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Seguimos con la serie «Los caballos de la Historia», que está escribiendo para «El Correo de España» Julio Merino. Hoy habla de «Al-Jur», el caballo de Abderramán III y los caballos de Juana de Arco.

 

«AL-JUR»

EL CABALLO DE ABDERRAMÁN III

 

 

La historia de Abd al-Raman III es una historia a caballo entre la tragedia, la leyenda y el romanticismo. Porque trágica fue su vida desde los primeros días (no hay que olvidar que su padre murió degollado cuando él apenas contaba con tres semanas y que más tarde tuvo que condenar a muerte a uno de sus hijos) y legendaria toda su actuación política (desde el comienzo de su reinado en octubre de 912 hasta el otro octubre de 961, cuando su espíritu huyó al encuentro de las huríes del profeta)… que le hizo proclamarse califaamir al-muminin o «príncipe de los creyentes» y al-Nasir li-din Allah o «el que combate victoriosamente por la religión de Alá». El hecho cierto es que inevitablemente el Califato de Córdoba irá siempre unido a su nombre y a su biografía.

Y, sin embargo, pocos conocen la leyenda de al-Zhara y al-Jur… es decir, la historia del gran amor de su vida y el cuento de las mil y una noches de un caballo que «silenciosamente» se fue una noche en pos del alma de su dueño.

Al-Zhara (en castellano «flor») fue la gran pasión de Abd al-Rahman III y según la leyenda «una mujer de gentil presencia, bien proporcionada, cutis suave de terciopelo, manos perfectas de estatua clásica; ojos brujos, misteriosos, que allá en lo hondo de las pupilas mezclaban por extraño maleficio un brillo retador de lascivia con una expresión de sencilla ingenuidad; boca fresca y sensual con el broche luminoso de una sonrisa manteniendo siempre a flor de labio el sentido de una enloquecedora promesa; pies diminutos, como nardos, enriquecidos por la seda y las joyas de sus babuchas; silueta arrogante y estilizada, que dejaba adivinar bajo el vuelo de la liviana seda de sus vestidos el prodigio perfecto de sus curvas…». Aquella por la que Abderramán mandó construir Madinat al-Zhara (Medina Azahara) para deslumbrar a la Córdoba de las mil mezquitas…

 

«Tendrás el palacio, gacela. Tendrás más aún: toda una ciudad que surgirá de la tierra, como por arte de magia, opulenta, sugestiva, cautivadora… En el libro gigante que escriben los siglos, en el que cada hoja es un día y cada año un capítulo, se irán anotando palabras en su alabanza que no lograrán nunca describir con exactitud todas las magnitudes de sus méritos incalculables…»

 

Aquella concubina que un día montó a una yegua fina, airosa y reposada para seguir al califa, que caracoleaba sobre un brioso corcel negro, hasta el «Monte de la Novia» de la sierra de Córdoba… y durante muchos años fue la verdadera «sultana» del imperio cordobés.

Dice la leyenda que al final, cuando ya el gran Abderramán se despedía de la vida, Zhara, la amante, y Zulima, la madre de su heredero, se encontraron frente a frente y que el califa tomó las manos de ambas y las unió sobre su pecho en un último acto de concordia y amor. Después murió.

Pero aquel día de la muerte de Abd al-Rahman III al-Nasir (15 de octubre del año 961) sucedió algo que los historiadores, siempre recelosos ante la fantasía popular, se han resistido a recoger. Se trata de la leyenda de al-Jur, el caballo predilecto del califa, un animal de origen egipcio aunque recriado en las yeguadas cordobesas del Alcázar real (según las mejores fuentes históricas Abderramán mandó construir junto al Guadalquivir unas enormes cuadras que podían albergar hasta 2.000 caballos).

Porque aquel día -tan triste para el Califato- al-Jur fue el protagonista de la jornada… Por la mañana porque sobre al-Jur llegó el jinete que venía a anunciar la muerte del califa…

 

«¿Qué urgente mensaje trae ese jinete que al rápido galopar de su corcel camina, con ansiedad en la cara que contrae la angustia, hasta el Alcázar cordobés? Llega de Madinat al-Zhara, suspensa la respiración, el acicate enrojecido por la sangre del bruto que se desliza humeando por los hijares, aborrascada la barba crespa, velados de lágrimas los ojos, los dedos negros y fuertes crispados como garfios… ¡El califa se muere!»

