12/05/2024 06:48
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MIS ANTEPASADOS LLEGARON A PALESTINA PROCEDENTES DE HISPANIA

(Tras la expulsión provocada por los almohades en el siglo XII)

Mi familia vivió en Córdoba hasta 1939 al ver la que se le venía encima a los judíos con Hitler en el poder”

Rebuscando una vez más en las novelas que escribí con Pilar Redondo como coautora y, curiosamente, mientras veía las terribles imágenes que nos están llegando estos días de esa guerra sin cuartel que ya tienen planteada Israel y Hamas, me he encontrado con un personaje que hicimos protagonista de nuestra novela “La boda cautiva” y que toma como telón de fondo la conquista de Córdoba por parte de Fernando III, el Santo. Como verá el lector son cosas curiosas de nuestra historia que merecen la pena recordarlas de cuando en cuando… al menos para que no se repita.

“Me llamo Yehudad Ben Samuel Halevi, en hebreo, y Judá Leví, en castellano, tengo 31 años y soy profesor ayudante de “Estudios Judaicos, Israelíes y de Oriente Medio” en la Universidad Abierta de Israel, situada en Haifa. Mi familia es de origen Sefardí y mis antepasados llegaron a Palestina procedentes de Hispania, tras la expulsión provocada por los almohades en el siglo XII.

Mis padres, Juda Leví y Rebeca Jurión (todos los primogénitos de mi familia, desde tiempos inmemoriales, se han llamado Judá Leví, en recuerdo del primer Judá Leví de que tenemos noticias) fueron de los judíos que emigraron a Alemania en los años 30. Según supe después, mi padre encontró trabajo muy pronto en los laboratorios “Bayer” de Leverkusen, aunque se establecieron en Dusseldorf y allí vivieron hasta que los nazis iniciaron la persecución que acabaría en los campos de exterminio. Afortunadamente, mi padre se dio cuenta de lo que se les venía encima a los judíos y ya el año 1939, antes incluso de que comenzará la II Guerra Mundial, vendió todo lo que tenía y regresó a Palestina, aunque pasando por España, donde permaneció dos años largos en Córdoba. Por desgracia, la primera mujer de mi padre murió en ese tiempo y mi padre, que había pensado quedarse en España, decidió volver a Haifa donde seguían viviendo mis abuelos y otros familiares.

Fue a su regreso cuando volvió a casarse con la que sería mi madre, y yo nací en 1942.

Durante toda mi infancia yo escuchaba, un día sí y otro también, a mi abuelo contar la historia de su familia, desde su más antiguo antecesor, Yehudah Ben Samuel Halevi, un judío nacido en Tudela (Navarra) y afincado desde muy joven en la Córdoba califal, en la que llegó a ocupar incluso un alto cargo en la administración del Estado y un buen amigo del filósofo y médico Moisés Ben Maimónides. Sin embargo, y según contaba mi abuelo, su situación cambió cuando llegaron y tomaron el poder los radicales almohades y comenzaron las trabas a los creyentes de otras religiones que no fuera la musulmana. A mediados del siglo XII la persecución ya fue tan abierta y descarada que a los judíos no les quedó más remedio que convertirse al Islam o marcharse al exilio. Aquel antecesor mío decidió marcharse y un día cogió todo lo que pudo, que no fue mucho, y abandonó Córdoba, aunque atrás se quedaba gran parte de su patrimonio y lo que, según mi abuelo, más le dolió, su biblioteca y sus escritos. Porque supe muy pronto que Judá Leví, el primero, era un gran escritor y tuvo que dejar atrás sus manuscritos y sus trabajos de investigación científica.

Aquel Judá Leví fue uno de los más grandes poetas de la literatura hispano hebrea, inventor del género sionida y autor de “El Kuzarí”, la obra donde se definía al judaísmo como “la verdadera revelación”. En mi casa de Haifa todavía se conservaba un texto de “El Quesuda o Himno de la Creación”, aquel que comenzaba diciendo:

“¡Dios mío! ¿Con qué te compararé, Si semejanza no hay en ti?

¿Con qué te asimilaré,

Si toda forma es estampa de tu sello? Enaltecido estás sobre toda potencia,

Y te sublimaste por encima de todo pensamiento.

¿La palabra de quién te ha contenido?

¿Y la lengua de quién te ha comprendido?

¿Acaso habrá corazón que te haya alcanzado Y ojo que te haya divisado?”

