21/11/2024 12:54
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Si alguna vez hubo una razón para la celebración del denominado Día del Trabajo, como fue limitar la jornada laboral a ocho horas, hoy día tendríamos que replantearnos dicha celebración. Digo esto porque no creo que mientras tengamos, en España, un desempleo importante, digo más, mientras tengamos un solo desempleado, no creo que haya justificación para su celebración considerando el día festivo, esto es, no trabajando.

Siendo el trabajo una función humana, todos los españoles tiene derecho al trabajo, pero también todos los españoles tienen el deber del trabajo. El trabajo es un derecho personal e intransferible, como es un deber para con la sociedad a la que se pertenece, de ahí que el que no trabaja no cumple función alguna viviendo de manera parasitaria y dañando la cohesión social, dado que se aparta de la comunidad nacional a la que pertenece. De ahí que el hombre que no trabaja es un ser asocial, y al que ha de integrársele aun en contra de su voluntad.

Mientras haya un solo español sin trabajo no hay motivo para festejar nada. La celebración tendría su justificación si todos y cada uno de los españoles tuvieran trabajo y fuesen una fuerza humana capaz de mover toda la maquinaria del Estado.

No es permisible que se cronifique la atención económica al desempleado mediante una pensión, y luego con el subsidio, no primando la aceptación de cualquier empleo para paliar dicha situación. Venimos de una educación -en los últimos cuarenta años- de que no es aceptable un puesto de trabajo que no sea el que se ha desarrollado, cuando el trabajo, cualquier trabajo y por sí mismo, dignifica a la persona elevándolo, mientras que el rechazo de un puesto de trabajo ofrecido por el Servicio de Empleo o cualquier organismo correspondiente, lo denigra.

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Si para que en el español anide el amor a la Patria es necesario un servicio militar obligatorio, se hace necesario también un servicio de trabajo obligatorio. Un servicio de trabajo a realizar entre los dieciséis y dieciocho años, para lugar pasar -sin solución de continuidad- al servicio militar. Los jóvenes deben pasar por la realización de diversos trabajos, tanto manuales como intelectuales, para que conozcan que ningún trabajo es bajo ni falto de consideración a nivel social. No puede el joven entrar a la economía del trabajo terminados largos estudios, sino que debe entrar al trabajo en cuanto su cuerpo esté prácticamente desarrollado. Debe ser un honor formar parte del servicio de trabajo, honor personal y honor para su familia, para su barrio, para su ciudad, para su provincia, para su Nación, en definitiva.

El joven debe ser educado en la idea de que no trabajar es una vergüenza personal y social, y que mantenerse en una situación de desempleo crónico es indigno. No se puede engañar a la sociedad bajo la permisividad de la subvención y la permanencia en situaciones de bajas prolongadas sin justificación alguna.

Uno mismo debería avergonzarse de decir que está de baja, porque solo se está de baja cuando ya se está muerto. Como se debería sentir vergüenza de que se sigue en paro con el rechazo de un puesto de trabajo que se haya ofrecido. Esta infección que se está padeciendo en la sociedad española la deberían haber contrarrestado los sindicatos de clase, de manera especial por aquellos sindicatos que llevan más de cuarenta años viviendo de subvenciones públicas y no de las cuotas de sus afiliados. Lamentablemente, son estos mismos sindicatos los que lejos de ensalzar que el trabajo es un derecho pero también un deber, consideran aquél como una opresión.

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Tal vez, en este concepto de opresión tengan alguna razón, porque al que trabaja hoy se le convierte en animal de carga que ha de soportar la falta de puestos de trabajo que no se cubren por las empresas, impuestos para cubrir las arcas vacías del Estado para cubrir jubilaciones a una edad adelantada que deberían escandalizar, desempleados que se van alargando en el tiempo, y luego una carga fiscal que anula el salario.

No podemos, pues, celebrar un día del trabajo mientras tengamos dieciséis millones de trabajadores soportando a otros treinta y dos millones de españoles por distintos motivos, porque estos dieciséis millones son ahora esclavos de esos treinta y dos millones. Sería razonable si la pirámide se invirtiera, que treinta y dos millones soporten dieciséis millones, pero no al contrario. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? Pues celebrando un derecho y un deber, y a la vez una necesidad, no trabajando.

Autor

Luis Alberto Calderón
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