
El breve libro de Laura Fàbregas Diario de una traidora tiene la virtud de constituir un gigantesco eufemismo sobre lo que no es, en el fondo y en la superficie, más que puro racismo. El título parece evocar la actitud aséptica y neutral de quien se ha apartado, bruscamente, de la fidelidad a una patria (en nuestro caso la versión nacionalista o independentista en Cataluña).
En realidad, lo que pudo suceder, siguiendo lo que nos dice la propia Laura Fàbregas, en ese punto indeterminado de la vida que identificamos como adolescencia, fue una ruptura intelectual que no podemos catalogarla como traición. No me gusta inmiscuirme en el decurso de los procesos internos de nadie, pero el libro narra, más que una traición, de la que desconocemos su genealogía, sí parece descifrar una posibilidad: aquella en la que Fàbregas, en un acto de rebeldía racional y existencial, rechazó la irracionalidad que representa el nacionalismo. Nos cuenta la autora: “Lo que me llevó a dejar de ser independentista fue, por un lado, un esfuerzo de racionalidad” (página 186). Eso no es traición, eso es el resultado de un pensamiento vital en tensión.
Traidor, así con todas sus letras y con toda su intensidad, fue Valentín Almirall que se constata, con lucidez, en el preámbulo de su libro El catalanismo en su primera edición española. Y no menos elocuente su misma indiferencia hacia los adoctrinados: “No tememos ni nos importan un comino las excomuniones que nos valdrá esta franca exposición de nuestro criterio.”
Por tanto, Fàbregas adolece de las características de conjunto que definen, en lo sustantivo, lo que se define por traidores porque, al parecer, jamás se involucró hasta el fondo con la banalidad del irracionalismo que, en Cataluña, y desde finales del siglo XIX se expresa en la línea patética del tiempo al inicio como regionalismo, después nacionalismo y finalmente independentismo (más allá ya no puede ir, salvo al cementerio de las ideologías donde tiene preparada una tumba).
Ahora bien, lo que sí resulta curioso es que no nos encontramos en el libro ningún intento claro que la genealogía de la causa nacionalista o que estigmatice los efectos de esa coagulación de irracionalismo irredento y gregario que se produce y se segrega en Cataluña en la forma, el modo y la intensidad que se alcanzó en 2017. Hasta las cabezas más cultivadas, nos dice el libro, se dejaron arrastrar y seducir, seguramente porque ya estaban marchitas. No sé, podría haber señalado por qué, qué fuerza tiene ese irracionalismo.
El esfuerzo por entender el decurso frustrado del ‘procés independentista catalán’ se elude en el libro (no sería, seguramente, la finalidad del libro) y cuando se pretende constatar las causas que lo alentaron el libro se limita a formular explicaciones poco consistentes, en unas pocas páginas. Y no convence que sea una buena alternativa estigmatizar el fenómeno mediante la invocación de palabras que lo hacen presentable al denominarlo como peste (página 99), una enfermedad infecciona colectiva pero que tiene diagnóstico y se cura.
El libro refiere, muy sucintamente, la reflexión del fenómeno que sintetiza Adolf Tobeña, como un problema psiquiátrico colectivo (que encontrarás en su libro La pasión nacionalista). Pero no tiene convicción tórica y carece de relevancia práctica y es un enorme eufemismo que trata de eludir la cuestión esencial, de la que también se sustrae voluntariamente Laura Fàbregas en su hermoso libro: que lo ocurrido en 2017 no es más que un fenómeno terminal de racismo en pleno siglo XXI.
Y es ahí, en ese punto, donde toda la razón argumental de libro, la traición, se desdibuja. ¿Por qué? Porque no explicita qué se traiciona y las causas ciertas y más que probables de todo lo que fue aquel abyecto despliegue del independentismo reducido, finalmente, a momento espectacular insulso de los mass media. La independencia duró 10 segundos. Nada más. ¿Y para qué más?
Todo aquel que vive en Cataluña y no esté en tránsito, sabe perfectamente que la mentalidad de una parte de la población de Cataluña, la más iluminada, es estar atravesada y sostenida, en su estructura profunda, por un racismo finisecular que se expresa a través hoy mediante la violencia del discurso y las leyes que lo sancionan de imposición de la lengua. El racismo sería el epifenómeno que explica la mentalidad de una población embrutecida por el irracionalismo y su delirante complejo de superioridad.