Han pasado casi 9 siglos y aquellos judíos, más los que llegaron a Palestina tras la II y gran expulsión promovida por los Reyes Católicos a raíz de 1492, consiguieron mantener el recuerdo de Sefarad e incluso sus vivencias de Córdoba. Mi abuelo todavía conservaba objetos que se habían ido cediendo y conservando generación tras generación y tenía a orgullo enseñar y mostrarme, cuando yo era un crío, la llave de la casa que había abandonado al marcharse al exilio en la Judería cordobesa su antepasado. También era un orgullo para los demás descendientes de aquellos judíos cordobeses y españoles que habían conseguido mantenerse en el recuerdo la lengua, pues no habían olvidado la lengua que se hablaba en los reinos cristianos de los siglos pasados. Un castellano antiguo que aún seguimos hablando en casa.

¿Y por qué les cuento todo esto? Porque durante mis estudios primarios y después en la Universidad siempre tuve una obsesión: poder realizar y completar un día el árbol genealógico de mi familia; y por ello cuando llegó la hora de elegir un tema para hacer mi Tesis Doctoral no lo dudé y elegí escribir de Sefarad y los sefarditas1 .

Así que me vine a Córdoba y aquí estoy. Creí que para poder realizar mi Tesis no tenía más remedio que comenzar por el origen, es decir por la Judería cordobesa.

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Comencé por recorrerme el barrio y sus calles y callejuelas, sus plazuelas y sus rincones y en cada paso que daba me encontraba con una sorpresa, porque muchos de aquellos nombres ya los conocía por las historias que me contaba mi abuelo, (calle de los “Judíos”, “Plaza de Tiberiades”, calle de “Averróes”, calle de “Albulcasís”, etc.). Pero de todas las sorpresas, la mayor fue encontrarme con una plazuela que llevaba mi nombre, es decir el nombre de Judá Leví , muy cerca, por cierto, donde el pueblo cordobés le había levantado una estatua monumento a Moisés Ben Maimónides, el que según mi familia había sido amigo de mi antepasado.

Pero, en realidad, ¿ qué buscaba? Buscaba una aguja en el pajar. Porque algo imposible era encontrar tantos siglos después la casa que habían abandonado mis antepasados. Sin embargo, terco como soy me fui recorriendo y reconociendo una a una todas las casas de la Judería. Así pasaron meses y así fui recolectando datos para mi Tesis. Afortunadamente, encontré en la Biblioteca General una edición del “Kuzarí” en castellano antiguo y así pude conocer a fondo el pensamiento de mi tatarabuelo y descubrir que aquel Judá Leví había sido ciertamente un gran hombre y un gran escritor.

Pero, el “milagro” surgió cuando menos lo esperaba. Una mañana cuando estudiaba la casa número 13 de la calle Albucasis, acompañado de un amigo cordobés y funcionario del Departamento de Cultura del Ayuntamiento, de pronto se produjo un gran ruido y casi en directo vimos como se hundía la fuente del patio central y se abría un gran socavón. Cuando la polvareda se fue aclarando vimos que había quedado al descubierto la entrada de un pasadizo que no sabíamos donde podía conducir. Naturalmente enseguida mi amigo y acompañante llamó a los bomberos y con ellos entramos por aquel pasadizo. Era un túnel que nos condujo a una abertura más amplía y en forma de círculo. Allí nos topamos con varios arcones que estaban unos sobre otros y amarrados por gruesas cadenas y durante varios días, y con todas las autorizaciones pertinentes, fuimos abriendo y descubriendo sus contenidos. Hubo uno que resistió todas las acciones de los técnicos y que no se podía abrir. Entonces a mi se me ocurrió probar con la llave que me había traído de Haifa, una llave de hierro macizo del tamaño de mi mano, que habían ido pasando de generación en generación los primogénitos de mi familia… y mi sorpresa, y la de todos, fue que la cerradura cedió y el arcón se abrió.

¡Fue un milagro!, porque de milagro podemos hablar que un arcón que llevaba allí siglos se pudiese abrir con la llave que habíamos conservado a través de los tiempos.

Y descubrir y repasar todo lo que había dentro de aquel arcón fue mi tarea durante los días siguientes. Estaba maravillado y aunque no soy arqueólogo sentí emociones que nunca había sentido. Allí había algunas valiosas joyas y varios manuscritos. Es verdad que varios de esos manuscritos estaban deteriorados y apenas  pudimos reconocer la escritura. Pero, hubo uno que milagrosamente, tal vez, apareció tan pulcro como seguramente se había guardado. Estaba escrito en judeo castellano y con una letra firme y precisa. Así que con aquel manuscrito bajo el brazo y asesorado por el profesor Castejón me encerré en el hotel donde me hospedaba (el “Monte Carmelo”) y fuimos desentrañando el misterio.

