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“La ideología de género afirma que en materia sexual no hay nada natural. Proclama que todo aquello a lo que históricamente hemos asociado con la idea de sexo es una construcción teórica y cultural cambiante y cambiable. No hay mujeres ni hombres. Hay orientaciones afectivo-sexuales reconfigurables a voluntad de cada individuo.[i]

Existen autores que ponen las raíces de la ideología de género en el movimiento feminista. Otra corriente opina que raramente un movimiento que niega la existencia de la mujer, como es la ideología de género, pueda tener su origen en una corriente cuyos objetivos se encuentran en defender, precisamente, a la mujer.

Veamos:

El primer movimiento feminista surge como consecuencia de la Revolución francesa. Este tenía cómo meta la igualdad ante la ley de las mujeres y de los hombres. Objetivo totalmente coherente y conseguido ya, en los países occidentales.

Hubo una segunda ola del movimiento feminista, conocido como “movimiento sufragista”, que tiene su origen en los Estados Unidos de América, y cuyo fin era la obtención del derecho al voto por parte de las mujeres. Movimiento que se extendió por toda Europa. Hoy día, dicho objetivo está, de igual forma, conseguido en los países occidentales.

Lograda la igualdad legal de la mujer con respecto al hombre surge, en el último tercio del siglo XX, un grupo de escritoras americanas que, tras las huellas de Simone de Beauvoir, con su “la mujer no nace, se hace” dicen que no basta con la igualdad legal, puesto que la sociedad patriarcal impregna a la totalidad de sus estructuras de hábitos, formas y maneras de dominio machista.

Comienza en este momento la lucha contra la sociedad patriarcal y su consustancial, según este movimiento, afán por el poder. También en este instante sale a flote la palabra “género” que Joan Scott definió como las construcciones sociales elaboradas en cada momento para organizar la división sexual. Incluye la fijación de roles y de valores transmitidos por una sociedad, que son asimilados de forma inconsciente por sus miembros”.

Hemos de tener en cuenta que  los hábitos, formas y maneras sociales (que impregnan de dominio machista las estructuras sociales, según afirmaban estas escritoras) se apoyan muchos en lo que es la naturaleza humana. Obedece a la naturaleza humana que el hombre corteje a la mujer, al igual que en el resto de los mamíferos el macho corteja a la hembra. (Conjunto de rituales dirigidos a posibilitar que la hembra elija al macho más capaz). Obedece a la naturaleza el hecho de que la mujer dé a luz. Es  natural, igualmente, que la hembra amamante a la cría. Es cierto que estos aspectos naturales pueden estar matizados por las características propias de cada uno de los momentos históricos y culturales; asi podemos observar diferencias en el cortejo que protagonizado por Cyrano de Bergerac en soledad y silencio, con el que acostumbra a realizar don Juan Tenorio, a excepción de su último y rendido amor hacia doña Inés. Son diferentes los cortejos de Argantonio con sus novecientas esposas, al de Amiel descrito por Marañón, el cual, siendo totalmente viríl, tan solo disfrutó de amores una vez en su vida. Son distintos los modos, maneras y roles en cada contexto. Son diferentes los géneros, las construcciones sociales elaboradas en cada momento para organizar la división sexual, como decía Joan Scoot. Pero habremos de admitir que son realidades distintas estas construcciones sociales “géneros”, que los sexos a los cuales mediante estas construcciones sociales se pretende organizar. Así, en amplias zonas cántabras españolas, durante siglos, mientras el hombre navegaba en pos de la ballena, la mujer administraba el hogar, cuidaba de prados y ganados, además de educar a la prole; en otras zonas, también españolas, la mujer quedaba recluida, siendo su única función el cuidado del hogar y la educación de los hijos. En las primeras, como es lógico, surgió una cultura matriarcal; mientras en el resto, se afincaba una cultura de características patriarcales.

