03/12/2024 18:25
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¿Qué adjetivo aplicar a tantos que dicen querer cambiar ahora, en el tiempo de descuento, lo que no estuvieron dispuestos a cambiar durante el transcurso del partido?

¡Hay que echar a Sánchez! ¡Hay que echar a Sánchez! Vale, de acuerdo, ¿y luego? ¿Para qué queremos echar a Sánchez? ¿Para poner a Feijóo, el sosia de Rajoy? No, señores. Aquí no sólo sobra Sánchez, el PSOE y su recua frentepopulista, lo que aquí sobra es el régimen del 78 al completo, incluido sobre todo el PP. Porque si no se extirpa la raíz, la planta venenosa volverá a crecer, a viciar, a asfixiar y a matar.

La verdadera realidad de la calle, que muchos no quieren ver, es la que muestra este ejemplo: Al día siguiente de ser investido Pedro Sánchez por su cortejo de babazas y por sus amos globalistas y separatistas, me paró por la calle un vecino de derechas, también descontento por la actual situación política, para decirme con ironía: «¿Has visto? Ha vuelto a salir de presidente tu amigo». Tras un extenso comentario al respecto, en el que estuvo de acuerdo con todos mis razonamientos, yo, deduciendo por su actitud que es votante del PP, le apunté: «Es inútil, a pesar de la terrible experiencia que España está padeciendo, el pueblo sigue sin enterarse de la mayor. Si mañana hubiera nuevas elecciones, toda esta gente que dice estar cabreada con el tirano volvería a elegirlo, o a votar al PP». «¿Y a quién vas a votar, si no?», me respondió, con la sorpresa de aquél a quien se le cuestiona una decisión de la que está absolutamente persuadido.

Esta es la dura realidad, esta es la radiografía del pueblo que está pidiendo a gritos una urgente cirugía cultural; esta es la realidad sociológica que los partidos ajenos a la casta aún no quieren o no saben ver, halagando sin cesar al pueblo viciado e insensato, en vez de pedirle cuentas por su desafección cívica. Porque, hoy, a pesar de la gravísima situación que atraviesa la patria y a pesar de la experiencia de cuarenta y cinco años de corrupción partidocrática, aún hay muchos que se sienten atados a la secta o confusos o presos de la ignorancia, como aquel perro a quien pusieron de nombre Sal, y que cuando le decían: «Entra, Sal», no sabía qué hacer.

Las afectadas e inicuas carcajadas de Pedro Sánchez, en el debate de su investidura, dirigidas a Feijóo con el vituperable propósito de humillarlo, nos sirven para subrayar tres aspectos: primero, el barriobajero y vil nivel parlamentario que ha sembrado y regado el pueblo español durante más de cuatro décadas mediante sus votos; segundo, el ridículo -ético y estético- de la jactancia, máxime cuando la ejerce un bulto de carne corrupto y traidor al ser humano y a su patria; y tercero, la babosa naturaleza del PP y de la mayoría de sus integrantes, que a pesar de los incontables desprecios sufridos por la voluntad de los socialcomunistas, aún siguen siendo sus sacos de boxeo, sus bardajes, ofreciéndoles la mano y el final de la espalda, incapaces de esconder el áspid de su venganza entre las flores para saltarles de una vez por todas al cuello, como han tenido ocasión, y hacerles desaparecer para siempre. Pero ¿ qué sería este huérfano moral, este miserable y acólito PP, sin un miserable PSOE, el compinche matón que le guía por la senda democrática?

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Hace ya muchos años que el separatismo de los españoles periféricos ha mostrado su verdadera faz, que no tiene nada de ideológico ni de virtuoso, sino de criminal y corrupto. Y en ese rostro asoma el populismo y la hispanofobia incendiaria, el resentimiento social de tantos fracasados moral y socialmente que han encontrado en la causa antiespañola su última oportunidad de aparentar ser alguien.

La iniquidad sociopolítica y la ausencia ética de la casta partidocrática separatista, con su recua de candidatos y cómplices no se cansa de predicar el odio ni de pedir prebendas, a sabiendas de lo fácil que resulta negociar con un Gobierno central tan corrupto como ellos y tan ajeno, así mismo, al interés de España y de la ciudadanía.

Ese principio básico conforme al cual el valor de los sufragios ciudadanos es idéntico para todos, fue menoscabado en origen a favor del selecto voto de los electores de ciertas regiones patrias. La tan cacareada democracia nació, pues, con esta dañina arbitrariedad. Si esta acción, que es inconstitucional en cuanto niega la igualdad de los españoles ante la ley, no se hubiera perpetrado ya en el origen, los recuentos electorales hubieran dado una representación proporcional pura, y la presencia parlamentaria de los partidos separatistas habría sido exactamente la que se ajusta a su número de electores: paupérrima.

Es decir, la privilegiada posición de estos partidos a la hora de condicionar los Gobiernos centrales, tan ilegal e inexplicable y, sobre todo, tan nociva, no existiría. España no se vería sometida por la voluntad sediciosa de una minoría. Pero con la cifra de bonificación establecida, cualquier relación entre los integrantes del parlamento y el electorado español es una incoherencia o, mejor aún, un desatino jurídico y una llamada a la sedición.

El ejercicio de las armas como garante de la independencia de una nación es algo que no se puede despreciar, porque es cimiento de la grandeza, garantía del honor y estímulo de todos los sentimientos altos y nobles. Por todo ello, quienes se consagren a él deben realizar su profesión con dedicación responsable y digna, y sentir un amor absoluto por su patria. Cuando los guerreros están dotados de genuino espíritu militar, no cabe la vergonzosa inercia ni la carencia de ardor y brío a la hora de salvaguardar la soberanía del pueblo y la libertad y unidad de la patria.

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Una pregunta para respuesta de los innumerables tertulianos y expertos de la cosa: ¿Para qué quiere una nación un Ejército, una Justicia, una Corona, si, ante los atropellos de los delincuentes, estas instituciones no-pueden-hacer-nada contra el que delinque? ¿Para qué se quieren unas normas constitucionales si no se puede hacer nada contra el que las rompe e incumple? ¿Por qué nos llamamos civilizados y democráticos si vivimos bajo la ley de la selva?

En fin, llegados ya a la última vuelta del camino, considerando lo visto hasta ahora, es decir, los permanentes incumplimientos de todas las instituciones y de sus responsables; contemplando cómo todos los protagonistas culpables de la destrucción conculcan descaradamente las normas fundamentales de la convivencia sociopolítica, la pregunta crucial es: ¿ cómo puede ser independiente y libre una nación cuyo jefe de Estado, es decir, cuya autoridad suprema, y cuyas FF.AA y policiales, en la hora más crítica de dicha nación, se vuelven contra el pueblo que les paga, o se paralizan o desaparecen, sometiéndose, mudas, al delito institucional y conformándose con ser «irresponsables», o esbirros o mandrias o alevosos, mientras esperan que la Uropa de Soros y de sus mercaderes políticos les vengan a sacar las castañas del fuego o a dictarles los pasos que deben dar sus jefaturas?

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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