21/11/2024 15:27
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ESCENA ONCE

(Por la puerta de la calle entran Paulina y Juliette. Paulina nada más entrar se quita la capa y la arroja sin mirar donde y van a tumbarse en la «silla larga»)

PAULINA. ¡Oh dios, que cansada vengo!

JULIETTE. No me extraña… aunque sólo sea por la paliza de hablar que te has dado.

PAULINA. Bueno, estaba a gusto y tenía que decir lo que dije.

JULIETTE. Ya, pero además dejaste a todos los hombres con la boca abierta. Casi provocas un terremoto con tu vestido.

PAULINA. ¡Ah sí, pues Teresa estaba más provocativa que yo!… si hasta llevaba un peco al aire, pero dime ¿Qué te ha parecido todo lo que dije?

JULIETTE. Para mí, muy bien, estoy de acuerdo en todo… Pero hablarles a los hombres franceses de la igualdad de la mujer es casi como recordarle la guillotina.

PAULINA. Si, ya lo vi… mucha libertad, mucha República, mucha Democracia, y al final la mujer como una esclava. Solo nos quieren para la cama y para tener hijos y si es de quita y pon pues mejor. Además ya lo habrás visto, ellos aceptan, e incluso ven normal que el hombre tenga una o varias amantes, pero se horrorizan de que su mujer pueda tener un amante o varios. Nos consideran un objeto más, como si fuésemos una casa o un caballo. El amor para ellos sólo es sexo, pero las mujeres tienen que ser santas o vírgenes ¡Eso es lo que me subleva!

JULIETTE. Bueno, al menos Madame Stael te apoyó en todo

PAULINA. Si, Madame Stael es una mujer inteligente y moderna.

JULIETTE. También el americano estaba de acuerdo contigo.

PAULINA. Sí, pero el tal Franklin yo creo que ni se enteraba de lo que estaba diciendo… su ojos desde que entramos no se apartaron ni un memento de mis pechos.

JULIETTE. Si, ya me di cuenta y hasta me pareció que te decía algo al oído… ¿Qué te decía, por cierto?

PAULINA. Pues, no se anduvo por las ramas, me dijo que le gustaría hacer el amor conmigo… ¡Si es un viejo!

JULIETTE. ¡Ah, hija mía, los viejos son más atrevidos! Pero te recuerdo lo que decía mi madre: el amor no tiene edad… quizás porque ella se caso con mi padre cuando solo tenía 16 años y el 67, o sea que le llevaba más de 50 años. Oye ¿y el actor? ese también te comía con los ojos

PAULINA. Si, y ese me gustaba aunque habla como si estuviese en un escenario.

JULIETTE. Los más prudentes me parecieron David y Canova. Me han dicho que son grandes artistas.

PAULINA. Bueno así los presentó la Tallien, según ella David es el mejor pintor de Francia y Canova un genio de la escultura. Pues, lo dos me propusieron hacerme algo, David me propuso hacerme un retrato y Canova un escultura

JULIETTE. ¿Y aceptaste?

PAULINA. Si, ¿Por qué no? he quedado con ambos en vernos otro día… ¡Oh, Juliette, no puedo más me voy a la cama!… esta noche me espera una buena.

JULIETTE. ¿Y eso?

PAULINA. Sí, he quedado con Talmá, el actor, esta noche, cuando todos estén dormidos

JULIETTE. ¡¡Paulina!!

PAULINA. Sí, quiero saber si hace el amor tan bien como hable, pero de momento en secreto… luego…. ¡Ya veremos!

ESCENA DOCE

(En ese momento entra muy nerviosa Carlota, la doncella y ni siquiera le dio tiempo a decir dos palabras)

CARLOTA. Seeñora… está aquí… (Pero a la pobre no le da tiempo a decir más, porque apartándola a un lado sin contemplaciones entra el Primer Cónsul)

NAPOLEÓN. ¡¡¡Pauletta!!!

PAULINA. (Da un salto y se lanza con los brazos abiertos e intenta abrazarle) ¡Oh Napoleone, hermano mío!

NAPOLEÓN. (Apartándola de sí de malos modos) ¡Apártate de mí! ¡Yo no soy tu hermano! ¡Yo soy el Primer Cónsul de Francia!

PAULINA. ¿¡Ah sí, esas tenemos!?

NAPOLEÓN. ¡Sí, esas tenemos! Estás mancillando mi honor, el honor de la familia, el honor del Primer Cónsul, el honor de Francia.

PAULINA. ¿Tu honor? ¿EL honor de la familia? ¿El honor de Francia?… Tú, que te casaste con una viuda que había tenido 100 amantes y que te pone los cuernos en cuanto te ausentas de París… Ja, ja, ja… y tú me hablas de honor

NAPOLEÓN. Sí, yo te hablo de honor, porque la mujer del César no sólo tiene que ser honrada sino parecerlo. ¡Mira, mira cómo vas vestida, enseñándolo todo!

PAULINA. Mira, hermanito, sólo enseño lo que es mío… mío… es mi cuerpo.

NAPOLEÓN. ¡¡Sí, el cuerpo de una mujer cualquiera, de una mujer de la calle, de una ramera!!

PAULINA. ¿¡Ramera yo!?… Ramera será tu amada Josefina.

NAPOLEÓN. ¡No ofendas a Josefina!

PAULINA. ¡Pues no me ofendas tú a mí… yo soy libre, libre!

NAPOLEÓN. ¡No olvides que eres una princesa!… (cambiando de tono) Anda, Pauletta, hermana mía, siéntate y vamos a hablar en serio.

PAULINA. Mira, Napoleone (y va a tumbarse a su silla larga) tú serás el Primer Cónsul de Francia, pero para mí serás siempre  mi hermano ¿o ya no recuerdas aquellos días y años de Córcega? ¿No te das cuenta de que te estás haciendo un dictador?

NAPOLEÓN. (Paseando de un lado a otro y sin mirarla) ¿Yo un dictador?

