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LAS UVAS DE LA MUERTE
Sucedió cuando ya estaba la familia reunida, esposa y 9 hijos, en torno a la mesa y las uvas preparadas para despedir al año que se iba y saludar al que llegaba (1937)
En las calles de España ya se hablaba a tiros y cañonazos
MIGUEL DE UNAMUNO Y JUGO
(1864 – 1936)
Miguel de Unamuno nació vasco (Bilbao), y vascos fueron sus padres, y vascos fueron sus cuatro abuelos y sus ocho bisabuelos y si se sube por su árbol genealógico se llega a las raíces de Vasconia. Por tanto sería absurdo acusarle de no ser vasco, como hicieron los incipientes nacionalistas seguidores de Sabino Arana, y todo porque Unamuno ya en su juventud había dicho que el vascuence era una lengua muerta, y que la palabra Euskadi sólo era un invento del “tonti-loco” de Arana, su competidor en las oposiciones a Cátedra de “Psicología Lógica y Ética” vacante en el instituto de Bilbao. Pero, la realidad es que su vida casi entera transcurrió en Salamanca, porque allí se estableció como profesor de Griego y allí se casó en 1891 y allí nacieron sus 9 hijos. En 1900 fue nombrado, con solo 36 años, Rector de la Universidad, cargo del que sería destituido en 1914 por razones políticas, las mismas por las que sería condenado a 16 años de prisión por injurias al Rey en 1920, aunque la sentencia no llegara a cumplirse. En 1923, ante sus constantes ataques al Rey y al Dictador Primo de Rivera es desterrado a Fuerteventura, de donde se escapa un año después para desterrarse a Francia, primero a París y luego a Hendaya… y allí se queda hasta 1930 cuando cae Primo de Rivera. Sus críticas desde el exilio fueron atroces y nadie le pudo negar que había sido una de las principales lanzas que acabaron con la Monarquía y con Alfonso XIII.
Tras su regreso, aclamado por el pueblo (el recibimiento en Salamanca fue apoteósico) se presentó a las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 como candidato con la conjunción republicano-socialista y como concejal izó la bandera republicana desde el balcón del Ayuntamiento y con estas palabras: “Amigos, hoy nace una nueva era y termina una Dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”. Naturalmente, la República le repuso en el cargo de Rector y hasta llegó a nombrarle “Ciudadano de honor” de la República en 1935.
También se presenta a las elecciones a Cortes Constituyentes del 28 de junio, como independiente en la Conjunción republicano-socialista. Y sale elegido con los máximos votos. Y como Diputado permaneció entre el 12 de julio de 1931 y el 9 de octubre de 1933.
Pero ahí surgieron sus primeras dudas y sus primeras críticas al nuevo Régimen al ver la marcha que iniciaba la República y discrepar del radicalismo que se estaba imponiendo movido por las Izquierdas y principalmente por el PSOE. Tanto que famosísima fue su intervención cuando se discutió el artículo cuarto de la nueva Constitución que hacía referencia al idioma oficial que debía figurar. Fue entonces también cuando defendió a ultranza la unidad de España: “Señores Diputados, cuidado con España, porque si la República desaparece podemos hacer otra, pero si España desaparece no habrá otra”.
Y vino la desilusión, el “no es esto, no es esto” de Ortega, y ya no quiso presentarse de nuevo en las elecciones de 1933. Aquella República dejó de ser su República.
De ahí que no sorprendiera que el 18 de julio de 1936 se pusiera de parte de los sublevados y que aceptase ser concejal con el Gobierno Municipal que constituyó el comandante franquista Francisco del Valle Marín, y con él que izó la bandera bicolor, rojo y gualda, de la nueva España. A los pocos días le diría al periodista y escritor Kazantzakis estas palabras: “En este momento crítico del dolor de España, sé que tengo que seguir a los soldados. Son los únicos que nos devolverán el orden. Saben lo que significa la disciplina y saben cómo imponerla. No, no me he convertido en un derechista. No haga usted caso de lo que dice la gente. No he traicionado la causa de la libertad. Pero es que, por ahora, es totalmente esencial que el orden sea restaurado. Pero cualquier día me levantaré —pronto— y me lanzaré a la lucha por la libertad, yo solo. No, no soy fascista ni bolchevique; soy un solitario.”
Y al periodista francés Jérôme Tharaud: “Tan pronto como se produjo el movimiento salvador que acaudilla el general Franco, me he unido a él diciendo que lo que hay que salvar en España es la civilización occidental cristiana y con ella la independencia nacional, ya que se está aquí, en territorio nacional, ventilando una guerra internacional. En tanto me iban horrorizando los caracteres que tomaba esta tremenda guerra civil sin cuartel debida a una verdadera enfermedad mental colectiva, a una epidemia de locura con cierto substrato patológico-corporal. Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción y he de ahorrarme retórica barata. Y dan el tono no socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas, ni anarquistas, sino bandas de malhechores degenerados, excriminales natos sin ideología alguna que van a satisfacer feroces pasiones atávicas sin ideología alguna. Y la natural reacción a esto toma también muchas veces, desgraciadamente, caracteres frenopáticos. Es el régimen del terror. España está espantada de sí misma. Y si no se contiene a tiempo llegará al borde del suicidio moral. Si el miserable gobierno de Madrid no ha podido, ni ha querido resistir la presión del salvajismo apelado marxista, debemos tener la esperanza de que el gobierno de Burgos tendrá el valor de oponerse a aquellos que quieren establecer otro régimen de terror.”
Naturalmente, cuando estas palabras llegaron al Madrid rojo el Gobierno y Azaña, ya Presidente de la República, reaccionaron cesándole como Rector de la Universidad y retirándole el título de “Ciudadano de honor” que le habían concedido tan sólo un año antes. Claro que Franco también reaccionó rápido y le volvió a nombrar Rector.
¡Ay!, pero aquel hombre “que no se casaba ni con Dios” muy pronto se enfrentó también con Franco y los suyos, al ver lo que estaba sucediendo también en la retaguardia nacional. Sucedió el 12 de octubre con motivo del “Día de la Raza o de la Hispanidad”, cuando le gritó al general Millán Astray al finalizar un explosivo discurso: “Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.”
Fue la ruptura con el nuevo Régimen que Franco trataba de imponer, porque tan sólo unos días después Franco lo cesó de nuevo como Rector y además se le condenó a pasar bajo arresto domiciliario en su casa “hasta nueva orden”. Y en su casa vivió desde octubre a diciembre de 1936, “desolado, desesperado y en soledad”.
Aunque todavía tuvo fuerzas para decirle a un amigo poco antes de morir la Noche Vieja y cuando ya la familia esperaba que sonaran las campanadas que darían paso al nuevo año: “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está, mi pobre
España se está desangrando, arruinando, envenenan-do y entonteciendo…”
No, “Don Miguel” no pudo quedarse ni marcharse al exilio.
  1. ESPAÑA POR ENCIMA DE TODO
