantes para ayudar a organizar el tráfico mientras los semáforos permanecieron apagados. Menos mal que no apareció ningún político para hacerse notar, salir en la foto y ponerse medallas que no le correspondían.
A eso de las 18 horas, el presidente apareció en la «caja tonta», inservible hasta ese momento. Dio a entender que no tenía información, pero mintió. La falta de transparencia es lo suyo. Este elemento aún vive en la época en que la información decíamos que era poder, pero en su poder esa información es falsedad rebozada en hipocresía y servida como desprecio a la ciudadanía. Su mirada sigue siendo sucia y oscura, falsa y mentirosa, hipócrita y despreciable. No dejaban de ser palabras vacías y de relleno para hacer tiempo, lo que no entiendo es… tiempo para qué. ¿Tal vez tiempo para encontrar un culpable entre fascistas, Franco, el Cid o la División Azul? Una Comisión de Emergencia donde se habla más de la tortilla de patata con cebolla que del apagón en sí, sus causas y responsables, no puede denominarse tal.
No han transcurrido apenas 24 horas desde el fin del apagón y ya hay críticas de las comunidades autónomas por la desinformación del Gobierno sanchista; insultadas las empresas privadas eléctricas y amenazadas por el presidente, éste se reúne con ellas de inmediato tras el apagón (volvió a mentir a lo grande); sólo un presidente impresentable y un ciego CNI no saben a estas alturas qué sucedió y por qué; REE alertó hace tiempo del riesgo para el suministro por el cierre de las nucleares (ahora lo niega Sánchez, al igual que la cateta, Beatriz Corredor). Hasta Feijóo insiste al Gobierno y al Rey en que no debe abordarse el apagón como una anécdota más y todo porque Sánchez volvió a mentir respecto al funcionamiento de las nucleares.
¿Alguien cree aún que ha sido un ataque ciberterrorista? Parece ser que quiere investigarlo la Audiencia Nacional: si quiere perder el tiempo, allá ella. En Portugal no se cree a Pedro Sánchez, como no le creemos ningún español, por eso Portugal EXIGE a la Unión Europea una auditoría independente sobre el apagón.
Si lo sucedido era la «excepción ibérica», lo mejor que puede hacer Pedro Sánchez es meterse esa excepción por donde amargan los pepinos. Excepciones así para él y su imputada, Begoña.
Autor

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Jesús Salamanca Alonso nació en Arrabal de Portillo (Valladolid). Maestro. Licenciado en Historia por la UNED. Realiza el doctorado sobre "La cuestión Iglesia-Estado: impacto y reacción en Valladolid durante la Segunda República". Editor de Análisis en Clave Liberal. Analista político, dedicado a la investigación sobre terrorismo, política y educación. Articulista desde hace veinte años. Colabora en Diario Siglo XXI, El Mundo-Diario de Valladolid, El Mundo-La Crónica de León, Diario Directo, Minuto Digital, Análisis Digital, Asturias Liberal, España Liberal, Foro Liberal, Castilla y León Liberal y Diario Liberal, entre otros. También colabora como firma invitada en Batiburrillo. Durante años ha colaborado en El Norte de Castilla, Escuela Española, Magisterio y diversas revistas locales, sindicales y de opinión.
Ha trabajado en la Obra de Protección de Menores, CENEBAD, Técnico Asesor en la Consejería de Educación de CyL, Asesor Técnico docente en la Dirección Provincial de Educación, sindicalista... Actualmente, además de numerosas colaboraciones diarias en medios de comunicación escritos, trabaja como profesor y director de Centro de EPA.
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