El manuscrito recogía la historia de los Condes de Castilla Rodrigo y Ana María, aunque lo primero que saltó a nuestra vista fue una hoja suelta con cuatro garabatos escritos con mano temblorosa y llena de exclamaciones en la que podían leerse estas palabras:

¡Oh, Dios!, esto nos aclaraba muchas cosas. Porque ya sé sabía por qué mi antepasado tuvo que salir por pies de su casa y de Córdoba. ¡La peste!, y según dice sucedió el año 1278, o sea reinando Alfonso X y en la Córdoba ya cristiana.

También se ve claro que la nota-carta iba dirigida a un Conde, supuestamente al Conde Don Rodrigo del que tenía muy bien guardada su historia.

Y sobre todo me llamó la atención que firmara como Leví 4, porque eso sí rompió mis esquemas y la información que yo tenía y que me había transmitido mi abuelo, ya que el Judá Leví que aquí habla no es el Judá Leví, escritor y poeta, del que ya he hablado, puesto que aquel primer Judá Leví vivió a finales del siglo X y comienzos del siglo XI y este hablaba ya en el siglo XIII. De ahí que  llamase a sí mismo Leví 4.

Pero ambas cosas, toda la nota, me hizo pensar que tenía que comprobar y confirmar algunos datos. Lo primero, saber todo lo que pudiera de la Peste de la que habla y después averiguar la personalidad del Judá Leví 4.

Así que con el amigo Rafael Pérez, la persona del Departamento de Cultura que el Alcalde había puesto a mi disposición, nos fuimos a la Biblioteca Central y comenzamos a revolver textos y documentos de aquel siglo XIII. Fue una tarea ardua, porque desgraciadamente no había mucho conservado. lo suficiente para saber que, ciertamente, una gran epidemia de peste se desató en Córdoba en el verano de 1278 y que fue un verdadero desastre para la ciudad, ya que según datos recogidos de aquí y de allá aquella peste se llevó por delante más de 5.000 personas y se dieron por desaparecidas más de 15.000 (seguramente los que huyeron para evitar una muerte segura, o a manos de los cristianos enloquecidos, o a causa del fuego o víctimas de la peste).

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En los “Anales de la ciudad de Córdoba” pudimos recoger la leyenda sobre el Arcángel San Rafael que ya figura en la Historia de Córdoba.

Se dice que cuando más horrible era la epidemia de Peste que azotó a la ciudad se le apareció en sueños el arcángel a un fraile enfermo y le dijo:

Padre Roelas, soy el arcángel Rafael, vete a ver al Obispo Don Pascual y dile que si elevan oraciones a Dios Nuestro Señor se detendrá la epidemia de la Peste y yo seguiré custodiando la ciudad”… y al parecer aquel pobre hombre arrastrándose fue a ver al Obispo y le contó lo que había soñado. Entonces Don Pascual mandó que se elevaran preces en todas las Iglesias y Ermitas de Córdoba y se produjo el milagro. Conocida la noticia por el Corregidor y las autoridades se acordó nombrar al Arcángel San Rafael Custodio de Córdoba.

Esta leyenda algunos historiadores la situaron en otra epidemia de Peste que azotó a Córdoba siglos más tarde.

También encontramos algo sobre el Judá Leví 4, aunque de una forma no buscada, pues su nombre no aparecía por ningún lado. Fue releyendo una biografía del Rey Fernando III el Santo donde apareció como médico del monarca un Judá Leví y tirando del hilo llegamos al ovillo. Se trataba de Yehudah Ben Samuel Halevi ( en hebreo Abu-I- Hassan ibn Leví, entre los árabes; Judá Leví en Occidente) nacido en Toledo, el año 1.210 y desaparecido en 1.278. Filósofo y médico judío español y seguidor de la obra de Albucasís, al que llamaban “Padre de la cirugía”. Aunque los datos sobre su vida son difusos se sabe que fue un continuador de las técnicas quirúrgicas que había descubierto y empleado el maestro Albucasís y un estudioso de “Al-Tasrif”, una obra de 30 volúmenes sobre la práctica médica, donde recopiló todo el conocimiento médico y farmacéutico de la época. Fue, asimismo, un gran innovador en las artes médicas, siendo el primero en emplear el hilo de seda en las suturas y el uso de fórceps en el parto.