Dije en el primer capítulo de esta serie que iba a hablar más del Unamuno desconocido que del leído y sigo en ello. Hoy traigo a estas páginas un «hecho» histórico que por una doble circunstancia, el estreno de la película «Mientras dure la guerra», con Unamuno de personaje central,  y la exhumación de los restos de Franco, considero de máxima actualidad y que apenas se conoce (aunque ya lo publiqué en uno de mis libros): la comida-entrevista que Don Miguel mantuvo con Franco en 1936, contada (19-6-1988) por la persona que los reunió y los invitó: Don Ramón Serrano Súñer. Por razones de espacio no cuento cómo llegó a mis manos. Alerto que alguna de las acotaciones del texto son mías. Pasen y lean.
»  La entrevista de mi pariente (don Ramón siempre se refería a Franco como “mi pariente”) con don Miguel al final se celebró, pero algunas años más tarde. Fue en los primeros días de febrero de 1936, a su vuelta de Inglaterra donde acudió a la coronación de Eduardo VIII (en representación del Gobierno de la República) y cuando ya se habían convocado las elecciones que darían el triunfo al Frente Popular.
Don Miguel, que pasaba ya de los setenta años aunque muy bien conservado, llegó a la cita en el hotel Nacional, vestido de negro y con su tradicional jersey de cuello alto, con la puntualidad del castellano serio. Mi pariente y yo, que ya estábamos esperando, nos levantamos y le saludamos con verdadero afecto. Franco vestía de uniforme de diario, sin condecoraciones ni medallas, aunque en esos momentos era todavía Jefe del Estado Mayor Central del Ejército. Como presidente del Gobierno y ministro de la Guerra estaba don Manuel Portela Valladares.
El primero en hablar fui yo, dada mi condición de anfitrión y el que había provocado la reunión, y mis palabras fueron sólo para recordar la petición que mi pariente me había hecho ya en 1931, cuando don Miguel pronunció su famoso discurso sobre las lenguas regionales y la unidad de España en las Cortes Constituyentes.
A continuación tomó la palabra “mi pariente”, y con aquella voz tan especial que tuvo siempre, y con el máximo respeto, dio las gracias a don Miguel por todo lo que había escrito y por su amor por España. En aquella ocasión hasta a mí me sorprendió por el conocimiento de la obra de Unamuno que demostró…, así y de seguido Franco le habló de Paz en la Guerra, de Niebla, de Amor y Pedagogía, de En torno al catecismo, de su Vida de don Quijote y Sancho, de La agonía del Cristianismo, etc. Pero, al final se centró en sus discursos y sus artículos sobre la República.
Don Miguel siguió con atención y en silencio las palabras de “mi pariente” y luego tras un corto silencio vino a decir más o menos:
–        Mire usted, general (le llamó así durante toda la comida) le agradezco sus palabras y el que haya leído mis obras, obritas o lo que seas…, pero le quiero decir algo que quizás no haya dicho nunca. Yo no me siento escritor, ni catedrático, ni político (que nunca lo he sido), yo pienso que no he sido otra cosa en toda mi vida que un simple maestro de escuela, sí, sí, un maestro de escuela, ¿y sabe por qué?, porque siempre he pensado y sigo pensando que el problema de España es un problema de educación y que los españoles son como niños que lo ignoran todo. Aquí se cree que ser culto es saber leer y escribir y conocer las cuatro reglas… ¡y eso hasta grandes próceres que he conocido!. Verá, general, tras muchos años de estudio y meditación sobre el ser español he llegado a una conclusión: el español no es ni mejor ni peor que otros pueblos, pero… tiene algo especial: que es como un péndulo que sólo tiene extremos, o sea, o todo o nada… o apatía total o pasión sublime… Tal vez por eso Galdós dijera aquello de que el español  es el que sabe hacer un 2 de mayo y no sabe hacer el 3 y el 4. Los españoles no quieren saber nada de nada durante años y de pronto un día se llenan de pasión y pierden la noción de todo… Y entonces, ¡ay, entonces!… te pueden conquistar un Imperio o te incendian las iglesias y los monumentos. No hay términos medios. Por eso creo que también yo me he equivocado, yo quise despertar espíritus y ahora ya me temo que lo que he despertado han sido fieras…Es un pueblo éste que no sabe lo que es la libertad… quizás porque nunca la  conquistó, porque cuando la tuvo fue más bien un regalo de alguien.
Bueno, y así se pasó un buen rato. Porque don Miguel era una enciclopedia de saberes y pesares. Naturalmente mi pariente y yo mismo nos pasamos la comida embobados y sin atrevernos a decir palabra. Luego, y ya a los postres, se centró en la República y en la actualidad política.
–        Mire, general, y que conste que hablo de esto porque usted me ha preguntado… verá, cuando los monárquicos trajeron la República y la República me trajo a mí, yo viví como una cierta esperanza, creí entonces, ¡iluso de mí!, que por fin había llegado la hora de España— ¡Era todo tan bonito!, un pueblo que se echa a la calle y que cantando arroja por la borda a una Monarquía de siglos, ¡era todo un acontecimiento!… una ocasión histórica… Pero no. La República se suicidó recién nacida, quizá porque la “comadrona” fue el resentimiento. Ya saben que su mentor, el señor Azaña, como dije en su momento, era un escritor sin lectores capaz de hacer la revolución para que le leyeran… No, y me di cuenta en cuanto me hicieron diputado y entré en las Cortes… aquello no era un lugar de encuentro, aquello fue desde el primer día el paraíso del desencuentro, una Torre de Babel a lo pobre. Ortega lo denunció enseguida con su “¡No es esto, no es esto!” famoso, pero yo preferí retirarme a mi Salamanca y seguir predicando en el desierto…
¿Y ahora?
Ahora, aquella mi esperanza del comienzo es ya un túnel sin salida. Mejor dicho, con una única salida: la del enfrentamiento, la del exterminio, la de siempre… o tú o yo. ¡No, no me gustan como van cosas!… Las izquierdas, o eso que llaman izquierdas, se han vuelto locas, y las derechas, o eso que llaman derechas, están ciegas… o sea, que estamos entre locos y ciegos… ¡Y esto no puede terminar bien!
–        ¿Y qué se puede hacer?
–        La verdad es que no lo sé. A veces pienso que habría que hacer una evangelización nacional para convencer a estos y aquellos de que la República, como la Monarquía, son meros accidentes en el tiempo y que lo importante, lo transcendente, es España… pero, los hechos diferenciales pueblerinos han hecho imposible esa vía. Otras veces pienso que lo que esta España necesita es fundirla, refundirla y recrearla… Habría que acabar con eso de las izquierdas y las derechas y convencer, que no vencer, (ojo, y estas palabras, las que se harían famosas pocos meses después por el discurso de Salamanca de octubre las dice en febrero) a todos que sólo un movimiento unificador de pasiones y ambiciones puede salvarnos. ¡Y educación, mucha educación, política y de la otra!
Hubo un momento, ya de despedida, que mi pariente se atrevió a preguntar tímidamente (Franco se había vuelto tímido, huraño e introvertido desde que Azaña le cerró “su” Academia de Zaragoza y casi le echa del ejército):
–        ¿Y el ejército, don Miguel?
Mire usted, general… El ejército es como el resto de los españoles… Ya vio lo que pasó con Primo de Rivera y sus generales…
  1. SOBRE CATALUÑA
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Y EL PAÍS VASCO.

