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EL GRAN PECADO DE ESPAÑA HA SIDO Y SIGUE SIENDO EL RESENTIMIENTO

(más que la envidia, el orgullo y la vanidad)

…y grandes resentidos fueron los líderes más nefastos para la España del siglo XIX y del XX

Según la “Teoría del Resentimiento” que publicamos hoy, RESENTIDOS han sido en la España de la Transición desde don Juan, Conde de Barcelona, y su hijo Juan Carlos I, hasta el coletas Pablo Iglesias, pasando por Suárez, Zapatero, Aznar, Rajoy y Sánchez (el que más)

El próximo día 27 hará 61 años que murió el insigne Gregorio Marañón y Posadillo, aquel de quien Pedro Laín Entralgo dijo: “es cierto que había 3 “Azorines”, pero esa cifra la supera con creces Gregorio Marañón, pues en realidad había 5 Marañones: el Marañón médico, el Marañón escritor, el Marañón historiador, el Marañón moralista y el Marañón especial” pero también Laín se queda corto, ya que a esos 5 habría que añadirle el Marañón político y el Marañón liberal, porque si importante fue como médico (el médico más famoso de su tiempo y más reconocido en Europa) y si importante fue en las 5 versiones de Laín más lo fue por su actividad política con la Monarquía (fue el médico personal de Alfonso XIII), con la República (en su casa nació y llegó), en la Guerra Civil y en el Franquismo y por encima de todos los Marañones hay que poner al “Marañón liberal” , porque ese fue el eje de su vida y de toda su obra. ¿Y qué era para Marañón ser liberal? El mismo lo escribiría muchas veces: “Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que al contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política.”

Pues en recuerdo de aquel gran hombre Julio Merino ha preparado una serie para “El Correo de España” que publicaremos a partir de hoy y en la que se recogerán, además de su biografía, las 3 teorías médico-psicológicas  que le dieron fama mundial: la teoría del resentimiento, la pasión de mandar y la teoría de la timidez.

Hoy comenzamos y damos completa su “Teoría del Resentimiento”, que la incluye en su magnífica biografía del Emperador Tiberio y que yo recomendaría a todos los lectores que me lean.

 

 

INTRODUCCIóN CAPITULO PRIMERO – VIDA E HISTORIA

La verdad y la leyenda Lo que sabemos de la vida pública y privada de Tiberio proviene de cuatro fuentes principales: los Anales, de Tacito; el libro de Los Doce Cesares, de Suetonio; y las Historias de Roma, de Dion Casio y de Veleio Paterculo. Encontramos también referencias interesantes, pero puramente anecdóticas, en las Antiguedades de los judíos, de Jose, y en los libros de Filón, de Juvenal, de Ovidio, de los Plinios y de nuestro Seneca. Con la excepción de algunos detalles, principalmente de orden cronologico, las investigaciones modernas arqueológicas y epigráficas apenas han podido añadir nada a lo que nos transmitieron estos historiadores y escritores antiguos. Sin embargo, la Historia no se hace solo con datos, sino también con interpretaciones.

Los mismos hechos, vistos por historiadores de la Edad Media, del Renacimiento, de los siglos XVII y XVIII y de los decenios liberales que han seguido a la Revolución Francesa, aparecen con un significado completamente distinto ante el observador actual. Los nuevos conocimientos en las diversas disciplinas del saber humano o simplemente la mayor experiencia histórica, nos permiten explicar muchas cosas que antes nos parecían oscuras; o dar a las ya explicadas una interpretación nueva. Sobre todo ha influido en este progreso la aplicación, hoy tan frecuente (aunque no siempre afortunada) de las disciplinas biológicas al estudio de la Historia clásica. Esta Historia clásica era casi exclusivamente cronológica y arqueológica; muchas veces, simple escenografía. No ya en los centones históricos antiguos, sino hasta en los grandes tratados de la época moderna, el lector recoge la impresión de que asiste a un gran espectáculo teatral en el que, merced a pacientes estudios, se han reconstruido escrupulosamente el paisaje, la indumentaria, los gestos y las palabras de la pretérita vida oficial. Expertos actores representan solemnemente en este escenario la gran tragicomedia del pasado.

