
Aquel negrito del África tropical que nos cantaba las excelencias de una grumosa bebida, el Colacao, ya no se pasea con su ritmo dulzón por las imágenes publicitarias, ya que fue sustituido hace ya un tiempo por una nueva versión que ha cambiado la archiconocida letra. Por otro lado, y como hemos podido comprobar, ya no está el futbolista que lo tomaba para meter goles, tampoco el ciclista que se hacía el amo de la carretera, ni el boxeador que golpeaba que es un primor.
El cuento cambió hace ya un tiempo, y desde entonces lo toman futbolistas y nadadoras, grandes artistas y supercampeonas, y es que para las tendencias actuales el pasado se vuelve aterradoramente incorrecto, es decir, nos hemos teñido de una capa de desastrosa multiculturalidad incorporando miradas que aplican el cristal actual a realidades que poblaron nuestra sociedad en otro tiempo, en otro espacio, en otro universo. Hoy «se nos come la cabeza» con vocablos como racismo, sexismo, xenofobia, machismo…, y son conceptos que ya nos acompañaban en épocas no muy lejanas, pero que ahora por cualquier nimiedad, utilizamos con saña.
Tampoco el aparentemente blanco mundo de los dibujos animados de siempre o algunos antiguos episodios de series clásicas se salvan de la nueva percepción, que demoniza su forma de presentar la sociedad. El imperio Disney, por poner un ejemplo, rediseña en sus plataformas la forma en que se proyectan alguno de sus títulos, que aparecen ahora con rótulos que avisan de que el programa puede contener mensajes o retratos culturales anticuados y que ha de verse sabiendo de antemano que nos toparemos con prejuicios étnicos erróneos… ¡Qué barbaridad! Existen incluso películas de Disney que directamente se han eliminado de los catálogos por cómo se trata el drama de la esclavitud… ¡Eso es ocultar la historia!
Pero este revisionismo cultural que, en ocasiones censura determinadas escenas o conceptos puede llevarnos a un escenario en el que se olvide que esos prejuicios existieron en su momento, y el olvido nunca suele ser el mejor remedio para evitar repeticiones históricas. Cuando en nuestra infancia veíamos que una yegua, obviamente femenina y de raza negra, limpiaba las pezuñas a un caballo, masculino y blanco, ni se nos ocurría pensar que estábamos ante un episodio de machismo redomado, de sumisión de la mujer o de opresión del patriarcado. ¿Acaso veíamos maltrato animal en el circo de Dumbo? Es más, en tiempos más recientes, ¿nos planteamos que Pocahontas, en realidad, difumina los males del colonialismo rociándolos con un empalagoso y romántico flirteo con el «invasor» inglés? Seamos más serios, y no pretendamos falsear y eliminar tramos de nuestra historia.
Autor

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José Antonio Ávila López
Nacido el 26 octubre de 1970 en Terrassa (Barcelona), pero siempre ha
vivido a 9 km (en Rubí), a excepción de dos años que residió en Valencia
(2014-2016). Licenciado en Filología Hispánica, ha trabajado en
asesorías y gestorías como corrector de textos y asesor político.
Siempre le ha gustado leer y escribir, la literatura y la política
son una pasión: con 25 años ya fue asesor político y con 29 concejal
de Comunicación. El periodismo escrito le ha encantado desde muy joven,
y ha publicado alrededor de 1.500 cartas al director y artículos
y columnas de opinión periodísticas.
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Tarrasa, no Terrassa.
No existe la Historia solamente existen los historiadores La Historia es lo que nos cuenta e incluso a los que la hemos vivido nos pueden engañar No existe la Historia como algo real
La falsificación de la historia es una práctica totalitaria y oscurantista que como mínimo arranca desde la antigüedad. Hay tremendos ejemplos de damnatio memoriae ya en Mesopotamia o en Egipto. En la edad Contemporánea es también una práctica que sobre todo corre a cargo de las autodenominadas fuerzas «progresistas» para mitificar el mal (bienestar del tirano) y condenar el bien (,bienestar social). Debido a que los sicarios políticos, educativos y mediáticos nos manipulan, ocultan y falsean la realidad de la vida en los países comunistas la juventud occidental desea el comunismo como panacea paradigma del bien. Ya sabe «la mentira es un arma revolucionaria» (Lenin y Trotsky)