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El Diego se murió. Si ya era leyenda en vida, ahora se convierte en algo mucho más. El mejor futbolista de todos los tiempos se fue como vivió: asombrando al mundo entero. 

Escribo estas líneas en caliente, como argentino y futbolero de pasión contenida. Recuerdo la tarde que vi por primera vez a ese pibe, al Pelusa, en la cancha de Argentinos Juniors, en el barrio de La Paternal. Un partido frente a mi San Lorenzo querido, allá por 1979 o 1980. Y de ahí, ese pibe que ya era un crack vestiría luego la camiseta de Boca, Barcelona, Napoli, Sevilla, Newells y finalmente una vez más la de su “Boquita querida”.

Maradona fue como la Argentina, con sus contradicciones, con sus luces y sus sombras: atrevido, insolente, leal, orgulloso, egoísta, solidario… El mejor y el peor a la vez.

Nació en la pobreza más absoluta de Villa Fiorito, en el seno de un pueblo sufrido donde forjó su controvertida personalidad. También conoció la gloria solo reservada para los semidioses en vida: el lujo, la riqueza material y también la miseria espiritual, como la Argentina misma.

El Campeonato Mundial de México de 1986 lo entronizó en el Olimpo de Deporte y el Futbol. Las lagrimas de dolor y rabia en Italia 90 conmovieron a la Argentina entera y a Nápoles, como si fuese una provincia más del Rio de la Plata. La enfermera rubia y regordeta llevándolo de la mano para el control antidoping en USA 94 presagiaba la caída del ídolo. Y lamentablemente así fue.

Sucumbió a las drogas una y otra vez. Estuvo varias veces al borde de la muerte y la gambeteó como solo él sabía hacerlo. Conoció el infierno de cerca y volvió de él. Llevaba tatuado en su brazo al Ché Guevara y cayó bajo la seducción de Fidel Castro y Hugo Chávez. Fue también amigo de Carlos Menem, el peronista neoliberal, y de los jeques de Emiratos Árabes. La política no era lo suyo, solo fue el mejor con la pelota en los pies y eso no es poco. Tampoco había que pedirle nada más.

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Hoy murió Diego Armando Maradona, el Diego se nos fue, Argentina llora. Me enteré hace un rato. Oí desde la habitación de al lado: “¡Papá, murió Maradona!”. Sentí un escalofrío. Puse Radio Rivadavia, la histórica emisora que generaciones de argentinos sintonizaron para informarse del futbol y la actualidad. Era verdad. Me emocioné. Puse el Trece Internacional en la televisión. Las imágenes en directo son conmovedoras, los humildes lloran sin poder o querer creerlo. Por un momento me hizo recordar cuando murió Perón. El país entero está paralizado, en estado de shock, de luto. En los carteles luminosos de las autovías recuerdan su nombre. Las flores inundan la entrada del pequeño estadio del barrio donde nació la leyenda. El Diego fue parte de nuestras vidas para bien o para mal.

El destino quiso que muriese un 25 de noviembre, el mismo día que Fidel Castro y Yukio Mishima. Nadie duda que con todas sus luces y todas sus sombras ya es un personaje de la Historia del Mundo. Podría seguir escribiendo, pero no hace falta.

¡Gracias Diego! Argentina se despide de vos. Chau Diego. Y nada más.

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José Papparelli
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