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Salvador González Anaya (Málaga, 1879-1955) fue un ejemplo de esa burguesía ilustrada y activa, con gran presencia en la vida social, económica y cultural, de la que quizá hemos estado faltos en Andalucía, en contraste con otras regiones, en los siglos XIX y XX. Su novela Las vestiduras recamadas es, a lo que yo alcanzo, la obra de ficción que trata de una forma más directa, objetiva y honrada uno de los temas capitales de la historia española contemporánea: el anticlericalismo (el anticatolicismo, para ser más exactos) en su  vertiente más intransigente y violenta.

Las vestiduras recamadas se publica en 1932. Sobre los mimbres de un argumento un poco truculento y hasta folletinesco, que remata en un final totalmente sorprendente; con toques naturalistas y, lo que era normal en el autor, regionalistas. En cierta forma, muestra un realismo clásico, aunque se escribe en la tercera década del siglo XX; lo que he llamado, en un trabajo que cito “realismo tardío”.

Pero el mayor interés de la obra radica en que la realidad histórica se incorpora a la narración; no a la forma clásica de un Walter Scott, como una especie de telón de fondo, de escenario un poco acartonado donde se mueven los personajes. Por el contrario, el momento histórico, el pueblo pasa a ser algo vivo en la obra, lo que hace surgir un “propósito ético” (el término es del ensayista Julián Torres Bodet) que  se concreta en un intento de interpretación del momento y sus problemas.

Así, el novelista malagueño sabe montar un friso histórico, que nos muestra los acontecimientos acaecidos en Málaga, el 11 y 12 de mayo de 1931, casi justamente al mes de proclamarse el nuevo régimen republicano, conocidos popularmente como “la quema de conventos”. Durante  un par de jornadas, Málaga se vio arrasada por un torbellino que destruyó edificios religiosos y civiles y un patrimonio artístico -objetos, imágenes, documentos- riquísimo; además se incendió el palacio episcopal, provocando la escena dantesca del buen don Manuel González huyendo solitario por la calles de Málaga, buscando angustiosamente un refugio.

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Los sucesos se reprodujeron en varias ciudades españolas, pero fue en Madrid, un día antes, y en Málaga donde alcanzaron mayor virulencia. En ambas ciudades, entre los primeros actos se repiten el ataque a los jesuitas (en Málaga, la residencia de calle Compañía) y a periódicos de significación conservadora (ABC en Madrid  y La Unión Mercantil en Málaga). Éste y otros detalles, como indica el profesor José Jiménez  Guerrero (La quema de conventos en Málaga, Arguval, 2006), indican que no se trata de sucesos improvisados y espontáneos provocados por masas ciegas, sino que responden a un plan dirigido y organizado.

González Anaya sabe darle a estos hechos todo el dramatismo que realmente tienen, pero lo hace con una actitud que me parece meritoria.

Me explico. Meritoria, primero, por la objetivad y el respeto a los hechos históricos. He estudiado la secuencia de los hechos * como los describe Jiménez Guerrero y en la novela; y se comprueba, con el paralelismo, la historicidad del relato. González Anaya escribe al poco tiempo de los acontecimientos narrados y se basa en la obra del periodista malagueño Juan Escolar García Los memorables sucesos desarrollados en Málaga los días 11 y 12 de mayo de 1931. Un reportaje histórico, publicada en el mismo año que recoge fielmente los hechos.

A esta objetividad en el qué, añado también una actitud de templanza y equilibrio en el cómo. Era fácil, en hechos tan dramáticos, cargar las tintas de lo tétrico y abusar de los tonos oscuros. No obstante, el novelista mantiene cierta sobriedad y distancia, sin caer, como sería fácil en este caso, en lo patético.

Un tercer matiz que destaco es el equilibrio ideológico, la ecuanimidad desde la que son observados y explicados los hechos. González Anaya, que fue alcalde de la ciudad durante un breve periodo, militó, como su amigo Narciso Díaz Escovar, en el Partido Liberal de  Santiago Alba. Era un hombre identificado con lo que hoy llamaríamos un centro-derecha liberal y moderado. En la novela aparecen personajes que representan las distintas posturas ideológicas. Estos personajes en sus diálogos despliegan una dialéctica en la que las distintas opciones ideológicas y religiosas se enfrentan y contrastan. Pero no parece que el autor tome partido, como en una novela de “tesis”, al modo de Galdós o Pedro Antonio de Alarcón. Certeramente ha escrito Antonio Garrido: “Es muy importante señalar que no es una novela de defensa de la Iglesia ni de la monarquía derrumbada sobre sí misma; es una elegía por el arte perdido, es un llanto por la belleza destruida por encima de cualquier otro planteamiento” (Diario Sur, 29/01/2006).

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En tiempos de extremismos, de escisión radical entre distintos bloques y clases, cuando se desatan las fuerzas que iban a desembocar en la guerra civil, esta novela constituye un vivo testimonio y una luz serena sobre un conflicto clave -y no del todo superado- de nuestra historia contemporánea.

*Véase mi trabajo “Ficción, historia e ideología en Las vestidura recamadas de Salvador González Anaya”, en Analecta Malacitana (Facultad de Filosofía  y Letras de Málaga),  XXXIV, 2 , 2011, págs. 529-549

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