Pero si comparamos la vida así resucitada con la que estamos, cada uno de nosotros, viviendo, nos damos cuenta de la simplicidad de aquel artificio. Los personajes que representan ante nuestros ojos los grandes papeles de protagonistas son, en realidad, entes simbólicos: uno es el buen rey, otro el caballero heroico, el capitán invencible, el traidor, el mártir, la esposa abnegada o la mujer fatal. Y lo cierto es que cada ser humano hace en esta vida papeles distintos: los que le imponen las fuerzas ocultas que brotan de su alma en combinación, inexorablemente variada, con las reacciones del ambiente, las de los otros hombres y las cósmicas. Somos, sin saberlo, instrumento ciego del juego contradictorio del destino, cuyo secreto sentido solo conoce Dios. El esfuerzo de los escritores modernos se dirige a transformar esa solemne representación histórica en simple vida. Vida e Historia son una cosa misma: la Historia aparatosa del pasado es nuestra misma vida humilde y cuotidiana. La vida de hoy, mañana será Historia, tal como es hoy, sin pasar por las grandes retortas mistificadoras de los profesores. Los técnicos de la Historia clásica se afanaban, ante todo, en separar, en el legado de la antigüedad, el dato exacto de la leyenda. El naturalista de hoy sabe que la leyenda es parte de la vida que fue; tan importante y tan necesaria para conocer esa vida como la misma Historia oficial. Con el hecho preciso que la Historia recoge, nace también, en su manantial mismo, la leyenda.

Representa esta la reacción del ambiente ante la personalidad del gran protagonista o ante el suceso trascendente; y nos ensena, por lo tanto, mucho de lo que fue aquel ambiente y mucho de lo que fue la personalidad del heroe, y, por lo tanto, parte de la verdad estricta del acontecimiento. Con datos exactos y con leyendas debemos, pues, tratar de reconstruir la Historia, interpretándolos con un criterio de naturalistas. Insisto en esta palabra, de noble amplitud, para alejar la sospecha de que trate de defender aquí las interpretaciones exclusivamente psicológicas de los personajes pretéritos y de sus hazañas, tan en boga en la literatura actual. Por el contrario, me parece que la mayoría de estas interpretaciones, hechas de terminología pura y arbitraria, están llamadas inexorablemente a desaparecer. La Vida, que es más ancha que la Historia, es mucho más ancha que la Psiquiatría, ciencia inexistente; y, sobre todo, que la Psiquiatría de ciertas escuelas. La Vida es, desde luego, en gran parte, Psicología, en su sentido más dilatado y casi empírico; pero nunca Patología de mentalistas a la ultima moda. La verdad y la leyenda de Tiberio Cuadran estas consideraciones, de un modo particularmente exacto, a la vida de Tiberio. Los historiadores antiguos, algunos contemporáneos estrictos del emperador, otros muy poco posteriores a el nos han transmitido una visión de su reinado hecha con la mezcla habitual de Historia y de Leyenda; pero acaso es Tiberio uno de los grandes héroes en que mas difícil es separar el punto donde empieza la Leyenda y donde termina la Historia. La apología que de el escribió su contemporáneo Veleio Paterculo es pura leyenda, pero fundada en indudables virtudes del Cesar. La diatriba de Suetonio es leyenda también, pero igualmente fundada en los innegables vicios del emperador. Leyenda son hasta sus retratos en mármol, que nos representan como impecables aquellas facciones, cuya belleza original estaba deformada por repugnantes ulceras y cicatrices. Sobre estas dos facetas de la verdad, la histórica y la legendaria, los comentaristas modernos han ido, con el ritmo de los tiempos, haciendo interpretaciones, no ya distintas, sino diametralmente opuestas del personaje.

Todas son igualmente Historia: porque representan lo que cada etapa del pensamiento humano va añadiendo a la personalidad del héroe; proceso que no termina con su muerte, sino que después de esta se perpetua en su fama, en inacabable evolución. Durante muchos siglos Tiberio ha sido para la humanidad un monstruo, casi comparable a Nerón y a Caligula en su maldad. Se dice que influyo en su triste fama el espíritu cristiano que llena la cultura de la Edad Media y del comienzo de la Edad Moderna: Tiberio fue, no en vano, el emperador de Pilatos: el Poncio que dejo crucificar a Cristo por cobardia. Pero es indudable que todo lo malo que sabemos de el, lo escribieron dos historiadores que no llegaron, en realidad, a conocer la nueva doctrina: Suetonio y Tacito.