Por mi parte, no puedo interpretar del libro aquello que silencia o que no exterioriza. Eso formaría parte de la estrategia de la autora al redactarlo y deja inconclusa una explicación sobre el racismo posmoderno en Cataluña. Pero sí puedo, es lo que tienen los libros, pensar en aquello que me suscita el libro sobre esa tesis silenciosa o inacabada: que la lengua (catalana) representa una excusa para hacer política y disciplinar una parte de la población sin escrúpulos, corrupta en lo material y en lo espiritual, a través del racismo posmoderno. Estamos ante un eufemismo del discurso político: la lengua como forma suave o decorosa de racismo.
Primer eufemismo que constatamos en la traza del libro.
-Aquí tenemos, por una parte, una identidad, personal y colectiva, que ha promovido los políticos irracionalistas que debemos desvelar: la lengua es racismo y que se oculta.
-Por muy vergonzosa que se pretenda la ocultación, porque se elude incluso entre quienes no son irracionalistas, la evidencia nos pone de relieve que no solo ha afectado (la ‘peste nacionalista’) a aquella parte de la población, en el detalle de quienes la componen (especialmente los viejos, la tercera edad para Laura Fàbregas) sino que se extiende hacia quien precisa estar asistido por una razón de la existencia (al desaparecer la religiosa), cualquier razón de existencia, porque han olido el tufo devastador de un vacío (sin fines y sin destino) de la existencia que no saben cómo acometer ni afrontar. No digamos los más jóvenes.
Pero también tenemos, en segundo lugar, un eufemismo de doble vertiente.
-La estrategia política de la lengua catalana, versión imposición, que opera como sustitución perfecta del puro racismo furibundo, como práctica política, conduce a la discriminación. Mucho más suave es hablar de defensa de la lengua lo que no es más que segregación y fanatismo.
-Pero también, desde otra perspectiva, el eufemismo sirve para excusar la consecuencia primera y fundamental del racismo: el sostener una personalidad hueca por el complejo de superioridad (y de toda esa retahíla exaltada de las costumbres de una cultura desvaída y decadente). No vale la pena analizar ahora que el racismo en Cataluña constituye una respuesta sacrificial al vacío posmoderno, a la desestructuración de voluntades, y a la propensión a la forja de identidades artificiales… porque el páramo posmoderno, su implosión, no ha producido racismo en otros espacios colectivos transidos por la obsecuencia posmodernidad… aunque con el wokismo comparta muchas de sus características.
Así, pues, el irracionalismo del este tipo de doctrinas que sirven de contexto al libro de Laura Fàbregas, nos lleva a que expongamos lo que las cosas y la realidad son, sin tapujos, sin pomadas, sin expresión decorosa: es racismo el ambiente saturado desde el que se despliega el punto de vista del libro. Punto. ¿Y nada más? Bueno, podríamos poner un adjetivo: racismo eviterno que, en síntesis, no es más que el racismo que define, en toda su esfera semántica, una voluntad vacía. Una vez que el racismo se apodera de esa ‘voluntad libre’ y comienza su andadura, a lo largo del tiempo ya no tiene fin hasta la muerte (es la perpetuidad de un proyecto irrealizable).
Por eso mismo, y no es la primera vez, hay que sostener que el nacionalismo, como cualquier otra forma de irracionalismo, está asociado de forma indisoluble a la demografía. Visto que una guerra no puede exterminar estas minorías irracionales, es decir no es posible el advenimiento de un conflicto violento que propenda a sustituir una irracionalidad débil por otra nueva, más potente, con mayor número de creyentes, por la vía de los hechos, estamos como ante un precipicio: no podemos hacer absolutamente nada. ¿Qué hacer? Muy leninista pero, en realidad, no podemos hacer nada. Esa es precisamente la mejor esperanza, la más perfecta perspectiva: que la demografía hará la labor que otras instancias no pueden consumar.
