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La festividad de la Epifanía del Señor, en la que se manifestaba al mundo como Rey de Reyes, encontró pronto en la piedad popular un medio para enaltecer la grandeza de un Dios que, desde su humilde cuna, recibía la adoración de los sabios y poderosos. El imaginario cristiano fue dando forma a esta escena, en la que varios magos o sabios, recibían el mensaje Divino y acudían a adorar al Niño Dios.
Nos preguntamos con ustedes: ¿Cómo llegaron a Honduras?
Más que los tres Reyes Magos en persona lo que llegó fue el culto y la devoción a esta festividad. Los españoles que arribaron a las costas americanas poblaron sus pueblos; los nativos superaron el choque de culturas y descubrieron en la fe cristiana un nuevo ideario; una nueva sociedad nacería de este encuentro en el siglo XVI, que mantuvo esta devoción.
En este contexto se inscribe la historia verdadera del navío “Los Tres Reyes Magos”. En 1557 partió de Sevilla con destino a la localidad costera de Puerto Caballos, hoy Puerto Cortés, en Honduras, cargado de regalos.
Los oficiales de la Casa de la Contratación, que supervisaba el tráfico de personas y bienes entre España y los puertos americanos, vigilaban con celo los productos que se embarcaban en los navíos. Fruto de su labor eran los registros de navíos, hoy conservados en el Archivo General de Indias, que ha sido nuestra fuente de información.
Por esta institución conocemos hoy los datos del navío, los productos enviados por los mercaderes, sus destinatarios, la tripulación que llevaba y el pasaje que embarcó con destino al Nuevo Mundo.
La carga principal del navío eran las manufacturas textiles
Seguro que se preguntarán, ¿qué presentes llevaba el navío “Los Tres Reyes Magos”? Un grupo considerable eran las manufacturas textiles, demandadas por una pujante sociedad colonial, de los cuales hemos seleccionado algunos, de los documentados por nuestra fuente: de ruán, tejido de algodón, se elaboraban muchas prendas de vestir, como los zaragüelles, una especie de pantalón. También se embarcaron seis jubones de ruán, pespuntados y encordelados; camisas de ruán, labradas de seda; otras seis camisas labradas de negro y blanco, y algunas “de punto real”. Tampoco faltaron jubones “de coleta”, pespuntados y guarnecidos; dos pares de guantes de Ocaña, adornados, completarían la vestimenta destinada a los caballeros. Camisas las había de distintos materiales y tallas, como las camisas de presilla, o las de niños y niñas; y para las damas buenos pañuelos de Holanda, guarnecidos de flecos o caireles.
Los caballeros colgaban sus espadas en cintos o talabartes, como los dos de terciopelo negro y pardo, “al uso del Perú”, moda que debía ser reciente. También se enviaban paños para su transformación in situ, como varias piezas de terciopelo carmesí, negro o amarillo; una pieza de damasco carmesí; varios tafetanes negros, amarillos o de doblete; una pieza de raso negro; ocho libras y media de seda fina de colores, y dos libras de seda de Granada de colores. No faltaron hilos de Flandes o de Portugal con que coser delicados vestidos.
Otras prendas embarcadas fueron cuarenta y dos docenas de botones de seda y trenzaderas de seda fina y cordobanes de cuero. También se enviaron zapatos tapetados y mirolados, pantuflos tapetados y de lustre, y dos pares de chapines de Valencia.
Para cubrir la cabeza embarcaron una docena de sombreros, media docena de bonetes de grana, media docena de gorras forradas con su toquilla y veinticuatro capillos de seda para los niños y las doncellas.
El calzado era otra prenda llevada a los territorios ultramarinos, y en este navío embarcaron seis pares de borceguíes “de caracolejo”; debía ser una forma o adorno específico, en este caso provenían de Córdoba, aunque en la capital hispalense, en la calle de la Borceguinería, había muchos artesanos especializados en la elaboración de estos zapatos flexibles y abiertos.
Aceite de oliva, pan de trigo, pipas de vinos y especias
Si el vestir era importante, el comer no lo era menos, según nos relata el Archivo de Indias. Los colonos necesitaban importar de la metrópoli todo aquello que no se podía cultivar o criar en América; diez arrobas de aceite de oliva, envasado en veinte botijas, probablemente vidriadas, selladas con cera y enseradas, es decir, revestidas de un serón de esparto para protegerlas.
El pan de trigo escaseaba en el Nuevo Mundo y por eso enviaron dos barriles quintaleños de bizcochos, elaborados en los molinos y panaderías que rodeaban a la ciudad de Sevilla. Para beber no podía faltar un buen vino y por eso aparece en diversas partidas: cinco pipas de vino de Cazalla, dos pipas de vino, la una de blanco y la otra de tinto; cuatro pipas de vino añejo, seis pipas de vino nuevo de Jerez y diez pipas de vino de Marbella.
Aunque los españoles se adaptaron pronto a los frijoles americanos, siguieron reclamando legumbres: habas, garbanzos y lentejas, que acompañaban de arroz. Entre las conservas, cuatro barriles de aceitunas, de a dos almudes cada uno, o varios barriles de aceitunas gordales.
Las frutas y los frutos secos eran parte de la dieta, por eso embarcaron un barril con cuatro arrobas de pasas secadas al Sol, otro de higos, otro de almendras y otro de avellanas. También llevaron azúcar, una arroba de carne de membrillo, envasada en sus cajas.
Toda buena mesa debe disponer de platos elaborados al estilo castellano y para ello eran fundamentales las especias: una libra de azafrán en una vasija conocida como albornía; cuatro libras de clavo, cuatro de pimienta y dos de canela.
Las especias podían acompañar a otras plantas y productos medicinales: dos libras de benjuí y otras dos de almáciga; resinas de usos medicinales, que enviaron junto a ocho libras de diaquilón y cinco de solimán crudo, como medicinas de la época; seis libras de albayalde y cuatro de cardenillo, pinturas de coloración blanca y verde.
El culto divino y todo lo relacionado con el clero también tuvo cabida en las bodegas del barco, sobre todo si tenemos en cuenta que entre el pasaje iba personal del obispo de Honduras o Comayagua: cuatro retablos de a ocho palmos de alto y cinco de ancho, pintados; dos retablos menores de cuatro palmos, en cuadra; seis portapaces de madera, pintados y dorados; cruces doradas y pintadas, para altares; ornamentos para decir misa: ocho corporales con sus hijuelas y paños para corporales.
Los productos manufacturados de hierro era una carga habitual, desde herraduras para caballos o burros hasta machetes, hachas y azadas, espuelas, agujas capoteras o de coser y bordar, dagas, cuchillos de Vergara o del tipo belduque, para el combate.
Finalmente citamos varios objetos diversos: un espejo de cristal y fruteros diversos, una caja de barbero, una escribanía de asiento, tijeras de trasquilar ovejas, jabón para lavar y papel o libros en blanco para escribir.
“Los Tres Reyes Magos” llegaron a Honduras desde Oriente, sí, con incienso, mirra y muchos otros bienes.
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