La diferencia de atuendos, de modos y maneras en lo que respecta a los roles, a las exigencias sociales (géneros según la terminología de Joan Scoot), a costumbres y tradiciones en lo que respecta a la relación amorosa, de pareja y matrimonial queda documentado en las mejores pinacotecas del mundo.

Es obvio que al tratar de dilucidar que hábitos, formas y maneras sociales eran de origen socio-cultural y cuáles obedecían a imperativos naturales, habría de llevar  al movimiento feminista a una primera fricción brusca con la Naturaleza y, por supuesto, a la escisión en dos corrientes diferenciadas del mismo.

Por un lado estaban las mujeres que reconocían la egregia trascendencia de su papel femenino en la reproducción, y querían dedicarse a criar a sus hijos; aun trabajando por una dignificación de la identidad femenina, las cuales fueron vilipendiadas por el grupo antagónico siendo tachadas de traidoras al feminismo, lo que hizo que muchas de ellas se apartaran del movimiento, dejando   expedito el camino a las más radicales, entre las cuales se encontraban mujeres como Elizabeth Badinter, que defendía que el instinto maternal había aparecido en el siglo XIX, siendo este una creación machista y que la maternidad consistía en una nueva forma de esclavitud, impuesta a las mujeres por la “familia patriarcal”, institución, según las pertenecientes a esta corriente, nefasta para las mujeres. Es aquí cuando este grupo confluye con distintas y diferentes corrientes homosexuales, cuyas prácticas habían sido tradicionalmente calificadas de “contranatura”. De este modo surge la guerra contra la Naturaleza, negando la existencia de la misma. Así nace la contrasexualidad. De este modo se forja la ideología de género.

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En el primer manifiesto de la contrasexsualidad se puede leer: “Los hombres y las mujeres son construcciones del sistema heterosexual de producción y reproducción que autoriza el sometimiento de las mujeres como fuerza de trabajo sexual y como medio de reproducción. La contrasexualidad apunta a sustituir ese contrato social que denominamos Naturaleza por un contrato contrasexual. En ese contrato los cuerpos no se reconocerán como hombres y como mujeres sino que serán reconocidos como cuerpos hablantes”.

Parece ser que los conocimientos que hasta el momento presente nos brinda la ciencia contradicen lo preconizado por la ideología contrasexual. Los hombres y las mujeres son dos realidades distintas y diferenciadas, aunque totalmente complementarias. Dos realidades distintas en su estructura ósea; dos realidades diferentes en la capa adiposa que cubre las respectivas superficies corporales; dos seres distintos en sus respectivas masas musculares; dos entidades con genitales diferenciados. Dos cuerpos cuya masa celular posee diferente núcleo cromosómico en cada una de las células que lo componen; dos seres vivos diferenciados por los dispositivos hormonales regulados, asímismo, por la hipófisis. Dos seres humanos con diferencias cerebrales, aunque mínimas y de escaso relieve. Dicen algunos biólogos que mientras el cuerpo de la mujer está hecho para la maternidad, el cuerpo del hombre está hecho para defender la maternidad. (Defender a la mujer y a la prole). Respecto a las diferencias de carácter psicológico basta repasar cualquier manual de psicología diferencial para llevar a término una adecuada enumeración de las distintas características del psiquismo de los hombres y del psiquismo de las mujeres.

Es evidente que ya en su manifiesto primero el movimiento contrasexual nos muestra ciertos errores de bulto:

  1. a) Identificar la Naturaleza con un mítico e inexistente contrato social llevado a término por los seres humanos, mediante el cual quedaron establecidas las diferencias sexuales en la especie. De este modo niega la Naturaleza, cuando es la Naturaleza gracias a la cual, no solamente el hombre y la mujer existen, sino que, en función de la Naturaleza, el ser humano, puede ser mujer o puede ser hombre. Es más, la propìa homosexualidad, confirma este hecho, puesto que para que un ser humano tenga esta característica homosexual es imprescindible que pueda ser definido e identificado, previamente, como ser humano hombre o como ser humano mujer.
  2. b) La reproducción sexual no es ningún resultado aleatorio de un pacto ancestral de los seres humanos, sino que, por el contrario, es el proceso por el cual, los seres vivos que de este modo nos reproducimos, no seamos, generación tras generación, un poco más gilipollas, pues “…la reproducción sexual implica que dos individuos tengan que aparearse para formar un nuevo ser; si tanto plantas como animales han adoptado por abrumadora mayoría este sistema, más complicado que la reproducción asexual, es porque la fusión del patrimonio genético de ambos individuos mejora el resultado final.