La procreación tiene sus secretos. Invocar las fuerzas de la demografía proporciona una capacidad prodigiosa para acabar con aquello que, renuente, se resiste a perecer, en el ámbito humano, y que parece no tener fin. No hay catalanes. La invocación a la raza catalana (esa que nos cuenta Francisco Caja como discurso en su extraordinario libro La Raza Catalana) y toda la estrategia política de los irracionalistas en Cataluña se mantiene y solo puede perpetuarse sobre la creencia dogmática en la raza, que no es un concepto genético sino metafísico, un bien que escasea y que está en proceso de extinción. Aunque se exterioriza, como eufemismo, en la lengua y en su defensa.
Un apunte más y final sobre el libro. Laura Fàbregas, como periodista, tiene como objeto preferente de su discurso la materialidad del sistema de los partidos políticos en el actual régimen político, una democracia autoritaria. Olvida, sin embargo, que la cuestión de las sociedades occidentales que tienden hacia la transcripción de las tecnologías en el universo personal y colectivo, ha dejado en los márgenes analógicos eso de la política de derechas o de izquierda, de la defensa de los derechos humanos o de la economía de la sociedad del bienestar. Estamos en otro ámbito, en otro espacio y en otro tiempo.
Lo dice ella misma cuando refiere que debemos sacar algunas conclusiones de lo ocurrido en la última década en Cataluña: “Una de ellas es la de desconfiar cuando grupos de sapiens opinan todos lo mismo” (página 190). ¿No hace ella, a lo largo del libro, un ejercicio justo y exacto de lo contrario?
Desconfía, sí, del nacionalismo, lo que pudiera ser lógico porque le sirve de tesis sobre su ‘traición’ al nacionalismo sino que, también, en sentido contrario, confía plenamente en lo que ella entiende como su contrario: el constitucionalismo. No entiendo qué atractivo pudiera dispensar el constitucionalismo frente al nacionalismo. No son contrarios, son complementarios (compiten por el mismo público) y se mueven dentro del mismo régimen político, refundando con su operativa el régimen autoritario de la democracia posmoderna.
En efecto, la adversidad no estaría en ser o identificarse con un partido u otro, con una ideología u otra… todo ello en el seno de una democracia autoritaria. Lo relevante podría ser, como lector de las sociedades complejas, tener capacidad para entender el alcance de ese proyecto ‘democrático’: sobre el presente (que parece una irrelevante y nimia sucesión de partidos políticos en el gobierno) y sobre el futuro (una profundización en la democracia) sin comprender, al menos desde un punto de vista contrario a lo existente, que estamos ante una dictadura. Los calificativos se lo dejo a los lectores. Pero estamos ante otro eufemismo que nos ofrece, en este caso, sobre el constitucionalismo y que analiza Laura Fàbregas en su libro para no hablar de dictadura, de una forma sibilina de dictadura.
-Pero, bueno, aconsejas o no la lectura del libro de Laura Fàbregas.
-Depende. Si quieres comprobar cómo están algunos personajes en ese universo del periodismo periclitado y analógico, pues pasarás un bien rato. Pero no sirve como terapia para renunciar al irracionalismo (en su versión independentista) porque, sencillamente, es también irracionalismo (democracia, derechos humanos, etcétera) aquello que se le pretende oponer a aquella vieja astuta de la historia.
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Hace casi dos décadas Boadella publicó “Adiós Cataluña”. Solo 10 años después se proclamó la independencia. Fue una década de avance hacia el borrado de España que culminó en un aparente fracaso. Pero no. Solo 8 años más tarde los protagonistas son héroes y España ya no existe. Ya solo queda desvincularse de la necesidad del agua del Ebro para ducharse. En ello se está. Marcelo Capdeferro mucho antes escribió otro libro que desmiente no solo a su obra conformista anterior, sino a todo el compacto bloque mitológico que la historia catalana romántica y el catalanismo político invasor de la historia han pretendido hacernos tragar como la verdadera historia del Principado.
Poco más hace falta escribir. Solo comprobar que desde el siglo XIV hasta hoy en un lento avance sin atajos y por caminos tan diversos como tortuosos, se está a punto de conseguir lo que se pretendía. Con esta señora o sin ella. La plaza está a punto de ser tomada