22/11/2024 13:33
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“En el tema de la lengua castellana o española siguen dominando los catalanes y todo se doblega ante su voluntad. Puede decirse que la política española tiene hoy un eje catalán y que solo en aquellas cuestiones que no interesan fundamentalmente a Cataluña se expresa con libertad el criterio de la Cámara”

Por la transcripción Julio Merino.

 

 

“Qué país, Señor, qué país!… la vida humana ya no merece respeto, la justica se condiciona a la política, la autoridad toma partido por un grupo, los transeúntes se juzgan por su vestidura y se cruzan miradas de desafío, el odio se expande y se infiltra como un gas en toda la vida española” (Wenceslao Fernández Flores)

Seguimos hoy, como aprendizaje para jóvenes periodistas, placer de lectura y «antídoto» de sanchistas subvencionados, la publicación de unas cuantas de las ACOTACIONES DE UN OYENTE que el gran Wenceslao Fernández Flores (el inmortal del «Bosque animado») hizo famosas en ABC entre 1931 y 1933…y que el «agitpro» comunista tiene escondidas en la nevera de la libertad (en la de Stalin, claro).

        Así que no se las pierdan, si quieren saber cómo fueron aquellas Cortes Constituyentes de la II República, hombre sí, la legal, la legítima, la constitucional, la de los derechos humanos, que se cargaron los golpistas asesinos del 18 de julio del 36.

Biografía

Hijo de Antonio Luis Fernández Lago y de Florentina Flórez Núñez, nació en una casa de la calle coruñesa de Torreiro, y manifestó desde pequeño vocación por la medicina, aunque la muerte de su padre cuando tenía quince años le obligó a dejar los estudios y trabajar como periodista. Empezó en el diario coruñés La Mañana y posteriormente colaboró en El Heraldo de Galicia, Diario de La Coruña y Tierra Gallega. A los diecisiete años dirigió el semanario La Defensa de Betanzos, publicación que se declaraba enemiga del capitalismo feroz y a favor de los agraristas; un año más tarde y con tan sólo dieciocho años dirigió durante año y medio el Diario Ferrolano, aunque tuvo que falsear su fecha de nacimiento, pues legalmente no podía hacerlo con menos de veintitrés. Después pasó a dirigir El Noroeste de La Coruña. En 1913 fue a Madrid como empleado en la Dirección General de Aduanas, pero abandonó ese cargo para trabajar en El Imparcial y poco después, en 1914, en ABC, donde empezó a publicar sus «Acotaciones de un oyente», una serie de crónicas parlamentarias que le hicieron muy famoso, y que luego reunirá en Crónicas parlamentarias (1914-1936). También escribió en El Liberal y La Tribuna. Desde Madrid continúa manteniendo relaciones con el diario La Mañana y con la prensa gallega.

 

Su opinión sobre el Madrid rojo

Sobre el Madrid de aquella época escribió posteriormente por boca de uno de sus personajes:

¡Qué país, Señor, qué país! Entonces, ¿qué cabe hacer en él? La vida humana ya no merece el menor respeto, la justicia se condiciona a la política, la autoridad toma partido por un grupo, los transeúntes se juzgan por sus vestiduras y se cruzan miradas de desafío, el odio se expande y se infiltra como un gas en toda la vida española; se incendian iglesias frente a la cara de ese burgués cobarde que tiembla en el Ministerio de la Gobernación y que adula a las turbas mientras acaso piensa en su propio dinero amenazado.

CLAUDIO SÁNCHEZ ALBORNOZ 

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 23 octubre 1931.  

Siguen dominando los catalanes y todo se doblega ante su voluntad. Puede decirse que la política española tiene hoy un eje catalán y que sólo en aquellas cuestiones que no interesan fundamentalmente a Cataluña se expresa con libertad el criterio de la Cámara. Resulta curioso, en estas condiciones, oír hablar de la hegemonía castellana y del imperialismo de la meseta, cuando la verdad es que el libre albedrío del Congreso está hipotecado en favor precisamente de la región que se cree avasallada.

En el artículo 48, que se discutió ayer, el Estado entrega la enseñanza a las regiones. Todas las argucias que disimulen esta realidad son inútiles. Las regiones autónomas pueden organizar la enseñanza en sus lenguas respectivas; se estudiará el castellano como una asignatura más, según frase exacta de don Miguel de Unamuno, y en todos los Centros de instrucción de primero y segundo grados (nada se dice de las Universidades, que quedan casi totalmente referidas a la lengua regional) se empleará también el castellano. El Estado puede —¡amable concesión!— mantener o crear en todas partes instituciones docentes de cualquier grado.

 

Sr. Sánchez Albornoz.

