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Después de que el Rey Felipe VI no se levantara de su asiento al paso de la espada de Simón Bolívar durante la ceremonia de investidura como presidente del Gobierno de Colombia de Gustavo Petro, un batallón constituido por lo más florido del comunismo y separatismo patrio, arropado por el cobarde e interesado silencio socialista, iniciaron una nueva campaña de acoso y derribo de la monarquía parlamentaria respaldada mayoritariamente por los españoles como forma de Estado en el referéndum constitucional de 1978, demostrando así, una vez más, que cualquier pretexto les es válido para socavar los cimientos de la nación española. Para ello, en una impúdica exhibición de hispanofobia, el reactivado Frente Popular no ha dudado en recurrir a la evocación de la leyenda negra española, mostrando, de esta forma, una visión de la historia sectaria, maniquea y engañosa, la cual, a la postre, condiciona su discurso político.
Si bien es cierto que no hay mayor desprecio que no hacer aprecio, también es verdad que el saber no ocupa lugar, por lo que, optando por la vía del conocimiento para contextualizar el desprecio, intentaremos poner de manifiesto algunas de las principales falsedades que han dado lugar a la leyenda negra española, esto es, a un relato distorsionado de la Historia de España, principalmente basado en la manipulación tendenciosa de los hechos, la interpretación tergiversadora de las gestas y la exaltación interesada de los fracasos.
Fue la escritora Emilia Pardo Bazán, en una conferencia en París allá por 1899, la primera persona en utilizar la expresión “leyenda negra” para referirse a esa imagen de España, nacida allende nuestras fronteras, que “falsea nuestro carácter, ignora nuestra psicología y reemplaza nuestra historia con una novela (…) que no merece ni los honores del análisis”. También el escritor Vicente Blasco Ibáñez, en sendas conferencias impartidas en 1909 en Buenos Aires, salió en defensa de España, señalando que la leyenda negra española había surgido “como consecuencia de opiniones falsas vertidas en varios siglos de propaganda antipatriótica”. Sin embargo, la mayor defensa de la nación española en aquella época fue la realizada por Julián Juderías en su obra “La leyenda negra: estructura del concepto de España en el extranjero” (1917); en esta obra el historiador madrileño, poniendo los puntos sobre las íes, da cuenta de la leyenda negra española como el resultado de “los relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las explicaciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte y las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado sobre España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad”.
A la construcción de esta leyenda negra ha contribuido notablemente la hispanofobia derivada de las connotaciones imperialistas que desde los Reyes Católicos acompañan a la nación española, ya que, como señala la filóloga María Elvira Roca Barea en su monumental obra “Imperofobia y leyenda negra” (2016), a la hora de interpretar la historia es frecuente que haya de base una particular fobia hacia los imperios debido a su carácter conquistador y globalizante, consistiendo este temeroso rechazo en “una clase de prejuicio racista hacia arriba, idéntico en esencia al racismo hacia abajo, pero mucho mejor disimulado, porque va acompañado de un cortejo intelectual que maquilla su verdadera naturaleza y justifica su pretensión de verdad”. En este sentido, resulta obvio que la ausencia de prejuicios es condición sine qua non para todo historiador que pretenda aportar a su narración la necesaria dosis de objetividad y veracidad, algo que en relación a España no se ha dado con la frecuencia deseable, particularmente por parte de los historiadores de izquierdas. Así, la leyenda negra española, como acertadamente señala Pío Moa en su obra “Qué es España” (2019), nos dibuja una nación con un pasado “opresivo, oscurantista y criminal”, todo lo cual solo puede ser considerado como “una descalificación general, en sí misma enfermiza”.