Judá Leví 4 se trasladó a Córdoba cuando las tropas de Fernando III tomaron la ciudad y en Córdoba vivió hasta su desaparición (mejor dicho, la huida) en 1.278. Se sabe que su fama como cirujano le valió relacionarse con todos los Grandes de la Corte y fue muy amigo de la familia Girón y, por lo que se sabe, maestro de Rodrigo González Girón también se sabe que él fue quien atendió y estuvo presente en la muerte de Beatriz de Suabia, la primera mujer del Rey Don Fernando, acaecida el año 1.235, que murió al traer al mundo su décimo hijo, la infanta María. También asistió a Juana de Ponthieu, la segunda esposa de Fernando III, en el nacimiento de sus cinco hijos, por cierto que el último de ellos, el infante Juan, fue enterrado en la Mezquita-Catedral de Córdoba.

Y en la Corte estuvo hasta que el rey Don Fernando murió en Sevilla el año 1.252. Después su nombre y su obra se difuminan y casi desaparece de la Historia. Tal vez porque dos de sus hijos murieron en la rebelión y guerra entre cristianos y judíos del año 1.259, y eso le deprimió siendo como era un amante de la Paz.

Y ya no pudimos averiguar más. De ahí el valor que para  ha tenido la nota que encontré en el arcón y dentro de la historia del Conde Girón y la Condesa Meneses de la que hablaré después.

Aunque me di cuenta de que mi investigación sólo había comenzado, pues tendría que averiguar quiénes fueron el Leví 3 y el 2 y a ello me dispuse.

Pero, mientras tanto tuve interés en leer la historia de los Condes de Castilla y la transcribo aquí porque es una historia símbolo de lo que fue aquella España de la Reconquista.

1 Nota del Editor: Sefarad es un topónimo bíblico que la tradición judía ha identificado con España, aunque referida a la expulsión de los judíos de Al-Andalus en 1.492, tras la toma de Granada por los Reyes Católicos, y se llaman sefardíes o sefarditas a los descendientes de aquellos judíos. Fueron ellos los que conservaron la lengua hispano-judía de los siglos de la Reconquista.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Muy bonito. No obstante, por cierto, es Oriente Próximo, no «Medio Oriente» u «Oriente Medio», que es una gringada. Lo gringos no saben geografía y utilizar denominaciones o convenciones geográficas ajenas a las nuestras o universales. Por desgracia, hay mucho traductor malo y mucho periodista ignorante. Un gringo lo mismo coloca a México en América Central… Si Israel es «Oriente Medio», ¿dónde estaría el Oriente Próximo?, ¿dónde comenzaría el Extremo Oriente? ¿En la India? Para un gringo, América es parte de América del Norte, a pesar de que el este de Europa sea parte de Europa o el África meridional sea parte de África. Un problema similar es el que tenemos con la metonimia imperialista cristalizada de referirse a los judíos como los semitas (con artículo determinado), para quedarse con todo referencialmente y negarle a terceros una referencia y una identidad, o para alterarla y confundirla a expensas de la congruencia del lenguaje general y común.

Aliena

Cierto. Aunque yo sé de algún mejicano o cubano que, al haber conseguido la nacionalidad estadounidense, declara: «Ya soy mejicano/cubano y americano», luego la geografía descabellada no es exclusiva de los estadounidenses ( a quienes no puedo llamar «gringos» porque esa palabra siempre me ha resultado ajena y extraña e incluso extranjera, lo que no me impide reconocer que escribes extraordinariamente bien, con una corrección envidiable ).

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Gracias. El único problema que encuentro con el término «estadounidense» es que hay, por el mundo, diversas uniones de Estados federados. Por ejemplo, oficialmente, México es Estados Unidos Mexicanos. Es cierto que la ignorancia es contagiosa, sobre todo para los que no tienen defensas naturales, tales como pueda ser un sentido crítico agudo, por haber perdido su conexión con la civilización superior de su madre patria.

José Ignacio Herrera Badía

He leido hasta la mentira «campos de exterminio»!

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Es posible que el autor se lo crea, con lo que no estaría, exactamente, mintiendo.

Pilar

Desde luego no se les puede acusar de no saber hilar historias conmovedoras… !válgame Dios!.. el cristiano, claro.

Aliena

Qué curioso que ninguno de ellos recuerde los demás lugares de los que fueron expulsados antes que de España ( como Inglaterra y Francia ) o después ( como Portugal ), ni conserven las llaves de las casas, ni les den nombres poéticos… Me pregunto por qué será y no hallo respuesta.

Aliena

Por cierto, qué rápido era el padre del evocador, ni el Correcaminos, vaya, a partir de 1939 le dio tiempo a vender todo, venirse a España y pasar DOS años en ella, quedarse viudo, volver a Haifa, regresar a España, casarse otra vez y tener un hijo en… 1942.

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

A saber de qué huía.

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