21/11/2024 17:10
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Céntrica, muy próxima a la puerta del Sol de Madrid, entre la calle de Cuchilleros y la de Toledo, se encuentra la calle de los Tintoreros. Un letrero de losas cerámicas la identifica, representando ese viejo oficio ligado a la tinción de paños de lana, lino, seda, algodón u otros tejidos.

Enseguida nos viene a la mente el apodo de Jacopo Comin, el grandísimo pintor veneciano conocido como el Tintoretto literalmente “pequeño tintorero” porque su padre Giovanni Battista ejercía aquella profesión. Y reflexionamos sobre cómo, hasta hace bien poco, para este propósito, es decir, la tinción, durante siglos se recurrió a pigmentos naturales extraídos del reino animal, vegetal o mineral.

Algunos de estos pigmentos, debido a su rareza o a la dificultad para obtenerlos, fueron muy codiciados, y la posesión de objetos teñidos con determinados tonos se convirtió en símbolo de poder y riqueza. Los ropajes que exhibían el púrpura de Tiro[1] o el negro obtenido del palo de Campeche; los templos erigidos con el dorado mármol pentélico; las blancas esculturas de Carrara; las pinturas ejecutadas con azul de lapislázuli… más allá de la calidad de su factura y mérito artístico, de suyo tenían un alto precio por su misma composición, pues los materiales con los que fueron realizados les confería un valor objetivo.

En este sentido, una de las familias más importantes de la Florencia renacentista, los Rucellai, amasaron una enorme fortuna gracias al monopolio del comercio de uno de estos pigmentos naturales un raro liquen conocido como oricello o roccella[2] y su mismo nombre se deriva del apodo adquirido por su oficio: De Oricellai orchilleros el nombre evolucionó a Rucellai y, no en vano, el famoso Palacio Rucellai[3], levantado por el célebre arquitecto Leon Battista Alberti, fue fruto imperecedero de su inmensa riqueza.

A tenor del ejemplo citado, cabe apuntar que uno de los colores que tal vez siempre ha despertado más atención ha sido el rojo en cualquiera de sus tonalidades: bermellón, escarlata, carmín, púrpura, granate… Y es esta circunstancia sobre la que nos detendremos en el presente artículo.

Decíamos al principio que los pigmentos naturales eran extraídos del reino animal, vegetal o mineral. Y en los tres ámbitos hallaremos las fuentes de los distintos tonos de rojo: Tres tipos de moluscos gasterópodos o caracoles de mar como la cañaílla (Bolinus brandaris), el Murex trunculus y el Thais haemastoma son las materias primas de las que se extraía la ya mencionada púrpura de Tiro[4]; insectos como la cochinilla (Dactylopius coccus o Coccus cacti[5]) y el minúsculo Kermes (Kermes echinatus)[6] proporcionan una amplia gama de tonos carmesíes; y una planta, la Rubia tinctorum, es igualmente famosa por los tonos rojos que se obtienen de su raíz.

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Si pensamos en rojos de origen mineral, lo primero que nos viene a la cabeza son esos campos de terreno arcilloso, ricos en óxido de hierro, de los que se extrae un amplio abanico de “tierras rojas”, esenciales en la paleta del pintor. ¡Qué variedad de tonos rojizos presentan los “sienas tostados”!

Así mismo, no podemos olvidar el admirable a la vez que peligroso Cinabrio[7], del que se extraía el bermellón en la Antigüedad, ni tampoco el rojo de Cadmio[8].

Por otra parte, cabe reparar en el valor intrínseco de algunas “piedras” rojas como el coral, el rubí o el granate; minerales[9] preciosos exhibidos como joyas desde la antigüedad más remota. E, igualmente, debemos detenernos en otras “piedras”, quizá menos conocidas, aunque dignas de atención: Por un lado, el mármol rojo de Verona, extraído de las canteras de Lessinia, también llamado rojo ammonites debido a los fósiles de este cefalópodo prehistórico que a menudo se observan en su composición. Dicho mármol se puede ver, por ejemplo, en los magníficos suelos de las iglesias de San Salvatore y de Santa Maria della Salute, en Venecia, o en los ajedrezados soportales de las “Procuradurías novísimas”[10] de la misma plaza de San Marcos.

