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Decía Ramiro Ledesma Ramos en 1935 que la manipulación del término fascismo había conseguido que en muchos países de aquel entonces naciera antes el antifascismo que el propiamente fascismo. Y lo decía quien, para una serie de escritores -a mi juicio muy poco afortunados-, ha sido considerado como el prototipo del fascista español, condenándolo así a la indigencia moral y popular. Curiosa paradoja. Y eso que este filósofo y político malogrado de la comarca zamorana del Sayago no militaba en julio de 1936 en ningún partido político, y hasta uno de sus seguidores más conocidos, Nicasio Álvarez de Sotomayor, se había acercado por entonces al socialismo de las tierras extremeñas, con resultado trágico. Pues bien, poco le serviría esta independencia política al joven intelectual sayagués, hasta el punto de ser considerado por la policía socialista de la guerra civil como un “fascista muy peligroso”, siendo fusilado en el otoño de 1936, siguiendo las directrices de aquel otro político zamorano: el malvado socialista Ángel Galarza, quien ahora, gracias a la norma de la Memoria Histórica (sic), dispone de una calle a su nombre en la capital zamorana, mientras las denominaciones en honor de asesinado Ledesma Ramos han desaparecido por completo de la capital de la provincia – antaño, hasta el campo de balompié de la ciudad llevaba su nombre-. Este olvido y reproche despótico también ha afectado al otro fundador de las JONS, al vallisoletano Onésimo Redondo, quien, pese a ser liquidado por una avanzadilla republicana de la columna Mangada en julio de 1936, en un pueblecito de Ávila, el municipio de Valladolid permitió derribar su monumento sito en un cerro del término municipal, después de haber sido abandonado su cuidado durante años por las instituciones a quien correspondía la defensa del patrimonio histórico-artístico. Pues bien, Redondo, catalogado por los mismos indocumentados como fascista irredento castellano, es otro curioso personaje de la Falange que echó pestes contra el fascismo, incluso con ocasión de acontecimientos deportivos tan singulares como el campeonato mundial de fútbol de 1934… Ya no me refiero a José Antonio Primo de Rivera, quien como es archiconocido desde diciembre de 1934 rompe la ligazón ideológica con el fascismo, aunque no con Italia. Y lo hace públicamente mediante una nota informativa remitida a la prensa española… A pesar de todo esto y sin entrar en más distinciones –que sí existen entre lo que fue la Falange histórica y el fascismo de entreguerras-, la equiparación política entre el nacionalsindicalismo y el mussolianismo parece hoy como si fuere un teorema matemático, cuando, en realidad, las equis y las íes originales no resuelven la ecuación planteada, ni siquiera por el sistema de equivalencia. 

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   Cuando llega la guerra civil, la Falange o el fascismo, según estos presuntivos, crece enormemente, olvidándose que en periodos bélicos no son tiempos propicios para la germinación y las profundizaciones de principios ideológicos, pues se trata más bien de sobrevivir y ganar las duras batallas planteadas. Llega entonces el régimen político de Franco, o como los norteamericanos lo denominan, la era de Franco, y se crea como institución estatal FET y de las JONS, también denominado Movimiento Nacional, conocido popularmente como Falange; pero hete aquí que hasta octubre de 1969 solamente nueve ministros fueron falangistas, en los setenta y seis que había tenido el régimen hasta entonces, según la prensa del Movimiento…

Curiosamente hasta 1969, el ministerio-secretariado del Movimiento había tenido como titulares los siguientes personajes: Raimundo Fernández-Cuesta (1937 y 1948), el general Muñoz Grandes (1939), José Luis de Arrese (1941 y 1956) y José Solís (1958). El falangista más importante de todos ellos era sin duda Raimundo, albacea testamentario del mismo José Antonio, quien sería también ministro de Justicia y embajador durante el régimen franquista. Pero ¿era fascista Fernández-Cuesta? Que yo sepa nunca se reconoció de tal guisa y sí en cambio como notario y jurista de la Armada. No creo que pueda sostenerse que por ser alguien escribano público o auditor de guerra sea sospechoso de fascismo, lo que nos llevaría a fijar el nacimiento del fascismo español allá por 1862, más o menos, que es cuando se aprueba la actual Ley del Notariado…

Ya no entro a comentar el posible fascismo de los siguientes ministro-secretarios, entre los que descuellan, por su importancia, Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Suárez, a quienes se debe haber llegado a la reforma política, así como a la celebración de las elecciones generales de junio de 1977; las primeras que se celebraron en España, desde las fraudulentas de febrero de 1936. O interpretando mejor la ecuación del fascismo doméstico: quienes, con su quehacer político, han permitido, a la postre, que modernos antifascistas hayan llegado con comodidad al Gobierno actual del país… Curiosamente, no pocos de estos antifascistas se cobijan o se relacionan con un partido político dominado antaño por los Largo Caballero, los Prieto o los Besteiro, pero cuyos dirigentes de la Transición vistieron incluso –algunos- la camisa azul de la Falange en los años de la “oprobiosa”; y es que por lo visto no parecían pecados de juventud. O sea que mutatis mutandis también proceden del fascismo.

Con todos estos antecedentes encima de la mesa, nos comunica el progresismo patrio que en Italia vuelve el fascismo, merced al triunfo electoral de Giorgia Meloni ¿Un Mussolini con faldas? ¿Un risorgimento del fascio de combate? Qué raro ¿no? ¡caray con los trasalpinos! ¡mira que son pintorescos con sus creaciones artísticas, literarias o políticas! En consecuencia, me pregunto: ¿vendrá de nuevo la Marcha sobre Roma, a golpe de WhatsApp? ¿interrumpirán las huestes del ras local la tranquilidad pública, arrasando los entretenimientos televisivos del para-fascista Berlusconi? ¿vendrá igualmente el asalto a las sedes socialistas, siquiera parezcan hoy sociedades con ánimo de lucro? ¿vendrá nuevamente la ingesta del aceite de ricino?

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Y digo lo del aceite de ricino, pues en eso sí existió coincidencia entre el fascismo y la Falange de los primeros años, hasta el punto que, durante los primeros meses de la guerra, la Falange policial sí empleó el uso del aceite de ricino para castigar a los díscolos y alteradores del orden público en las localidades del interior. Lo cierto que esta conducta represiva fue finalmente prohibida por las autoridades fascistas, si bien asustó a muchos izquierdistas de buen corazón, quizás por temor a colitis sobrevenidas y deyecciones descontroladas.

Curiosidades aparte, lo que sí es verdad es que el fascismo italiano fue aniquilado en 1945 y que sus restos fueron domesticados a la fuerza por la ley Selba de 1952, cuando faltaba aún medio siglo para que naciera la Meloni. En consecuencia, la izquierda española -agnóstica donde las haya- sí cree en la resurrección de los muertos –y parece que también en la vida eterna– a no ser que pretenda atemorizar a sus votantes más fieles con espantapájaros vestidos de negro; y para nada aludo a las características purgativas de determinados artículos de botica. Sin ir más lejos, acaba de proclamar un miembro del Gobierno en sede parlamentaria que hay que parar los pies al fascismo… Por ende, menos lobos con la vuelta del fascismo, con el regreso fantasmagórico de los camice nere, que ni siquiera aquí los cánidos salvajes son de dicho color y podemos descomponernos en el trance.

A mí personalmente no me gusta el fascismo, en absoluto; pero ya de venir, que venga en su modelo original. Y no deseo que nadie se atragante.

 

Autor

José Piñeiro Maceiras