Es más: este ultimo participo del odio o del desprecio que sintio por los cristianos la sociedad romana de su tiempo. La reacción cristiana, por lo tanto, pudo ayudar a la versión de la infamia de Tiberio, pero no la invento. En cambio, no puede negarse que en la rehabilitación del emperador ha influido el espiritu racionalista, y a veces decididamente anticristiano, de la ciencia actual, a partir del final del siglo XVIII. No se olvide que uno de los primeros defensores de Tiberio y, desde luego, uno de los que más han influido en crearle un ambiente propicio fue Voltaire. Otros escritores de la revolución, como Linguet, le hicieron el coro. Una de las leyendas que sublevaba a Voltaire era precisamente la de que Tiberio hubiera intentado reconocer a Cristo. Después vinieron las revisiones apologéticas de los historiadores franceses, alemanes e ingleses, muchos de ellos henchidos de puritanismo protestante; porque en verdad, en muchas cosas, este Cesar parece un antecesor de Calvino. Y, finalmente, otros, italianos, propicios a favor del nacionalismo actual de su patria a estas reivindicaciones de los héroes de la Roma antigua. Más seria inexacto decir que la rehabilitación y aun la glorificación de Tiberio es solo obra del prejuicio sectario o nacionalista. Es evidente que estos sentimientos han encontrado injerto propicio en el hecho de las indudables virtudes políticas que poseyo el odiado Cesar; que ya constan, por cierto, en los libros de sus contemporáneos, mucho menos apasionados de lo que se dice: ellos nos contaron, es cierto, sus cualidades malas, pero ¿quien, sino ellos, nos ensenaron también las excelsas? En estas alternativas del pensamiento histórico sobre Tiberio se advierte, sobre todo, el prejuicio, ya indicado, del mito del héroe representativo, es decir, de la preocupación del carácter arquetípico y de una pieza. Para unos, fue este príncipe un ser en su totalidad perverso, desde el comienzo de su vida hasta su fin; y como era despótico y cruel, tuvo que ser gobernante desdichado, responsable de todas las calamidades de su tiempo. Para otros, fue un modelo de perfección burocrática, «el emperador más capaz que tuvo Roma», como dijo Mommsen, pontífice máximo de la Historia (aunque no de la Vida) de aquella civilización; y puesto que administro su imperio con pulcritud, hubo de ser también hombre cabal, hijo amante y espíritu justiciero y bondadoso. Y la verdad es que si hay un hombre cuya vida sea ejemplo de alternativas y de cambios en la conciencia y en la conducta; ejemplo de personalidad construida, no con material uniforme, sino con fragmentos diversos y contradictorios, ese hombre es Tiberio. Tacito, que le vio desde bastante cerca y con mirada genial, ha dado la mejor definición de su espíritu: «sus costumbres -dice- fueron distintas según las épocas»; «mezcla de bien y de mal hasta la muerte de su madre». Dion le llama «príncipe de buenas y malas cualidades, a la vez»

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Así le pinta también Plinio el viejo: «hombre tristisimo», «príncipe austero y sociable», que «en su edad avanzada se torno severo y cruel». E igualmente, Seneca, cuando se refiere a su buen gobierno, pero exclusivamente en sus primeros años de principado. A esto, que es la verdad, que es la Vida, los historiadores, fascinados por el mito del carácter de una pieza, responden que se trata de una mistificacion; que si Tiberio fue bueno al principio, tuvo que serlo al final. Sus vicios de última hora, en Capri, probablemente inventados, se refutan con el único argumento que no tiene valor: el de que un hombre casto hasta los sesenta años no pudo lanzarse al desorden a partir de esta edad. En realidad, no ya cada edad de la vida -que puede ser, cada una, como una vida diferente- sino, en ocasiones, cada ano y aun cada hora, si están cargados de motivos trascendentales, pueden suponer una modalidad nueva de la vasta personalidad del ser humano.

Y ocurre esto, sobre todo, en los hombres como Tiberio, de vida, a pesar de las apariencias, casi exclusivamente interior; porque en ellos, las agresiones del ambiente, sobre todo cuando son tan tremendas como las que le acometieron a él, producen esa fermentación de las pasiones que estalla cuando menos se espera en formas arbitrarias de la conducta y que se llama resentimiento. Tiberio fue, en efecto, un ejemplar autentico del hombre resentido; y por eso lo he elegido como tema de estas meditaciones, iniciadas hace ya muchos años, desde mis lecturas juveniles de Tacito. No pretendo, pues, hacer, una vez más, la historia de Tiberio, sino la historia de su resentimiento.