Por otro, no podemos dejar de mencionar el pórfido, del griego πορφύρα (porphyra), mineral durísimo empleado en sepulcros, cenotafios y mausoleos véase el sarcófago de Santa Elena[11], en Roma y otros monumentos conmemorativos por ejemplo, la escultura de los Cuatro Tetrarcas, en la ya citada Plaza de San Marcos. De hecho, durante el Imperio Romano, la cantera de la que se extraía, la Mons Porphyrites[12] era tan apreciada que poseía una ruta específica bien protegida, la Via Porphyrites, para asegurar el transporte de este singular material hacia la capital del imperio.

Y hasta aquí hemos llegado por hoy. Desde luego, un tema apasionante que, al recorrerlo, nos va abriendo puertas a otros campos igualmente interesantes. Pero no abusaremos de la paciencia del lector. Tan sólo, un último apunte, si se me permite, ahora que las vacaciones de verano van tocando a su fin: Si tienen la oportunidad y las circunstancias lo consienten, viajen a Italia. Allí reside la cuna de nuestra Cultura.

            

 

[1] El emperador vestía de este color con frecuencia y, por supuesto, en los actos solemnes. Los generales en la celebración de sus triunfos también vestían túnicas púrpuras (toga picta). Y, por su parte, los senadores y cónsules llevaban franjas de color púrpura en los bordes de sus togas (toga praetexta).

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[2] También conocida en español como Orchilla. Presente en las costas e islas del mar Mediterráneo y Canarias. De difícil extracción, pues a menudo crece en paredes verticales de piedra caliza en la costa.

[3] Junto al Palacio Medici Riccardi, de Michelozzo di Bartolomeo, ambos edificios sentaron el modelo de palacio renacentista italiano.

[4] Dichos moluscos contienen una glándula de la que se extrae el pigmento. Puede ser más o menos azulado.

[5] Cochinilla de los cactus. El término latino “coccinus” significa literalmente: “de color rojo”. Originaria de Nueva España (Méjico).

[6] Del sánscrito krmidsch, en persa qirmiz: “carmesí”. También conocido como “kermes vermilio”.

[7] Sulfuro de Mercurio. El más grande y antiguo yacimiento minero se encuentra en Almadén, Ciudad Real. Mencionado por Estrabón en su Geografía (siglo I a.C.) y por Plinio el Viejo en su Historia Natural (siglo I). Muy tóxico.

[8] Descubierto a principios del siglo XIX. Compuesto por Sulfuro de Cadmio y Seleniuro de Cadmio. El Cadmio es muy tóxico. A partir de él se obtiene una amplia gama que va desde el amarillo al rojo. El “amarillo Cadmio” está compuesto por Sulfuro de Cadmio y Sufuro de Zinc.

[9] El rubí y el granate no son estrictamente “minerales”, sino una combinación de ellos, recibiendo el nombre de rocas ígneas. Concretamente, son vidrios naturales de origen volcánico, como la obsidiana roja.

[10] “Procuratie novissime”, también conocida como Ala Napoleónica o Fábrica Nueva. Es uno de los tres edificios que delimitan la plaza de San Marcos. Específicamente, el menor y más alejado, frente a la basílica.

[11] Madre del emperador Constantino el Grande (272-337). El sarcófago se halla en los Museos Vaticanos.

[12] Situada en Egipto, frente al mar Rojo. Fue la cantera romana más importante de Egipto junto a la Mons Claudianus, de la que se extraía la granodiorita con la que se construyeron, por ejemplo, la villa de Adriano en Tívoli, o el palacio de Diocleciano en Spalato (Split, en la costa croata).

Autor

Santiago Prieto
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