La inmensa mayoría de la Cámara (con exclusión de los socialistas, que es el grupo que viene revelando más patriotismo y mejor sentido político) encuentra encantadora esta solución. Y, en cambio, vota en contra de la enmienda firmada por capacidades como Unamuno, Sánchez Román y Nóvoa Santos, que restituía la cuestión a sus verdaderos términos: esto es, que conservaba la función docente para el Estado en la lengua oficial, que es la de mayor difusión, y reservaba a las regiones el derecho de mantener o crear instituciones de enseñanza. Ha parecido mucho dar al Estado lo que no se quiso regatear a la región.

Ayer hemos visto patinar al Sr. Sánchez Albornoz para hacer concesiones que seguramente están en pugna con sus verdaderos sentimientos de hombre talentoso y culto. Hemos oído la voz aguardentosa de Guerra del Río cuando lanzaba a ras del suelo sus ideas de vuelo corto para afirmar, primero, que votarían lo contrario que los socialistas; después, que apoyarían aquello que fuese más próximo a sus ideas (¿pero no era Lerroux el españolista que se paseaba por las Ramblas con la bandera amarilla y roja en la cinta del sombrero?), y, por último, que obedecerían lo que el Gobierno mandase, con un ministerialismo de rebaño incompatible con la misma composición del Gobierno y con la gravedad de los asuntos que se discuten. Hemos presenciado la violencia con que Azaña quiso reducir a don Miguel Maura, violencia de coronel gotoso que no tolera la contradicción; réplica malhumorada, en la que se perdió todo el sentido de la elegancia y se habló chabacanamente de pifias, y se recordó que Maura está solo en el Parlamento, como si al leer hoy sus opiniones el pueblo español no hubiese de tener a su lado más pareceres que los que pueda merecer el criterio de Azaña. Hemos saboreado el conocido gusto de todos los tópicos en la intervención de don Eduardo Ortega y Gasset, uno de los que teme que le digan que “no comprende” el problema catalán, y que unió en un breve discurso todos los lugares comunes más divulgados que circulan acerca de esta cuestión.

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Pero, como hizo constar en sus afortunadísimas palabras el Sr. Sánchez Román, nadie contestó con argumentos a los argumentos. Citas pedantes, frases aduladoras, vulgaridades ecoicas. ¿Razones? Nadie las adujo en respuesta a las de Unamuno, a las de Maura, a las de Sánchez Román.

La de ayer ha sido una de las peores tardes del Parlamento de la República.

Los catalanes tienen un pilar más en el que asentar sus intenciones. Seguros del triunfo, deseosos de no comprometerlo, después de haber sembrado por los pasillos la amenaza de su retirada, se han abstenido de intervenir con algo más que con movimientos de cabeza. Sin duda poseen una superioridad política sobre los otros, y, por otra parte, con esa visión detallada de los asuntos, con ese don de organizar que les caracteriza, cuidan los pormenores hasta un punto que hace dificilísimo el fracaso.

¿Cómo pudo ser aprobado el artículo 48? A primera vista parece imposible que los diputados constituyentes no hayan comprendido la esencialidad que para el Estado tiene la cuestión de la enseñanza, y, en efecto, hubo algunos momentos, antes de la sesión de ayer, en los que parecía haberse decidido una transformación importante en el texto del dictamen. Sin embargo, nada podía ocurrir, porque el único peligro serio lo habían eludido los catalanes con una sagacidad extraordinaria.

Contaremos cómo. Muy pocas personas lo saben.

El martes de la semana pasada los diputados catalanes pensaron trasladarse a Madrid desde Barcelona, y, como hacen siempre —a costa de considerables dispendios para el presupuesto de la Cámara—, solicitaron plazas en el avión. Pero eran tantos los diputados que deseaban realizar el viaje, que no había sitio para todos en el único aparato disponible, y la Compañía hizo salir otro de Madrid, para estar apercibido al transporte de los representantes de Cataluña.

El billete tomado, los aviones en espera, alguien cayó de pronto en la temeridad que se intentaba.

¡Era martes, martes y trece el día en que se proponían venir volando a Madrid! ¡Martes y trece!

Podían matarse, y entonces que el diablo se llevase al artículo 48. Podían ser derrotados en el Congreso. ¡Alto! ¡Prudencia!

Y tomaron el tren. Ni uno solo vino en el aeroplano. La Cámara tendrá que pagar, sin embargo, de sus fondos, cuatro mil pesetas por el envío del avión supletorio.

La noticia es rigurosamente cierta, y nadie la rectificará. Ahora comprenderán ustedes que a unos señores que hilan tan delgado nada puede resistirles ni es posible que algo les salga mal.

 

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