 

CAPITULO II – TEORIA DEL RESENTIMIENTO

Definiciones «Entre los pecados capitales no figura el resentimiento y es el más grave de todos; mas que la ira, más que la soberbia», solía decir don Miguel de Unamuno. En realidad, el resentimiento no es un pecado, sino una pasión; pasión de ánimo que puede conducir, es cierto, al pecado, y, a veces, a la locura o al crimen. Es difícil definir la pasión del resentimiento. Una agresión de los otros hombres, o simplemente de la vida, en esa forma imponderable y varia que solemos llamar «mala suerte», produce en nosotros una reacción, fugaz o duradera, de dolor, de fracaso o de cualquiera de los sentimientos de inferioridad. Decimos entonces que estamos «doloridos» o «sentidos». La maravillosa aptitud del espíritu humano para eliminar los componentes desagradables de nuestra conciencia hace que, en condiciones de normalidad, el dolor o el sentimiento, al cabo de algún tiempo, se desvanezcan. En todo caso, si perduran, se convierten en resignada conformidad. Pero, otras veces, la agresión queda presa en el fondo de la conciencia, acaso inadvertida; alli dentro, incuba y fermenta su acritud; se infiltra en todo nuestro ser; y acaba siendo la rectora de nuestra conducta y de nuestras menores reacciones. Este sentimiento, que no se ha eliminado, sino que se ha retenido e incorporado a nuestra alma, es el «resentimiento». El que una agresión afectiva produzca la pasajera reacción que llamamos «sentimiento» o bien el «resentimiento», no depende de la calidad de la agresión, sino de cómo es el individuo que la recibe. La misma injusticia de la vida, el mismo fracaso de una empresa, idéntico desaire de un poderoso, pueden sufrirlo varios hombres a la vez y con la misma intensidad; pero en unos causara solo un sentimiento fugaz de depresión o de dolor; otros, quedaran resentidos para siempre.

El primer problema que, por lo tanto, sugiere el estudio del resentimiento, es saber cuáles son las almas propicias y cuales las inmunes a su agresión. Resentimiento, generosidad, amor Si repasamos el material de nuestra experiencia -es decir, los hombres resentidos que hemos ido conociendo en el curso de la vida, y los que pudieron serlo porque sufrieron la misma agresión, y no lo fueron sin embargo- la conclusión surge claramente. El resentido es siempre una persona sin generosidad. Sin duda, la pasión contraria al resentimiento es la generosidad; que no hay que confundir con la capacidad para el perdon.

El perdon, que es virtud y no pasión, puede ser impuesto por un imperativo moral a un alma no generosa. El que es generoso no suele tener necesidad de perdonar, porque esta siempre dispuesto a comprenderlo todo; y es, por lo tanto, inaccesible a la ofensa que supone el perdon. La ultima raiz de la generosidad es, pues, la comprension. Ahora bien, solo es capaz de comprenderlo todo, el que es capaz de amarlo todo. El resentido es, en suma, alla en el plano de las causas hondas, un ser mal dotado para el amor; y, por lo tanto, un ser de mediocre calidad moral. Digo precisamente «mediocre», porque la cantidad de maldad necesaria para que incube bien el resentimiento no es nunca excesiva. El hombre rigurosamente malo es solo un malhechor; y sus posibles resentimientos se pierden en la penumbra de sus fechorias. El resentido no es necesariamente malo. Puede, incluso, ser bueno, si le es favorable la vida. Solo ante la contrariedad y la injusticia se hace resentido; es decir, ante los trances en que se purifica el hombre de calidad moral superior. Unicamente cuando el resentimiento se acumula y envenena por completo el alma, puede expresarse por un acto criminal; y este, se distinguira por ser rigurosamente especifico en relacion con el origen del resentimiento.