 

… Por la noche porque al-Jur («el silencioso») no puede resistir la muerte de su dueño y («silenciosamente») se pierde para siempre en las sombras de la noche. ¿Para siempre? Según otra leyenda tras la muerte de Abderramán, y estando ya en el poder Al-Hakán II, el hijo de la sultana Zulima, Zhara quedó como «señora» de Medina Azahara durante unos años más, aunque trastornada y «loca de amor» …

Zhara -dice un texto legendario- despidió a servidoras y esclavas (más de cinco mil) y se quedó sola en aquella inmensidad de su palacio y vagaba por las amplias galerías y se presentaba como un fantasma en los espaciosos salones y, por las tardes, cuando las sombras comienzan a adueñarse del mundo y en lo alto se encienden las estrellas y el misterio se envuelve en la oscuridad, con los blancos vestidos de su luto eterno, porque blanco era el luto del Califato, se la veía descender al jardín y contemplar el florido templete de sus confidencias y mirarse en el estanque de su gusto y elegir las más bellas rosas en los olorosos macizos que destacaban con su verdor las armónicas proporciones de su encantadora silueta… o galopar sobre el «silencioso» (de blanco ella y negro azabache el corcel) por los senderos del «Monte de la Novia» (Chaval al-arus) como solía hacer en vida del amado Abd al-Rahman al-Nasir.

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Bien. Leyenda o fantasía ésta es la historia de al-Jur el silencioso… aquel caballo que con al-Tanchiyyur el tangerino llenó la vida principesca del más famoso califa de Córdoba. Aquel califa que perdió en el «foso» de Simancas, y ante Ramiro II de León, la gran batalla de su vida y el que no dudó en crucificar a trescientos oficiales de su caballería por cobardes ante el enemigo mientras dos heraldos pregonaban a los cuatro vientos estas patéticas palabras:

 

«¡Este es el castigo reservado a los que traicionan al Islam, venden a su pueblo y siembren el miedo en las filas de los combatientes en la Guerra Santa!»

 

LOS CABALLOS

DE JUANA DE ARCO

 

Antes de entrar en la biografía de Juana de Arco (santa Juana de Arco tras ser canonizada por el papa Benedito XV el 16 de mayo de 1920) conviene saber que los caballos que llenan la historia y la geografía de Francia son los siguientes: a) El caballo normando, normalmente castaño o alazán, valiente, calmado y de buen temperamento, ideal para la monta por su solidez, cabeza de gran tamaño, ojos grandes, orejas largas, cuello prolongado, hombros poderosos, lomo muy largo, cuartos traseros musculosos, patas alargadas y corvejones muy bajos…, aquél que Guillermo el Conquistador incorporó a su ejército para dominar Inglaterra. b) El camargués, de origen oriental por su cabeza fina, ancha entre los ojos y alargada en el rostro, hombros rectos, cuerpo corto e ijares fuertes, de crines y cola abundantes. c) El mérens, de la región del río Ariege, una de las razas más vigorosas y robustas de Europa. d) El anglo-normando o caballo de silla francés, mezcla de pura sangre inglés y resultado de los cruces de sementales germanos, escandinavos, árabes y berberiscos con yeguas normandas del siglo XVI. e) El trotador, denominado también de media sangre, resultado de cruces muy estudiados en la zona de Cherburgo y especial para carreras. Se trata de un caballo alto, ligero y de buena conformación, con patas largas y muy resistentes, preferentemente negro y ruano por el color de su piel. f) Los caballos de sangre fría: el ardenés, natural de las Ardenas, extremadamente fuerte y eficaz para el transporte de grandes pesos (Julio César lo empleó con frecuencia en su guerra de las Galias y siglos más tarde Napoleón para el transporte de su artillería); el boulonés, el potevino, el bretón, el auxois y sobre todos el percherón, una de las razas más famosas en todo el mundo por su fuerza, su constitución y su inteligencia.

Y ahora hablemos de Juana de Arco, es decir, de aquella «doncella», mitad virgen, mitad soldado, que simboliza el ser nacional francés y la gran Francia. Pues no puede olvidarse que fue la heroína de Orleans quien despertó o aunó a los franceses en su lucha por la independencia y la unidad nacional… y la que cimenta la monarquía tradicional heredera de Carlomagno. (Curiosamente serán otras dos mujeres, Isabel I de Castilla e Isabel I de Inglaterra, las que insuflarán ese «espíritu nacional» a españoles e ingleses con posterioridad.)