Lo dejó escrito Max Aub en su «Manual de Historia de la Literatura Española»: Si Ortega es un modo de pensar y Antonio Machado un modo de ser, Unamuno es un modo de sentir… y tenía toda la razón. Porque Don Miguel que, seguramente, pensaba más que Ortega y vivía más que Machado fue siempre un hombre de sentimientos y de ahí sus cambios frecuentes en el quehacer público (político, social, literario o filosófico)… Soy un hombre no una piedra, diría muchas veces, sobre todo cuando le acusaban de cambiar de opinión y de decir hoy lo contrario que ayer: «Naturalmente que cambio, sólo los tontos y las piedras no cambian nunca». Por eso pienso que a pesar de ser uno de nuestros escritores más leídos es de los menos conocidos. Y de ese Unamuno menos conocido es del que yo quiero hablar aquí y ahora. Por ejemplo, hablemos hoy de lo que pensaba sobre el catalán, el vasco o vascuence y del gallego. Mejor dicho dejemos a Don Miguel que hable él de esas lenguas tan polémicas hoy, comenzando por el catalán:

«Y ahora vengamos a Cataluña  -decía esto cuando en las Cortes de la Segunda República se debatía sobre un artículo de la Constitución-. Me parece que el problema es más vivo y habrá que estudiarlo en esta obra de comprensión, de cordialidad y de veracidad. Yo conocí y traté en vuestra tierra, a uno de los hombres que me ha dejado más profunda huella, a un cerebro cordial, a un corazón cerebral, aquel gran hombre que fue Juan Maragall. Oíd:

Escolta, Espanya le veu d’un fill / que’t parla en llegua no castellana, / parlo en la llengua que m’ha donat la terra apra / en questa llegua pocs t’han parlat; / en l’altra…, massa”

Es cierto. Pero él, Maragall, el hombre que decía esto, como si no fuera bastante lo demasiado que se le había hablado en la otra lengua en castellano, a España, él habló siempre, en su trabajo, en su labor periodística; habló siempre, vivo, en un español, por cierto lleno de enjundia, de vigor, de fuerza, en un castellano digno, creo que superior al castellano, al español, de Jaime Balmes o de Francisco Pi y Margal. No. Hay una especie de coquetería. Yo oía aquí, el otro día, al señor Torres empezar excusándose de no tener costumbre de hablar en castellano, y luego, me sorprendió que en español no es que vestía, es que desnudaba perfectamente su espíritu, y es mucho más difícil desnudarlo que vestirlo en una Lengua (risas). He llegado –permitidme- a creer que no habláis el catalán mejor que el castellano. (nuevas risas) Aquí se nos habla siempre de uno de los mitos que ahora está más en vigor, y es el “hecho”. Hay el hecho diferencial, el hecho tal, el hecho consumado… (risas).

Cuando aquí se habla de la Republica recién nacida y de los cuidados que necesita, yo digo que más cuidados necesita la madre que es España, que si al fin muere la Republica, España puede parir otra nueva, y si muere España no hay Republica posible (aplausos. –un señor diputado pronuncia palabras que no se percibe).

Ojalá en esta lucha quisieran los catalanes catalanizar toda España, como mis paisanos los vascos vasquizar a toda España. Pero vuelvo a deciros el peligro que hay en querer llevar por caminos de prisa y de violencia, a caso de sorpresa, alguien dirá que de atraco, la resolución de problemas de que empieza a enterarse ahora la opinión Española. Que no sea tarde luego; cuando se resuelva, que no sea tarde para prevenir la reacción…”.

Y ahora me vais a permitir que os hable de mi tierra, a la que constantemente acudo. Allí no hay el problema de Cataluña, porque hoy el vascuence en el país Vasco-navarro no es la lengua de la mayoría, seguramente que no llegan a una cuarta parte los que lo hablan y los que lo han aprendido de mayores, acaso una estadística demostrará que no es su lengua verdadera, su lengua materna; tan no es su lengua materna, que aquel ingenuo, aquel hombre abnegado llegó a decir en un momento: “si un maqueto está ahogándose y te pide ayuda contéstale: “Eztakit erderaz”. “no sé castellano”. Y él apenas sabrá otra cosa, porque su lengua materna, lo que aprendió de su madre era el castellano.

El vascuence, hay que decirlo como unidad no existe, es un conglomerado de dialectos en que no se entienden a las veces los unos con los otros. Mis cuatro abuelos eran como mis padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse entre sí en vascuence, porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya y el otro de Guipúzcoa. ¿y en qué viene a parar el vascuence?. En una cosa, naturalmente, tocada por completo de castellano, en aquel canto que todos los vascos no hemos oído nunca sin emoción, en el Guernica Arbola, cuando dice que tiene que extender su fruto por el mundo, claro que no en vascuence “Eman ta zabalzazu munduan frutua adoratzen raitugu, arbola santua” (“da y extiende su fruto por el mundo mientras te adoramos, árbol santo”). Santo, sin duda, santo para todos los vascos y más santo para mí, que a su pie tomé a la madre de mis hijos.

Y después de todo, lo hondo, lo infamo de nuestro espíritu vasco ¿en qué lo hemos vertido?. El hombre más grande que ha tenido nuestra raza ha sido Iñigo de Loyola y sus Ejercicios no se escribieron en vascuence. No hay un alto espíritu vasco, ni en España ni en Francia, que no se haya expresado o en castellano o en francés. La palabra “Euskadi” por cierto, no existía en mis tiempos y yo conocí al tonti-loco que la inventó.

