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La destitución del Coronel Pérez de los Cobos ha alterado profundamente a mucha gente, entendiendo que se ha producido por la negativa del Coronel a facilitar información de una investigación en curso, en cuyo secreto había insistido la juez encargada del caso.

Se habla -no diré que sin razón- de intromisión política en la labor judicial; de otro ataque -uno más-, a la separación de poderes cuyo óbito -no lo olvidemos- certificó hace décadas don Alfonso Guerra. Se habla de que esta destitución no ha sentado bien en el Cuerpo (véase el comunicado de la Asociación Pro Guardia Civil en El Correo de España), y de que no es más que una persecución política por no plegarse a las órdenes, contrarias a la Ley, del Ministro Grande-Marlaska.

También se comentan las explicaciones del citado Ministro en rueda de prensa, tildándolas de incomprensibles; pero ahí tengo que decir que las declaraciones de don Fernando han sido totalmente transparentes y absolutamente claras. Dijo el señor Grande-Marlaska, según El País, que no es periódico sospechoso para el actual Gobierno: la destitución está enmarcada en “una política razonable, normal, de constitución de un nuevo equipo” que busca dar un “nuevo impulso” al cuerpo en el “marco de una dirección de confianza”.

La clave está en el último entrecomillado de El País: “…una dirección de confianza”. Y el truco está en entender lo que significa entre líneas: no se trata de tener un «equipo» que cumpla la Ley a rajatabla; no se trata de tener una dirección operativa que aplique rigurosamente las normas; no se trata de incrementar la eficacia, no. Se trata de que el «equipo» sea «de confianza». Pero no «de confianza» en cuanto a trayectoria profesional irreprochable, a capacidad de trabajo, a inteligencia y saber hacer, no; se trata de que sea de confianza para el Ministro.

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Nada extraño, me dirán; cualquier Ministro se rodea de gentes de su confianza; de gentes de las que pueda pensar, razonablemente, que no le van a traicionar; de gentes que no le engañen, que no le mientan, que no le lleven por caminos equivocados y que sepan de qué trata su cometido. Por lo tanto, sería perfectamente comprensible que el señor Grande-Marlaska eligiera a gente de su confianza para las Secretarías de Estado que son cargos políticos; incluso para algunas Direcciones Generales, que pueden ser declaradas de especial relevancia para saltarse la norma de que los Directores Generales deben ser, por regla general, funcionarios.

El problema es que el cargo del Coronel Pérez de los Cobos estaba muy lejos -en el organigrama- de esos puestos que el Ministro puede reclamar como «de confianza» para poner en ellos a quien le satisfaga políticamente o personalmente.

Esto quizá se entienda mejor si nos referimos a otro nombramiento del que el diario Las Provincias, daba cuenta el 25 marzo 2020: Marlaska ficha para la DGT al exdiputado de Podemos Juan Antonio Delgado.

Este señor Delgado, según la información referida, es guardia civil y fue diputado de Podemos.

Pensarán ustedes que quizá el hecho de ser guardia civil le faculta como asesor de la Dirección General de Tráfico. El problema viene cuando el citado periódico indica que -además de haber sido portavoz de la Asociación Unificada de Guardias Civiles (AUGC)- su carrera profesional como guardia civil estuvo ligada a unidades de seguridad ciudadana. Es decir: el señor Delgado no ha tenido relación profesional con la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, no ha estado nunca sobre una moto de la ATGC, no ha estado horas dentro de un vehículo de atestados de la Guarda Civil de Tráfico, no ha estado noches interminables en controles de alcoholemia, ni ha pasado por la Academia de la Especialidad de Tráfico; ni, en suma, tiene mayor conocimiento que cualquier otra persona sobre cuestiones relacionadas con la circulación, ni tiene mayor formación sobre los temas legales que afectan a ese asunto que cualquier persona que tenga permiso de conducir.

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Los bien pensantes, los cándidos, los inocentes, pensarán que, simplemente, se quedó sin ser elegido diputado y había que darle un carguito; es decir: había que enchufarle en la Administración. Pero parece que lo que el señor Grande-Marlaska quiere es tener “una dirección de confianza”. En suma, poner a sus esbirros, políticamente de confianza aunque carezcan de méritos académicos y profesionales, en los puestos adecuados para asesorar, orientar y vigilar.

Nada nuevo. Esto ya lo hizo el Partido Comunista en la Guerra, copiando al padrecito Stalin. Les llamaron Comisarios Políticos.

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Rafael C. Estremera