22/11/2024 18:05
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Esta España actual, cateta y mediocre en su mayoría, engendrada por el PSOE -con la aquiescencia de sus cómplices-, donde la amnesia es un refugio útil para encubrir cualquier vileza o renuncia, es una sociedad de posmodernos y progres, buenistas y correctos, educada en el paraíso de la irrealidad; una masa carente de principios, ebria de consumo, indiferencia cívica y cinismo. España, hoy, no es un país, sino el negocio particular de la casta política parida por la Transición, y de sus amos globalistas. 

Ni la monarquía, ni la jerarquía católica, ni los intelectuales y educadores, ni los periodistas, ni los jueces, ni los militares han sido capaces de oponerse a este conflicto injusto, a esta degradación social en la que dichas instituciones al completo han renegado de su responsabilidad, dimitiendo de lo que debería esperarse, tal vez sin fundamento, de ellas, ante una casta política miserable y un ejecutivo a juego. 

Y así nos encontramos en una época confusa, amenazante y ruinosa en la que hacemos secreta ostentación de algo que se parece a la tristeza y que no es ella y que tampoco es el hastío ni la hartura, sino una acumulación de nada que crece y nos enreda y se entromete en nosotros devorándonos a paso lento. Carestía, suicidios, asesinatos, violaciones, divorcios, okupaciones, virus, urgencias médicas, balaceras… Ese es el horizonte que nos saluda cada amanecer. 

Mas no pedimos ayuda, a nadie invocamos, porque el letargo nos supera y preferimos existir en la irrealidad. «No puedo hacer nada», esa es la música, mientras el óxido de la corrosión nos va atacando hasta sumirnos en una fatiga que nos deja sin origen y sin biografía, porque, ignorantes de nosotros mismos, nos hundimos en la decrepitud. Y apestamos. 

En esta época se echan en falta voces con autoridad, que cada mañana sepan vengarnos de la insidia, del hastío, de la monotonía, de la abulia, de la partidocracia, de la adoración al dinero y de la sonrisa rentable. En estos tiempos de corrupción echamos de menos la autoridad moral de algunos para detectar y denunciar la podredumbre, para diagnosticar las taras del cuerpo social, sin que dicha autoridad quede cuestionada por sus propios comportamientos. 

Echamos de menos la lucha contra el oportunismo de los que carecieron y carecen de lucidez mental y determinación moral para alertar a la opinión pública y movilizarla contra las decisiones injustas del poder, de los que abandonaron ideas humanistas y cristianas para poder acercarse a la clase gubernamental y medrar junto a ella. Y no hay diferencia entre torpeza mental y medro personal, porque la ineptitud en política se corresponde muy a menudo con bribonería moral. 

Sufrimos confusión y desesperanza a causa de la contradicción que supone la vida real y la vida artificial pergeñada por las agendas plutocráticas. La contradicción que supone no nutrirnos de la experiencia y de lo natural, sino de la especulación intelectual impostada. Aún se le permite a una minoría -la de la «caverna mediática» y la del intelectual genuino- percibir el mundo, a la vez y con diferente ángulo, tanto lo general y abstracto como lo singular y concreto. Pero no os confiéis, porque también estos privilegiados serán abducidos o exterminados, pues no ha de sobrevivir ninguna otra lucidez que la de los patronos y sus siervos. Una lucidez de gusanos. 

Los pocos que apoyan la causa de los que pierden, los comprometidos con las víctimas olvidadas, los que creen en sus propias ideas y las defienden con honestidad y valor, saben que es soberanamente iluso -más aún con débiles fuerzas- ejercer de reformador a gritos, de moralista, en estos tiempos y tal vez en cualquier tiempo, porque la inmensa mayoría se tapa las orejas para no oír lo que no les conviene. 

Pero, aunque traten de convencerlos de que ya no hay islas desiertas ni refugios de eremitas; aunque Dios esté muy desprestigiado y las utopías humanistas se hayan picado para hacer hamburguesas; aunque insistan en que lo mejor es que desaparezcan con la cabeza gacha y en silencio, los indisciplinados, aun desde su escaso poder, no abandonarán la lucha voluntariamente. 

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Esta minoría renuente -conspiranoicos, negacionistas, jeremíacos, fachas, franquistas, etc., según la sucia e insidiosa boca de los invertidos, minadores, instalados y genuflexos-, que nunca han dudado de que un grupo pequeño de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo, seguirán tratando de generar una conciencia social favorable a la dignidad humana y a los derechos de la persona. Comenzando por el derecho a vivir; un vivir con valores aristocráticos, religiosidad y libre albedrío.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.