21/11/2024 13:01

España se ha convertido con el paso de los últimos cuarenta años en un erial, en un pozo de corrupción, en un apestoso lodazal de corruptelas infinitas. Por ahí fuera no están bien, sin duda, pero España se lleva la palma y a las pruebas me remito.

Nuestras hemerotecas están repletas, desbordantes, de nombres que encarnan por derecho propio esa corrupción. La lista de ellos y de sus fechorías no tiene fin, por lo que voy a nombrar sólo algunos: Roldán, Urdangarín, Jaume Matas, Bárcenas, tito Berni… y actualmente Koldo, Begoña Gómez, David Sánchez, Barrabés o el rector de la UCM Joaquín Goyaneche.

Pero cuando se les nombra nos olvidamos de los verdaderos corruptos que a mi juicio son los que pudiendo evitar la corrupción, no lo hicieron; fuera por afinidad ideológica, por intereses creados o por pura cobardía. Son, además, los que permanecen, los que nunca se ven afectados, los que no pagan su culpa, que la tienen, vaya si la tienen y para mí más que los que se llevan los titulares.

¿Qué quiénes son? Los que ocupan los escalones subordinados a los citados, especialmente en el ámbito funcionarial de cualquiera de las tres administraciones que sufrimos: la gubernamental, autonómica o municipal, y de cualquiera de sus diversos colectivos sin excluir ninguno, como también los empleados de las empresas privadas implicadas.

Tres ejemplos. Ahora sabemos que el infame Fiscal General actual dio orden de filtrar los datos personales del enésimo novio de Ayuso, y sus subordinados obedecieron aún sabiendo que era ilegal. El rector de la UCM dio una cátedra a la indocumentada Begoña Gómez, sí, pero para dársela la administración de la universidad gestionó la documentación pertinente que no se sostenía, al tiempo que el cuadro docente que ahora se muestra tan indignado asintió con su silencio cómplice porque todos lo sabían. Lo del “músico” David Sánchez lo mismo, porque en Badajoz todos sabían que no iba a trabajar, etcétera, y todos miraron para otro lado. Podría poner miles de ejemplos más, tantos como casos de corrupción ha habido y me temo que habrá, pero basta con los citados que son botón de muestra y sistemático modelo de por qué la corrupción nos anega.

Y es que el corruptor, es decir, quien encabeza la red de corrupción, nunca es omnipotente. El corruptor depende de sus subordinados, de los escalones burocráticos normalmente públicos, pero también privados, que forman la estructura administrativo-burocrática que ejecuta lo pretendido u ordenado por el corruptor. Sin esa “trama”, sin esa cadena de subordinados, el corruptor nada podría, nada puede, nada podrá jamás. Si los subordinados, comenzando por los más cercanos en el organigrama al corruptor, cuando reciben una orden o mera insinuación ilegal, inconstitucional o delictiva (y para saberlo no hace falta ser jurista, que nadie se engañe o excuse) se negaran y además amenazaran con denunciar, la corrupción no existiría o sería ínfima. Porque ahí está la clave. Ahí está la primera línea del combate contra la corrupción y, además, la más eficaz. Ahí se terminaría el corruptor, antes siquiera de que comenzara a serlo.

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Y no me vengan con lo de siempre: “tenemos las manos atadas”, “no puedo hacer nada”, “tengo que cumplir órdenes”, porque no es verdad, porque tampoco existe en ningún colectivo, ni en el más jerarquizado, por ejemplo, la Iglesia, la obediencia absoluta, que sólo y todos debemos nada más que Dios; de Él abajo la obediencia tiene siempre el límite de lo ilegal, lo inconstitucional o delictivo como consta en toda la legislación.

¿Las consecuencias de esa negativa? Claro, muy posiblemente sean negativas, pero, primero, hay que cumplir con el deber y responsabilidad que se ha asumido además voluntariamente y por lo cual se cobra de los impuestos de todos, y, segundo, ya se verá quién se lleva el gato al agua, si el corruptor o quien se niega a ser su cómplice. Luego, cuando estalla el escándalo, vemos cómo entre compinches no hay lealtad y cada cual busca su propia… reducción de pena.

La corrupción que nos ahoga se debe más, a mi entender, a que los escalones subordinados se han corrompido más que los corruptores, esos que ostentan los titulares. Si desde hace décadas aquéllos se hubieran negado a las corruptelas de éstos, otro gallo nos cantaría. Por eso, mientras dichos subordinados no cambien de actitud poco hay que hacer, por no decir que nada.

Autor

Francisco Bendala Ayuso
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Angela Feminia

Paco hay un dicho que dice pon al español donde haya.

No hay que fiarse ni de uno mismo.

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