19/09/2024 16:54

Las ideas, como las personas, van configurando una imagen pública, que es la que llega a la mayoría de la gente; esta imagen, en algunos casos, termina por suplir a la realidad. Hay personas y personajes a los que catalogamos y juzgamos de forma casi automática porque tenemos su imagen tópica guardada en nuestra memoria.

A la palabra Escolástica es frecuente asociar las ideas de rigidez, frialdad, alejamiento de la realidad, estrecho academicismo. Imaginamos al pensador escolástico recluido en su celda, escribiendo un pesado mamotreto en latín, que pocos van a leer y comprender, sobre un tema abstruso y abstracto. Escolástico, como medieval, como antiguo son palabras que tiene mala fama. Como las hay con buena: inclusivo, sostenible, igualitario.

Sin embargo, si nos acercamos, aunque sea someramente, al fenómeno histórico e intelectual de la Escolástica, comprobaremos que el tópico no corresponde con la realidad y -lo que es más relevante- que es mucho y bueno lo que tenemos que aprender de ella.

Comencemos por intentar una definición desde el punto de vista histórico. Rafael Gambra (Historia sencilla de la Filosofía, Madrid, Rialp, 1972, p. 116) distingue dos grandes épocas en la historia de pensamiento cristiano anterior al Renacimiento: la Patrística y la Escolástica; ésta la sitúa entre los siglos IX y XV.

Johannes Hirschberger, en un sentido amplio, piensa que “por escolástica se entiende, en sentido estricto, aquella especulación filosófico-teológica que se cultivó y desarrolló en las escuelas del propio Medievo, es decir, desde Carlomagno hasta el renacimiento, tal como ha quedado consignada, sobre todo en la literatura de Sumas y Quaestiones” (Historia de la Filosofía, Barcelona, Herder, 1977, p. 328).

Como todos los fenómenos históricos, sus límites no están determinados exactamente.

Desde el punto de vista conceptual, que es el que más nos interesa, destaco en ella varios rasgos.

Como su nombre indica, la Escolástica tiene un origen escolar. Surge en las escuelas de catedrales y conventos, más tarde las universidades. Sus textos, incluso los más teóricos, parecen pensados para la actividad docente y están siempre marcados por esta impronta. La Escolástica supone “un método rigurosamente escolar, racional-conceptual” (Hirschberger, loc. cit.). De ahí vienen sus limitaciones, pero también sus virtudes.

La primera característica es el ORDEN. Desarrolla un tema -que previamente ha sido delimitado con bastante exactitud- contemplando en él los distintos aspectos posibles y las distintas partes que se incluyen en cada aspecto. Procede con orden, paso a paso, teniendo en cuenta las posibilidades, respondiendo a las diversas objeciones y llegando a una conclusión clara y bien definida. Responde a una visión del mundo como cosmos, no como caos, un mundo en el que los seres se sitúan en una jerarquía, cuya cúspide es Dios. Esta es una idea que recorre toda la obra de santo Tomás, que se refiere con frecuencia a la jerarquía en los seres, en los hombres, en la virtudes, en los pecados. Practicando lo que expone, su obra misma es un ejemplo de orden, equilibrio y armonía.

Otra característica es la que llamo REALISMO, aún sabiendo que esta palabra conlleva innúmeras ambigüedades e interpretaciones. La realidad existe. El Ser es la suprema realidad en la visión aristotélico-tomista; los demás son entes cuyo carácter real es participación del primero. La Verdad es su inequívoca correspondencia con la Razón: adequatio rei et intellectus.

La verdad no tiene carácter histórico ni subjetivo. El Nominalismo y, luego, el racionalismo cartesiano, el Empirismo y gran parte de las corrientes del pensamiento moderno, cambian este concepto de verdad, por no hablar del pensamiento contemporáneo, en el que la idea de verdad supone un atrevimiento, una caída en el dogmatismo más cerrado.

Otro aspecto que es indicativo de una actitud interior es el DIALOGAL O DIALÉCTICO (no uso esta palabra en el sentido hegeliano de síntesis de contrarios). La verdad es una, pero los hombres pueden percibirla y expresarla de diferentes formas. Ahora bien, esto no supone caer en el hoyo del subjetivismo. Quien percibe la verdad de forma incorrecta está equivocado y debe ser iluminado por el que sí la conoce. Hay en los textos escolásticos un diálogo con las posibles objeciones que puedan hacerse a las cuestiones. No se usa un estilo asertivo y dogmático (que correspondería, en todo caso, al Magisterio, el Anathema sit de los cánones de Trento), sino aportando argumentos y razones. Ese, precisamente, es el esqueleto de método tomista en sus Sumas y en sus Cuestiones disputadas: cuestiones, objeciones y contestación a las objeciones que deriva en conclusiones. El que se considera el primer gran autor escolástico, san Anselmo de Canterbury, en su obra Proslogion, se dirige a Gaunilo, que aporta argumentos contrarios a su demostración de la existencia de Dios (véase Julián Marías, San Anselmo y el insensato, 1944).

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En conclusión, el estilo escolástico de pensar no es, porque ésta no existe, la panacea universal para realizar con eficacia el trabajo intelectual pero si un modelo del que tenemos que aprender algunas lecciones. Como todo lo humano, tiene sus luces y sus sombras, pero, en todo caso, no se merece esa mala fama.

Publicado en marchandoreligion.es/

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Tomás Salas
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