     Vamos a decirlo de otra forma: si un ser progenitor comienza a dividir su cuerpo o una parte del mismo para dar nuevos seres descendientes, estos serán genéticamente idénticos a su progenitor, es decir “clones”; y sin intervención de otros genes “refrescantes”, las sucesivas mutaciones que produce el azar lo irán deteriorando”. [ii]

  1. c) El situar la existencia de los hombres y la existencia de las mujeres fuera de la Naturaleza y dejar su origen en manos de lo social, es rechazar la Naturaleza y como consecuencia, situarse al margen de la realidad y navegar en los ámbitos de la ficción, pues como decía Einstein, “todo trabajo científico se basa en una doble suposición inicial: la primera que el mundo existe objetivamente y no es una ilusión debida a nuestra voluntad o imaginación; la segunda, que ese mundo es cognoscible porque no es absurdo. Y no es absurdo, precisamente, porque no admite contradicción.”

Es tal el empeño de los ideólogos del género de mostrarnos, sin diferenciación sexual natural e identitaria, a hombres y mujeres que, buscando, buscando, han logrado encontrar un punto anatómico en el cual, hombres y mujeres somos, según ellos, iguales: el ano. Y así nos lo hacen saber en su manifiesto

 “El ano es el espacio erógeno a potenciar. Es el espacio neutro para todos los cuerpos hablantes presentando tres características:

1º.- El ano es el centro erógeno universal de los cuerpos hablantes encontrándose más allá de los límites anatómicos impuestos por la diferenciación sexual.

2º.-El ano es una zona de pasividad privilegiada. Es un centro de excitación y placer no incorporada a los puntos anatómicos placenteros.

3º.-El trabajo del ano no apunta a la reproducción, ni al nexo romántico”.

No es la primera vez que se hace una apología del ano. Una de las apologías del ano de la cual la literatura conserva memoria, es la realizada por el insigne poeta español del siglo XVII don Francisco de Quevedo y Villegas.

El simpar literato español en su obra “Gracias y desgracias del ojo del culo” escrita, por lo que parece en torno a 1628, compara al ano (ojo del culo) con los ojos de la cara, y tras poéticas y sarcásticas reflexiones el ilustre literato toma partido por el ojo del culo pues, “podemos  vivir sin los ojos de la cara, pero -se pregunta en sus líricos razonamientos- ¿podemos vivir sin el ojo del culo?

Profundiza el poeta en sus líterarios discernimientos arguyendo contra los ojos de la cara, y dando su favor en toda circunstancia al ojo del culo.

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      Es cierto que don Francisco de Quevedo toma parte por el ojo del culo, en detrimento de los ojos de la cara, en su composición en torno a los ojos de los que el ser humano está dotado. Pero no se le ocurrió, a don Francisco, pretender llevar esta preferencia a las estructuras jurídicas, para que estas recogieran en su articulado el deber de aceptar que el ojo del culo fuese el encargado de las tareas de percepción de colores y formas, mientras que los ojos de la cara debieran asumir el trabajo de descongestión intestinal.

    No. Nunca, pretendió el poeta que, durante el periodo escolar, los seres humanos hubieran de elegir -debidamente tutorizados- si habrían de defecar por los ojos de la cara o, por el contrario, por el ojo del culo.

