21/11/2024 11:44
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Torres más altas han caído, dice la sabiduría popular. ¡Y qué verdad es!

Desde que España comenzó a colaborar en las guerras de la OTAN, avaladas por la ONU y calificadas de guerras “justas”, a fin de resolver problemas domésticos y hasta atávicos, no dejando espacio a los pueblos para decidir su futuro; con el añadido de no resolver nada, crear mayores problemas y salir por “patas”, a la orden de los funcionarios que deciden las guerras e imponen la paz. Puede que haya llegado el momento de eliminar el Ejército (Tierra, Mar y Aire) como estructura nacional. Sobre todo, porque Gibraltar no volverá al dominio de España ni Ceuta y Melilla serán siempre españolas. Mejor haríamos en trasvasar a la OTAN el Ejército, abonando a la organización militar una cierta cantidad económica, que siempre seria menor de lo que nos cuesta hoy mantener a las Fuerzas Armadas. De esta forma, ya no habría dividendo de contribución, sino contribución. Además de que ese Ejército sería mucho más efectivo por tener una única estructura y organización de mando.

    Aunque es verdad que se tuvieron que hacer reformas, y reformas profundas en el Ejército (Tierra, Mar y Aire), todos los que hicimos la “mili” en la década de los años setenta del siglo pasado lo sabemos de sobra, el Servicio Militar Obligatorio, “el pueblo en armas”, se liquidó sin mayores contemplaciones por parte de la jerarquía militar. Lo hizo una derecha claudicante, a cuya cabeza figuraba un personaje ridículo que se “escaqueó” de la mili, José M.ª Aznar, el mismo que vendió todo el tejido productivo e industrial de España al mejor postor, y diseñó nuestro progreso en el ladrillo y los servicios. Entrabamos en otro momento de la historia, en la época de la posverdad, que exigía desterrar lo viejo para conseguir un futuro idílico: la paz eterna, el abrazo con todos los pueblos de la tierra y la sujeción a una única cosmovisión del orden social… Si no, hermanos, todos debíamos ser cariñosos primos.

    Antes, las compañías de los campamentos de instrucción y las dependencias militares olían a testosterona. Se podía hablar libremente, sin cortapisas -a menos que estuviera delante el páter-, decir, por ejemplo, que se estaba hasta los “cojones” de esto o de aquello. Hoy, hasta el “ardor guerrero” es más fácil aliviarlo en algún apartado de cualquier cuartel.

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    Desde 1988, cuando se permitió a las mujeres entrar en el Ejército, las féminas han entrado en masa, hoy empujan: 1.688 oficiales femeninas, y subiendo. El dato está ahí, EL NÚMERO DE MUJERES EN EL EJÉRCITO ESPAÑOL SUPERA LA MEDIA EUROPEA. Y eso que no contamos a la Niña Leonor, que, según su programa militar, será la princesa con más “mili” del mundo.

    Prescindamos de hablar de la efectividad operativa de las mujeres en el Ejército, pero algún dato sí debemos dar. Según lo publicado, los porcentajes de las mujeres en destinos de especial operatividad son: en Tierra, 11,0%; Armada, 13,1%, y Aire, 14,1%. O, de las medidas de conciliación familiar, a las que se acogen “las” militares. Quedarían otras cuestiones como las bajas por maternidad o dolor “menstrual”, que ya es motivo de baja.

    Finalmente, y sólo por curiosidad… ¿Hay sujetadores de camuflaje?

    ¡Qué guapas, elegantes y femeninas eran aquellas enfermeras militares!

  • Científicos suecos han demostrado que la inhalación de un compuesto similar a la hormona masculina testosterona activa en las mujeres una parte del cerebro, clave en la regulación de la actividad sexual, que también reacciona en los varones cuando huelen una sustancia semejante a los estrógenos femeninos. El estudio aporta indicios sólidos sobre la existencia de feromonas humanas. Compuestos volátiles que los mamíferos liberan por la orina y el sudor. Cuando estas hormonas secretadas son percibidas a través del olfato por un ejemplar del sexo opuesto se disparan comportamientos y cambios fisiológicos, generalmente de tipo sexual.

Autor

Pablo Gasco de la Rocha
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Aliena

También se escaqueó de la «mili» el aguerrido Santiago Abascal…

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