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San Ireneo nació, probablemente, entre los años 135 y 140 en Esmirna, Asia Menor, donde en su juventud fue alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo, nada menos que del apóstol san Juan. Tiempos difíciles para los primeros cristianos, signados por la persecución, el oprobio y el martirio. Desde su tierra natal se trasladó a la Galia y allí se integró en la comunidad cristiana de Lyon de la que fue obispo de la ciudad. 

San Ireneo dedicó su vida pastoral a combatir al gnosticismo, exponiendo y refutando sus errores, legándonos su obra “Contra las herejías”, un alegato teológico en defensa de la fe y la verdadera doctrina, fundamental para la cristiandad. Se cree que murió mártir alrededor del 202. San Ireneo de Lyon ha sido un pilar del pensamiento occidental y cristiano. 

Este Padre de la Iglesia escribió: “El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 4, 3). Vemos aquí que la razón y el libre albedrío tienen relación directa con la trascendencia y lo eterno. La libertad, principio esencial de la dignidad humana y que lo emparenta en la naturaleza divina del Creador, es también el sustento individual y comunitario de la identidad y la soberanía de los pueblos. 

Hoy no hay nada más actual y vital que la lucha por la libertad ante el avance del totalitarismo globalista del siglo XXI. En esa capacidad de elección entre la Tradición y la Modernidad, en esa libertad soberana del hombre para optar por un camino u otro, y en que el santo de Lyon puso blanco sobre negro hace más de mil ochocientos años atrás, puede estar la clave para derrotar el plan de la elite del Mal vestida con piel de cordero. 

Ireneo estaba convencido que de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse, lo mismo que las seculares sociedades secretas actualizadas en el Estado Profundo Mundial. El atractivo permanece, pero el secreto ya ha sido desvelado, no hay misterio ni ocultación porque no lo necesitan. Los planes ya son públicos, han sido puestos en marcha y aceptados por los Estados miembros de la gobernanza mundial, mediante organismos supranacionales tanto públicos como privados, como Naciones Unidas o el Foro Económico Mundial. Y son tan atractivos, o aún más, como lo fue el gnosticismo en el siglo II.  

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La soberbia de la pretensión de los hombres de “ser como dioses”, simplemente por desafiar sin más la naturaleza misma del ser, y la ceguera del pecado inmanente de abolir lo sagrado de la esencia humana, han sido los impulsores de los proyectos de ingeniería social más trágicos y fallidos de la historia. Hoy, gracias a la concentración del poder económico y político en el marco de una revolución tecnológica a nivel mundial que ha implantado una única narrativa incuestionable, uniformadora, igualitarista y homogeneizante, se busca acabar con las diferencias, la identidad, la soberanía y la libertad.  Los valores tradicionales, sustento de las grandes civilizaciones, corren el serio riesgo de disolverse en el magma informe de principios a la carta sujetos al servicio de los dueños del “conocimiento” (gnosis) que buscan el poder omnímodo.

La alternativa a la plutocracia, que frente a la oportunidad que les brinda la pandemia para conseguir el Gran Reseteo promovido por la gobernanza globalista, es la vuelta a las raíces, a la tradición ancestral, a la cultura perenne de los pueblos con sus identidades y soberanías basadas en la autoridad y la libertad, que alcanza su perfección, cuando está ordenada hacia Dios, el supremo Bien. Es la única posibilidad viable, real y efectiva para la derrota del Mal.

La soberanía es también la afirmación de un principio basado en la libertad, el consenso real y auténtico, acerca de la vida, lo público y lo comunitario. También es una reivindicación de competencias y de responsabilidades con un objetivo común y que además debe asumir las consecuencias de sus acciones. 

Se es libre y soberano cuando se tiene la voluntad, la decisión y la capacidad de modificar o cambiar la realidad orientándola siempre hacia el bien y a su origen sagrado y trascendente. Se es soberano cuando prima el interés general y los principios compartidos, donde la identidad de un pueblo se vuelve voluntad de destino. Si hay libertad y voluntad, pero el resultado es el mal, se pierde la libertad, el destino y la identidad.  

Ante la esclavitud, el abuso y la tiranía, viene a mi mente la belleza de la obra de Giuseppe Verdi con su “Va, pensiero”, el coro del tercer acto de la ópera Nabucco. Inspirada en el Salmo 137 “Super flumina Babylonis”, tal vez sea la obra maestra del genio italiano. “Va, pensiero”, canta la historia del exilio hebreo en Babilonia tras la pérdida del Primer Templo de Jerusalén y llegó a convertirse casi en un himno para los patriotas italianos, quienes buscaban en el siglo XIX la unidad nacional, la soberanía y la libertad frente al dominio del invasor austríaco. La frase, “Oh mia patria sì bella e perduta!” (¡Oh patria mía, tan bella y perdida!) sintetiza la nostalgia por la tierra natal, la tierra de los ancestros perdida en la lejanía por el exilio y la falta de libertad. 

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Hoy se corren también peligros aún de mayor calado ante enemigos más poderosos. La esperanza de evitarlos reside en voluntad de esos pueblos que tuvieron que rebelarse, como lo han hecho otros en el pasado, pero hoy ante el diktat de la tiranía tecnológica del poder supranacional y anónimo que solo responde a oscuros intereses privados. 

No se puede pisotear la voluntad de un pueblo expresada en sus mayorías, por las oligarquías y la plutocracia global. Solo con la resistencia identitaria, inspirada en la libertad de un san Ireneo de Lyon, y el deseo de recuperar la patria perdida de un Giuseppe Verdi, existirá la posibilidad de dejarles a nuestros hijos el legado cultural milenario que hemos heredado de nuestros ancestros, para que ellos se lo transmitan a su descendencia. Eso es Tradición. Así se ha hecho siempre a través de la Historia, cuanto la voluntad y el coraje de los hombres y los pueblos se imponen a la esclavitud y la tiranía a través de generaciones. 

Autor

José Papparelli