Y aunque sea de pasada, por razones de espacio, pasemos a Galicia. Podrán decirme que no conozco Galicia y, acaso, ni Portugal, donde he pasado tantas temporadas; pero ya hemos oído que Castilla no conoce la periferia, y yo os digo que la periferia conoce mucho peor a Castilla y que hay pocos espíritus más comprensivos que el castellano (muy bien). ¿Y en qué escribía la gran Rosalía? ¿en qué escribía cuando quiso encontrar la mujer universal, que era una alta mujer, toda una mujer, no la encontró en aquellas coplas gallegas, la encontró en sus poesías castellanas de “las orillas del Sar”?.  Pero, también escribía en gallego cosas tan bellas como esto: “Castellanos de Castilla. / tratade ben os gallegos; / cando van, van como rosas; / cando veñen, como negros.”. ¿Es que les trataban mal?. No. Eran ellos los que se trataban mal, para ahorrar los cuartos y luego gastarlos alegre y rumbosamente en su tierra, porque no hay nada más rumboso, ni menos avaro, ni más alegre, que un aldeano gallego. Todas esas morriñas de la gaita son cosas de los poetas (risas)”

 

 

Nota: el texto íntegro del discurso de Don Miguel de Unamuno, reproducido literalmente del Boletín número 41 del “Diario de Sesiones” de las Cortes Españolas del 18 de septiembre de 1931 lo puede leer en la página web del “Diario Córdoba”

  1. «AZAÑA SE EQUIVOCA.

VENCER NO ES CONVENCER»

Y llegó el 12 de octubre, el «Día de la Fiesta de la Raza» o de La Hispanidad, ya en plena Guerra Civil y con las dos Españas matándose en los frentes y en las retaguardias. Y llegamos al acto oficial que se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca y que pasaría a la Historia. ¿Quiénes presidieron? ¿Qué sucedió realmente aquel día?  ¿ qué discursos se pronunciaron? ¿ cómo fue el «choque» del general Millán Astray y Unamuno? ¿pudo haber muertos?…

Estas y otras preguntas voy a intentar responder desde la imparcialidad del tiempo y tomando como motivo la polémica película de Amenábar «Mientras dure la Guerra» que analizamos. Aunque antes y de entrada no hay más remedio que puntualizar tres cosas fundamentales. 1. Se ha dicho siempre, y así se ve y se resalta en la película. que «Don Miguel» anatematizó a los «Nacionales» y al franquismo con una frase definitiva y cruel: «y yo os digo que VENCERÉIS, PERO NO CONVENCERÉIS»…Bueno, pues ya se ha demostrado que eso no es verdad ( y ahí está la obra definitiva del profesor y bibliotecario, Don Severiano Delgado «Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca») que no fue eso lo que dijo Unamuno, que esas palabras, como todo su discurso, fueron el «invento» que  un tal Luis Portillo, un profesor ayudante de la Universidad que había tenido que exliarse por sus ideas y actividades marxistas, escribió en 1941, cinco años más tarde, y sin haber estado presente (amigo de George Orwell y Arturo Barea) .Al parecer, y puesto que las palabras de Unamuno no se grabaron, fueron parecidas, pero en el fondo muy distintas: «y yo os digo que VENCER NO ES CONVENCER». Es decir, una frase que «Don Miguel» había escrito muchas veces en su vida (que se sepa la primera en 1902, en un artículo publicado en «El Globo» dirigido por Pío Baroja; la segunda, en 1918 en una carta dirigida a Luis Araquistain, director del diario «España» y la tercera, en 1933, en carta a «Azorín», tras la masacre de Casas Viejas: «Azaña se equivoca, Vencer no es convencer»). Por tanto, las palabras de aquel día no iban dirigidas en exclusiva a los «nacionales» sino en general a todos los que piensan que con la victoria es suficiente. 2. Tampoco la escena del final del acto fue como se muestra en la película. Unamuno no corrió peligro en ningún momento y Millán Astray se despidió de él con un apretón de manos y los mejores deseos para verse otro día, mientras Doña Carmen, la mujer de Franco, se subía al coche oficial. ¿Qué interés había en dar a entender que Don Miguel tuvo que salir «escoltado» por Doña Carmen y entre metralletas y amenazas de muerte, sabiendo Amenábar como sabía que había fotos que demostraban lo contrario?… 3 ¿Y por qué se da a entender que Unamuno y Franco se conocieron durante esos días en Salamanca cuando los guionistas de la película sabían que el general y el Rector se habían conocido varios meses antes en una comida en Madrid?.

Ahora vayamos a la historia-leyenda tal como la cuentan los biógrafos, y algunos testigos presentes:

 

«Según el relato menos discutido el acto de exaltación hispana comenzó a las 12,30 y en la Presidencia se sentaron, en el centro Don Miguel, que presidía en nombre de Franco, ya Jefe del Estado y Generalísimo; a su derecha Doña Carmen Polo, la esposa de Franco, José María Pemán  y el catedrático don Francisco Maldonado y a su izquierda el obispo Plá y Deniel, el general Millán Astray, el también catedrático José María Ramos Loscertales y el dominico Vicente Beltrán de Heredia.

