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Se están dando casos muy curiosos, por no llamarlo auténticas cabronadas, en este país -al que le está quedando demasiado ancho y largo el nombre de España- como consecuencia de la falta de la capacidad de la tropilla de descamisados intelectuales que se han apoltronado en los pesebres del poder y se están poniendo hasta las orejas de forraje.
Casos o cabronadas -si, más bien lo segundo- que nos deja a la personas decentes, o sea, a los que no somos políticos, en unas inaceptables condiciones que dan de plano en lo que la Justicia denomina secuestro y que nos deja en total desamparo.
Esta banda de gilipollas con diploma de primera categoría, orlado y sellado, además de arruinarnos después de arruinar indiscriminadamente toda clase de negocios lícitos -el suyo, la política, está boyante- y en el paro a otros, también parece que están decididos a matarnos de hambre, pero eso sí, después de multarnos previamente. Puro atropello al derecho más elemental.
Yo estuve a punto de sufrirlo este fin de semana si hubiera actuado con la normalidad de siempre.
Tenemos, mi mujer, mis hijos y yo, porque nos lo hemos ganada trabajando decentemente, un sencillo chalet -sin el nobiliario título de archiduque del Manchego Llano de Calipo-Fado, muy alejado de tamaño y coste del millonario precio real del que se han calzado su excelencia el «Archiduqueso de Galapagar», su excelentísima compañera de cama (es un suponer lógico) escaño y water, y sus excelentísimos perros- en una urbanización cercana a Madrid, justo a la altura del cartel que indica el final de su provincia y el principio de la de Toledo.
El pueblo que nos viene más a mano (5 kilómetros) para hacer la compra son Valmojado (Toledo) y Navalcarnero (Madrid). Nosotros llegamos el viernes pasado y resulta que esos dos pueblos cerrados, confinados sus habitantes y vigilante la Guardia Civil en las puertas de grandes comercios para denunciar a quienes sin ser vecinos de esos pueblos, se acercaban a comprar.
¿Yo no como? No es rabiosa pregunta a quienes, preparados para mejores empeños, hacían el servicio, sino a las autoridades políticas, muchos de ellos aún con el pelo de la dehesa, que sin conocimiento ni responsabilidad que pudiera reprimirles, usan tan fabulosos servidores para tan innobles intereses.
Estas son medidas de corte soviético con el único propósito de acojonar al personal. Denuncias al comprar comida a personas que para poderlo hacer en plena libertad se verían obligadas a hacer muchos kilómetros de vuelta, con la posibilidad de, al cambiar de provincia para volver a su lugar de origen, fuera de nuevo denunciado por otro retén de la Guardia Civil.
Denuncio el hecho para el conocimiento de los pocos que aún no se han enterado de que vivimos bajo la tiranía desbocada de un gobierno sociocomunista y… separatista y… herederos del terror y … de «lo mejor de cada casa» (¡por los cojones!) de naturaleza egoísta y obtusa, sin mejores idea que las que malas o peores puestas en práctica en el extranjero, cogidas al vuelo de la prensa, o de los por obedientes «bien engrasados» medios audiovisuales, a pesar de estar soportando un incontable número de banderillas clavadas en «to lo arto» de sus lomos por quienes -si serán gilipollas- votaron en el pasado y les seguirán votando en el futuro hasta que, como remate a la faena, les sea propinado el estoconazo en el hoyo de las agujas, con el «cachetazo» final. Con la posibilidad, casi con toda seguridad de sus elegidos, orgullosos de sus «logros», se permitan exigir el corte como trofeos de sus orejas y rabos.
Lo peor es que por culpa de ellos también nos repercute a los demás hasta donde nos es imposible contener… De momento.
Autor
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Mi currículum es corto e intranscendente. El académico empezó a mis 7 años y terminó a mis 11 años y 4 meses.
El político empezó en Fuerza Nueva: subjefe de los distritos de C. Lineal-San Blas; siguió en Falange Española y terminó en las extintas Juntas Españolas, donde llegué a ser presidente de Madrid.