Remontándonos a sus orígenes parece haber un consenso generalizado en cuanto a que la leyenda negra española comenzó a fraguarse, allá por el siglo XVI, en los Países Bajos, en el contexto de una guerra de religiones en el seno del cristianismo, que enfrentó a católicos contra protestantes, extendiéndose su influjo rápidamente a Inglaterra y posteriormente a Francia. El cisma cristiano se produjo a raíz de la “Carta de Protesta” firmada por seis príncipes luteranos y los dirigentes de 14 ciudades libres alemanas en respuesta a la “II Dieta de Spira”, promulgada en 1529 por Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano Germano, con el apoyo de la jerarquía católica. En dicho edicto se anulaban todas y cada una de las medidas incluidas en la “Reforma religiosa” liderada por Martín Lutero, Juan Calvino y Ulrico Zunglio, lo cual puso en pie de guerra a sus seguidores, los cuales no eran pocos debido al rechazo que causaba en la población el excesivo poder y la desmesurada riqueza del alto clero.
No obstante, en realidad la disputa religiosa era solo uno de los aspectos de un conflicto poliédrico, del que también formaban parte las motivaciones políticas y las ambiciones económicas. De hecho las tensiones religiosas provocaron la llamada “Guerra de los 30 años” (1618-1648), en la que se enfrentaron una coalición protestante contraria a la Casa de Habsburgo (formada principalmente por los Países Bajos, Bohemia, Inglaterra, Escocia, Francia, Suecia, Dinamarca, el Ducado de Saboya, y la República de Venecia) contra una coalición católica alineada con los Austrias (constituida fundamentalmente por el Sacro Imperio Romano Germánico, Baviera, España, Portugal, los Estados Pontificios, la República de Génova, el Gran Ducado de Toscana, el Ducado de Lorena, el Franco Condado de Borgoña y Hungría). Esta guerra concluyó con la llamada “Paz de Westfalia”, la cual, concretada en los Tratados de Osnabrück y Münster, marcó el futuro de Europa, al dar lugar al surgimiento de un nuevo orden basado en el concepto de soberanía nacional y en el principio de integridad territorial. De esta forma la concepción feudalista quedó definitivamente arrumbada, para dar paso al nacimiento y consolidación de los Estados-Nación como estructura vertebradora del continente europeo.
En el ámbito religioso el protestantismo salió enormemente fortalecido de la guerra al desaparecer las trabas para su expansión, mientras que el catolicismo vio como su hegemonía en Europa quedaba enormemente mermada al permitirse que cada nación eligiera libremente su propia religión oficial. De esta forma, la Universitas Christiana, esto es, un continente europeo unido por el cristianismo, pasó a ser tan solo un sueño del Emperador Carlos V.
En el ámbito político los Países Bajos y Francia fueron los grandes beneficiados del tratado de paz, mientras que España fue la gran derrotada, como queda patente en el reconocimiento de iure de la independencia de Holanda y la pérdida del “Camino Español”, una ruta terrestre, creada por Felipe II, que unía España con Flandes, permitiendo la circulación de tropas y dinero. Todo ello, evidentemente, se tradujo en una importante pérdida de poder e influencia de España en Europa.
Al socaire del nuevo orden político pergeñado en Westfalia, la leyenda negra española fue creciendo y tomando cuerpo, hasta asentarse definitivamente en el imaginario colectivo europeo. Sin embargo, como señala Voltaire, uno de los principales intelectuales que participó en el desarrollo de la Ilustración, “Los españoles tuvieron una clara superioridad sobre los demás pueblos: su lengua se hablaba en París, en Viena, en Milán, en Turín; sus modas, sus formas de pensar y de escribir subyugaron a las inteligencias italianas, y desde Carlos V hasta el comienzo del reinado de Felipe III España tuvo una consideración de la que carecían los demás pueblos”.
En definitiva, después de todo lo expuesto, cabe afirmar que la leyenda negra española, nacida como fruto del rencor y la envidia que España había provocado en Europa debido a su expansión territorial, su poderío militar y económico y su preponderancia cultural, no es otra cosa que un retrato caricaturesco, burdo y difamatorio que, al magnificar los inevitables errores y obviar los indudables logros, de ninguna manera refleja la verdadera historia de un Imperio como el español con una orientación fundamentalmente civilizadora.
Autor
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Rafael García Alonso.
Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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