En primer lugar habló el catedrático de Historia, Ramos Loscertales, y fueron sus palabras sobre los vascos (a los que calificó de «corpulentos sin sustancia») y los catalanes (a los que llamó «bárbaros por su habla») lo que «calentó» a Unamuno, pues fue en ese momento cuando, al parecer, decidió intervenir. Después tomaron la palabra el dominico Beltrán de Heredia y el señor Maldonado, que se enredó hablando de la España verdadera (la nacional, claro está) y la anti-España (la roja, por supuesto)… y a continuación habló Pemán, que ya tenía fama de ser un gran orador, y naturalmente excitó a la masa con su patriotismo poético y su defensa a ultranza de la Unidad de España. “¡Muchachos de España, hagamos cada uno, en cada pecho, un Alcázar de Toledo!”.

Fue entonces cuando Don Miguel se levantó y comenzó a hablar. Por tanto aquí es donde vienen o encajan las manipulaciones de hunos y de hotros. La primera, la del tal  Portillo, pues se sabe que lo que escribió fue sobre lo que le habían contado, y cinco años más tarde, más bien fue un «invento» teatral, ya que así lo hizo para publicar en una revista eminentemente literaria. Y los hotros para demostrar que el gran Unamuno no estaba con Franco ni los suyos. (“En realidad –escribe el biógrafo Delgado- no hay manera de conocer la literalidad del discurso de Unamuno, porque fue una improvisación, no usó micrófono y no fue recogido en la prensa de la época”).

De todos los relatos hay uno que parece el más certero y que, al parecer, escribió un testigo presencial que antes de morir se lo dejó a un hijo y que ha hecho público en el blog “Desde Mi Campanario” Moisés Domínguez Núñez. Reproduzco algunos párrafos. “Tras la inmensa ovación de los presentes a Pemán tomó la palabra Unamuno, quien en primer lugar hizo referencia a su cese como rector del 22 de agosto firmado por Azaña, el Presidente de la República: “…Aborrezco a la gentuza y a los degenerados embusteros que, esos sí, han perdido el culo para aprobar un Decreto despojándome de mi Cátedra y del Rectorado, en un gesto estúpido, ya que sus sucias manazas no pueden ejecutar lo que dicen aprobar, aunque eso sí, se han preocupado de darle publicidad y de que saliera en todos los periodicuchos rojos.” Y dicho esto sonaron los primeros aplausos. Después el Rector continuó, improvisando sobre los apuntes que había ido tomando (se sabe que en un sobre que llevaba en el bolsillo había anotado las siguientes frases y palabras: “guerra internacional y civilización occidental cristiana”, “vencer y convencer”, “odio y compasión”, “Rizal”, “cóncavo y convexo”, “lucha, unidad, catalanes y vascos”, “imperialismo lengua”, “odio inteligencia que es crítica, que es examen”). “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil”.

En este momento se oyeron ya los primeros murmullos y algunos tímidos aplausos. Pero el viejo profesor siguió: “Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión, el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de Inquisición. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis…” (Fue en este momento cuando, al parecer hizo referencia al patriota filipino José Rizal, fusilado por los españoles, lo que enrabietó al General que había iniciado su carrera militar en Filipinas).

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Y cuando se oyeron las primeras palabras del General Millán, que hecho una furia, se levantó de la silla como un resorte gritando: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?”… y de entre el público alguien gritó el lema del Tercio: “¡Viva la muerte!”.

El General se excitó hasta el punto que sólo pudo decir algunas palabras ininteligibles (“Cataluña y el País Vasco son dos cánceres en el cuerpo que hay que extirpar antes de que muera la Nación Española”), pero Unamuno siguió: “Acabo de oír el necrófilo e insensato grito «¡Viva la muerte!». Esto me suena lo mismo que «¡Muera la vida!». Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más”.

Fue la gota que colmó el vaso de la furia del General e incluso de gran parte de los asistentes al acto. Millán-Astray contestó entre dientes irritado, aunque solo pudieron oírlo los más cercanos, porque el murmullo tapaba todo lo que se dijera: “!Muera la intelectualidad traidora¡ ¡viva la muerte!

¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡mueran los malos intelectuales!” casi gritó José María Pemán en un intento de calmar los ánimos.

Pero don Miguel, que se traía un pique personal con Millán-Astray de algunos días atrás dio lugar a que el coctel entre el mal genio del legionario y la mala leche proverbial del catedrático estallaran y dieran lugar a que Unamuno se extendiese de forma “poco cortes” y provocadora: “Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España Nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada…”

Y el testigo presencial que, según él, aparece en las famosas fotos muy cerca de donde se despiden los protagonistas escribe:

En medio del gentío, doña Carmen Polo, esposa del general Francisco Franco, se llevó a Unamuno agarrándose a su brazo, después de despedirse de los oradores. Le acompañó hasta el coche  que le llevaría a su residencia oficial. Por el camino, un grupo de gente, entre los que se encontraba el periodista Víctor Ruiz de Albéniz, se acercaron a despedirlo. Se le escuchó decir:

-Yo tenía que lanzar una bomba y ya la he lanzado.

Millán se volvió a Unamuno y, como si nada hubiera pasado, dijo:

-¡Bueno, don Miguel, a ver cuándo nos vemos!

-Cuando usted quiera, mi general.

Se dieron la mano. Y el general, sin soltar la del glorioso escritor, gritó:

-¡Vamos, muchachos, el himno de Falange!

 

Al pie del vehículo, se despidieron del rector el general y el Obispo de Salamanca Monseñor Pla y Deniel, mientras el gentío los rodeaba brazo en alto, enfervorecido cantando el Cara al Sol. En la fotografía que realizó Eustaquio Almaraz Santos y que se publicó en El Adelanto de Salamanca el día siguiente bien puede verse como Millán estrecha la mano de Don Miguel y como Dª Carmen sube al coche.(Foto que Amenabar oculta). Curiosamente — dice el autor del relato–  ahí se me puede ver a mí con la cara semi tapada. Hasta aquí lo que ocurrió en la Universidad de Salamanca aquel día”.

Sin embargo, en la foto que se ve en la película  ya no están ¡que casualidad! ni el general ni la esposa de Franco. ¿Por qué? ¿Qué querían ocultar Amenábar o sus subvencionadores?. Lo dicho.

Por lo demás también hay que leer el artículo que muchos años después (26-22-1964) escribió José María Pemán en ABC (“La verdad de aquel día”). Según el escritor gaditano «El relato que escribió Luis Portillo desde Londres no contiene casi una línea que se ajuste a la verdad histórica”. Aquí no termina la historia. Seguiremos. Porque curiosamente también, la película silencia casi todo lo que vivió Unamuno desde ese día de la Universidad hasta el 31 de diciembre que muere.

  1. LA SOLEDAD

DEL REY

  ¡Dios! ¿Y se imaginan ustedes a Don Miguel de Unamuno, el gran Unamuno, el escritor de fama mundial, el filósofo de «La agonía del Cristianismo”, el padre de «Niebla»…sentado en un banquillo acusado «por el delito de injurias» contra el Jefe del Estado y condenado a 16 años de cárcel?. Pues, pasen y lean.

«Si el Rey no sabe qué hacer con Cataluña que se lo pregunte al pueblo… ¿Que el Rey está solo? ¡Más sola está España!… ¡O se acaba este Régimen (la Monarquía) o se acaba España!… Cada día me convenzo más de que el Rey sólo quiere ser un Kaiser!»… pues, por estas frases y tres artículos publicados en «El Mercantil de Valencia» tuvo que sentarse en el banquillo Don Miguel al poco tiempo de ser cesado por primera vez como Rector de la Universidad de Salamanca (1914). Corrían los años 1918 y 1919 y la Monarquía estaba ya al borde del abismo. La situación política, desde el asesinato de Canalejas (1912), era insostenible y la económica, de verdadero desastre. Las tres crisis del 17 se habían llevado por delante lo que quedaba de la Restauración y hasta el Gobierno de Concentración de Maura se mostraba incapaz de enderezar el rumbo («O formáis un Gobierno estable y olvidáis las rencillas partidistas o ahora mismo abdico y que venga el diluvio»)… y para colmo los españoles habían salido de la Gran Guerra más divididos que nunca («Germanófilos» o «Aliadófilos», a muerte).

Y así, en estas circunstancias, el rebelde Unamuno, «cabreado» además por su injusto cese (le cesa el Ministro Bergamín, padre del escritor y poeta comunista) escribe tres artículos («El Archiduque de España», «Irresponsabilidades» y «La soledad del Rey») para «El Mercantil de Valencia», en el que viene colaborando, con un artículo semanal que se publica siempre en primera página, desde, 1914.  En el primero, que se publica el 5-11-1918, ya adelantaba lo que iba a ser su tesis: «El problema político de España en lo que al Régimen hace no es tanto de Monarquía cuanto de Monarca… La cuestión aquí y ahora es si el Archiduque de España, el Habsburgo por línea materna y por educación, es capaz de hacerse republicano y reducirse al modesto pero abnegado papel que le correspondería en una España que se prepara a hacerse del todo dueña de si». (Y al parecer al Rey le cae fatal que lo califique de Archiduque, porque eso era rebajarle ante «su» pueblo y una acusación de haber colaborado con los Imperios Centrales en su guerra contra las Democracias aliadas. En realidad lo que Unamuno había querido decir es que durante la guerra se había comportado más como Archiduque de Austria que como Rey de España). El aldabonazo retumba en toda la España política, pero especialmente en el Palacio Real… y más cuando se publica el segundo y trata de la cuestión de las «responsabilidades» constitucionales del Rey. Porque Unamuno amplia su crítica a la Reina Madre, María Cristina de Habsburgo-Lorena, la ex-Regente del Reino (aunque Unamuno la califica de Regente y no de «ex» insinuando que sigue mandando más que el hijo), por el feo asunto de «los irrisorios siete barcos alemanes aceptados por España al final de la Gran Guerra como compensación de los daños causados a la flota mercante española durante la contienda» y «por comentar los papeles públicos y privados de la Familia Real en el contexto de la guerra europea».

