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Sé que hablar de “agonía” y de “dos Españas” en esta etapa de efervescencia democrática y monarquismo oficialista es exponerse a la ira de los nuevos sacerdotes de la libertad… pero creo que la realidad histórica estará siempre por encima de los oportunistas existenciales. O debe estarlo, sobre todo en un país que ha visto ya casi todos los cambios políticos posibles.

Naturalmente cuando aquí se habla de “agonía” se hace en el sentido unamuniano y teniendo delante “La agonía del Cristianismo” que el gran Don Miguel escribió en su exilio obligado de París. La “agonía” como “lucha y combate” y no como angustia y congoja. La “agonía” evangélica que el propio Jesucristo anuncia durante su paso por entre los hombres:

“No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y sus propios familiares serán los enemigo de cada cual” (San Mateo 10 34/37)

Y en este sentido ¿quién puede negar que la Historia de España sea la historia de una “agonía”?, ¿quién puede cerrar los ojos ante un enfrentamiento entre hermanos, de luchas armadas y de guerras civiles?… o ¿quién se atreverá a negar que el pueblo español es “agónico” por naturaleza? Es decir, luchador y combativo. De ahí quizás la agresividad que le desborda y el irrefrenable espíritu radical en el desastre o en la victoria. Para el español no hay términos medios y cuando los hay es que a la “agonía” por la vida ha superpuesto la “agonía” de la muerte. O sea, porque ha renunciado a luchar y ya todo le da igual. Se echa en manos de la “moderación” porque no ve la posibilidad de “imponer” su razón o porque se siente impotente ante la razón del de en frente.

Y esa es la historia de España, mal que nos pese a los españoles. La historia de un combate sin fin, la “agonía” del que quiere vivir aun a costa de los demás.

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Luego viene la traducción política de esa “agonía” y como consecuencia lógica surgen las distintas Españas. No ya de dos sino de miles de Españas podríamos hablar a este respecto… tal vez de tantas como españoles somos. Porque la verdad es que la “agonía” individual de cada español desemboca en el “ideal” del que habla Ganivet:

“El ideal de todos los españoles es que llevasen en el bolsillo una carta foral con un solo artículo, redactado en estos términos, claros y contundentes: Este español está autorizado para hacer lo que le dé la gana”

Bueno, pues no hay que ser un lince para darse cuenta que lo que está sucediendo en estas elecciones del 4-M en realidad no es otra cosa  que el regreso de las dos Españas, porque lo que estamos viendo es el “vosotros o nosotros” del año 36… y que no me digan que esto es pesimismo. Desgraciadamente, los españoles somos así.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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