El resentido tiene una memoria contumaz, inaccesible al tiempo. Cuando ocurre, esta explosion agresiva del resentimiento suele ser muy tardia; existe siempre entre la ofensa y la vindicta un periodo muy largo de incubacion. Muchas veces la respuesta agresiva del resentido no llega a ocurrir; y este, puede acabar sus dias en olor de santidad. Todo ello: su especificidad, su lenta evolucion en la conciencia, su dependencia estrecha del ambiente, diferencia a la maldad del resentido de la del vulgar malhechor. Inteligencia y resentimiento Otros muchos rasgos caracterizan al hombre resentido. Suele tener positiva inteligencia. Casi todos los grandes resentidos son hombres bien dotados. El pobre de espiritu acepta la adversidad sin este tipo de amarga reaccion. Es el inteligente el que plantea, ante cada trance adverso, el contraste entre la realidad de aquel y la dicha que cree merecer. Mas se trata, por lo comun, de inteligencias no excesivas. El hombre de talento logrado se conoce, en efecto, mas que por ninguna otra cosa, por su aptitud de adaptacion; y, por lo tanto, nunca se considera defraudado por la vida. Ha habido, es cierto, muchos casos de hombres de inteligencia extraordinaria e incluso genios, que eran tipicamente resentidos; pero el mayor contingente de estos se recluta entre individuos con el talento necesario para todo menos para darse cuenta que el no alcanzar una categoria superior a la que han logrado, no es culpa de la hostilidad de los demas, como ellos suponen, sino de sus propios defectos. Envidia, odio y resentimiento Debe anotarse que el resentimiento, aunque se parece mucho a la envidia y al odio, es diferente de los dos. La envidia y el odio son pecados de proyeccion estrictamente individual. Suponen siempre un duelo entre el que odia o envidia y el odiado o envidiado. El resentimiento es una pasion que tiene mucho de impersonal, de social. Quien lo causa, puede haber sido no este o aquel ser humano, sino la vida, la «suerte». La reaccion del resentido no se dirige tanto contra el que pudo ser injusto o contra el que se aprovecho de la injusticia, como contra el destino. En esto reside lo que tiene de grandeza. El resentimiento se filtra en toda el alma, y se denuncia en cada accion. La envidia o el odio tienen un sitio dentro del alma, y si se extirpan, esta puede quedar intacta. Ademas, el odio tiene casi siempre una respuesta rapida ante la ofensa; y el resentimiento es pasion, ya lo hemos dicho, de reacciones tardias, de larga incubacion entre sus causas y sus consecuencias sociales. Timidez, gratitud e hipocresia del resentido Coincide muchas veces el resentimiento con la timidez. El hombre fuerte reacciona con directa energia ante la agresion y automaticamente expulsa, como un cuerpo extrano, el agravio de su conciencia. Esta elasticidad salvadora no existe en el resentido. Muchos hombres que ofrecen la otra mejilla despues de la bofetada no lo hacen por virtud, sino por disimular su cobardia; y su forzada humildad se convierte despues en resentimiento. Pero, si alguna vez alcanzan a ser fuertes, con la fortaleza advenediza que da el mando social, estalla tardiamente la venganza, disfrazada hasta entonces de resignacion. Por eso son tan temibles los hombres debiles -y resentidos- cuando el azar les coloca en el poder, como tantas veces ocurre en las revoluciones. He aqui tambien la razon de que acudan a la confusion revolucionaria tantos resentidos y jueguen en su desarrollo importante papel. Los cabecillas mas crueles tienen con frecuencia antecedentes delatores de su timidez antigua y sintomas inequivocos de su actual resentimiento. Asimismo, es muy tipico de estos hombres, no solo la incapacidad de agradecer, sino la facilidad con que transforman el favor que les hacen los demas en combustibles de su resentimiento. Hay una frase de Robespierre, tragico resentido, que no se puede leer sin escalofrio, tal es la claridad que proyecta en la psicologia de la Revolucion: «Senti, desde muy temprano, la penosa esclavitud del agradecimiento». Cuando se hace el bien a un resentido, el bienhechor queda inscrito en la lista negra de su incordialidad. El resentido ronda, como animado por sordos impulsos, en torno del poderoso; le atrae y le irrita a la vez. Este doble sentimiento le ata amargamente al sequito del que manda. Por esto encontramos tantas veces al resentido en la corte de los poderosos. Y los poderosos deben saber que a su sombra crece inevitablemente, mil veces mas peligroso que la envidia, el resentimiento de aquellos mismos que viven de su favor. Es casi siempre el resentido, cauteloso e hipocrita. Casi nunca manifiesta a los que le rodean su acidez interior. Pero debajo de su disimulo se hace, al fin, patente el resentimiento. Cada uno de sus actos, cada uno de sus pensamientos, acaba por estar transido de una indefinible acritud. Sobre todo, ninguna pasion asoma con tanta claridad como esta a la mirada, menos docil que la palabra y que el gesto para la cautela. En relacion con su hipocresia esta la aficion del resentido a los anonimos. La casi totalidad de estos los escribe, no el odio, ni el espiritu de venganza, ni la envidia, sino