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Quienes ahora somos mayores recordamos sin duda aquella propaganda política de socialismo es libertad que se lanzó en los años que siguieron a la Reforma política. Aquella traición no hubiera sido posible sin la cooperación de la Conferencia Episcopal y condujo, como se está viendo claramente, a poner a todas las instituciones y por supuesto también a la Iglesia al servicio de la política.

Proclamar que Socialismo es libertad es afirmar lo contrario de lo que es el socialismo. Porque si el socialismo es algo es precisamente sumisión. Y lo estamos viendo ahora con más claridad cuando se constata cómo el gobierno socialista y comunista acoge con benevolencia al Islam, término que, recordémoslo, significa precisamente sumisión.

Porque si algo definió a los cristianos desde los primeros siglos fue el que aunque aceptaron a los que ejercían el poder, lo hicieron sin someterse a ellos en lo que no era competencia de ese mismo poder político. Y dieron testimonio durante nada menos que tres siglos de persecuciones y martirios.

De todos modos la no sumisión al poder omnímodo del Estado no es algo inventado en la época cristiana sino que tuvo su origen en Grecia cuando Sócrates puso del revés el sistema de valores tradicionales de los griegos al sostener que por encima del código ético escrito en la ley del Estado, están los principios morales que la naturaleza ha impreso en el hombre el cual los descubre a través de los dictámenes de su conciencia. Y esta actitud interior influyó después en pensadores pertenecientes a distintas épocas, llegando a convertirse así en la esencia misma de las libertades de la sociedad Occidental. 

La gran mentira del momento actual es que el socialismo, advertido del origen de la resistencia legítima, echa mano ahora de una ética -esta vez impuesta por el Estado- con el propósito de someter al pueblo, volviéndose así intolerante con todos aquellos que como Sócrates no sólo es que se sienten libres ajustando su comportamiento a unos principios morales que descubren a través del dictamen de su conciencia, sino que se consideran asimismo legitimados para, en su caso, no someterse al poder estatal. Porque cuando es el Estado quien fija los principios morales del comportamiento, ya no hay ciudadanos, sino solamente súbditos de un poder que exige obediencia incluso cuando se trata de asuntos que no son de su competencia. Así es como se demuestra que socialismo es sumisión.

Pero veamos ahora lo que esta ética socialista –expresión muy usada ya por Felipe González- implica desde el punto de vista práctico. Un detenido análisis de la política económica desde la Transición hasta el segundo mandato de Zapatero nos dice que desde entonces el poder, tanto con el PSOE como con el PP, se ha apoyado en grandes empresarios, banqueros y en las élites económicas en general, fomentando inversiones financieras que en su mayor parte han derivado hacia actividades de tipo especulativo.

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Conviene pues dejar bien claro que ha existido y existe una tácita y no confesada cooperación PSOE-PP que va alternando los períodos de despilfarro socialista con los de ligera rectificación económica de los populares, ambos preocupados tan sólo por mantener la constante y nunca interrumpida labor que las élites financieras y los monopolios desarrollan en España con perjuicio del tejido productivo español que en su mayoría está formado por pequeñas y medianas empresas.

Y para perpetuarse en el poder, estos poderes dominantes entregan dinero a manos llenas a los medios de comunicación para que difundan informaciones erróneas que permitan el que la población, ya suficientemente trabajada por una educación secundaria y universitaria a cuyo deterioro han contribuido ellos mismos, les vote a ciegas sin percatarse de que están siendo expoliados en beneficio de esas mismas élites financieras y esos monopolios.

Y la deriva hacia la sumisión total no termina ahí sino que el socialismo, en su meta de lograr una sociedad sin clases, con una cooperación del PP que como ya se está viendo es manifiesta y claramente suicida, atropella las conciencias, impone un único modo de pensar y priva del derecho a expresar la propia opinión, tanto a los ciudadanos disidentes como a los propios diputados a los que somete a disciplina de voto. Por último y para colmo de males, también suprime las libertades políticas anulando las instituciones cuya existencia garantiza el control del ejercicio del poder. Con todo ello logra convertir a las Cortes en una cámara de los ecos que se limita al aplauso cerril al más puro estilo socialista, como en el caso del actual régimen chino. Socialismo no es libertad.

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REDACCIÓN