PAULINA. Sí, aunque no lo reconozcas… Tienes que aceptar que te has olvidado de la libertad, de los Derechos Humanos, y mucho más de la igualdad… para ti no hay seres humanos, ni hombres, ni mujeres, ni viejos, ni niños… para ti solo hay soldados y como soldados nos quieres tratar a todos.

NAPOLEÓN. ¡Yo sólo quiero hacer grande a Francia!… Y la libertad y la igualdad no se consiguen yendo por ahí enseñándolo todo o haciendo el amor con el primero que pase por la calle.

PAULINA. ¡Palabras! Para ti las mujeres sólo somos un objeto que se utiliza y se arroja después por la ventana, y la prueba la tienes en que en tus Gobiernos nunca ha habido una mujer, ni en el Consejo, ni en los Ejércitos, ni en la Administración… tu sólo quieres a las mujeres para lo que todos.

NAPOLEÓN. (En ese momento se detiene y a va sentarse al lado de Paulina) Pauletta, yo sólo quiero para ti lo mejor, no quiero que pierdas lo que Dios te dio.

PAULINA. ¿Y qué me dio Dios?

NAPOLEÓN. Tú sabes muy bien lo que Dios te dio, te dio la belleza y el cuerpo de una diosa

PAULINA. ¡Ah, Napoleone, ahora sí veo que eres mi hermano! ¿Recuerdas cuando de niños nos bañábamos juntos desnudos? ¿Recuerdas aquellos días que nos íbamos a la playa y jugábamos con las olas? Ya entonces me decías que tenía un cuerpo de diosa… ¡Ah, qué días tan hermosos aquellos!

NAPOLEÓN. Sí, pero aquellos días pasaron y ahora tenemos otras obligaciones.

PAULINA. Sí, pero esas obligaciones no deben apartarnos de lo que fuimos.

NAPOLEÓN. Pauletta, debes reconocer que tu comportamiento público no es el más adecuado para la hermana del Primer Cónsul… por eso (y queda callado)

PAULINA. ¿Por eso, qué…?

NAPOLEÓN. Pauletta, he pensado que ya es hora de que te cases de nuevo.

PAULINA. (Dando un salto y poniéndose frente a él) ¿Casarme?… ¡Eso ni hablar! ¿Casarme otra vez?… Con Leclerc tuve suficiente.

NAPOLEÓN. No, no es lo mismo, además la persona con la que he pensado que te cases no sólo te dará alcurnia, sino también una fortuna… y sobre todo bien puede ser un escudo para tus desvaríos

PAULINA. O sea, hermano mío, que ya has pensado seguro con quién quieres casarme. ¿Puedo saberlo yo?

NAPOLEÓN. Sí, se trata del Príncipe de Borghese un caballero de la más alta nobleza italiana.

PAULINA. ¿Me estás diciendo que tengo que marcharme de París? ¡Eso ni pensarlo! Ya he tenido suficiente con un italiano, con quien has sido injusto, por cierto.

NAPOLEÓN. ¡Ese era un donnadie, un muerto de hambre!… y tú te mereces otra cosa, tú te mereces ser una Reina

PAULINA. Vaya, ya veo que sigues siendo el hermano que me quería más que a nadie en el mundo

NAPOLEÓN. Pauletta te lo dije entonces y te lo digo ahora, yo te quise y sigo queriéndote más que a nadie.

PAULINA. ¡Oh Napoleone, deja que te de dos besos! (se acerca a él, lo abraza y lo besa)

NAPOLEÓN. (Se levanta y comienza a pasear de nuevo luego tras una pausa) Pauletta, no me tientes, que el fuego nunca se acaba de apagar.

PAULINA. Oh, Napoleone, amor mío… si, también yo te quise entonces y te quiero ahora. ¿O no te has dado cuenta que estoy enamorada de ti?

NAPOLEÓN. ¡Pero Pauletta eres mi hermana!

PAULINA. No, para mi tu siempre fuiste un hombre.

NAPOLEÓN. No, Pauletta, no puede ser… ¡y además estoy casado!

PAULINA. Mira, amor mío, si tú no crees en Dios y yo tampoco, si tú eres el amo de Francia y yo soy libre como el viento ¿Por qué entonces vamos a esclavizarnos con normas o leyes de Roma?… el amor es ciego, el amor es locura… y además no tiene porqué enterarse nadie.

NAPOLEÓN. No, por favor Pauletta yo solo tengo ahora una pasión…

PAULINA. Sí, tus guerras, tus batallas, tus soldados…

NAPOLEÓN. Sí… (Y hace una pausa prolongada) ¡Y mi Francia! ¡Tengo que hacer de Francia la nación más poderosa del mundo!

PAULINA. Sí, pero eso…. ¡Mañana!… ahora estamos solos y mi cuerpo arde ya (y sin decir más se acerca a él y lo besa en la boca con gran pasión)

NAPOLEÓN. (Separándose rápido) ¡¡NO PUEDE SER!!… Ahora mismo me marcho porque también mi cuerpo arde ya como un árbol seco (y sin decir más se va, pero antes de salir todavía dice) Pauletta ¡eres una serpiente venenosa!… no me extraña que tengas París a tus pies

PAULINA. Sí, pero no olvides que yo no nací para usar cinturón de castidad ni tampoco para ser una viuda inconsolable. (Al quedarse sola va y se sienta y apoyando sus codos sobre sus rodillas dice)  Sí, sí ¡Estoy loca! ¡Loca de remate!

(De pronto se levanta se acerca a la puerta y llama a Juliette, que entra de inmediato como si hubiera estado escuchando tras la puerta)

JULIETTE. ¡Paulina, Paulina!…

PAULINA. Bueno, no te asustes ya se ha ido… ahora quiero que estés pendiente para que cuando llegue el actor lo pases inmediatamente sin que lo vea nadie del servicio.

JULIETTE. Pero, si ya está aquí…

PAULINA ¿Cómo que ya está aquí? ¿Lo ha visto mi hermano?

JULIETTE. No, Paulina, porque en cuanto llegó lo escondí en otra habitación para que no pudiera tropezarse con el Primer Cónsul

PAULINA. Pues anda, ve y me lo traes.

ESCENA TRECE

(Y sale Juliette y en pocos segundos entra el actor, que no es otro que François Joseph Talmá)

TALMÁ. (Entra directo, se va hacia Paulina y se arrodilla ante ella) ¡Oh, divina Paulina! ¡La diosa Venus!

PAULINA. Talmá, dejaos de palabras  y florituras y vayamos a lo que vamos,

TALMÁ. ¡Oh, mi princesa, mi diosa! (y levantándose recita)…  Ser o no ser, esa es la cuestión… ¿qué debe/ más dignamente optar el alma noble/ entre sufrir de la fortuna impía/ el porciador rigor, o revelarse/ contra un mar de desdichas y afrontándolo/ desaparecer con ellas?/ Morir, dormir, no despertar más nunca/ poder decir todo acabó en un sueño/… dormir… tal vez soñar, morir, dormir…

PAULINA. (Acercándose a él y tapándole la boca con su mano) Por favor, Talmá ¿has venido a recitarme tus versos o a hacer el amor?

TALMÁ. ¡Oh, mi Reina, llévame al Olimpo de los dioses! ¡Arrástrame a las profundidades que le dieron la vida a Venus!

PAULINA. Mira Talmá, o te callas o te vas (y dicho esto lo coge de la mano y casi arrastrándolo se lo lleva hacia su dormitorio)

 

ACTO SEGUNDO

ESCENA UNO

(Al levantarse el telón aparecen en escena el escritor y la secretaria y mantienen esta conversación).

ESCRITOR: Bueno, Marina, ¿cómo ves las cosas? ¿crees que vamos bien?

SECRETARIA: Don Gabriel, al menos está interesante, la vida de esta mujer es interesante.

ESCRITOR: ¡Ah, no lo sabes tú bien!… La vida de Paulina Bonaparte, ciertamente, es una vida asombrosa… aunque poco conocida… el brillo de su hermano Napoleón oscureció la suya. Sobre todo desde que Napoleón es vencido en Waterloo y arrojado a la Isla de Santa Elena. Se sabe que durante esos años se movió por toda Europa tratando de ayudar a su hermano y según dicen sus biógrafos le suplicó al Papa, le lloró a la exemperatriz María Luisa y hasta tuvo relaciones con el Zar de todas las Rusias, por lo que se ve fueron unos años terribles para ella, lo que confirma que entre ellos debió haber algo, porque sólo una mujer enamorada puede defender al caído como ella defendió a su hermano.

SECRETARIA: ¿Y qué sabe de su vida privada?

ESCRITOR: Poca cosa, aunque al parecer no dejó sus amoríos… sí se sabe que rehízo sus relaciones con el Príncipe Borghese y que su vida social desapareció. Por tanto, no hay más remedio que dejar paso a la imaginación. Levantemos, pues, el telón y nos limitamos a observar.

ESCENA DOS

(Al levantarse el telón Napoleón está sentado en un salón de Las Tullerias. Su imagen ha cambiado, ha engordado y su frente se ha ensanchado. Viste con el capote azul de Marengo. Ha pasado algo más de un año desde que se vieron por última vez y en ese tiempo Paulina ya se ha casado con el Príncipe Borghese y reside en Roma. Nada más entrar Paulina, Napoleón grita:)

NAPOLEÓN. ¿Por qué e  e?

PAULINA. ¡Eres un dictador!… Me has traído a la fuerza desde Roma y eso no te lo voy a perdonar.

NAPOLEÓN. ¿Por qué no quieres ser Dama de Honor de Josefina? Sabes que dentro de unos días voy a ser coronado Emperador y en ese acto, el más importante de mi vida, no puede faltar mi familia.

PAULINA. Pues tu madre, nuestra madre, no asistirá tampoco.

NAPOLEÓN. ¡Mi madre asistirá!

PAULINA. No, hermano mío, con nosotros podrás, pero con nuestra madre nunca has podido y nunca vas a poder.

NAPOLEÓN. Eso ya lo veremos… dime, te insisto, ¿por qué no quieres llevar la cola del vestido de Josefina si tus hermanas ya han aceptado y Hortensia también?… para cualquier mujer importante de Francia sería un honor ayudar a Josefina.

PAULINA. Mira, Napoleone, si fuera libre te diría porqué, pero a la fuerza no voy a darte explicaciones.

NAPOLEÓN. Pauletta, pues ya eres libre… así que habla.

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PAULINA. ¡Por envidia, por celos y porque creo que te equivocas!… Tú, republicano desde siempre y enemigo de los reyes ¿ahora te vas a transformar en uno de ellos?

NAPOLEÓN. ¡La Francia que yo sueño no cabe en una República!

PAULINA. Claro, y por un sueño te vas a poner la Corona de Luís XIV…

NAPOLEÓN. No, la de Luis XIV no, la de Carlomagno… y además vendrá el Papa de Roma a ponérmela.

PAULINA. Te equivocas, porque Francia es republicana y los franceses serán capaces de morir por la libertad, la igualdad y la fraternidad.

NAPOLEÓN. Bueno, dejemos eso, tú no entiendes de política… Dime ¿y por qué hablas de envidia y de celos?

PAULINA. (Cambia de tono y se acerca a Napoleón) Sí, tengo envidia de esa «vieja» y tengo celos porque ese día me gustaría ser yo la que estuviese a tu lado ¿o has olvidado qué yo te quiero?

NAPOLEÓN. ¡No te permito que le llames «vieja» a Josefina!

PAULINA. Es que lo es. Josefina tiene ahora mismo 41 años y yo sólo tengo 24… si hasta podría ser mi madre.

NAPOLEÓN. Sí, pero ella me ayudó más que nadie a llegar al Poder y además la amo.

PAULINA. Mira, Napoleone, tú necesitas un hijo, un heredero, y más lo necesitarás si te proclaman Emperador… y ella no puede dártelo.

NAPOLEÓN. Josefina ha tenido dos hijos.

PAULINA. Sí, pero eso fue cuando era joven.

NAPOLEÓN. Pues, tendremos hijos.

PAULINA. No te hagas ilusiones, Napoleone, aunque Josefina todavía esté en edad de tener hijos… ¿o es que no sabes que cuando nació Hortensia se acabó su capacidad procreadora?

NAPOLEÓN. Eso son cuentos… tal vez sea yo el que no pueda tenerlos.

PAULINA. Pues, conmigo los tendrías… ¡Y yo también he tenido un hijo!

NAPOLEÓN. Pauletta, ese no es el problema de hoy, de lo que hoy quería hablar contigo es de la Coronación, quiero que la Coronación sea un acto para la Historia… y quiero que el lujo brille más que la propia Catedral de Notre-Dame… y tú, la mujer más bella de Francia, no puede faltar.

PAULINA. Está bien, asistiré y le llevaré la cola del vestido… pero, te vaticino una cosa que veo en tu horizonte. Napoleone, no ha de tardar mucho en que reniegues de Josefina y busques otra mujer que pueda darte un heredero.

NAPOLEÓN. Pauletta, quiero que estés siempre a mi lado.

PAULINA. Si, Napoleone, y lo estaré… hasta que un día te veas sólo y desamparado

NAPOLEÓN. Bien, Pauletta, acércate y dame un beso.

PAULINA. No quiero besos de compromiso, ni de amistad, ni de hermanos.

(Y Paulina con sorna le hizo una gran reverencia y sale)

ESCENA TRES

(Esta escena se produce en el Salón Biblioteca de Villa Borghese, la residencia habitual del Príncipe en Roma. Ha pasado algo más de un año desde que Paulina y el Príncipe de Sulmona y Rossano se casaron por imposición de Napoleón. Al levantarse el telón aparecen el escultor Canova y Paulina. El escultor trabaja ante un lienzo, con pinceles en la mano haciendo unos apuntes de la modelo, como preparación para la escultura que el Príncipe le ha encargado de su mujer. Paulina está semitumbada en una «chaise longue» y ligeramente vestida)

PAULINA. Maestro, así no me gusta.

CANOVA. ¿Por qué no te gusta, Princesa?

PAULINA. Porque no quiero una escultura vestida, quiero que me representes desnuda, como vine al mundo.

CANOVA. ¿Estás loca, Princesa?

PAULINA. No, no estoy loca. Si dicen que soy la mujer más bella de Europa quiero que los europeos de mañana me vean tal como soy.

CANOVA. Pero eso será una provocación, la sociedad romana de hoy se escandalizará y el Emperador más.

PAULINA. Una provocación no, será un regalo… y si la  Alta Sociedad se escandaliza que tapen mi cuerpo después… como hicieron los Papas con los desnudos de Miguel Ángel. Además, maestro, me gustaría que además de mi cuerpo sepas captar mi alma.

CANOVA. ¡Oh, Paulina! ¿Me estas pidiendo que haga lo que ni Miguel Ángel consiguió con su Moisés o su David

PAULINA. Sí Canova, te estoy pidiendo que entres en mi alma y la reflejes tal cual es.

CANOVA. Para saber cómo eres de verdad me bastan tus ojos. ¿No te has dado cuenta de que tus ojos son un libro abierto?

PAULINA. Sí, y por lo que veo tú no estás entendiendo,  no quieres entender, lo que te estoy ofreciendo… los ojos no bastan para conocer a una mujer.

CANOVA. Paulina… sí que lo estoy entendiendo, pero no quiero entenderlo.

PAULINA. Maestro, entra en mi cuerpo si de verdad quieres conocerme. (Y quitándose la poca ropa que lleva encima se acerca al escultor y se muestra totalmente desnuda)

CANOVA. No, Princesa, con lo que veo tengo suficiente.

(Y así fueron transcurriendo aquellos días de 1805. Canova se acercaba cada tarde hasta Villa Borghese donde le esperaba Paulina… y aquel trozo de mármol de carrara fue dando paso a la estatua que pasaría a la Historia)

PAULINA. ¿Y que se cuenta por Roma, Maestro?

CANOVA. ¡Oh, Paulina, no te lo puedes imaginar, Roma, Italia y París están festejando hoy la gran victoria del Emperador!

PAULINA. ¿Y qué ha hecho mi hermanito ahora?

CANOVA. ¡El Emperador ha entrado en Viena!

PAULINA. ¡Dios, el «rayo de la guerra» es invencible! Al final Napoleone conseguirá su sueño, hacer los Estados Unidos de Europa, aunque sea por la fuerza… pero, eso a mí no me importa, sigamos con lo nuestro. ¿Cómo va mi escultura?

CANOVA. Va, pero todavía falta.

PAULINA. Pues claro que falta, falta que entres en mi cuerpo…

(Y Paulina se acerca al escultor y sin más lo abraza y lo besa. Luego lo va llevando hacia la «chaise longue» hace que se tumbe y se echa sobre él con pasión)

 

 

ESCENA CUATRO

(Esta escena se desarrolla en Las Tullerias casi seis años después. Paulina está de nuevo en París y sigue con sus amoríos. Ahora vive un romance con el pintor Nicolás de Forbin y ha vuelto a reencontrarse con su viejo amante el compositor Blangini. También siguen a su lado el negro Paul y su amiga y confidente Juliette, que se que había quedado en París)

PAULINA. Sire, me habéis hecho venir ¿Qué sucede ahora? (Dice al entrar en las habitaciones privadas del Emperador)

NAPOLEÓN. Si, Pauletta, pero ven, siéntate a mi lado, hoy te necesito como amiga… y porque sé que tú me vas a decir la verdad que otros me callan

PAULINA. Eso tenlo por seguro.

NAPOLEÓN. Pauletta ¿sabes qué me voy a divorciar de Josefina y que me voy a casar con una Archiduquesa austriaca?

PAULINA. Bueno, hermanito mío, eso lo saben ya hasta los parisinos más humildes. Francia entera ya lo comenta.

NAPOLEÓN. ¿Y tú qué opinas?

PAULINA. ¿Recuerdas lo que te vaticiné hace años?… Sólo ha pasado lo que yo te vaticiné entonces, yo sabía que Josefina no te iba a dar hijos y que tú en cuanto te pusieras la corona sobre la frente, necesitarías otra mujer… ¡¡Pobre Josefina!!

NAPOLEÓN. ¿Pobre Josefina?… ¿No era eso lo que tú querías y lo que quería toda la familia?

PAULINA. Si, es verdad, nos opusimos a tu boda con Josefina porque ya entonces creíamos que no era la mujer adecuada para ti… y después te lo dije y te lo repetí cien veces… el pasado de Josefina no te favorecía, pero… (y se queda callada)

NAPOLEÓN. Pero… ¿qué?

PAULINA. Mira, Napoleone, Josefina habrá sido lo que ha sido, pero yo creo que al final ha llegado a amarte de verdad y la pobre lo va a pasar muy mal.

NAPOLEÓN. Lo hago  por Francia, lo hago por el Imperio. Yo necesito un heredero.

PAULINA. Ahí tienes razón, pero ¿cómo se te ocurre casarte con una austriaca sabiendo que la familia Real de Austria te odia y sabiendo que esa Archiduquesa es descendiente de María Antonieta, la mujer más odiada por los franceses?

NAPOLEÓN. Precisamente por eso, porque quiero convencer a los franceses y a Europa entera de que no quiero más guerras, que quiero la PAZ.

PAULINA. Ah, que ingenuo eres… ¿y tú crees que lo Reyes de Europa van a permitir que un simple general se codee con ellos?

NAPOLEÓN. ¡Yo no soy un simple general! yo soy el Emperador de Francia

PAULINA. Napoleone, desengáñate, tú para los Reyes serás siempre el general Bonaparte, el «corso» que llegó a París con los pantalones rotos.

NAPOLEÓN. ¡Sí, pero también el general que los aplastó en Marengo, en Jena, en Ulm y entró en Viena dos veces y sobre todo el que venció a los emperadores en Austerlitz!

PAULINA. Bueno, Napoleone, como veo que estás muy convencido de que haces lo mejor para ti y para Francia no te voy a decir más… creo que te equivocas y que María Luisa sí, te dará un heredero, pero una boda sin amor no puede terminar bien… María Luisa te abandonará en cuanto pierdas el Poder.

NAPOLEÓN. Pauletta… (Y se queda callado) ¿Ya no me quieres?

PAULINA. Tú sabes que te querré siempre y que estaré  a tu lado cuando te quedes solo.

NAPOLEÓN. Sí, el mundo está lleno de ingratos, y los primeros lo miembros de mi propia familia. Os he dado todo, a José lo hice Rey de España; a Luís, Rey de Holanda; a Jerónimo, Rey de Westfalia; a Elisa, la hice Alteza Imperial y Gran Duquesa de Toscana y a Carolina, Alteza Imperial y Gran Duquesa consorte de Cléveris y, ya casada con el Mariscal Murat, Reina de Nápoles… ¿Y qué me han dado?… Problemas y disgustos.

PAULINA. Te olvidas de Luchiano, el que más te ayudó a llegar donde has llegado

NAPOLEÓN. ¡No me hables de Luciano!… Le hice primero Ministro del Interior de Francia, luego Embajador en Madrid, donde se hizo con una de las fortunas más grandes de Francia… ¿y qué me dio?… ¡casarse a mis espaladas y marcharse de Francia!

PAULINA. No eres justo con Luchiano, Napoleone. Luchiano siempre te ha apoyado y siempre te ha querido. Menos mal que el Papa reconoció su valía y hasta le hizo Príncipe de Canino.

NAPOLEÓN. Bien, espero que asistas a la boda.

PAULINA. Pues no, no estaré a tu lado sabiendo cómo sé que esa boda te llevará a la perdición.

(Y haciendo una gran reverencia se marcha)

ESCENA CINCO

(Esta escena transcurre en la Isla de Elba, en el Palacio de Mulini, donde Napoleón reside desde su exilio forzoso tras su derrota y abdicación el 14 de abril de 1814. El Emperador, que ahora es Rey de Elba, está acompañado de su madre y de algunos fieles que le han acompañado. Entre ellos el Gran Mariscal Bertrand, a quien ha nombrado Ministro del Interior de su Gobierno en la isla; el General Drouot como Ministro de la Guerra y el General Cambronne como Jefe de la Guardia Real. Todo ello para hacerse creer que vive en Las Tullerias y que sigue siendo Emperador de Francia. También visita la isla con mucha frecuencia Paulina y a veces se queda semanas enteras. Gracias a ella se ha formado una especie de Corte con las autoridades locales y los personajes más destacados no sólo de Elba sino de las siete islas que componen el Archipiélago Toscano)

NAPOLEÓN. (Reposado en un butacón que le sacan los criados a la terraza del Palacio Mulini y desde donde se contempla el mar azul de Liguria y hasta la costa de la península) Pauletta, no sabes cómo te agradezco lo que estás haciendo por mí… estás consiguiendo hasta que me olvide de Las Tullerias y de París.

PAULINA. ¡Ay Dios, si me hubieras hecho caso!… ¡Si no te hubieses casado con la austriaca y yo hubiese estado a tu lado!

NAPOLEÓN. ¿Por qué hablas despectivamente de mi mujer y la madre de mi hijo, el Rey de Roma?… Es lo único que me falta en este destierro, mi mujer y mi hijo.

PAULINA.  Que iluso eres, ¿todavía sigues creyendo que tu mujer y tu hijo vendrán?

NAPOLEÓN. Sí, los espero, María Luisa es una buena mujer y a mí me quería.

PAULINA. Por favor, Napoleone, no digas tonterías… María Luisa nunca te quiso, ni es una buena mujer… ¿o es que has olvidado que no quiso ni despedirse de ti y que en cuanto pudo se marchó con su hijo a Viena?

NAPOLEÓN. Fue forzada por los aliados.

PAULINA. ¿Forzada?… entonces ¿por qué se habla ya de que se ha casado con el Conde Neipperg?

NAPOLEÓN. ¡Eso es mentira!… María Luisa me quería y con ella fui feliz.

PAULINA. Vamos, hermanito,  que ya eres mayorcito para creer en los ángeles del cielo… María Luisa nunca te quiso a ti, ni a Francia, ni a tu familia… ella sólo se casó contigo porque se lo ordenó su padre, el Emperador,  y porque le interesaba para sus planes… ¿o es que no sabes qué Metternich, el embajador austriaco, se enteraba de todo, incluso lo que sucedía en vuestra cama, a través de ella? María Luisa fue la espía perfecta de su padre.

NAPOLEÓN. Habladurías, sólo habladurías.

PAULINA. Bueno Napoleone, tu sigue soñando. Te dije en Las Tullerias que en cuanto perdieses el Poder María Luisa te abandonaría y ya lo ves. Me voy, tengo que terminar de organizar la fiesta del sábado.

NAPOLEÓN. No, no te vayas, he mandado llamar a Bertrand.

PAULINA. Napoleone ¿pasa algo? ¿Estás planeando algo que yo no sepa?

NAPOLEÓN. No, sólo quiero saber cómo van las obras del hospital que he mandado construir y si se han plantado ya las moreras y los olivos que nos han traído de Liborno y de España.

PAULINA. Oye Napoleone, estoy pensando que un día podríamos ir a la playa… me gustaría bañarme como cuando éramos adolescentes.

NAPOLEÓN. Ya veo tus intenciones, hermanita… además, ya sabea que a nuestra madre no le gustan esas cosas.

PAULINA. Claro, si a ella entre parto y parto no le quedaba tiempo ni para respirar… ¡Catorce hijos, en 21 años de casada! No seas terco, te aseguro que lo pasaremos bien.

NAPOLEÓN. Mira aquí está ya el Gran Mariscal

BERTRAND. (Haciendo una ligera inclinación de cabeza y besando la mano de Paulina) Sire, me han dicho que queríais verme.

NAPOLEÓN. Sí, Mariscal, quiero saber cómo van las obras del hospital, porque quiero que esté terminado cuanto antes.

BERTRAND. Pues, lo que es la obra ya está terminada, ahora nos falta la equipación y por ello he enviado a tres doctores de mi confianza a Roma, París y Egipto. Quiero que nuestro hospital tenga los más modernos aparatos y utensilios de salas de operaciones y laboratorio.

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NAPOLEÓN. Eso me parece bien, Bertrand.

BERTRAND. Bueno, Sire, pero además he pensado abrir en cada una de las siete ciudades de la isla una Delegación del hospital y con personal preparado y para ello he mandado contratar algunos médicos en Génova y en Nápoles. Según me han dicho allí están los mejores. El pueblo debe estar bien atendido.

NAPOLEÓN. Me parece bien, Mariscal, pero ¿no habréis olvidado las carreteras y la plantación de los olivos y las moreras que hemos traído de Livorno y de España?

BERTRAND. Todo está en curso, Sire, para las moreras hemos encontrado un valle muy llano casi en la falda del Monte Capanne…

NAPOLEÓN. Por cierto, Bertrand he pensado que me gustaría hacerme en la parte más alta de ese Monte una casa solariega para pasar los veranos. Me gustaría que encargases a los arquitectos un proyecto.

BERTRAND. Así se hará, Sire, sus ideas para mí son órdenes… como antes, como siempre.

NAPOLEÓN. ¡Ay, Mariscal, aquello ya pasó, ahora lo que debe preocuparnos es hacer de esta isla un lugar que sea la envidia de cuantos nos visiten!

BRETRAND. ¿Ordenáis alguna cosa más Sire?

NAPOLEÓN. No, no… pero decidle al general Drouot que quiero verle.

(Y sale el Gran Mariscal)

PAULINA. ¡Qué barbaridad!… No tienes arreglo… sigues siendo el soñador que fuiste siempre.

NAPOLEÓN. ¿Y qué quieres que haga en esta cárcel a la que me han enviado?

PAULINA. ¡El amor!… Nunca vas a aceptar que el amor es lo más importante de la vida. Bueno, yo me voy.

NAPOLEÓN. No, Pauletta  quiero que estés aquí para ver lo que nos cuenta el General Drouot.

(Entra el General Drouot, Ministro de la Guerra del «Reino de Elba»)

DROUOT. (Saludando militarmente y besando la mano a Paulina) Sire, a vuestras órdenes.

NAPOLEÓN. General, dejaos de formalidades y decidme cómo va la Guerra.

DROUOT. Sire, me han llegado noticias de Francia que os pueden interesar.

NAPOLEÓN. ¿Qué pasa en Francia? ¿Se ha muerto el Borbón?

DROUOT. No, Sire, pero según me dicen los franceses están ya hasta el gorro del Rey y vuestro nombre va ya de boca en boca.

NAPOLEÓN. No me digáis, general, no me lo creo.

DROUOT. Sí, parece ser que los franceses comienzan a darse cuenta de lo que perdieron con vuestra abdicación… la Monarquía, al parecer, se tambalea… además vuelve a escasear el pan, como antes de la Revolución… y las ciudades se están llenando de papeles y de folletos con vuestra imagen.

NAPOLEÓN. Normal. Francia y los franceses no olvidarán nunca la gloria que yo les di y los Reyes no se han dado cuenta que las Monarquías ya no tienen nada que hacer.

DROUOT. Sire…

NAPOLEÓN. No sigáis, general, yo estoy bien donde estoy. Elba me gusta, incluso más que Córcega.

DROUOT. Sire, podríamos…

NAPOLEÓN. No, la fruta todavía no está madura, tendrán que pasar más cosas… pero, por hoy tengo suficiente. Me duele saber que los franceses lo vuelven a pasar mal, pero ellos así lo quisieron. Ya podéis retiraros general.

DROUOT. (Saludando con una leve inclinación de cabeza) A vuestras órdenes siempre, Sire.

PAULINA. (Al quedarse de nuevo solos) Napoleone, no tienes perdón de Dios… mucho me temo que por tu cabecita están ya pasando los pájaros de antaño. Sería un disparate… volver a empezar, tú estarías loco.

NAPOLEÓN. Pues, claro que estoy loco y por eso me voy contigo mañana a la playa.

PAULINA. Vaya, el gran Dios se hace hombre… pues, te aseguro que lo pasarás bien.

(Al día siguiente en una de las preciosas playas que rodean Elba)

PAULINA. (Desde el agua y totalmente desnuda) ¡Napoleone, no seas cobarde y métete en el agua conmigo!

NAPOLEÓN. No, Pauletta, yo ya estoy viejo para esas olas.

PAULINA. (Saliendo del agua y mostrándose desnuda) ¿Tú viejo?… si sólo tienes 42 años… anda, quítate la ropa y báñate conmigo.

NAPOLEÓN. No, ni me desnudo ni me meto en el agua contigo. Tú eres una serpiente venenosa, un peligro.

PAULINA. Sí, yo seré una serpiente venenosa, pero aunque no lo digas sé que mi veneno te gusta (y sin decir más se tumba a su lado y lo besa.)

NAPOLEÓN. (Que no se ha resistido a los besos de Paulina) Pauletta, que eres mi hermana… no me tientes más, que los caballos del deseo ya galopan dentro de mí.

PAULINA. Natural, que yo sepa sigues siendo un hombre… y no me digas más que eres mi hermano.

NAPOLEÓN. Anda, ven aquí que ya no soporto más el fuego que has encendido.

(Y ambos se abrazan y juntos suben al Olimpo de los Dioses)

ESCENA SEIS

(Un mes después. Fiesta en el Salón Real del Palacio  de Mulini. Preside Napoleón y Madame Mere, Doña Leticia. Las damas y los caballeros visten de máxima gala, y las grandes lámparas que cuelgan del techo iluminan el ambiente como si fuera de día. En un momento dado Napoleón se dirige a su madre y le dice.)

NAPOLEÓN. Madre, estoy cansado, me retiro. Que siga la fiesta.

MADAME MERE. Napoleone ¿eres feliz?

NAPOLEÓN. Tanto o más que en Las Tullerias. Esta gente es más sencilla que aquella… y además aquí no hay traidores.

MADAME MERE. ¿Qué noticias tienes de María Luisa y de tu hijo, el Rey de Roma?

NAPOLEÓN. Madre, según he sabido ayer mismo, María Luisa está tratando de convencer a su padre, el Emperador, para que la deje venirse conmigo.

MADAME MERE. Hijo, ¿y tú crees, de verdad, que quiere venir?

NAPOLEÓN. Por supuesto madre, María Luisa me quiere.

MADAME MERE. Sí, Napoleone, pero seguro que el Emperador tiene otros planes.

NAPOLEÓN. ¡Yo estoy loco por ver a mi hijo, el Rey de Roma!

MADAME MERE. Esperemos que sea así… aunque yo lo dudo.

NAPOLEÓN. Pues no lo dudes madre… Bueno, yo me retiro, mañana será otro día.

(Dos horas más tarde)

PAULINA. (Entra sin avisar) Napoleone ¿puedo pasar?

NAPOLEÓN. Sí, sí, pasa Pauletta.

PAULINA. No me digas que es verdad…

NAPOLEÓN. Sí, es verdad… antes de que amanezca me iré de Elba

PAULINA. ¡Tú estás loco Napoleone! ¿y dónde vas a ir?

NAPOLEÓN. ¡A Francia!… ¡Los franceses me reclaman!

PAULINA. Pero ¿qué vas a hacer tu solo frente a los ejércitos del Rey?

NAPOLEÓN. Yo no estaré solo, conmigo estará el pueblo francés.

PAULINA. ¿El pueblo francés? ¿olvidas que el pueblo francés aplaudió tu abdicación y tu exilio?

NAPOLEÓN. Estoy seguro que el pueblo me recibirá con los brazos abiertos y me ayudará a llegar a París.

PAULINA. (Abriendo un maletín que ha traído en sus manos) Bueno, Napoleone… (pausa prolongada) pero por si acaso lo necesitas yo te he traído esto… (y abre el maletín lleno de joyas) ¡Aquí tienes todas mis joyas!… creo que para llegar a París necesitarás dinero… a los soldados hay que pagarles.

NAPOLEÓN. ¡Ay Pauletta, hermana mía, siempre serás única!

PAULINA. No, no te confundas, yo no ayudo a un loco, yo ayudo a mi hermano, el amor de mi vida… aunque esté loco.

NAPOLEÓN. Pauletta… (y se acerca a ella y la abraza. Luego tras unos momentos emotivos)

PAULINA. No quiero que mueras.

NAPOLEÓN. ¡Y no voy a morir!… En cuanto llegue a París trataré de hablar con mi amigo Alejandro, el Zar de todas la Rusias y con el Emperador de Austria, el padre de María Luisa… y espero convencerles de que mi único objetivo de esta etapa es la PAZ.

PAULINA. ¡Ay hermanito, veo que sigues siendo un iluso!… ¿Todavía no ves que tienen cercada a Francia?… ¡No te perdonarán nunca lo que fuiste ni aceptarán nunca que vuelvas a ser Emperador!

NAPOLEÓN. El Emperador Francisco no querrá perjudicar a su hija María Luisa ni a su nieto, el Rey de Roma.

PAULINA. ¡Qué tonto eres!… El Emperador no te perdonará nunca las derrotas que le has causado, ni tus humillantes entradas en Viena, ni Austerlitz.

NAPOLEÓN. Pauletta, dejemos la política… Si llego a París me gustaría que estuvieses a mi lado.

PAULINA. Pues no, Napoleone, no querré presenciar tu caída definitiva… y si vuelves, eso es lo que te espera.

NAPOLEÓN. Te equivocas, Pauletta, los franceses aplaudirán que les devuelva la gloria que han perdido… Francia aplaudirá siempre la grandeza que yo le di.

(Paulina no responde, se acerca a él y lo abraza y lo besa)

ESCENA SIETE

(En este momento se apaga la luz y cuando se enciende aparecen otra vez el escritor y la secretaria).

ESCRITOR: Marina, ¿qué te parece?

SECRETARIA: ¡Sorprendente! ¡Dios, que mujer!

ESCRITOR: Sí, sí, Paulina fue sorprendente en todo… ¿te has dado cuenta que Paulina fue una mujer muy adelantada para su tiempo?

SECRETARIA: Ya lo creo Don Gabriel, defender el amor libre y la igualdad de la mujer en aquellos tiempos debió ser duro para ella.

ESCRITOR: Pues así fue, según sus biógrafos una mujer que se adelantó a las feministas de hoy… no creía en nada, odiaba la guerra, consideraba al hombre como un dictador, como un machista y pedía libertad plena en materia sexual.

SECRETARIA: ¿Y cómo fue su final?

ESCRITOR: Triste, muy triste… y además murió muy joven. ¿Y sabes de qué murió? ¡de un cáncer de útero!, según los médicos que la trataron «por la constante y habitual excitación de dicho órgano». Pero sigamos sus pasos en ese final de su vida.

ESCENA OCHO

JULIETTE. Paulina ¿Puedo pasar?

PAULINA. Si, pasa Juliette.

JULIETTE. He venido en cuanto he sabido la triste noticia

PAULINA. ¡Ha muerto, ¿sabes?, ha muerto!… ¡Pobre Napoleone!

JULIETTE. Bueno, amiga mía tú hiciste todo lo que podías hacer.

PAULINA. Sí, ¿pero de que ha servido?… ¡Pobre Napoleone! (y casi llorando)… Y allí solo, en esa isla del demonio, sin su familia, sin amor… ¡Qué injusta ha sido la vida con él, el hombre más grande que ha dado Francia… y han dejado que muera solo, solo, solo!

JULIETTE. Paulina, no te pongas así… aunque haya muerto solo Francia y el mundo entero lo recordarán siempre

PAULINA. Yo lo intenté, Juliette, lo intenté todo… quise marcharme con él a Santa Elena, y no me dejaron. Rogué al Papa y a los Reyes y no me escucharon… ¿sabes que hasta me fui a Viena y hablé con María Luisa? ¿sabes que hasta me fui a Moscú y hablé con el Zar Alejandro?… ¡Dios, y que me encontré en Viena?, una mujer, que habiendo sido su mujer y madre de su hijo, que apenas le recordaba ya y hasta ha tenido tres hijos con ese Conde Neipperg … una mujer fría, a la que no le importaba en absoluto lo que estaban haciendo con su marido, blanda, fofa, volcada en su nuevo amante.

JULIETTE. ¿Y su hijo, el Rey de Roma?

PAULINA. No pude verlo, no me dejaron verlo… sólo me dijo, y como quien habla de un perro, que hablaría con su padre el Emperador.

JULIETTE. ¿Y el Zar Alejandro?

PAULINA. Alejandro me lo prometió todo y al final tampoco hizo nada… y eso incluso habiéndome entregado a él… el Zar, eso es verdad, me recibió con todos los honores y tuvo palabras grandiosas para mi hermano… ¡Nada!… Napoleón en Santa Elena era ya un vencido, un estorbo, y los vencidos ya no cuentan.

JULIETTE. Sí, pero el Emperador Napoleón será para la historia más grande que todos ellos.

PAULINA. La historia es una puta que se vende al mejor postor… ni si quiera han permitido que sus restos vuelvan a Francia, su querida Francia… ese Rey gordo sueña todavía con los CIEN DÍAS, yo creo que ni muerto dejará de tenerle miedo.

JULIETTE. Está bien Paulina, mí querida Paulina, pero la vida sigue y eres todavía muy joven,

PAULINA. No Juliette, con la muerte de mi hermano han muerte también mis ilusiones… yo le amaba ¿sabes?… aunque fuese mi hermano, yo le amaba… Napoleone ha sido el hombre más grande que ha dado este mundo.

ESCENA NUEVE

(4 años más tarde en Florencia)

JULIETTE: Paulina, no te quejes tanto, tú eres fuerte y eres joven, si sólo tienes 44 años.

PAULINA: No, te equivocas Juliette, mi cuerpo ya no quiere vivir más y mi alma está muerta desde que murió él… Además llevo cuatro años sin hacer el amor y eso para mí es una muerte segura.

JULIETTE: Hija mía, yo llevo más años que tú sin hacer el amor y no me muero.

PAULINA: No, amiga mía, según los médicos el cáncer ha invadido ya mis órganos genitales y eso no tiene cura… y más grave que el cáncer es que yo ya no quiero vivir más.

JULIETTE: Paulina, no digas tonterías, tú lo tienes todo y sigues siendo la más bella de todas.

PAULINA: ¿Ah, sí?… tráeme un espejo, por favor, hace tiempo que no tengo ganas ni de mirarme al espejo.

(Juliette se levanta y le acerca un espejo).

PAULINA: (Se recuesta en la «chaise longue» y desnuda como estaba se contempla durante un buen rato por un lado y otro de su cara y de su cuerpo). ¡Sí, es cierto, sigo siendo bella, ya no tengo miedo a morir!

(Y Paulina murió aquel 9 de junio de 1825, cuatro años más tarde de la muerte de su amado hermano Napoleón).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.