la mano tremula del resentimiento. Un anonimista infatigable, que pudo ser descubierto, hombre inteligente y muy resentido, declaro que al escribir cada anonimo «se le quitaba un peso de encima»; me lo conto su juez. Pero, a su vez, el resentido, sensible a la herida de sus armas predilectas, suele turbarse hasta el extremo por los anonimos de los demas. Exito social y resentimiento Todas las causas que dificultan el exito social son las que con mayor eficacia crean el resentimiento. Por eso es, principalmente, una pasion de grandes ciudades. El resentido que con frecuencia encontramos refugiado en la soledad de una aldea o perdido en viajes inutiles es siempre un emigrado de la ciudad, y es en esta donde enfermo. Por esto tambien, a medida que la civilizacion avanza y se hace mas aspera la candidatura del triunfo, aumenta la importancia social del resentimiento. Es condicion esencial, repitamoslo, para la genesis del resentimiento, la falta de comprension, que crea en el futuro resentido una desarmonia entre su real capacidad para triunfar y la que el se supone. El hombre normal acepta con generosidad el fracaso; encuentra siempre el modo de comprenderlo y, por lo tanto, de olvidarlo y de superarlo despues. El alma resentida, despues de su primera inoculacion, se sensibiliza ante las nuevas agresiones. Bastara ya, en adelante, para que la llama de su pasion se avive, no la contrariedad ponderable, sino una simple palabra o un vago gesto despectivo; quiza solo una distraccion de los demas. Todo, para el, alcanza el valor de una ofensa o la categoria de una injusticia. Es mas: el resentido llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasion; una suerte de sed masoquista le hace buscarlos o inventarlos si no los encuentra. Edad, sexo, estetica y resentimiento El origen de esta pasion suele localizarse en las almas predispuestas en el momento de la adolescencia; porque es entonces cuando el sentido de la competencia y el sentimiento de la pretericion, fuente del resentimiento, se inician, ya en las escuelas y colegios, ya en los primeros pasos por la vida libre, que tienen un claro acento de trascendencia social. El resentimiento del alma preterida, a partir de este momento, sustituye a la envidia, sentimiento mas elemental, propio del nino mientras vive sus primeros anos en el hogar. Los que viven al lado de los jovenes no suelen darse idea del valor de muchas cosas, que para el mundo adulto son triviales, y en aquellos pueden convertirse en modulos de la conducta futura. El premio que se cree merecido y que injustamente no se otorgo, u otras de estas que creemos ninerias, es muchas veces la raiz de la pasion venidera; o bien la simple preferencia afectiva, que se interpreta injustificada, de los padres o de los superiores. En cambio, es raro que el castigo, por injusto que sea, origine el resentimiento. Un castigo injusto suscita la humillacion, el odio fugaz o la venganza, pero casi nunca el resentimiento, como no sea muy repetido y delate, entonces, una pasion personal cargada de injusticia especifica. Al lado de los motivos de trascendencia social juegan un papel importante, en la creacion del resentimiento, los de orden sexual; sobre todo en el varon; y es precisamente por la profunda repercusion social que en el hombre tiene este instinto. El fracaso sexual, en cualquiera de sus formas, tiene un sentido depresivo tan grande, que hace precisa su ocultacion inmediata; y se convierte con facilidad en resentimiento. He aqui por que podemos afirmar que un grupo grande de varones resentidos son debiles sexuales: timidos, maridos sin fortuna conyugal o gente afecta de tendencias anormales y reprimidas. En todo resentido hay que buscar al fracasado o al anormal de su instinto. Sin olvidar que hay tambien -yo se que los hay- ciertos de estos fracasados y anormales del amor, llenos de generosidad heroica y, por lo tanto, inaccesibles al resentimiento. Con ello se liga otro aspecto importante del problema: la relación del resentimiento con la estetica. Muchos resentidos lo son a favor de la situacion de inferioridad, social o sexual, o ambas a la vez, creada por una imperfeccion fisica, sobre todo las enfermedades dificiles de disimular, las que ofenden a los sentidos; y aquellos defectos que la impiedad de las gentes suele considerar con burla, como las gibas y las cojeras. En cambio, es muy comun que la pura fealdad, aun siendo muy graduada, no origine el resentimiento; incluso en la mujer. Sin duda, porque, no siendo repulsiva, la fealdad se compensa instintiva y gradualmente con el ejercicio de la simpatia, que el feo tiene que realizar desde su infancia para no desmerecer del que no lo es. Por la razon inversa, el que posee la hermosura fisica suele ser con tanta frecuencia falto de gracia o decididamente antipático. La mujer se defiende mejor que el hombre del resentimiento. En condiciones de igualdad, es pasion claramente varonil. La razon es obvia si reparamos en el sentido del fracaso social que tienen los motivos fundamentales del resentimiento.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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