25/04/2025 18:15

En estos tiempos en que los escándalos corren más deprisa que las noticias, y donde las antiguas instituciones ya no se sostienen por el peso del protocolo, la Reina Sofía permanece. No por inercia, sino por algo mucho más difícil de explicar: por respeto. No al título —que ya no ostenta— ni al poder —que nunca ambicionó—, sino a una forma de estar que hoy parece de otro siglo: la de la dignidad silenciosa.

Mientras Juan Carlos I se enfrenta en los tribunales británicos a una demanda presentada por él mismo contra Corinna Larsen, su antigua compañera sentimental, el país observa con una mezcla de fatiga, incomodidad y desinterés. El desgaste es ya tan profundo que cuesta encontrar entusiasmo incluso en la polémica. Él, que fue emblema de la Transición y símbolo de estabilidad, inspira hoy más frialdad que fervor. Es una figura que se ha ido difuminando entre titulares incómodos, exilios discretos y un relato del que ha perdido el control.

Y, sin embargo, en ese mismo contexto, hay una presencia que se mantiene intacta. Más aún: que se ha fortalecido. La de la Reina Sofía.

Lo vimos, con toda su fuerza simbólica, en la reciente Madrugá de Sevilla. Allí, entre devoción, incienso y saetas, apareció la Reina emérita, y no hizo falta discurso, ni gestos grandilocuentes. Bastó su presencia. Bastó su gesto sereno, su compostura. Bastó el aplauso espontáneo, cálido, casi emocionado, de los sevillanos, para constatar una verdad que a veces pasa desapercibida entre tanto ruido: Sofía nunca dejó de ser Reina. No por un decreto, sino porque el pueblo nunca se lo retiró.

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Su figura, con el paso del tiempo, ha ganado algo más poderoso que la notoriedad: ha ganado legitimidad emocional. Porque ha soportado lo que pocas habrían soportado. Humillaciones públicas, ausencias que no lo parecían, silencios que gritaban. Y nunca respondió con desaires ni venganzas. Respondió con compostura, con deber, con una lealtad que no siempre fue correspondida.

En este nuevo capítulo de la caída pública de Juan Carlos I, la Reina Sofía vuelve a ser el contrapunto necesario. Donde él genera distancia, ella provoca afecto. Donde él ha perdido la empatía, ella la conserva intacta. Y no es casual: es el resultado de años de coherencia, de no hacer del cargo una excusa, sino una forma de vida.

Ella también ha sido víctima de este escándalo. Pero, como tantas veces en su vida, ha convertido el agravio en ejemplo. Nunca ha hablado mal, nunca se ha expuesto a la batalla de titulares. Ha preferido la serenidad de los actos pequeños a la estridencia de las declaraciones. Y esa decisión, hoy, se traduce en algo tan simple como poderoso: cuando aparece en público, se le aplaude.

Mientras Juan Carlos libra su última batalla por el relato de su historia, Sofía ya ha ganado la suya: la de la coherencia, la del respeto, la de la mujer que fue Reina sin aspavientos, y que sigue siéndolo a los ojos de un país que, pese a todo, no olvida.

Corona contra Corinna. Por Yolanda Cabezuelo Arenas

Autor

Yolanda Cabezuelo Arenas
Yolanda Cabezuelo Arenas
Articulista en ÑTV
Colaboradora de Las Nueve Musas, Ars Creatio, y ESdiario
Autora de la novela "La cala de San Antonio"
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Alvar

Es cierto que esta mujer ha sabido estar, no se puede negar. Sin embargo tampoco podemos tapar el sol con el dedo; esta mujer ha participado en el engaño de los españoles que han sido traicionados y machacados desde la transición estando en primerísima fila y sin despeinarse. Ella, igual que su hijo ahora, han estado siempre dando cobertura al poder oclocrático que nos ha destrozado. Ella ha sido conocedora de los secretos inconfesables de Bilderberg y no se ha despeinado siquiera. Ella, en definitiva, y en esencia, ha sido la coartada para que nuestros enemigos destrozaran España y no ha tenido nunca el detalle de prevenirnos, algo común de las actuales monarquías europeas, que se han vendido al poder de la sinagoga de Satanás y han aceptado ejercer un papel de tapadera, para engañar a sus respectivos pueblos.
La diferencia entre un Rey de verdad y un rey de paja es la misma que hay entre Salomón y Herodes, uno engrandece a sus pueblo, otro se engrandece a sí mismo a costa del sufrimiento de su pueblo.
Una cosa son las formas y otra cosa es el fondo.
Un rey sometido a la mafia política no es un rey, y si encima de sometido colabora con ella entonces es parte de dicha mafia.
El verdadero problema que tenemos que resolver es que España no puede ser, no puede existir siendo liberal, España no es liberal, Europa no es liberal, el liberalismo destruye los pueblos («Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”) por eso hemos llegado al punto en que estamos. Todo se ha corrompido, aunque algunos todavía mantienen la careta en su sitio.

Miguel Sánchez Asenjo

Buenos días compañera articulista, Doña Yolanda:

La contesto a su artículo: Reina Sofía: Silencio, Dignidad y una ovación en La Madrugá, seguidamente.

Su Reina Sofía, porque mi verdadera Reina siempre ha sido y será la Reina Madre S.A.R., Doña Ysabel, que sin duda está en el cielo con el Altísimo, ya no por católica hasta el último suspiro de su vida, sino por los logros que consiguió únicos en el mundo y lo seguirán siendo, aunque transcurran un millón de siglos.

Dicho esto, la comento, que su Reina tuvo el infortunio de casarse con un Borbón, que ya es duro y a los más de 3 siglos me remito, con las desgracias que nos han causado esta “maldita Dinastía” Pero por si fuera poco, lo hizo con el peor de todos.

Franco, el mejor militar y gobernante de la historia, para mí, después de mi Reina Madre y de su nieto y biznieto, tuvo el error de su vida, “Craso Error”, a su sucesor,  que ya apuntaba maneras, cuando estaba en la Academia General de Zaragoza.

Sin duda y no me cabe ninguna, la tal Sofía griega, era una mujer locamente enamorada de Juan Carlos. Ella, buena persona y que aguantó, lo inaguantable, porque las “amigas” se las metió hasta dentro de su propia cama. “Insoportable de aguantar” Sin embargo, ella lo hizo, bien por la Corona de España o más bien, porque su amor era tan intenso, que no podía estar sin él.

Dicho esto Dª Yolanda y contradiciendo a lo que dice de esta pobre  Señora Dª Sofía Reina consorte, de: “Silencio y Dignidad”, ante esa procesión católica, cosa que ella no lo es, si acaso cristiana ortodoxa, le diré que quizás en sus últimos días se pasee, para recibir el cariño de la gente y que la agasaje, porque en la realidad a nadie tiene, pero durante su reinado como consorte, debo decir:

1º).- SILENCIO: Su silencio fue absoluto, ni rechistó ante los desprecios

2º).- DIGNIDAD: Pasado lo pasado y aguantado lo que aguantó, ¿ cómo denominarlo dignidad?
Qué tenga un buen día Dª Yolanda.

Miguel Sánchez

Caballero Legionario

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