    Jamás sugirió el literato, que las formas lingüísticas debieran ajustarse a la función que, previa y libérrimamente, cada individuo hubiera asignado a sus faciales ojos, o al ojo que vigila la trasera retaguardia. A eso nunca llegó don Francisco de Quevedo y Villegas.

    Si la chanza respecto a la elección del ano con respecto a los ojos, en los versos de Quevedo, se justifíca por el fin burlesco que de ellos mismos se desprende. Nos parece muy comprometido, científicamente hablando, la artificiosa potenciación de una determinada zona cutanea del cuerpo humano en favor de otros epidérmicos sectores. Parece ser que los contrasexualistas nos impelen a centrar nuestros energías sexuales en un único sector corporeo y sus correspondientes  terminales nerviosas: el ano. Llevando a término una injusta marginación del resto de las zonas corporales y sus respectivas subcutaneas nerviaciones, que en tantas ocasiones, las pobres, han venido reclamando con vehemente y anhelante zozobra, nuestra amorosa atención.

    Nos parece coherente que se inutilice una pierna que no funciona. Incluso que se la ampute. Lo que no entendemos es que se preconice someter a la postergación, relegándolos al olvido, a miembros que, más o menos, han venido funcionando con suficientes y positivos rendimientos. Es muy duro firmar el cese en su puesto de trabajo a alguien que con tanta fidelidad cumplio las tareas a las que éste le obligaba. Y, ¡que diantres! ¿por que esa dichosa manía de metamorfosear a las mujeres y a los hombres en cuerpos hablantes?…¿Y que futuro les brindan a los que del habla se sienten desposeidos?…¿A simples y geométricos poliedros?…¿o quizas es verdad aquello de que “a dueña  muda, deseos fácenla parlera?”

    Porque lo que si es cierto es que en los días que nos ha tocado vivir, los políticos prometen a las gentes que sus deseos serán los que definan el propio sexo. Esta promesa es remitir al ciudadano a la mentalidad mágico-infantil. Es situarles en diálogo con el “genio de la lámpara maravillosa”. Es lo mismo que sí, a quién escribe estas líneas, le prometieran que, con solo sus deseos, podrá cambiar sus renqueantes piernas de viejo y decrépito jubilado, por las de Eliud Kipchoge, actual campeón mundial de maratón. ¡Ya quisiera yo que eso fuera posible… ! Pero, hoy por hoy, parece ser que no lo es.

    A un ser humano, un político le podrá prometer que tras someterse a una intervención quirúrgica habrá cambiado de sexo. A un ser humano, un político le podrá asegurar que sometiéndose a un tratamiento médico de hormonación podrá dejar de ser hombre o mujer para convertirse en mujer u hombre.  A un ser humano, un político le podrá facilitar cambiar sus datos en el registro civil tal y como sus deseos le dicten. A un ser humano, un político le podra decir que ya no es “o”, ni tampoco es “a”, que ahora es “e”. Lo que nunca le dirá un político a ese ser humano es que al llevar a cabo un proceso de transgénero, ingresa automáticamente en el segmento de población con mayores y más intensas inclinaciones al suicidio.[iii]

    Pero lo que si es indudable es que cuando, transcurridos siglos, un antropólogo o un arqueólogo descubra uno de los huesos, ya mohoso y olvidado, de ese ser humano, sabrá distinguir perfectamente, con criterios estrictamente científicos, si ese hueso perteneció a un hombre o, por el contrario, perteneció a una mujer.

[i]   Benigno Paz. Foro de Familia y Vida. Lima. Perú

[ii] Miguel del Pino Luengo. Catedrático de Ciencias y prestigioso divulgador científico. En artículo publicado en Libertad Digital el día 7 de febrero de 2020, bajo el título “Elección de sexo. ¿Qué dice la Biología?

[iii] Se recomienda encarecidamente, sobre todo a los jóvenes que hayan leído éste artículo, que consulten las páginas web que les mostrará google, tras solicitar información sobre del tema “transgenero y suicidio”.

Autor

Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez