30/05/2025 06:40

Después de ver y oír lo que vemos y oímos cada santo día de este gobierno tan progresista —tan moderno, tan inclusivo, tan empático, tan absolutamente desastroso— he llegado a una conclusión tan inesperada como honesta: si eso es ser progresista, pues nada, apuntadme al club de los Fachas. Con ficha y todo. Con carnet en la boca y sin coche oficial…

Porque si progresar consiste en enchufar a primos, novios, vecinos del Tinder y antiguos compañeros de pupitre con másteres en nada, en montar afters oficiales con farlopa a granel, en despedazar paradores como si fueran chuletones y en dilapidar el presupuesto como si no hubiera mañana —ni contribuyentes—, pues qué quieres que te diga: Yo me bajo en la próxima.

Si ser progresista es prometer hasta hacer encajes de bolillos con las palabras y luego no cumplir ni con el «buenos días», si es mentir con la elegancia de un trilero y cambiar de postura más que un contorsionista en Las Vegas, pues chico, conmigo que no cuenten.

Ahora todos moros, ninguno cristiano, todos agraviados, todos ofendidos, todos colonizando lo público como quien hereda un cortijo. Las encuestas no valen ni para envolver el bocadillo, pero ahí siguen, como oráculos de papel mojado. Los opinadores en cadena recitan al unísono el argumentario del día, con la alegría del que sabe que si se desvía un milímetro, lo borran del mapa y del plató. Es el famoso equipo de opinión sincronizada.

Antes de Pete Handsómez, el guaperas, el más mentiroso a este lado del Mississippi, uno aún podía creerse que el PSOE venía a regenerar la vida política. ¡Y vaya si la han regenerado! Eso sí, me equivoqué de sílaba: no era regenerar, era degenerar. Y a conciencia. En mi infinita candidez pensé que quizá, solo quizá, cumplirían al menos una de sus promesas. Iluso de mí. Nada. Cero. Niente. A vivir del cuento, que para eso está el BOE.

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Así que nada, lo dicho: esta tropa ha conseguido que reniegue de mi infancia progre, de mis años de pancarta, de las manis contra algo, del apoyo a los indepes, del arroja la bomba y escupe metralla. Si, lo han logrado, han conseguido que me abrace al otro bando. Sí, lo reconozco, soy un facha. Pero ojo, facha pero honrado. Que mucho más de lo que pueden decir muchos de los que se envuelven en la bandera arcoíris mientras rellenan sobres sin colores o meten mano al a primera que se pone a tiro, mientras esnifan, roban y mienten como si no hubiera un mañana. Es decir, Progre pero chorizo, macarra o anarquista, como definió Alfonso Guerra a los asaltantes del Banco Central.

¡Viva la Fachería! ¡Y qué rica está la casquería! ¡Arriba los callos! ¡Que vivan los pies de cerdo!

Montgomery Lee

Profesor universitario, conferenciante

y escritor de management

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