Juana de Arco (hija de Jaime e Isabel) nació el 6 de enero de 1412 en Domrémy, un pueblecito a orillas del Mosa, situado la mitad en territorio francés y la otra mitad en el Ducado de Bar, y murió en Rouen el 30 de mayo de 1431, o sea, a los diecinueve años de edad. La situación de Francia durante esos años era patética y decisiva, ya que vivía la guerra de los cien años contra Inglaterra y una encrucijada vital. Entre otras cosas porque París era inglés y Enrique VI rey de ambas naciones, por el Tratado de Troyes de 1420 y la derrota francesa de Azincourt.

 

«En aquella época -dice Aldo Brunetti en su biografía de la santa- la situación de Francia era realmente desesperada. Por el injusto Tratado de Troyes, firmado en mayo de 1420, el reino de Francia había pasado a manos del rey de Inglaterra, entrando en vigor en el año 1422. A la muerte de Enrique V (agosto de 1422) y Carlos VII (octubre de 1422), un nieto de ambos, Enrique VI, heredero de los Lancaster, que contaba a la sazón nueve años de edad, fue proclamado rey de Francia e Inglaterra; el regente Juan de Lancaster, duque de Bedford, su tío, gobernaba en su nombre casi toda Francia, mientras el hijo de Carlos VII, que tenía diecinueve años, contaba sólo con una pequeña parte del centro de su reino.»

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Sin embargo, la odisea de Juana comenzó al cumplir los diecisiete años (concretamente el día 23 de febrero de 1429) y en el pleno «sitio de Orleans»…, porque fue ese día cuando en realidad comienza su actuación histórica y su calvario. Juana fue nombrada «general en jefe» de los ejércitos reales de abril de ese mismo año y tomó o salvó la ciudad de Orleans dos meses más tarde. En julio de 1429 preside de algún modo la coronación legítima de Carlos VII en la ciudad de Reims…, siguiendo al pie de la letra las «voces divinas» de sus «consejeros»: san Miguel, santa Catalina y santa Margarita. Y justo un año más tarde (mayo de 1430) cayó prisionera de los ingleses en Compiègne…

Juana de Arco, la Doncella de Orleans, la libertadora de Francia, murió en la hoguera el día de san Fernando del año 1431, tras un «proceso religioso» burdamente montado por eclesiásticos entregados a Inglaterra, del que salió condenada como bruja y relapsa… y sus cenizas fueron arrojadas a las aguas del Sena desde lo alto del puente Mathilde de la ciudad de Rouen. Hasta entonces cinco eran los grandes hechos de armas de la Doncella; la liberación de la ciudad de Orleans, la victoria de Patay, la reconciliación de Sully-sur-Loire, la coronación de Carlos VII de Francia y la marcha sin derramamiento de sangre, a través del país enemigo desde Gien hasta Reims, y de aquí a las puertas de París, capturando todas las poblaciones y todas las que interceptaban el paso a los ejércitos realistas.

Pero dejemos ya su biografía guerrera y su santo camino de espinas para hablar de la Juana de Arco amazona y de sus caballos. Según sus biógrafos más exigentes, la Doncella tuvo dos caballos durante los dos años de «vida militar»: uno, blanco…, el que le regalan las gentes de Vaucouleurs por suscripción popular (16 francos de oro) al iniciar su carrera, que fue su preferido en la defensa y asalto de Orleans… («Juana estaba emocionada aquel atardecer del viernes, 29 de abril, cuando, después de montar en su caballo blanco, le fue entregado el bello estandarte…». «Algunos se acercaban a ella, pese al séquito, para besarle efusivamente las manos y los pies; otros se contentaban con tocar su blanco caballo…») El otro es negro y regalo del rey Carlos VII, su rey, por mediación del duque de Alençon, y del que Juana queda prendada en cuanto lo ve: «¡Oh!… ¡Un caballo!… ¡Es muy hermoso! ¡Os lo agradezco mucho!».

¿Cómo se llamaban esos caballos y de qué raza eran?… ¿Es cierto que Juana llegó a ser una gran amazona y que «volaba» en pleno campo de batalla y a pesar de la vestidura masculina que siempre usó? De lo primero no tengo constancia. Sobre lo segundo puede afirmarse con aires de verosimilitud que fueron dos animales bien distintos: uno era de origen normando y el otro camargués (por las largas crines y la cola abundante que llevaba recogidas y adornadas).

En cualquier caso, algo está claro: que Juana de Arco, la libertadora de Francia, santa Juana de Arco… hizo lo que hizo a lomos de un caballo y que su biografía no sería completa sin la presencia de este noble animal.

(Agradecimiento. Por su ayuda inestimable para la realización técnica de esta serie no tengo más remedio que dar las gracias a José Manuel Nieto Rosa, un verdadero experto en informática y digitales.)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.