Y naturalmente los nervios reales llegan a la Fiscalía del Estado y la denuncia «por injurias a la Corona» no tarda en llegar, aunque sí lo suficiente para que entretanto vea la luz el tercero: «La soledad del Rey» (9-2-1919): «O se acaba este Régimen (la Monarquía) o se acaba España…Es preciso que el Rey busque nuevos servidores: que hombres no fracasados sean los que gobiernen…De su propia soledad es el Rey mismo quien tiene la mayor culpa… Si el Rey ha de encontrar servidores de España, de la nación, no ha de buscar, que le busquen a él, al Rey, que debe ser otro servidor de España y nada más…El Rey debe dejar de confundir el patriotismo con la lealtad a su persona. Lealtad que suele consistir en engañarle, en mentirle sobre la realidad, en no llevarle la contraria aunque esté equivocado y equivocándose… y luego dicen que el Rey está solo ¡más sola está España!… y de que España esté sola, acaso no le cabe a él, sí, al Rey, la culpa… ¿No ha sido él, el que ha querido estar solo?».

Y el 11 de septiembre se celebró el juicio, a puerta cerrada. El fiscal pedía 8 años de cárcel y 500 pts de multa por cada artículo (ante las graves injurias, versión oficial, contra el Rey y la Familia Real). Cuatro días más tarde se conoció la sentencia: El Tribunal concede lo que pedía la Fiscalía por los dos primeros artículos y absolución para el tercero. O sea, 16 años de cárcel y 1000 pts de multa (al valor de hoy unos 35.000 E.)… ¡¡ Ah, pero el mismo Tribunal que le condena ya le concede el Indulto!! (legalmente por un Decreto del año anterior que se ajustaba al «caso Unamuno»)… Sin embargo, Don Miguel no aceptó el indulto y recurrió ante el Supremo («No me arrepiento de nada de lo que escribí y amplío lo que dije: el Rey y su Madre, la Regente ex-Regente, actuaron anticonstitucionalmente apoyando a Austria durante la Gran Guerra. Siento decirlo, pero lo digo: el Rey se ha suicidado… Ha llegado la hora de estar con el Rey o contra el Rey») A él nadie le iba a intimidar ni a coartarle en su libertad. Además, y según el Juez Picatoste, «Unamuno conocía la ley y la personalidad del Rey… y sabía que al Monarca le convenía indultarle, para presentarse ante el pueblo como un hombre piadoso y benevolente». A pesar de ello el Supremo ratificó la sentencia condenatoria. Pero, Don Miguel no fue a la cárcel, porque…

Y, naturalmente, estalló el escándalo…y casi, casi una rebelión popular, pues se produjeron manifestaciones a favor de Unamuno en todas las capitales españolas y, promovida por el eminente doctor D. Luis Simarro, una campaña de adhesión a la que se sumaron todos los Ateneos de España, la mayoría de las Universidades, los Círculos Mercantiles, catedráticos, médicos, profesores, escritores (desde sus amigos «Azorín», los Machados, Valle-Inclán, Maeztu, Baroja, Benavente a los más jóvenes, Lorca, Alberti, Cernuda, Aleixandre y una lista interminable) y políticos, Maura, Azaña, Lerroux, Alcalá Zamora, García Prieto, Besteiro, Pablo Iglesias, Alba, Sánchez Guerra… y tantos y tantos, que el Palacio Real se echó a temblar y el Rey se dio cuenta que «Unamuno es mucho Unamuno», como le comentó al monárquico Conde de Romanones…y no sólo dio carpetazo a la condena sino que acabó invitándole para una «charla amistosa», charla que mantuvieron unos meses después (el 6 de abril de 1922)… y de la que, según su propia confesión, salió más desilusionado que nunca de D. Alfonso XIII. (“He ido por patriotismo y para exponerle al Monarca la verdadera realidad del Reino, que desconoce porque sus lacayos se la ocultan y él reside en otra dimensión entregado a sus vicios favoritos”).

Sí, Unamuno era mucho Unamuno…y el Rey era ya menos Rey. (Al año siguiente le entregó el Poder al Dictador Primo de Rivera)

A veces no puedo romper la leyenda que han tejido alrededor de mí. Estoy encapuchado, indefenso en ella, y mis historiadores contarán mi vida como el mundo la ha visto, no como la he vivido… Yo he sido yo, yo soy yo… un iluso, un soñador, pero sé que seré también el que quieran otros que sea…y ese, ese, también seré yo. El que mi Dios quiso que fuese. Así nací, así viví y así moriré”.

Por la transcripción

Julio Merino

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Aliena

Bueno pero entonces, ¿Franco le quitó la cátedra ( también ) a Unamuno o no? Porque Juan Eslava Galán tiene escrito el relato archipropagado, describiendo a Millán Astray como un ser deforme de cuerpo y alma, y «después» mete un trozo de una carta en la que Unamuno dice: «Esa gente me ha quitado mi cátedra», y como Eslava Galán no especifica, parece que habla del bando nacional/sublevado/alzado/franquista, como usted guste.

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