Tendríamos que analizar qué esta sucediendo dentro del Estado y de sus instituciones en España. Podríamos extender nuestra comprensión a hechos de análogo contenido pero que suceden en otros estados en nuestro entorno europeo.
El problema no se limita a una simple cuestión teórica (como, v.g., detectar la naturaleza de los problemas actuales en el seno del Estado y del funcionamiento del sistema de los partidos políticos) sino también terminológico, es decir de utilizar determinadas categorías conceptuales con exquisita prudencia.
Pedro Sánchez. No se trata de una persona. El poder político no puede ser reducido a la anatomía de una persona y a sus aspiraciones de conciencia. El poder tiene su propio cuerpo, su materialidad singular. Es justamente lo contrario de lo que se piensa: el poder se expresa a través de una persona, siendo indiferente a la condición de esa persona (que, en el futuro, podría llegar a ser la de un algoritmo). El objeto del poder, hay que decirlo, es completamente indiferente al sujeto.
Sea Sánchez, Macron, Scholtz, Meloni … nunca se trata de un ejercicio unipersonal de la política porque siempre responde a una serie de exigencias, requisitos y condicionantes que van más allá de la pericia o la anatomía del líder.
No podemos recaer en esa especie de nuevo ‘culto a personalidad’ porque nos enfrentamos ante diferencias sustanciales: esos líderes menores son personajillos coyunturales producto de enésima categoría del dictado abominable del régimen electoral (Stalin fue un cargo vitalicio) y los medios de difusión para ser idolatrados ya no son solo mediáticos (la radio, la TV o la prensa). ¿Necesitamos, como en 1956 en la URSS, un nuevo 20º Congreso del PCUS para desacreditar ese culto a la personalidad?
Por tanto, todas las actividades de Sánchez deben entenderse siempre y en todo caso al margen del personaje físico que encarna la presidencia del Consejo de Ministros en España. Otra cosa es que el personaje nos caiga mejor o peor. Hay que insistir de nuevo y las veces que sean necesarias: ni los políticos ni la política forman parte de los límites del orden ético o estético. Puede el líder ser feo y repugnante, con un corazón cuajado de maldad, y ejecutar exactamente lo mismo sin arredrarse.
Sánchez no actúa, pues, como un narciso ante un espejo sino ante los poderes que lo asedian, aquellos que buscan neutralizar su política (que es la de su partido, en primer lugar, pero también la de quienes lo apoyan). En cualquier caso, cierto, Sánchez ha inaugurado una forma singular e inédita de ejercer la política de indudable éxito y resulta curioso que no exista todavía ningún líder en la oposición que pueda estar a su altura en cuanto a capacidad política para mantenerse en el poder (¿tiene Sánchez algún misterio?).
Por tanto, fenómenos políticos como la amnistía, el cupo catalán, la reducción de condenas a etarras, la política feminista, la política sobre la vivienda, la imposición tributaria o no a las eléctricas, etcétera, no son actos personales sino ‘hechos políticos’: procesos de síntesis, resultado de transacciones en situaciones políticas extremas y complejas que surgen de las mismas entrañas de las estrategias de los grupos políticos en competencia (el hegemónico y de quienes aspiran a sustituirlo). En ese sentido, Sánchez constituye el epítome del modo que en funciona el sistema de los partidos políticos. No se representa en el quehacer político a sí mismo.
Estamos asistiendo en occidente a una situación novedosa, a una situación de modificaciones considerables del Estado en nuestras sociedades analógicas. El Estado en occidente es el resultado de una serie de conflictos preexistentes al Estado y que constituye su medio natural:
–Una crisis geopolítica derivada del fin de la globalización y del impacto de las nuevas tecnologías en los procesos de producción (económicos y humanos); la incidencia de los BRICs con respecto al dominio del dólar o de las elecciones en USA (entre Trump y Harris) etcétera, que expresa una tensión derivada de la desigualdad que implica ajustes radicales y enfrentamientos estratégicos y extremos.
–Una crisis política generalizada derivada del deterioro irreversible de las instituciones de la democracia política y la función de los partidos políticos en el conjunto de la esfera de las instancias económicas, administrativas, legislativas, etcétera del Estado. No es una crisis provisional sino estructural. La prioridad de la instancia política sobre el resto de las instancias estatales y exteriores al Estado, representa el vórtice que provoca las nuevas polarizaciones y el múltiple registro de conflictos y de choques incesantes entre los distintos protagonistas.
-Y una crisis del Estado, con nuevos requerimientos, cuya forma actual ya no se corresponde plenamente con las necesidades de las diferentes fases del capitalismo, ya sea su fase competitiva (Estado liberal), su fase pre monopolista (Estado intervencionista) o su fase monopolista (Estado autoritario).
