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Las puñetas, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, son el encaje o vuelillo de algunos puños. Y el caso es que los más conocidos detentadores de puñetas, los jueces, andan revueltos con el tema de la ausencia forzada del rey en el acto de entrega de despachos a los nuevos jueces que tuvo lugar en Barcelona.
Anda la política revuelta a cuenta de si Felipe VI ha incumplido su función de neutralidad al llamar al presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, para decirle que le habría gustado estar en dicho acto.
La ultraizquierda -esto es, los podemitas que el señor Sánchez utiliza como ariete de sus propios deseos- ha puesto el grito en las nubes -ellos no pueden hablar de cielo-, sacando como conclusión que el Rey actúa contra el Gobierno al quejarse de que le hayan impedido asistir.
Uno sabe que los actos políticos del Rey no son válidos sin el respaldo del Gobierno; que el Rey no gobierna, sino que simplemente refrenda -obligatoriamente- lo que el Gobierno dispone. Pero me parece algo exagerado llevar la cuestión del respaldo gubernamental a las llamadas telefónicas particulares.
Por otro lado, la ultraizquierda -como suele- no se entera de nada que quede fuera de sus clichés preestablecidos. Así, un tal Toni Valero -mandamás de Izquierda Hundida en Andalucía- ha afirmado que si Felipe VI quiere meterse en política, que se presente a las elecciones. Y para rematar Pablo Echenique ha comentado: El Rey (no le ha votado nadie)…
Esto significa que ambos individuos desconocen la Historia y retuercen la realidad según les conviene. Porque, efectivamente, Felipe VI no ha sido elegido en las urnas como Rey; pero, si nos ponemos así, tampoco lo ha sido Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno, sino como diputado por Madrid. Luego, en virtud de lo establecido en la Constitución, ha sido nombrado Presidente. Felipe VI no ha sido elegido como Rey en las urnas; pero, en virtud de lo establecido en la Constitución, había sido designado en su día como sucesor y posteriormente como Rey al quedar vacante la magistratura por dimisión de su padre.
Es más: la designación de Felipe VI como Rey -a través de los mecanismos legales establecidos- ha sido votada dos veces por los españoles: cuando se aprobó en referéndum -6 de julio de 1947- la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, y cuando se aprobó en referéndum la vigente Constitución.
Se que el argumento puede parecer rebuscado, pero eso no le quita validez cuando los rojoseparatistas -porque todo este sarao de las puñetas tiene en su origen la necesidad de Sánchez de complacer a los golpistas del separatismo catalán- recurren a tópicos irracionales negando la realidad.
Por otra parte -según mi modesta opinión- el único que se acerca ligeramente a la verdad es Alberto Garzón, que afirmaba: La posición de una monarquía hereditaria que maniobra contra el Gobierno democráticamente elegido, incumpliendo de ese modo la constitución que impone su neutralidad, mientras es aplaudida por la extrema derecha es sencillamente insostenible.
Dejando a un lado lo ya expuesto sobre la legalidad de la monarquía hereditaria y su neutralidad, es indudable que esto tiene ese cierto tufillo tan característico de borboneo. Un borboneo que Garzón no llega a captar, cegado por sus anteojeras de tópicos y estereotipos, pero que -como algo accesorio- indica al citar a la extrema derecha. Extrema derecha que para los rojoseparatistas son el PP Ciudadanos y VOX, porque no pueden admitir que a la derecha de los estalinistas haya nada.
Sin embargo, si creo que esa conversación, ladinamente filtrada, representa un intento de acercamiento del Rey a la derecha, sabedor de que es la única fuerza que aún le apoya, y que mucha gente verá en este gesto algo así como el ¿por qué no te callas? de su padre al gorila Chávez. Busca la simpatía de mucha gente que no se rige por razones, sino por impulsos, y que en el gesto verá un indicio de gallardía por lo demás inexistente.
También cabe dentro de lo posible que Felipe VI busque el apoyo de los que, desde fuera del Parlamento, representamos mucho más de lo que al final reconocen las urnas. Pero para eso llega tarde. Irremediablemente tarde.
El gesto que le podría haber ganado simpatías lo tendría que haber hecho cuando este mismo Gobierno asaltó la tumba del Generalísimo Franco.