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En la primera mitad del siglo XIX surgió en Cataluña un movimiento socio-cultural que se conoció como Renaixença. Con este nombre, renacer, se quería salvar la lengua catalana que, según ellos, estaba en peligro de extinción. Por eso se organizaron concursos literarios, para fomentar su escritura. De ahí el nacimiento de los Juegos Florales. En el campo de la historia se hicieron auténticas barbaridades, dignas del actual Institut Nova Historia, suprimiendo y cambiando acontecimientos ocurridos, para resaltar la importancia de Cataluña en la historia de Europa. Sobre el particular tendremos tiempo de profundizar en algún otro artículo.
En el aspecto del folklore intentaron inventarse una mitología catalana inexistente. A imagen y semejanza de los grandes mitos eslavos y germanos, los miembros de la Renaixença buscaron su lugar en la tradición centro europea, y la encontraron en la mitología wagneriana. Plagiaron hechos y los adoptaron a una inexistente cultura tradicional catalana. Lo bueno de todo ello es que la gente se lo creyó. Se inventaron al padre fundador de Cataluña llamado Otger Catalò; al Comte Arnau; el Montsalvat wagneriano pasó a ser Montserrat, despistando incluso al nazi Himmler y a la Enciclopedia Británica; Amfortas curado por Parsifal paso a ser Wilfredo el Bellos y Carlos el Calvo; la espada rota de Siegfried era la lengua catalana a punto de desaparecer… y así podríamos seguir.
Por lo que respecta a la música, la danza tradicional catalana era la jota. Como que Cataluña no podía parecerse a España, le pidieron a un jienense que adaptara una danza arcaica que se bailaba en el Empordà y la reconvirtiera en la típica de Cataluña. Este es el origen de la sardana que se inventó José María Ventura.
En medio de todo esto nació, en Tortosa un 19 de febrero de 1841, el padre de la musicología española. Su nombre es Felipe Pedrell Sabaté. Estudio música en la Catedral de Tortosa, interesándose por la música polifónica del siglo XVI. Terminada su educación decidió viajar a Barcelona. Una vez ahí descubre un nuevo mundo gracias a las óperas italianas, en un Teatro del Liceo inaugurado pocos años antes. Pedrell empezó a colaborar en la revista “La España Musical” sobre estética y gramática musical. Mientras tanto componía sus propias obras. En 1871 tenía ya escritas 120 obras. Entre ellas podemos destacar la ópera “El último Abencerraje” de 1868, con una clara influencia de la ópera “Der Freischütz” de Carl María Von Weber. Esta ópera de Pedrell fue estrenada en el Liceo en el 1874. Al año siguiente estrenó la ópera “Quasimodo”.
Gracias a una beca de la Diputación de Tarragona y Gerona, en el 1876 fue a Roma para ampliar sus estudios. Al año siguiente estudiaba en París. De nuevo en Barcelona fundó las revistas “Salterio Sacro-Hispano” y “Notas Musicales y Literarias”. En 1888 una nueva revista “La Ilustración Musical Hispano-Americana”.
Lo nombraron profesor del conjunto vocal del Conservatorio de Madrid y, en 1895, lo admitieron como académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El discurso de presentación tuvo como eje central la obra de Antonio de Cabezón. De 1897 a 1898 publicó en cuatro volúmenes “Teatro Lírico”, un compendio de documentos para conocer la historia de la música española. Durante aquellos año estrenó “La Celestina” (1903), “El Comte Arnau” (1904), “La Matinata” (1905), entre otras. Acabo la catalogación musical de la Biblioteca de la Diputación de Barcelona y, en 1919, publicó el “Cancionero musical popular español”.
Pedrell falleció en Barcelona el 19 de agosto de 1922. A lo largo de su vida fue el creador de la musicología española, editor de obras maestras, revalorizador de la canción popular y precursor de la ópera nacional española. Y sobre este último aspecto, hoy se cumplen 120 años que estrenó, en e Liceo, la ópera “Los Pirineos”.
Esta obra la empezó a escribir en 1890 en oposición al romanticismo alemán e italiano, que había impregnado la inspiración musical europea. Pedrell buscaba crear una ópera nacional española, sin influencias extranjeras. Él puso las bases para que, luego, lo siguieran Ruperto Chapí o Tomás Bretón. La obra estaba basada en un libreto sobre la trilogía del mismo nombre escrita por Víctor Balaguer, principal figura de la Renaixença, conocido como “el trovador de Montserrat”. El libreto de la obra tuvo tres versiones. En catalán y castellano escrita por Balaguer y en italiano -que es como se estrenó- de José María Arteaga Pereira.
La obra se estructuró en un prólogo y tres actos. Esto no era baladí. Pedrell quería con esta obra acercarse a la obra monumental de Wagner, porque creía que esta era la línea a seguir para construir su concepción de la ópera nacional, muy alejada de concepcionismos románticos franceses y alemanes. Por eso, a imagen de la estructura de “El anillo de los Nibelungos”, la ideó de esta forma. Esta es la única semejanza a la obra wagneriana, pues Pedrell buscaba un estilo propio español y no imitar uno ya existente. El prólogo se estrenó en Venecia los días 12, 14 y 17 de marzo de 1897 en Venecia. La ópera completa, como hemos dicho, vio la luz el 4 de enero de 1902, en el Liceo, con decorados de Apel·les Mestres. La obra quedó olvidada gasta que, en 2003, se reestrenó bajo la dirección de Edmon Colomer. Los Pirineos, como Pedrell, han sido olvidados hoy por el gran público y más por cierto nacionalismo.
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