Estamos en un momento de disfuncionalidad que rompe bruscamente con los mecanismos que facilitaban los equilibrios naturales del Estado y de las poblaciones y de los espacios que son su competencia propia. Lo que nos pone sobre aviso respecto de una idealidad en el discurso político que debemos eliminar: el Estado no es fuente de un funcionamiento armonioso y que se autorregula internamente. Pero también debemos de huir, por falsa, de la imagen contraria: la de un Estado que devora las ‘libertades formales’ y que impone su criterio autoritario y que fomenta todas las variedades de formas de dependencia.
En ambos casos, imagen positiva y optimista (el Estado neutro) como en la imagen contraria de una Estado negativo y opresivo, no se delimita correctamente la razón última de ser del Estado: tal vez producir ‘su orden’ mediante el saqueo tributario de las poblaciones y de sus recursos.
Pero también ambas perspectivas son incapaces de comprender la mutabilidad de las formas del Estado, es decir que el Estado no es uno y único, definido definitivamente, un ente cerrado al que no afecta los conflictos generados en su seno y los externos. Dinámica contra estática. El Estado está siempre inserto en un proceso de transformación que cristaliza provisionalmente según la naturaleza e intensidad de los conflictos que constituye su centro (entre los bloques dominantes) o su periferia (nacional o mundial)
Basta, por el momento, hacer unas pocas apreciaciones sobre los problemas del Estado en su forma actual para entender tanto la crisis política como su crisis como Estado:
–Determinada forma de democracia política y representativa parece superada bajo el actual proceso de digitalización, tal y como éste se presenta y reproduce hoy.
–El Estado, sea cual sea su forma, está hecho de manera que puede reabsorber cualquier crisis política (incluso aquella que pueda suponer la extinción de los mecanismos de dirección política, es decir la eliminación de los partidos políticos).
Por tanto, resulta imposible pretender modificar el Estado mediante la exterminación del sistema de los partidos políticos puesto que, sin duda, será sustituido por otro sistema político que asuma la responsabilidad ejecutiva y la legislativa. Se produce un vértice político (mediante el juego de los partidos) que asegure la lealtad al Estado como estructura dinámica y compleja.
–Las modificaciones actuales del Estado suponen la existencia y el papel prevalente de un sistema de partidos políticos dominante (una férrea unidad de contenido expresado en dos formas básicas alternativas), lo que se constituye como poder del Estado por excelencia: la prioridad de la política sobre el resto de las funciones del Estado (económicas, administrativas, militares, judiciales, legislativas, de prestación de servicios públicos, etcétera).
En definitiva, no podemos imputar a Sánchez (a su partido y a sus apoyos) todo el autoritarismo que destila el sistema de partidos políticos y que vehicula el Estado. No es una cuestión nimia, sino que afecta a la misma subsistencia de todo el espectro de partidos porque actúan como un bloque, como un sistema único … circunstancia que puede devenir en mortal: al precipitar la paulatina pérdida de dualidad en el sistema.
Pedro Sánchez. Tenemos que considerar el contexto en el que ese personaje aparece y la forma de afrontar los conflictos derivados al no disponer de una mayoría suficiente que respalde su política que recae, fundamentalmente, y no olvidemos, en mantenerse en el ejecutivo de la nación con alianzas diversas, aunque puedan implicar acuerdos políticos excesivos o maquiavélicos (¿qué puede ser excesivo en un proyecto político vacío y carente de fines?).
Es indiferente el impacto que provoca: que se socaven parte de los dispositivos, que se cuestionen los fundamentos de instituciones y que se alteren los principios del ordenamiento jurídico del Estado. Siempre han cambiado. Esta supuesta anormalidad se convertirá, en poco tiempo, en la normalidad política por excelencia en una Europa burocrática y sin fines.
Esta situación de crisis, política y del Estado, es la resultante de una situación permanente provocada por la interrelación caníbal entre los partidos políticos en España (que actúan como las mantis religiosas hembras que devoran al macho mientras copulan) y de la indudable decrepitud del sistema de representación.
Pero, claro, esa intervención, en la forma y modo en que se produce, no puede llevarse a cabo sin un tal Pedro Sánchez … un monema en el lenguaje del poder (político).
José Sierra Pama
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No estoy completamente de acuerdo con el autor, ya que considero a Pedro Sanchez un narcisista, como lo más suave para definirlo, pero sí que reconozco que ese personaje tiene unas cualidades de supervivencia en el poder dignas de un gran estudio.
Aunque todos los partidos políticos y sus componentes en la gran mayoría son iguales y creo que al final todos los gobiernos están manipulados por otros, que muchos conocemos, pero que pocos los mencionan y a mi pesar el mayor problema de este país es la ignorancia, la incredulidad y el egoísmo.
Si extraemos a Sanchez de la ecuación el resultado cambiaría sin duda. No quiero decir que se resuelva pero habría un resquicio más en la cueva para que entrara la luz de la esperanza. Los votantes son seducidos por personas no por ideas